(A manera de presentación)
Manuel Calviño
Facultad de Psicología, Universidad de La Habana
Resumen
Este artículo apareció publicado por primera vez, en el año 1997, en la Revista cubana de Psicología, volumen 14, número, 1. pp.5–10. Fue la presentación del referido número de la revista, dedicado a los “Encuentros entre psicoanalistas y psicólogos marxistas”. Aquí lo reproducimos, con la autorización de la mencionada publicación, dado el valor de recuperación histórica que encierra.
Palabras clave: psicoanálisis, psicología marxista, Cuba.
Abstract
This article was first published in 1997 in the Cuban Journal of Psychology, volume 14, no. 1, pages 5–10. It was the introductory section of the aforementioned issue of the Journal, dedicated to the Meetings between Psychoanalysts and Marxist Psychologists. It is reproduced here, with the permission of the aforementioned publication, given its historical recovery value.
Keywords: psychoanalysis, Marxist psychology, Cuba.
Cuando fui invitado por la secretaria de esta revista, Carolina de la Torre, a hacer la presentación de este número especial de la Revista Cubana de Psicología me alegré mucho. Lo tomé como un reconocimiento, bien merecido por cierto, de los que disfruto plenamente. Enseguida recordé años de dedicación, largas horas de discusión, seguidas de desvelos, decenas de incomprensiones superadas y otras que todavía están por superar, dolores de espalda después de días casi enteros tirado sobre una mesa tratando de organizar algo parecido a un Programa Científico.
Alguien, creo que Albertina Mitjans, una vez, por allá por junio de 1986, me llamó “secretario ejecutivo del encuentro”, denominación que me gusta mucho menos que la que la amiga Sandra Fagundes, una de las baterías brasileñas de los primeros “Encuentro-nazos” me regaló en la sesión plenaria de cierre de la segunda cita: “alma do Encontró”. Con más o menos claridad de lo que significa he cargado con la primera etiqueta los últimos diez años, y durante ese mismo tiempo he tratado de darle a Sandra la razón.
Diez años. Es poco cuando miro a mis hijos. Es mucho cuando me miro a mí mismo en un espejo. Es muchísimo cuando pienso en la propuesta, nacida a mediados del año 85, de organizar un espacio de reflexión conjunta entre psicoanalistas latinoamericanos y psicólogos cubanos. Pero no entre psicoanalistas y psicólogos cualesquiera sino de los comprometidos con la lucha por el bienestar humano, con el pensamiento progresista que salido de las entrañas de un espacio geográfico que va del Río Grande a la Patagonia se extiende a múltiples confines y se adhiere a una ilusión común: independencia, justicia social, solidaridad humana para los latinoamericanos. Saliendo de Freud y Marx para llegar a nosotros por un escrito con nombres propios.
Me veo allí en el salón de reuniones del decanato de la Facultad, con el aire acondicionado roto, conversando, junto a Fernando González y Juan José Guevara con el Beto Galano, antiguo compañero del preuniversitario devenido funcionario de no recuerdo qué departamento de Cubatur, y dos psicoanalistas brasileños, Fabio Landa y Jorgre Broide, que estaban a punto de volver a su país en franco estado de frustración por no haber podido organizar alguna cosa en la que se produjera un intercambio entre psiquiatras y psicólogos cubanos y psicoanalistas brasileños y quien sabe si de otros países del continente. Allí, sin ser preconcebida, como dice que sucedió con el Mesías, se parió la idea del Encuentro según lo que yo conozco directamente, sin demeritar otras fantasías que rememoran el origen. Así comenzamos a trabajar en la sublime obsesión, que me acompaña hace ya más de diez años, y que entonces se presentó disfrazada con el nombre de “Encuentro de problemas teóricos, epistemológicos y metodológicos de la psicología en América Latina”.
Desde el primer Encuentro hasta el más reciente, realizado en febrero de este año, recuerdo muchas cosas. Mejor aún, recuerdo mucha gente que al menos hasta donde mi memoria los conserva, eran hermosas.
Una buena parte están todavía. Más aún, están con la misma ilusión y la certeza inagotable del porvenir. Han formado junto a los que somos de por acá el Comité Organizador Internacional. Un comité que, como todos, ha tenido miembros de tarea y miembros de corazón y tarea. Los primeros pudieran no haber estado y dar espacio a otros que, por corazón y trabajo, lo merecen. Porque el comité es algo que tiene que ver con el deseo de hacer, de llevar adelante un proyecto, de facilitar el Encuentro. Armando Bauleo, Pedro Gross, Enrique Guinsberg, Juan Carlos Volnovich, Silvia Wertheim, José Luís González, Guillermo Delahanty, Úrsula Hausser Viviana Fumagalli. No alcanzo a ponerlos a todos. Lo cierto es que en un continente enseñado y acostumbrado a las rupturas, en medio de un imaginario institucional poblado de fantasías y realidades persecutorias, habituados a estar en la porción no domesticada del psicoanálisis, en lo contestatario, en la ruptura, forman parte de un acuerdo de unidad heterogénea, de una interdependencia para la unidad y la ruptura. No ha sido fácil. No lo es. Ojalá no lo sea nunca. Esta gente sigue siendo hermosa.
Algunos se fueron demasiado lejos, donde las personas cobran sentido en la memoria de los otros, pero están con su habitual hermosura: Marie Langer, a quien en un lapsus sintomáticamente inolvidable un cubano llamó “Mami”, lussara Carvalho, que al dedicarme un libro de Psicoanálisis descubrió el sentido mismo del Encuentro: “…com o desejo de que te possa acrescentar algo ao processo permanente de criagao”. Armando Suárez el maestro mexicano tan querido. Hirán Castro, que sin mucho aviso nos dejó esperando su próximo libro, y después Oscar Ares, a quien todos recordamos con esa sonrisa limpia y humilde que sólo tienen los buenos. A Héctor Arias lo devoró el mar en pleno apogeo de su desarrollo personal y profesional.
Ocho años después de haber avisado su participación, llegó de Montevideo Alejandro Scherzer. Espero que no nos haga esperar ocho años más para volver. Perdí la pista de los también uruguayos Marcelo y Mauren Vignar, que nunca entendieron por qué en el socialismo era tan difícil conseguir agua caliente para hacer un “matecito”. Es posible que el mismo avión que los devolvió de París a su tierra natal, los llevó a los brazos del lacanismo a los Landa, Fabio y Eva.
Se distanciaron los paulistas. Primero Zelik y su esposa, que no pudieron sobrevivir en la densidad complicada y esquizoparanoide del mundo “psi”. Después Broide y Marco Aurelio Velloso. Ivanisse aún da señales de vida y desde allá nos apoya. Entre Río y Niteroy se quedaron los cariocas Ary Band, Cezar Mussi, Helena Julia, Carlos Castellar, la Cecilia Coimbra, Mirtha, Ira, Cristina, Leila, que decía que Campo Grande era la tierra de Roque Santeiro, no asistió al milagro de la resurrección de las utopías. También se esfumaron los “gauchos”, no los “Analistas de Baje”, sino Turka, la otra Sandra, que saltó del sol sureño a la opacidad inglesa. No sé qué será de aquel “filósofoanalista”, Walter Evangelista, que desde la región de Minas Gerais, que para muchos cubanos es la tierra de Doña Beija, se adentraba en las lecturas althouserianas de Freud, Marx y Lacan.
Muchos amigos brasileños dejaron su marca en estos diez años, psicoanalistas que, haciendo honor a la más estricta historiografía, apenas cinco o seis días después de haberse acordado en París el reinicio de las relaciones entre los gobiernos de Cuba y Brasil, desembarcaron en un batallón de más de 300 miembros para entrar en un combate sin precedentes en la historia de los países socialistas, en la triturante historia de las relaciones entre Marxismo, Psicoanálisis y Psicología. Fueron ellos los que simbolizaron la ruptura de un bloqueo de muchos años.
Los argentinos, llegados desde diversos puntos del planeta, desde países tan distantes como Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, nos hicieron comprender aquella sentencia que dicen pronunció Freud acercándose a la costa de Norteamérica: “Los pobres no saben que le traemos la peste”. Hasta el día de hoy siguen haciéndolo por mediación de la gestión impulsora de los Volnovich, Baremblitt, en una mesa que compartimos en el 86, decía no ser psicoanalista. Ahora no sé dónde está. A Libertad Berkowiez la vi en Madrid en el 89. Yo venía deprimido de Moscú (pueden imaginarse por qué). Nos dijo que estaría en el próximo Encuentro, el tercero. Mandó como adelanto cuatro o cinco tomos de las obras completas de Freud. Estamos esperando el resto. Ojalá que los traiga ella misma. Al “pibe alegría”, Rafael Paz, también lo esperamos.
Se desvanecieron otros muchos: Jerusallnsky, Saidón, Fucks, Rozichtner, Ulloa, Carpinacci, la Silvia Berman, Cabral, pero aparecieron más: Ana María Fernández, Osvaldo Cucagna, la María Pepa, Raúl Courel. Gracias Carlitos Reppeto, siempre estás donde, cuando y como hay que estar. Recuerdo con especial color la Psicología Marxista que vino a defender Verdichersky, y que por momentos me hacía dudar si “el hombre piensa como vive” o “si vive como piensa”… Lo cierto es que en “Villa Freud” me di cuenta que Engels tenía razón cuando afirmaba que “los hechos siguen siendo hechos no importa cuán falsas sean las interpretaciones que de ellos se hagan”.
Es cierto que algunos de los argentinos vinieron a Cuba con la dulce y bondadosa intención de “convertirnos”, y fue esto motivo de buena parte de las incomprensiones iniciales. A pesar de los pesares, y seguramente considerando que todos tenemos un pequeño argentino adentro, es hacer justicia reconocer que la producción psicoanalítica argentina ha sido en lo fundamental una de las estrellas rutilantes en el espacio galáctico de los discursos instituidos desde, para y sin el Encuentro.
Los mexicanos llegaron primero de a poquito. Barriguete, Campuzano, Molina, Villamor, vinieron una sola vez. Fue suficiente. Perrés, uruguayo por partida de nacimiento, debe estar esperando mis comentarios de su “Freud y la Ópera”, pero nunca más lo vi. Con ellos siempre existe la posibilidad de que aparezcan sin avisar, y por el lugar menos sospechado. Están tan cerca que algunos piensan que si todos hablamos un poco más alto, no hace falta venir. Del D.F. siempre han venido Miguel y Mirtha Matraj, argentinos, o más bien, compañeros de lucha.
Los “europeos” se merecen un aparte. No digo de los latinos que por razones harto conocidas residen en el viejo continente y han aprendido a convivir con la nostalgia. Me refiero sobre todo a los nativos que, por vocación latinoamericanista, nos han acompañado en diferentes momentos.
De los suizos al primero que conocí fue a Emilio Modena por un artículo suyo que leí en ruso en una revista de psicología soviética. Bertoldo, Rothschild, con su estilo peculiar, y más encariñado con las rupturas que con las alianzas, no nos perdonó a nosotros la caída de Nicaragua. Los pasillos de la Facultad, lugar donde desde el inicio se hace el Encuentro, recuerdan las enigmáticas ausencias y silencios de la Beate Koch, los Von Salís. La “Chono”, Nelda Villagra, me llegó como suiza en una carta. No se pueden imaginar cómo me reí al verla y darme cuenta que si engordara varios kilos le dirían Mercedes Sosa, aunque seguramente cantaría música de salsa. Ruedi Studer, como se veía con Cuba sólo una vez al año, decidió llevarse un pedazo de Cuba al Zolikom. Se casó con una cubana, que por suerte no es del mundo “psi”. Cuando Pedrito Gross nos invitó, a Fernando y a mí, a hablar en inglés de la psicología en Cuba en el Seminario Psicoanalítico de Zurich, nadie se imaginó que los suizos preferirían el español si es que sale de la boca de un cubano.
De Italia llegaron varios, y otros siempre dijeron que vendrían, pero nunca llegaron. Bauleo llegó con Marty y toda la isla se enteró. Bastó con una de sus carcajadas. Armando no se ha ido, y aunque quisiera irse no puede: porque ya dejó aquí suficiente como para que se le reclame y no se le olvide, y porque Cuba sigue siendo para él, como me dijo un día, “La capital de las ilusiones”. Chiara volvió, pero para desaparecer. Mauro Rosetti, Lía Lucato, Alfredo, Massimo, aficionados todos a la buena mesa italiana, no lograron imaginarse que en nuestro Encuentro, sin exageraciones típicas del cubano, se abría un capítulo distinto, un capítulo de solidaridad, de comprensión, de permeabilidad, en el traumático historial de un “Amor en tiempos de cólera”, guerra fría, tecnocracias, neoliberalismo, posmodernismo, y cosas aún peores.
Federico Suárez, Violeta Suárez, Juan Carlos Duro fueron parte de la sonoridad española, así como aquella murciana, Ana Sánchez, a quien su larga estadía en Italia no le quitaba el acento de los nacidos en la madre patria. De España también llegaron los Cucco, Mirtha y Luis. Se dice que encontraron un mejor negocio que el Encuentro, pero la verdad es que el Aché cubano los atrapó. La última vez que vi a Mirtha se movía al compás de un canto Yoruba que entonaba Merceditas Valdés.
Las instituciones psicoanalíticas oficiales por suerte no han comulgado mucho con nuestro proyecto. Pero de la mano de Luis Rodríguez de la Serra, un español, mejor dicho catalán, residente en la tierra de Melany Klein, vinieron algunos ingleses afiliados a la International Psychoanalitical Association. Hasta el día de hoy intentan abrir una cabeza de playa en La Habana, y hay aquí quienes creen que es una buena opción.
El mundo hoy se quiere mover en epistemologías de convergencia o colaborativas, lo necesita. Las epistemologías radicales o de fragmentación han de renovar sus modos, las “adicciones paradigmáticas” a ciertos modelos o tipos de respuesta, incluso no sólo a respuestas, sino también a modos únicos de buscarlas, no son un camino para hoy. En el caso de Cuba, país separado por mucho tiempo de una buena parte de la historia científica y profesional del mundo, es comprensible que los “huecos de la historia”, los lugares de la falta quieran serllenados con un intentar vivir a destiempo –hacer en hoy lo que no se hizo ayer –.
Yo creo y me adhiero a lo que considero fue la previsión de gente como Bleger y Pichón, también Vygotsky y otros muchos, que entendieron que el mejor camino es el de la asimilación crítica y universal, el estudio y la comprensión desprejuiciada, la mirada amplia y abarcadura, la respuesta “operativa”. Es claro que se asimila desde un lugar, que se mira desde un lugar, pero no es lugar el que hace la mirada. Aceptar lo contrario sería aceptar un “fatalismo geográfico” ahora en la “geografía epistemológica”. Yo quiero mirar desde Freud, pero también desde muchos otros, y siempre intento mirar también desde mí.
Realmente no me imagino una Asociación Psicoanalítica Cubana, tratando de nacer al estilo de lo más dogmático, elitista y reaccionario del psicoanálisis, y además con cincuenta años de retraso. Es como fundar el Partido Bolchevique en la Antártida con pretensiones de construir un socialismo a la usanza de los años 40 que nadie supo construir desde principios de siglo y hasta hoy.
Todo esto fue lo que le dije a Armando y a Pedro en una carta que como tantas otras creo que nunca llegó. Y esto es otra cosa que recuerdo de estos diez años. Cartas que no llegan, otras que no se escriben. Intentos de comunicarse que son aplastados por la absorbente cotidianidad de la vida. Dice Murphy que si no fuera por el último momento casi nada de lo hecho se hubiera hecho. El Encuentro no ha sido una excepción. Soy de los convencidos de que es algo que se lleva por dentro dos años y se vivencia intensamente en una semana. Tratar de que fuera de otro modo es lo que siempre hemos querido, pero nunca hemos logrado. Su modo de existencia continuo es lo que queda de duda, de satisfacción, de molestia, de proyecto, de cariño cuando, como cada último viernes de la segunda o tercera semana de febrero de los años pares, nos decimos: “Nos vemos en febrero”.
Cientos de luchadores por el bienestar humano han pasado por acá. Perdí la cuenta pero acredito que son muchos más de mil. Muchos han llorado en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. Otros se han ido decepcionados o indignados porque en este “paraíso”, continente de tantas “depositaciones”, transferencias, proyecciones, y muchas otras significadas en el diccionario de Laplanche y Pontalis, existen “jineteras y jineteros”. La mayoría encuentra algo, a otro y otros, a sí mismo.
En diez años hemos pasado por discusiones teóricas, de profundo carácter fundamental epistemológico, y hemos intercambiado sobre las prácticas. Hemos hablado de personas, de grupos, de instituciones, de sociedades, de cultura. Allí están los cintillos que subseñalaban la especificidad de cada cita: Intercambio de experiencias, Cultura y Subjetividad y Proyecto Social, los fundamentos de las prácticas. Pasamos de Encuentro Latinoamericano de Psicología Marxista y Psicoanálisis, a Encuentro Latinoamericano de Psicoanalistas y Psicólogos Marxistas. Somos psicólogos, somos psicoanalistas, somos marxistas, ¿y qué? No renunciamos a nuestras filiaciones y compromisos, porque sería renunciar a nuestra historia, al sentido de nuestras prácticas, a nuestra identidad.
Eso sí, nuestra vocación revolucionaria pasa por el cambio, la modificación, la relectura. Aunque los hallamos no sólo sufrido, sino también reproducido, no nos gustan los dogmatismos. De ningún tipo, ni “lacanicistas”, que parecen estar de moda todavía, ni “marxisticistas”, que se ven muchísimo menos, después de que Gorbachov facilitó que la incertidumbre no sólo reinara, sino que también gobernara. Intentamos alejarnos de las insinuaciones del Poder. El único Poder por el que luchamos es el poder hacer. No queremos la ilusión de alternativas, ni la alternativa de la alucinación. Queremos las alternativas que se asumen libremente con ilusión, queremos refundar la esperanza, andar mirando adelante con los pies bien puestos sobre la tierra.
Cuando comenzamos en el 86 creíamos tener algunas verdades que decir, y sabíamos que “las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas y reconocidas una vez que los intereses heridos y los afectos por ellos despertados han desahogado su violencia. Siempre ha pasado así… hemos de saber esperar”. Pero no queríamos esperar en silencio. Ya habían esperado mucha gente antes que nosotros. Nuestra voz, el emergente de tantas cosas acumuladas, fue el Encuentro.
He pasado del yo al nosotros quien sabe si para recordar otra vez que en la encrucijada de la horizontalidad, la verticalidad y la transversalidad de estos diez años de Encuentro hay decenas de gente buena, con buenas intenciones, con buenas acciones. Gente convencida de que es la calidad humana la que hace al psicólogo, al analista, y no a la inversa.
Pero he de volver al yo, pues he sido el invitado a hacerme cargo de la presentación de este número de la revista y presiento que aún no lo he logrado.
El atípico editorial de estos seis Encuentros fue indiscutiblemente el segundo, que celebramos del 15 al 19 de febrero del año 1988. Cinco volúmenes de cerca de trescientas páginas cada uno conserva una buena parte de lo que allí se discutió. Todavía hoy no encuentro respuesta a la pregunta de cómo fue posible hacer esto. La atipicidad ha sido otra. No hay casi nada publicado, pocas cosas escritas conservadas, y sí, como es obvio, muchos recuerdos.
En el discurso de la objetividad siempre apareció como causa la situación económica de Cuba. Dudar de esto sería injusto. Si alguien puede confirmarlo somos los cubanos, que terminamos hasta usando “camellos” como medio de transporte. Súmese a esto que las distancias son grandes, y se hacen más grandes porque son muy costosas, que el fax en nuestra Facultad es un lujo y no un imprescindible instrumento de trabajo y comunicación, por no hablar de correos electrónicos, computadoras, etc. que sólo aparecieron en nuestra Facultad hace uno o dos años. Por cierto, que en gran medida esto ha sido posible gracias a los Encuentros, a las donaciones y gestiones económicas de ellos emanadas.
Desde lo subjetivo muchas cosas pudieran ser señaladas. Para los cubanos diría de la predominancia pasional por lo hablado, lo que nace desde adentro en el 2aquí-ahora”, la falta de un hábito y de una razón suficiente que convoque a lo escrito. No es sólo de los psicólogos. La historia de Cuba de los últimos treintaisiete años está sobre todo hablada y monumentada, actuada y edificada, pero muy poco escrita. Pero no parece ser esta la causa principal.
¿Por qué Armando tiene tantos libros y en diez años nunca ha entregado un resumen de las ideas que presentará?, ¿Por qué Enrique que tanto escribe, incluso del Encuentro, ha dejado lo que ha traído, pero no lo que ha presentado?, Carlos Repetto este año dejó varias cosas, pero siempre lo que hace en sus talleres es mucho más. Pongo sólo algunos, pero pudieran ensanchar las listas a la mayoría de los que por aquí han pasado.
El tema es otro. El tema es la naturaleza misma del Encuentro. “Aquí venimos a dialogar abiertamente, a pensar juntos en voz alta, a decirnos cosas, a ‘lenguajear’”, dijo un “encuentrista” en una de las sesiones plenarias de los primeros años. Y es cierto, una mirada inteligente a la propia estructura del Encuentro, a su metodología de organización, denuncia sin tapujos que es el intercambio vivo y directo, el contacto con los ojos que acompañan a la palabra, el decir sonoro y sin mediación del papel y la tinta, lo que se ha querido facilitar y se ha logrado. Si no lo ha sido más, es porque somos víctimas de representaciones sociales que nos pueblan, y a pesar de que no nos gustan los congresos fríos y formales, nos gusta “presentar un trabajo”. Como organización, hemos dado siempre prioridad a los talleres, a los encuentros grupales, a los espacios abiertos para la discusión y el análisis conjunto. Recuerdo que en el primer Encuentro todos los que trajeron “trabajos independientes” se vieron en un horario de distribución que significaba hacer la presentación después de la cinco o las seis de la tarde.
No obstante, y para suerte de Carolina de la Torre quien ha tenido la feliz idea y el horrible trabajo de organizar este número de la Revista Cubana de Psicología, algunas cosas escritas existen. No sé cómo se pudieron salvar de la voracidad de los que prefieren la biblioteca en su casa y sólo a su servicio, que la pública, la de la Facultad u otra cualquiera. No se cómo ha sido posible que se grabara y se transcribiera lo que con tanta emoción se dijo en una mesa, que tengamos algunos trabajos completos, que tengamos intervenciones importantes. Me produce alegría y tristeza. Lo primero es obvio. Lo segundo porque me hace recordar lo que se ha perdido. Tengo la esperanza de que se haya quedado en nuestro crecimiento personal y profesional. Creo que sí, que así ha sido. En definitiva, como dice Galeano “cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea”.
Entonces quede claro que lo que se ha incluido en esta revista no es el resultado de una selección, ni es una muestra representativa, no es tampoco algo de lo que pasó en cada uno de los seis encuentros ya realizados. Es un modo de decir algo más esencial que las ideas de un autor. Es una suerte de recordatorio. Un justo homenaje a los que soñaron y sueñan que es posible. Cualquier cosa sirve a la relación mnémica cuando es producida auténticamente, con honestidad, con cariño. La pretensión es que los que lean esta revista y nunca hayan venido, vengan, o al menos que indaguen cómo venir, se sumen a algún modo de estar en el Encuentro. Para los que ya han estado y no están, para los que siempre vamos a estar, es sobre todo una convocatoria al recuerdo, lo que quiere decir a mantenernos aquí.
Recordar es volver a vivir, vivir hoy sin olvidar el ayer. Seguir amando lo que hicimos y lo que hacemos. El encuentro está cambiando. Por suerte. Y parafraseando a Calderón “los que lo amamos tenemos que tratar de pensar, hoy más que nunca qué es esto que lo está cambiando y hacia dónde y para qué”.
Disfruten los lectores de esta Revista. Les recomiendo que para hacerlo dejen volar su imaginación, su fantasía. Créanme “Vale la Pena”.