La maternidad como dispositivo: el discurso del embarazo en madres adolescentes chilenas usuarias de un Centro de Salud Familiar (CESFAM) de la V Región, Chile

Cristian Venegas Ahumada

Departamento de Psicología Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile

Verónica Henríquez Acuña
Lilian Leiva Bustos
Juana Pérez Pérez 

Universidad Santo Tomás, sede Viña del Mar, Chile

Resumen

El pre­sente estu­dio ofrece los resul­ta­dos de una inves­ti­gación cual­i­ta­ti­va desar­rol­la­da en un Cen­tro de Salud Famil­iar de la V Región de Val­paraí­so con 8 madres ado­les­centes usuar­ias del “Pro­gra­ma Chile Crece Con­ti­go”. El obje­ti­vo fue analizar la influ­en­cia del dis­pos­i­ti­vo de embara­zo y mater­nidad en el dis­cur­so de las jóvenes medi­ante el análi­sis de sus posi­bles resisten­cias y una visión inte­grado­ra de los aspec­tos sociales, cul­tur­ales y famil­iares con­for­madores de su viven­cia. A niv­el de resul­ta­dos, los relatos de las ado­les­centes no evi­den­cia­ron grandes resisten­cias ante el embara­zo y la mater­nidad; sien­do ambos pro­ce­sos asum­i­dos como con­sub­stan­ciales de lo femeni­no en un con­tex­to social­mente vul­ner­a­ble que limi­ta las posi­bil­i­dades de estruc­turar proyec­tos de vida inde­pen­di­entes de la famil­ia nuclear y en movil­i­dad social ascen­dente. No obstante, el estu­dio reg­istró otras resisten­cias en las ado­les­centes, man­i­fes­tadas en el interés por estu­di­ar, la rebe­lión ante la autori­dad famil­iar y la pre­ocu­pación por sí mis­mas. Los resul­ta­dos indi­can que el dis­pos­i­ti­vo de embara­zo-mater­nidad opera sobre las jóvenes como expre­sión cul­tur­al del patri­ar­ca­do en cuan­to a la suje­ción de los cuer­pos y la reduc­ción de la sub­je­tivi­dad femeni­na a un rol de cri­an­za, con esca­so o nulo apoyo emo­cional-afec­ti­vo y co-respon­s­abil­i­dad en la cri­an­za por parte de los padres de sus hijos e hijas; lo que puede con­sid­er­arse como una arista más del patri­ar­ca­do. Su autonomía como mujeres es entonces nega­da, con­finán­dolas a una mater­nidad impues­ta y al ries­go de con­tin­uar repro­ducien­do el “cír­cu­lo de pobreza”.

Pal­abras clave: dis­pos­i­ti­vo, resisten­cias, mater­nidad, embara­zo ado­les­cente, patriarcado.

Abstract

This study presents the results of a qual­i­ta­tive research car­ried out at the Fam­i­ly Health Cen­ter of Val­paraiso with three teenage moth­ers who are ben­e­fi­cia­ries of the “Chile Grows with You Pro­gram”. The aim was to ana­lyze the influ­ence of the preg­nan­cy and mater­ni­ty device on the young­sters’ dis­course through the analy­sis of their pos­si­ble resis­tance and an inte­grat­ed view of the social, cul­tur­al and fam­i­ly aspects form­ing their life expe­ri­ence. Regard­ing results, the teenage sto­ries did not show big resis­tance against preg­nan­cy and mater­ni­ty, being both accept­ed as some­thing inher­ent to females in a social vul­ner­a­ble con­text which lim­its the pos­si­bil­i­ty of build­ing life projects, sep­a­rat­ed from their nuclear fam­i­ly and from ris­ing social mobil­i­ty. Nev­er­the­less, the study record­ed oth­er resis­tances in teenagers expressed in the inter­est for study­ing, rebel­lion to fam­i­ly author­i­ty and self-care. The results show that the device preg­nan­cy-mater­ni­ty works on the young­sters as a cul­tur­al expres­sion of patri­archy regard­ing body restraints and reduc­tion of female sub­jec­tiv­i­ty to an upbring­ing role, with lit­tle or any emo­tion­al-affec­tive sup­port and co-respon­si­bil­i­ty of chil­dren rear­ing, which can also be con­sid­ered as anoth­er aspect of patri­archy. Their auton­o­my as women is then denied, restrict­ing them to an imposed mater­ni­ty and to the risk of repro­duc­ing “the cir­cle of poverty”.

Key­words: device – resis­tances – mater­ni­ty – teenage preg­nan­cy — patriarchy.

1.- Introducción

Según la Orga­ni­zación Mundi­al de la Salud (OMS, 2017), 16 mil­lones de mujeres entre 15 y 19 de edad dan a luz cada año. Aprox­i­mada­mente 1 mil­lón de ellas se sitúa inclu­so bajo ese ran­go, cor­re­spon­di­en­do al 11% de los nacimien­tos a niv­el mundi­al. En Chile, el Reg­istro Civ­il señala que la población total de madres ado­les­centes asciende a 23.355 (Dides & Fer­nán­dez, 2016). La may­or parte de ellas son niñas y jóvenes pertenecientes a los sec­tores más vul­ner­a­bles de la sociedad, con bajas condi­ciones económi­cas y edu­ca­cionales (MINSAL, 2013). Entre los hog­a­res del 20% de más bajos ingre­sos, el 14% de las mujeres entre 15 y 19 años ya es madre. De ellas, una de cada diez tiene más de un hijo. En cam­bio, solo el 2% de las ado­les­centes del quin­til más rico está en esa situación y ningu­na tiene más de un hijo (Encues­ta CASEN, cita­da en Informe GET, 2016). Según el Doc­u­men­to de Tra­ba­jo “Mater­nidad en la Ado­les­cen­cia”, real­iza­do por el Área de Estu­dios del Con­se­jo Nacional de la Infan­cia (2016), esta situación per­pet­u­aría la inequidad y las difer­en­cias en el abor­da­je social de la mater­nidad, algo que Dides y Fer­nán­dez (2016) refuerzan seña­lan­do que las y los jóvenes de niv­el socioe­conómi­co bajo que han exper­i­men­ta­do un embara­zo no plan­i­fi­ca­do son casi el doble en com­para­ción con jóvenes que pertenecen a un estra­do socioe­conómi­co alto (23% y 12% respectivamente).

Com­ple­men­tan­do lo ante­ri­or, cabe señalar que el embara­zo ado­les­cente es con­sid­er­a­do una prob­lemáti­ca mul­ti­di­men­sion­al de impacto biop­si­coso­cial, por cuan­to afec­ta tan­to la ima­gen cor­po­ral de la niña ado­les­cente como el desar­rol­lo de su iden­ti­dad, al requerir el desar­rol­lo tem­pra­no del rol mater­nal (Romero & Oyarzún, 2011). Se sabe que las madres ado­les­centes tienen may­or ries­go de mor­bi-mor­tal­i­dad obstétri­ca, más prob­a­bil­i­dad de deser­ción esco­lar, inac­tivi­dad lab­o­ral y depen­den­cia económi­ca y de estable­cer vín­cu­los de apego inse­guros con sus hijos (Wolff, Valen­zuela, Est­ef­fan y Zap­a­ta, 2009). En ámbitos como el esco­lar se ha bus­ca­do reducir el daño a través de mecan­is­mos ori­en­ta­dos a evi­tar la deser­ción de las jóvenes y en lo posi­ble, pro­mover su con­tinuidad de estu­dios. En tal sen­ti­do, la Ley Gen­er­al de Edu­cación N°20.370 del Min­is­te­rio de Edu­cación mar­có un hito en el respeto de los dere­chos de las ado­les­centes embarazadas en Chile, deter­mi­nan­do que “el embara­zo y la mater­nidad en ningún caso con­sti­tuirán imped­i­men­to para ingre­sar y per­manecer en los establec­imien­tos de edu­cación” (MINEDUC, 2010).

For­t­alece lo ante­ri­or la pro­mul­gación de la Ley N°20.418 del Min­is­te­rio de Salud (MINSAL, 2013); que establece el dere­cho a recibir edu­cación, infor­ma­ción y ori­entación en mate­ria de fer­til­i­dad (Dides, Benavente, Sáez, & Nicholls, 2012) y la exis­ten­cia del Pro­gra­ma de Apoyo a la Reten­ción Esco­lar de Estu­di­antes Embarazadas, Madres y Padres (PARE), desar­rol­la­do por la JUNAEB, que con­tribuye a la per­ma­nen­cia en el sis­tema esco­lar de estu­di­antes en situación de embara­zo y condi­ción de madre (Dides y Fer­nán­dez, 2016). Lam­en­ta­ble­mente, el pro­gra­ma pre­sen­ta un prob­le­ma de cober­tu­ra, dado que no responde a las necesi­dades de todos los establec­imien­tos en ries­go social y sus ben­efi­cios, además, son adju­di­ca­dos solo por lla­ma­do a concurso.

En el impacto social, económi­co y cul­tur­al del embara­zo ado­les­cente resalta la relación exis­tente entre pobreza, exclusión y fecun­di­dad tem­prana (Dides y Fer­nán­dez, 2016). Se señala al respec­to que en nive­les socioe­conómi­cos bajos los jóvenes tien­den a desear un embara­zo tem­pra­no al aso­cia­r­lo a un proyec­to de vida, lo que es reforza­do por la Orga­ni­zación Cul­tura Salud (2010) al plantear que la fal­ta de opor­tu­nidades a que se enfrenta la población joven perteneciente a los sec­tores más des­fa­vore­ci­dos de la sociedad hace que la mater­nidad se per­file como una de las alter­na­ti­vas más atrac­ti­vas para las jóvenes, dado que les otor­ga esta­tus den­tro de sus comu­nidades y una noción de inde­pen­den­cia y proyec­ción fuera de sus hog­a­res, que car­ac­ter­i­zan como con­flic­tivos y en muchos casos violentos.

A pesar de lo men­ciona­do, no se cono­cen instan­cias que se ocu­pen especí­fi­ca­mente del esta­do emo­cional de las ado­les­centes embarazadas. Si bien se les acom­paña a través del pro­gra­ma “Chile Crece Con­ti­go”, este cen­tra su aten­ción en el niño (a) por nac­er y naci­do (a); con­tan­do con talleres (de asis­ten­cia vol­un­taria) en que se bus­ca apo­yar a las futuras madres y padres para aumen­tar su capaci­dad de autocuida­do y bien­es­tar emo­cional, además de for­t­ale­cer la preparación físi­ca y emo­cional para el par­to y la cri­an­za durante el puer­pe­rio (Chile Crece Con­ti­go, 2017). Estas acciones se sus­ten­tan sobre la base de que los primeros 6 años de vida son los más sig­ni­fica­tivos en la for­ma­ción de todo indi­vid­uo (Toro, 2012) y se desar­rol­lan máxime en los CESFAM, lugares donde con­fluye la may­oría de las madres ado­les­centes pertenecientes a la población social­mente vul­ner­a­ble del país.

Cabe men­cionar que toda futu­ra madre ingre­sa­da al pro­gra­ma “Chile Crece Con­ti­go” es eval­u­a­da medi­ante un mecan­is­mo denom­i­na­do Eval­u­ación Psi­coso­cial Abre­vi­a­da (EPsA), instru­men­to desar­rol­la­do para el mon­i­toreo y la inter­ven­ción sobre condi­cio­nantes psi­coso­ciales que pueden afec­tar la gestación y el desar­rol­lo de los niños y niñas en sus primeros años (Chile Crece Con­ti­go, 2015). Este instru­men­to facili­ta y ori­en­ta el desar­rol­lo de una entre­vista psi­coso­cial en el primer con­trol de la gestación, ori­en­ta­da a pesquis­ar fac­tores de ries­go[1]en las usuar­ias que con­ducen a difer­entes inter­ven­ciones den­tro de la red de salud y/o en la red Chile Crece Con­ti­go. Si la ges­tante no cal­i­fi­ca en dichos per­files, debe par­tic­i­par en las inter­ven­ciones de pro­mo­ción de salud y pre­ven­ción pri­maria en la Red Asis­ten­cial, con­tin­uan­do con sus aten­ciones y med­icación pre­na­tal de modo habit­u­al (Chile Crece Con­ti­go, 2015).

La red asis­ten­cial responde a ori­enta­ciones pro­gramáti­cas del MINSAL, organ­is­mo que con­sid­era a las ado­les­centes embarazadas pertenecientes a famil­ias en ries­go social como suje­tas de inter­ven­ción, la cual es imple­men­ta­da medi­ante la visi­ta domi­cil­iaria inte­gral (VDI) que se les real­iza durante el perío­do de gestación y puer­pe­rio, con énfa­sis en pre­ven­ción de un segun­do embara­zo la depre­sión post­par­to (MINSAL, 2012). Al respec­to, cabe men­cionar que el Plan Nacional de Salud Men­tal señala que alrede­dor del 30% de las mujeres embarazadas sufre de depre­sión y/o ansiedad. Si se con­sid­er­an úni­ca­mente los trastornos depre­sivos, la preva­len­cia en este perío­do es cer­cana al 10% (MINSAL, 2017), por lo que cono­cer la emo­cional­i­dad de las ado­les­centes embarazadas puede ser rel­e­vante para la pre­ven­ción de posi­bles alteraciones en su salud mental.

Lo descrito se ajus­ta a inves­ti­ga­ciones desar­rol­ladas en el ámbito de lo social y de lo clíni­co, den­tro de las líneas pro­gramáti­cas guber­na­men­tales y sus pro­ce­sos eval­u­a­tivos. No obstante, no se cono­cen estu­dios plantea­d­os des­de el ámbito cul­tur­al, sien­do esta una arista poco explo­ra­da en la actu­al­i­dad. Esta inves­ti­gación pre­tende con­tribuir a la dis­cusión de aque­l­lo des­de una mira­da a la viven­cia de las jóvenes madres basa­da en el con­cep­to de “dis­pos­i­ti­vo” plantea­do por Fou­cault y la iden­ti­fi­cación en dicha viven­cia de las ten­siones exis­tentes entre poder y resisten­cia, que el autor plantea como inevita­bles en todo teji­do social. El obje­ti­vo prin­ci­pal del estu­dio, por tan­to, con­siste en analizar la influ­en­cia del dis­pos­i­ti­vo de embara­zo y mater­nidad en el dis­cur­so de madres ado­les­centes chile­nas usuar­ias de un CESFAM de la quin­ta región medi­ante la elab­o­ración de una visión inte­grado­ra de los aspec­tos sociales, cul­tur­ales y famil­iares con­for­madores de su viven­cia que per­mi­tan iden­ti­ficar las posi­bles resisten­cias emer­gentes de las his­to­rias de vida de las suje­tas entrevistadas.

2.- Marco Teórico

2.1.- El patriarcado en la definición de lo femenino-materno en la adolescencia

La ado­les­cen­cia ha sido defini­da como aque­l­la eta­pa del desar­rol­lo ubi­ca­da entre la infan­cia y la adul­tez, en la que ocurre un pro­ce­so cre­ciente de madu­ración físi­ca, psi­cológ­i­ca y social que lle­va al ser humano a trans­for­marse en un adul­to (Gaete, 2015). Las cri­sis más inten­sas emer­gen en la eta­pa inter­me­dia, con­ven­cional­mente situ­a­da entre los 14 y los 18 años de edad, sien­do el hecho cen­tral de este perío­do el dis­tan­ci­amien­to afec­ti­vo de la famil­ia y el acer­camien­to al grupo de pares. Ello impli­ca una pro­fun­da reori­entación en las rela­ciones inter­per­son­ales, que tiene con­se­cuen­cias no solo para el ado­les­cente sino tam­bién para sus padres (Gaete, 2015).

En tal sen­ti­do, la iden­ti­dad en la ado­les­cen­cia se con­figu­ra des­de lo social y lo indi­vid­ual. Gid­dens, cita­do en Vera y Valen­zuela (2012) define la iden­ti­dad indi­vid­ual como un inten­to del indi­vid­uo por con­stru­ir reflex­i­va­mente una nar­ra­ti­va per­son­al que le per­mi­ta com­pren­der­se a sí mis­mo y ten­er con­trol sobre su vida y futuro en condi­ciones de incer­tidum­bre. Por su parte, De la Torre & Teja­da, cita­dos en Vera y Valen­zuela (2012), señalan que al reflex­ionar sobre quiénes somos, la imag­i­nación psi­cológ­i­ca nos remon­ta has­ta esa dimen­sión en la que nos enfrenta­mos a nosotros mis­mos, nue­stro Yo, un sus­tra­to biológi­co, famil­iar, educa­ti­vo y social, que lleg­amos a exper­i­men­tar fenom­e­nológi­ca­mente como una parte de nosotros mis­mos, como nues­tra mar­ca indele­ble a través de momen­tos y cir­cun­stan­cias, y que tra­sciende nue­stros pen­samien­tos y sen­timien­tos. La iden­ti­dad, por tan­to, se rela­cionaría tan­to con nues­tra his­to­ria de vida como con la con­cep­ción de mun­do pre­dom­i­nante en nue­stro con­tex­to espa­cial y temporal.

En el caso especí­fi­co de Lati­noaméri­ca, esta con­cep­ción de mun­do aparece influ­en­ci­a­da por el con­cep­to de patri­ar­ca­do y la con­for­ma­ción inte­gral de la iden­ti­dad ado­les­cente, que incluye sus mod­os de rela­cionarse, vin­cu­larse y proyec­tarse, no estaría aje­na a ella. Para De Dios Valle­jo (2014), el patri­ar­ca­do es una orga­ni­zación social, una dom­i­nación de sexo, género y edad en que los hom­bres adul­tos dom­i­nan a las mujeres y a otros hom­bres con menos poder. Según el autor, lo que está suje­to a trans­for­ma­ciones par­ciales es la nor­ma oblig­a­to­ria de la het­ero­sex­u­al­i­dad y la con­for­ma­ción de las mujeres en seres para la sex­u­al­i­dad, en par­tic­u­lar para la mater­nidad y el plac­er sex­u­al de otro. Al respec­to puede señalarse lo siguiente:

El dis­cur­so y el tratamien­to de la ani­mal­i­dad del cuer­po femeni­no tienen la final­i­dad de espe­cializar­lo, jun­to con la sub­je­tivi­dad femeni­na, en la sex­u­al­i­dad pro­cre­ado­ra y en la eróti­ca, escindi­das. La mujer ado­les­cente vive esta escisión con may­or fuerza cuan­do se embaraza y pasa de ser mujer fuerte­mente sex­u­al­iza­da a mujer-madre, cuyo cuer­po aho­ra pertenece a otro y alber­ga un pro­duc­to social­mente sagra­do (Lagarde, 2015).

En Lati­noaméri­ca, la con­struc­ción cul­tur­al de lo femeni­no ha con­fig­u­ra­do des­de sus ini­cios un tipo de mujer clasi­fi­ca­da y car­ac­ter­i­za­da a través del tiem­po y las gen­era­ciones des­de su condi­ción de madre. Para Lagarde (2015), al “traer hijos al mun­do” la mujer nace como tal para la sociedad y para el Esta­do; en par­tic­u­lar para la famil­ia y el cónyuge (pre­sente o ausente) y para ella mis­ma. Al respec­to, com­ple­men­ta la autora:

Esta des­ti­nación aparece lig­a­da inclu­so a la noción de cuer­po; que en su caso y a difer­en­cia del cuer­po del hom­bre, no es libre porque ha sido iden­ti­fi­ca­do ide­ológ­i­ca y social­mente con la nat­u­raleza y, como ella, está pre­des­ti­na­do para ser usufruc­tu­a­do, poseí­do, ocu­pa­do, apropi­a­do por el hom­bre; dado que es un cuer­po un cuer­po naci­do para parir (Lagarde, 2015).

En tan­to, para De Dios Valle­jo (2014), el con­jun­to de acciones mater­nas es algo pro­pio de las mujeres, no exte­ri­or a ellas, lo han inter­nal­iza­do como parte de sí mis­mas y con­sti­tuye un núcleo fun­da­men­tal de la iden­ti­dad femeni­na. Especí­fi­ca­mente en nues­tra cul­tura chile­na y lati­noamer­i­cana, la mater­nidad ha sido por sig­los el eje artic­u­lador del “ser mujer”, si bien los pro­ce­sos económi­cos, políti­cos y sociales han ido abrien­do un aban­i­co cada vez may­or de modal­i­dades de encar­nar lo femeni­no (Valdés, 2000). Al respec­to, se señala:

La nues­tra es una cul­tura que por razones históri­c­as ha hiper­boliza­do lo mater­no; legit­i­man­do la iden­ti­dad femeni­na des­de lo gen­er­a­triz y dibu­jan­do per­ma­nen­te­mente la figu­ra de la madre pre­sente y del padre ausente como cor­re­latos de lo femeni­no y mas­culi­no. Ello se suma a la mul­ti­pli­ci­dad de ele­men­tos que, des­de la mira­da de género, con­fig­u­ran a mujer y hom­bre como suje­tos: edad, clase social, etnia, gen­eración, etc.; los que con­ll­e­van for­mas conc­re­tas de exper­i­men­ta­rse como hom­bre y mujer y supo­nen un deter­mi­na­do posi­cionamien­to (Mon­te­ci­no, 2010).

De este modo, las car­ac­terís­ti­cas de la fem­inei­dad serían patri­ar­cal­mente asig­nadas como atrib­u­tos nat­u­rales, eter­nos, históri­cos, inher­entes al género y a cada mujer (Lagarde, 1990).Una pos­tu­ra reforza­da por Ort­ner (cita­da en Mon­te­ci­no, 2010), quien plantea que la oposi­ción naturaleza/cultura aso­ci­a­da respec­ti­va­mente a los tér­mi­nos femenino/masculino “sería la base de una cos­mo­visión que sitúa a la mujer en la nat­u­raleza y al hom­bre en la cul­tura; la primera como pro­cre­ado­ra de seres humanos y el segun­do como creador de sím­bo­los, her­ramien­tas e insti­tu­ciones”. Esto se apre­cia en el caso del embara­zo ado­les­cente, donde por lo gen­er­al se espera que las madres cuiden a los bebés y los padres con­tribuyan con los cos­tos del niño o niña, con inde­pen­den­cia de su edad o situación (Orga­ni­zación Cul­tura Salud, 2010).

Lo ante­ri­or deri­va en una brecha de género alar­mante. Según datos de la Encues­ta CASEN cita­dos en el Informe GET (2016), la mater­nidad o el embara­zo con­sti­tuyen la prin­ci­pal razón por la cual las mujeres que tienen entre 15 y 17 años engrosan las filas de las NINI (26%), mien­tras entre los hom­bres estas moti­va­ciones jus­ti­f­i­can ape­nas el 0,7%. De este modo, ser una ado­les­cente NINI[2] y madre mar­ca la primera gran dis­tan­cia con la trayec­to­ria que recor­rerán sus pares mas­culi­nos a lo largo de la vida. Al respec­to, Dides y Fer­nán­dez (2016), señalan que el tér­mi­no “madre ado­les­cente” refiere un fra­ca­so y que en este sen­ti­do los pro­gra­mas igno­ran que la sex­u­al­i­dad es parte del desar­rol­lo humano y que por tan­to, debiesen incluir con­cep­tos de amor, sen­timien­tos, emo­ciones, intim­i­dad y deseo en las inter­ven­ciones de salud sex­u­al y salud repro­duc­ti­va, cosa que en la prác­ti­ca no sucede. Con­fir­man lo señal­a­do los resul­ta­dos de un estu­dio cual­i­ta­ti­vo real­iza­do con madres y padres ado­les­centes en Chile, que detec­tó que la infor­ma­ción ref­er­ente a sex­u­al­i­dad, pre­ven­ción y ries­go de gestación ante rela­ciones sex­u­ales despro­te­gi­das aparece para ellos como poco conec­ta­da con sus expe­ri­en­cias y viven­cias emo­cionales y afec­ti­vas; aun con­tan­do con conocimien­to acer­ca de estas (Orga­ni­zación Cul­tura Salud, 2010).

2.2.- Dispositivo, poder y sujeción

La con­cep­ción del ser femeni­no, así como el con­jun­to de nor­mas y con­duc­tas esper­a­bles en las mujeres, con­sti­tuyen en parte lo que se denom­i­na un “dis­pos­i­ti­vo”, según la teoría de Fou­cault. Dal­lor­so (2012), señala que entre las aprox­i­ma­ciones elab­o­radas por dicho autor en torno al con­cep­to la más recur­rente señala que este es, en primer lugar, un con­jun­to resuelta­mente het­erogé­neo que com­prende dis­cur­sos, insti­tu­ciones, insta­la­ciones arqui­tec­tóni­cas, deci­siones reglamen­tarias, leyes, medi­das admin­is­tra­ti­vas, enun­ci­a­dos cien­tí­fi­cos, proposi­ciones filosó­fi­cas, morales, filantrópi­cas; en sín­te­sis, los ele­men­tos del dis­pos­i­ti­vo pertenecen tan­to a lo dicho como a lo no dicho. El dis­pos­i­ti­vo sería entonces la red estable­ci­da entre estos ele­men­tos; pro­duc­to­ra de suje­tos que aca­ban sien­do “suje­ta­dos” en los efec­tos de poder-saber resul­tantes de ella. Para Fou­cault, este poder

… no actúa por repre­sión sino por nor­mal­ización, por lo cual no se limi­ta a la exclusión ni a la pro­hibi­ción, ni se expre­sa ni está pri­or­i­tari­a­mente en la ley … no se posee, fun­ciona; no es una propiedad, ni una cosa, por lo cual no se puede apre­hen­der ni con­quis­tar; no se con­quista, sino que es una estrate­gia. Tam­poco es unívo­co, ni es siem­pre igual ni se ejerce siem­pre de la mis­ma man­era, ni tiene con­tinuidad; el poder es una red imbri­ca­da de rela­ciones estratég­i­cas com­ple­jas, las cuales hay que seguir al detalle (microfísi­ca) (Giral­do, 2006).

Una visión biopolíti­ca de los alcances de los dis­pos­i­tivos es la ofre­ci­da por Giral­do (2006), quien señala que estos “max­i­mizan la mul­ti­pli­ci­dad de fuerzas que son coex­ten­si­vas al cuer­po colec­ti­vo, pues, no hay un biopoder úni­co y sober­a­no sino una mul­ti­tud de fuerzas que actúan y reac­cio­nan entre ellas según rela­ciones de obe­di­en­cia y man­do” (p.116). Para enten­der mejor este juego de rela­ciones se plantea que debier­an analizarse tam­bién las for­mas de resistencia.

… dado que no sería posi­ble para las rela­ciones de poder exi­s­tir sin los pun­tos de insub­or­di­nación … Para con­sid­er­arse como tal, una relación de poder debe artic­u­larse sobre dos ele­men­tos indis­pens­ables: que “el otro” (aquel sobre el cual esta se ejerce) sea total­mente recono­ci­do y que se le man­ten­ga has­ta el final como un suje­to de acción; y que frente a la relación de poder se abra todo un cam­po de respues­tas (Fou­cault, 1988).

Inclu­so el ejer­ci­cio de la sex­u­al­i­dad no escapa, según Fou­cault, a esta tra­ma de rela­ciones de poder y suje­ción, dado que en su campo

Se cruzan dis­ci­plinas como la vig­i­lan­cia, el con­trol o la indi­vid­u­al­ización con el poder ejer­ci­do sobre la población a través de téc­ni­cas dis­ci­pli­nar­ias ejer­ci­das en masa o de man­era indi­vid­u­al­iza­da e indi­vid­u­al­izante sobre el cuer­po de cada uno enten­di­do como máquina para reg­u­lar la pro­creación, el con­trol de natal­i­dad o el abor­to (Giral­do, 2006: p.116).

En este pun­to adquieren val­or los dis­cur­sos, que para Fou­cault se hacen prác­ti­cas por la cap­tura o pasaje de los indi­vid­u­os a lo largo de su vida por los dis­pos­i­tivos; pro­ducien­do for­mas de sub­je­tivi­dad a través de prax­is, saberes e insti­tu­ciones ori­en­tadas a admin­is­trar, gob­ernar, con­tro­lar y dar sen­ti­do a sus com­por­tamien­tos, gestos y pen­samien­tos (Gar­cía, 2011).

En el con­tex­to del Sis­tema de Salud Públi­ca chileno, este sen­ti­do estaría ori­en­ta­do a desar­rol­lar y pro­mover en las suje­tas una iden­ti­dad femeni­na fun­da­da en el manda­to social y cul­tur­al de la mater­nidad, históri­ca­mente vin­cu­la­do al dis­cur­so patri­ar­cal. Su vul­ner­a­bil­i­dad las enfrentaría a la visión de una mater­nidad pre­sen­ta­da como úni­ca ver­dad, en una sociedad que las con­sid­era como suje­tas adheri­das a un des­ti­no prác­ti­ca­mente inevitable. No obstante, la lóg­i­ca del poder y la con­cep­tu­al­ización mis­ma del dis­pos­i­ti­vo les ofre­cerían la posi­bil­i­dad de ten­sion­ar la con­fig­u­ración de esta sub­je­tivi­dad inten­ciona­da; per­mi­tién­doles negarse de algu­na man­era a ser lo que se espera que ellas sean.

Las posi­bles resisten­cias, emer­gentes de sus pro­pios dis­cur­sos y vin­cu­ladas al dis­pos­i­ti­vo socio­cul­tur­al al que las jóvenes madres están suje­tadas, for­man parte de lo que inten­ta deve­lar esta investigación.

3.- Método

El pre­sente estu­dio cor­re­sponde a un estu­dio de casos inter­pre­ta­ti­vo e instru­men­tal (Stake, 1998), enmar­ca­do en el par­a­dig­ma cual­i­ta­ti­vo (Pérez, 2000). La recolec­ción de datos se real­izó medi­ante entre­vis­tas semi­estruc­turadas (Erland­son, cita­do por Valles, 2007) y el proce­samien­to de la infor­ma­ción obteni­da se apoyó en el uso del soft­ware ATLAS.ti, obte­nien­do el con­jun­to cat­e­go­r­i­al que se grafi­ca a continuación:

Esquema 1: Mapa de vínculos entre categorías y códigos. Fuente: Elaboración propia. Atlas.Ti 7.0

La fia­bil­i­dad y validez de la infor­ma­ción obteni­da se res­guardó medi­ante la tri­an­gu­lación de fuentes (Pérez, 2007), con­fig­u­ra­da en este caso a través del análi­sis doc­u­men­tal y las entre­vis­tas real­izadas tan­to a ado­les­centes como a inte­grantes del per­son­al del CESFAM con­sid­er­a­dos “infor­mantes clave” (matrona, Direc­to­ra del Pro­gra­ma Chile Crece Con­ti­go y pro­fe­sion­ales afines). El CESFAM autor­izó for­mal­mente la inter­ac­ción con las usuar­ias, bus­can­do no sobrein­ter­venir en sus pro­ce­sos par­tic­u­lares. Las entre­vis­tas se realizaron pre­via gestión de con­sen­timien­tos infor­ma­dos y/o asen­timien­tos, con­tan­do final­mente con un uni­ver­so de estu­dio con­for­ma­do por 8 embarazadas de entre 13 y 19 años de edad, par­tic­i­pantes del Pro­gra­ma Chile Crece Con­ti­go, sin pro­ce­so psi­coter­apéu­ti­co al momen­to de la entre­vista y no detec­tadas como vul­ner­a­bles por fac­tores de ries­go com­bi­na­dos en la Eval­u­ación Psi­coso­cial Abre­vi­a­da (EPsA).

4.- Resultados

4.1.- Sexualidad y Embarazo Adolescente: una tarea pendiente 

La sex­u­al­i­dad ado­les­cente for­ma parte de su con­fig­u­ración iden­ti­taria. En ella, la pre­sión de los pares puede influir tan­to en for­ma pos­i­ti­va –moti­van­do a destacar en lo académi­co, deporti­vo, poster­gar el ini­cio de rela­ciones sex­u­ales, etc.– como neg­a­ti­va, favore­cien­do por ejem­p­lo el involu­crarse en con­duc­tas de ries­go (Gaete, 2015). Des­de una mira­da pos­i­ti­va, la influ­en­cia de los pares puede resul­tar favor­able al enfrentamien­to de las vicisi­tudes propias de un pro­ce­so de embara­zo com­ple­jo y difí­cil, emergien­do como un ele­men­to impor­tante en las posi­bles redes de apoyo de madres y padres adolescentes:

Me ale­jé de todas mis supues­tas ami­gas de allá, que me llam­a­ban solo para car­retear. Y aho­ra sí podría decir que ten­go ami­gas de ver­dad, que están con­mi­go. Hay dos o tres ami­gas que de repente me acom­pañan a los con­troles. Falta­ban al cole­gio e iban con­mi­go, decían que se les había pasa­do la micro y me acom­paña­ban a todos los con­troles … Cuan­do estuve hos­pi­tal­iza­da me fueron a ver y me llev­a­ban los cuader­nos… (Marcela, 18 años).

Otras veces, los ini­cios de la activi­dad sex­u­al ado­les­cente pueden respon­der a ten­den­cias gen­era­cionales del momen­to y/o a la necesi­dad de perte­nen­cia al grupo y aceptación de este, como señala una entre­vis­ta­da: “O sea, tam­bién fue como por moda porque tam­bién todas te dicen”. “Oh, ya lo hice, tenís que hac­er­lo si no, no vas a poder estar con noso­tras”. “Típi­co, como de grupi­to. Y uno lo hace…” (Marcela, 18 años). Vélez Arango (2012) señalan que en la medi­da en que las y los ado­les­centes adquieren la capaci­dad biológ­i­ca de repro­duc­ción y excitación, las cues­tiones rela­cionadas con la ori­entación sex­u­al se con­vierten en una de sus prin­ci­pales pre­ocu­pa­ciones. Resul­ta rel­e­vante en este pun­to la fun­ción for­mado­ra del con­tex­to social, esco­lar y famil­iar en que se desen­vuel­ven las y los ado­les­centes, que gen­eral­mente aparece desar­tic­u­la­do en cuan­to sus mecan­is­mos de infor­ma­ción y prevención:

En mi cole­gio, por ejem­p­lo, no había clases de sex­u­al­i­dad, de nada. Entonces no se toca el tema de… lo que es el embara­zo ado­les­cente, nada. Entonces, no tenía idea de nada de lo que me iba a pasar, de lo que me esta­ba pasan­do… (Marcela, 18 años).

Pero no solo el con­tex­to esco­lar es respon­s­able de edu­car respec­to a los com­por­tamien­tos sex­u­ales en la ado­les­cen­cia. La famil­ia y espe­cial­mente los padres, están lla­ma­dos a ser los prin­ci­pales for­madores en lo que refiere a dere­chos repro­duc­tivos. No obstante, de los tes­ti­mo­nios de las entre­vis­tadas se deduce que la figu­ra mater­na aparece vin­cu­la­da solo a efec­tos prác­ti­cos, como son la primera visi­ta médi­ca o la defini­ción de algún méto­do anti­con­cep­ti­vo. El com­po­nente afec­ti­vo no se toca y la madre se rela­ciona más bien con un rol de cus­to­dia de la pureza genéri­ca de la hija, del tabú de su sex­u­al­i­dad o al menos de lo que la sociedad pue­da creer que aún se res­guar­da, lo que ante un embara­zo se con­vierte en evi­den­cia innegable. Por lo mis­mo, cuan­do suce­den trans­gre­siones, la madre es cul­pa­ble por no haber cuida­do bien de las hijas. Este des­cui­do de la madre es grave. La madre es la cul­pa­ble, es mala madre (Lagarde, 2015). Para evi­tar esto, se pro­cede a la pre­ven­ción sin reflex­ión, inclu­so antes de que la joven se haya ini­ci­a­do sexualmente:

Mi mamá me llevó porque dijo “ya, como estai con pare­ja yo creo que vai a ten­er rela­ciones así que tenís que ir a la cuestión de las pastil­las. Las pedís y yo te acom­paño”. Y me dieron var­ios méto­dos a ele­gir y yo esta­ba entre, no sé, una inyec­ción que te hacen pon­er o las pastil­las. A mi mamá no le gusta­ba el tema de la inyec­ción así que me dijo pastil­las. Así que tuve que tomar­las, aunque todavía no esta­ba tenien­do rela­ciones (Celeste, 18 años).

Por su parte, la figu­ra mas­culi­na de apego aparece en los tes­ti­mo­nios como difusa, poco par­tic­i­pa­ti­va y sim­bóli­ca­mente lig­a­da a la coer­ción. Es la figu­ra de autori­dad a la que se invo­ca para hac­er cumplir la nor­ma y es, en con­cor­dan­cia, quien tiene el poder del cas­ti­go: de los golpes, has­ta la expul­sión de la casa y la famil­ia, de sí mis­mo (Lagarde, 2015). Lo ante­ri­or aparece en el rela­to de Marcela, de 18 años, quien comenta:

Yo vivía acá y mi abue­lo me echó de la casa. Tuve que irme a vivir un tiem­po a la casa de mi mamá y mi mamá tam­bién al prin­ci­pio no me quería ni ver. Esta­ban súper eno­ja­dos con­mi­go. Después de a poco como que fueron acep­tán­do­lo … Varias veces mi abue­lo me había dicho que si yo me embaraz­a­ba me iba a ten­er que ir de la casa. Entonces me daba miedo porque mi abue­lo cumple lo que dice (Marcela, 18 años).

En gen­er­al, la par­tic­i­pación las fig­uras mater­na y pater­na en la edu­cación sex­u­al de las ado­les­centes se diluye en medi­das prag­máti­cas y de con­trol, no con­sideran­do la expre­sión de la sex­u­al­i­dad como algo vin­cu­la­do a lo afec­ti­vo. De este modo, el sexo es percibido por ellas como algo cas­ti­ga­ble y liviano, aunque no por ello exen­to de ries­go. Rodríguez, cita­do en Vélez Arango (2012) señala al respec­to que las y los ado­les­centes con menos recur­sos enfrentan una “acu­mu­lación de fac­tores de ries­go” debido a que se ini­cian más tem­pra­no y reg­is­tran nive­les de pro­tec­ción anti­con­cep­ti­va menores. Su activi­dad sex­u­al se desar­rol­la con escasa e incon­stante pre­ven­ción, lo que suma­do a la men­tal­i­dad propia del perío­do ado­les­cente aumen­ta las posi­bil­i­dades de un embara­zo tem­pra­no, como se deduce de lo sigu­iente: “Igual nosotros habíamos tenido rela­ciones antes, sin ocu­par condón. Y nun­ca, nun­ca había así como… ya llev­a­ba como seis meses tenien­do rela­ciones así sin ocu­par condón. Y nun­ca me había embaraza­do” (Clau­dia, 14 años).

Los efec­tos del embara­zo ado­les­cente abar­can más que la indi­vid­u­al­i­dad de la nue­va madre. La recep­ción de la noti­cia suele ser ini­cial­mente neg­a­ti­va en la famil­ia de ori­gen, evolu­cio­nan­do luego a may­ores nive­les de aceptación. El apoyo famil­iar es con­sid­er­a­do un fac­tor pro­tec­tor, que per­mite a las jóvenes enfrentar su futu­ra mater­nidad con may­or seguri­dad y en este pun­to es la madre quien emerge con fre­cuen­cia en las nar­ra­ciones acer­ca del acom­pañamien­to: “Me acom­pañó mi mamá. Fui con mi mamá. Igual vi que iban niñas solas. Igual como que dije: por lo menos yo ten­go a mi mamá que me acom­pañe” (Andrea, 17 años).

Ante la desazón famil­iar y en alusión al con­tex­to de este estu­dio, muchas veces son los organ­is­mos de Salud Públi­ca quienes aco­gen las inqui­etudes de las ado­les­centes y se hacen car­go de su vul­ner­a­bil­i­dad. Si bien aún exis­ten bar­reras en el acce­so a los ser­vi­cios de salud para la pre­ven­ción de embara­zo ado­les­cente en Chile, refle­jan­do una prob­lemáti­ca de gestión y orga­ni­zación de redes (Dides y Fer­nán­dez, 2016), los Talleres Pre­na­tales del Pro­gra­ma Chile Crece Con­ti­go pare­cen ser muy bien recibidos por las jóvenes usuarias:

Me ayu­daron har­to los talleres porque al menos sé aho­ra que… Como al menos pro­te­ger al bebé los primeros días. Sé cómo mudar­lo, sé cómo ama­man­tar­lo y cómo acostar­lo y cómo no ten­go que acostar­lo. Entonces, yo creo que igual ayu­dan mucho (Marcela, 18 años).

Com­ple­men­tan­do lo ante­ri­or, la per­cep­ción que las futuras madres ado­les­centes tienen de la aten­ción presta­da por el equipo del CESFAM al que pertenecen parece ser favor­able: “En el CESFAM son súper sim­páti­cas, siem­pre dis­pues­tas ayu­darte” (Marcela, 18 años).Pero a pesar de esta val­o­ración pos­i­ti­va, se obser­va coin­ci­den­cia en las entre­vis­tadas respec­to a la poca inter­ac­ción exis­tente entre las par­tic­i­pantes de los talleres; con­sid­erán­dose mín­i­ma la vin­cu­lación que se gen­era: “No ten­go como may­or relación con las niñas que van a los talleres. Como que las veo de repente ahí no más…” (Marcela, 18 años).

La acogi­da que los organ­is­mos de salud públi­ca brin­dan a las madres ado­les­centes resul­ta rel­e­vante si se con­sid­era que algu­nas acce­den a su aten­ción en condi­ción de víc­ti­mas de abu­so sex­u­al o con un his­to­r­i­al que incluye al menos una expe­ri­en­cia de esta índole. Dada la eval­u­ación pre­via a través de EPsA y pese a que este estu­dio excluyó a ado­les­centes embarazadas a causa de vio­lación, los tes­ti­mo­nios apor­taron datos rel­e­vantes al respec­to, resul­tan­do lla­ma­ti­va la ten­den­cia a nat­u­ralizar el abu­so por con­sid­er­ar­lo una con­se­cuen­cia de “ser mujer” y más aún, “ser mujer-niña”. Al respec­to, comen­ta una entre­vis­ta­da: “Yo era muy propen­sa a que me pasaran cosas raras porque era niña boni­ta, del­ga­da, chi­ca, que no sabía nada. Entonces todos se aprovech­a­ban de mí” (Celeste, 18 años).

Cabe señalar que, en muchos casos, la viven­cia de abu­so se sitúa en la puber­tad; perío­do alta­mente com­ple­jo den­tro del ciclo vital debido a los cam­bios físi­cos y psi­cológi­cos que involu­cra. Ello, suma­do a la preva­len­cia del abu­so en el uni­ver­so femeni­no[3], puede con­sid­er­arse como una señal de la vio­len­cia de género pre­sente en el imag­i­nario colec­ti­vo, que asume el abu­so como algo nor­mal y posi­ble por tratarse de “cosas que les pasan a las niñas boni­tas. Niñas-niñas” (Celeste, 18 años).

Si bien la inter­rup­ción del embara­zo pro­duc­to de vio­lación está despe­nal­iza­da en Chile tras la aprobación de la Ley N° 21.030[4], la pal­abra “abor­to” emerge en gran parte de los relatos de las entre­vis­tadas al recor­dar su reac­ción ini­cial de rec­ha­zo ante la noti­cia del embara­zo y la idea de ser madres: “Yo esta­ba deci­di­da a mejor no ten­er­la … Yo decía no quiero, no quiero, no quiero, no quiero y me con­ci­en­ti­z­a­ba de que no, de que no, de que no, de que no…” (San­dra, 19 años). Sin embar­go, al no exi­s­tir en Chile la posi­bil­i­dad de abor­to libre, las jóvenes se enfrentan a una decisión condi­ciona­da por la perte­nen­cia a una estruc­tura de opor­tu­nidades aso­ci­a­da al niv­el socioe­conómi­co y por el temor a las posi­bles con­se­cuen­cias de un abor­to clandestino:

Yo no quería ten­er­lo. Yo quería abor­tar. Pero igual es fuerte ese pro­ce­so y al final decidí que lo iba a ten­er igual, que a pesar de todo el bebé no tiene la cul­pa de lo que hago yo. Y de que el papá sea como sea, tam­poco. Y al final ten­go que asumir igual no más ¿No me gustó andar hacien­do cosas que no tenía que hac­er? Y aho­ra ten­go que asumir­lo no más y ser mamá no más. Sen­tir lo que es ser mamá (Andrea, 17 años).

La cita ilus­tra la com­pren­sión de la mater­nidad como un deber, como un hecho que debe asumirse como nece­sario e irre­me­di­a­ble (De Dios Valle­jo, 2014). El impul­so ini­cial de abor­tar con­sti­tuye una resisten­cia común de las ado­les­centes pobres ante la casi ine­ludi­ble decisión de asumir la cri­an­za del (la) hijo (a), decisión históri­ca­mente lig­a­da a su estra­to social de ori­gen y las escasas alter­na­ti­vas que este les ofrece. Su perte­nen­cia al sis­tema de Salud Públi­ca y, por exten­sión, al Pro­gra­ma Chile Crece Con­ti­go, fomen­ta el mater­na­je en ellas a través del con­trol per­iódi­co y los talleres de mater­nidad; bus­can­do desar­rol­lar el apego nece­sario para aban­donar las fan­tasías ini­ciales y min­i­mizar posi­bles resisten­cias, como se ilus­tra a continuación:

Entonces yo dije “bueno, si ten­go pocos días a lo mejor no es nece­sario y se puede abor­tar solo o con algún… no sé, algu­na agüi­ta y no era nece­sario algo tan fuerte. Como era tan pequeño… Entonces después claro, cuan­do yo llegué a la clíni­ca cuan­do tenía dos meses y vi la guagua com­ple­ta y que se le veía todo, se le veía la cabecita, sus pati­tas, entonces yo dije: no, no puedo po’! (San­dra, 19 años).

En relación a la decisión de abor­tar y aun cuan­do la sex­u­al­i­dad de las hijas es con­sid­er­a­da pop­u­lar­mente como parte de las respon­s­abil­i­dades de la madre, si esta se evi­den­cia en un embara­zo a tem­prana edad el resul­ta­do pasa a ser algo social, que afec­ta la ima­gen famil­iar. La autori­dad del padre emerge entonces des­de su posi­ción genéri­ca de “jefe de famil­ia” y voz autor­iza­da respec­to del futuro de la hija: “Mi papá dijo que no, que él esta­ba con­tra el abor­to y que no iba a dejar, y yo le dije que ya, que yo tam­poco quería, pero en un min­u­to igual pen­sé en hac­er­lo” (Clau­dia, 14 años). En todos los casos, poco o nada puede decidir la futu­ra madre des­de el entra­ma­do en que está situ­a­da sistémi­ca­mente y ante el cual tienen pocas posi­bil­i­dades de resistir.

4.2.- Ser madre adolescente en estratos sociales vulnerables de Chile

Dar a luz un hijo impli­ca cam­bios inte­grales en la vida de los prog­en­i­tores que reper­cuten en ellas y ellos físi­ca, afec­ti­va, psi­cológ­i­ca y social­mente. Cuan­do el embara­zo no responde a una elec­ción libre y se sus­ci­ta en el esce­nario de la ado­les­cen­cia, su impacto es may­or que si ocur­ri­era en la adul­tez, eta­pa en la cual se cuen­ta con más y mejores her­ramien­tas de enfrentamien­to. Si a esta situación se suma un con­tex­to famil­iar caren­ci­a­do, el esce­nario resul­ta aún más com­ple­jo y desesperanzador.

En con­tex­tos social­mente vul­ner­a­bles resul­ta habit­u­al obser­var la repeti­ción de patrones de embara­zo y mater­nidad a edad tem­prana, en que mujeres que han sido madres jóvenes ven reed­i­ta­da esta expe­ri­en­cia en sus hijas, con todos los temores y difi­cul­tades rela­cionales que tal situación involu­cra: “Es que es como, no sé, siente que no quiere que pase yo lo mis­mo que ella, que a ella la dejaron bota­da y todo eso… Entonces, de eso mi mamá tiene miedo: que me pase lo mis­mo” (Pao­la, 17 años). Al respec­to, González y Moli­na (2007) señalan que la trans­misión inter­gen­era­cional de la mater­nidad ado­les­cente per­petúa un ciclo de desven­ta­jas. La expli­cación del fenó­meno puede deberse a diver­sos pro­ce­sos, tales como heren­cia biológ­i­ca o genéti­ca, acti­tudes, val­ores y pref­er­en­cias, ambi­ente famil­iar y car­ac­terís­ti­cas socioe­conómi­cas que aca­ban con­fig­u­ran­do una visión del embara­zo lig­a­do a la heren­cia de un rol femeni­no condi­ciona­do por el sac­ri­fi­cio y la abne­gación (Lagarde, 2015), aspec­tos que las gen­era­ciones prece­dentes inten­tan “cor­re­gir” en la vin­cu­lación con la nue­va madre: “Mi tía me ha apoy­a­do mucho en esto, porque ella como no tuvo a su mamá, no sabía qué hac­er ella con su embara­zo. Entonces, aho­ra ella me está ayu­dan­do. Tra­ta de que yo no cometa errores” (Marcela, 18 años).

En la línea de lo ante­ri­or y en casos en que la viven­cia per­son­al de la mater­nidad se ha dado en sen­ti­do neg­a­ti­vo den­tro del rol de hijas, las jóvenes bus­can rever­tir­la en fun­ción de lo que con­sid­er­an esper­a­ble del rol materno:

Lo que me da miedo es repe­tir como lo que mi mamá hizo, como dejársela a mi abue­lo y a mi tía y yo como seguir por mi lado. Yo no quiero eso. Yo quiero estar pre­sente con ella, apo­yarla, tratar de que sea una bue­na per­sona, de que sea alguien, de que no se pier­da tam­poco en el mun­do de los car­retes, de las dro­gas, de los vicios… (Marcela, 18 años).

Si por el con­trario, la ima­gen de la madre es con­sid­er­a­da un ref­er­ente valioso, las ado­les­centes bus­can proyec­tar a través de su propia mater­nidad los val­ores que creen han hecho de sus fig­uras femeni­nas de apego un mod­e­lo a seguir: “Mi mamá nos sacó ade­lante a noso­tras tres, sola. Mi abuela igual, a sus siete hijos. Entonces, si ellas pudieron ¿por qué yo no voy a poder?” (Lil­iana, 18 años).

La madre como pro­mo­to­ra de val­ores y prin­ci­pal respon­s­able del pro­ce­so de cul­tur­ización y human­ización de hijos e hijas, con­sti­tuye una ima­gen fuerte­mente lig­a­da a la con­cep­ción cul­tur­al de lo femeni­no en Lati­noaméri­ca (Mon­te­ci­no, 2010). Como hered­eras de los pre­cep­tos cul­tur­ales trans­mi­ti­dos de gen­eración en gen­eración, las ado­les­centes se hacen car­go de esta deman­da social a la mater­nidad aún a cos­ta de sí mis­mas, hacien­do frente a sus propias creen­cias respec­to a la mater­nidad. En este pun­to, el des­en­cuen­tro entre su imag­i­nario juve­nil y el pro­ce­so de embara­zo tiende a man­i­fes­tarse a través de reac­ciones de des­en­can­to ante una expe­ri­en­cia que imag­in­a­ban menos difi­cul­tosa y abso­lu­ta­mente más mágica:

A mí siem­pre me decían que cuan­do uno está embaraza­da como que se llena de una luz, de una energía. ¡Que es todo boni­to, no, es men­ti­ra ¡Eso es men­ti­ra! Todos los días con dolor de espal­da, con vómi­tos. Siete meses de embara­zo y sigo con vómi­tos. Vom­i­to todo. Es hor­ri­ble (Marcela, 18 años).

El rec­ha­zo que con­ll­e­va esta desmi­ti­fi­cación del embara­zo for­ma parte del reper­to­rio de reac­ciones ini­ciales de las ado­les­centes ante la nue­va expe­ri­en­cia. Pero en la medi­da en que la nue­va vida se va man­i­fe­s­tando biológi­ca­mente den­tro de ellas, la ten­den­cia gen­er­al es a desar­rol­lar el apego: “Cuan­do sen­tí los lati­dos igual fue lin­do. Y cuan­do lo vi for­ma­di­to… porque aho­ra está for­ma­di­to. Al prin­ci­pio, yo lo vi y era una boli­ta nomás. Y después lo vi y esta­ba ya for­ma­do” (Andrea, 17 años). El apego for­ma parte de lo que se entiende por una mater­nidad respon­s­able y es pro­movi­do en cada hebra del teji­do socio­cul­tur­al que con­sid­era esta como ele­men­to con­for­mador de la iden­ti­dad femeni­na. Este lega­do cul­tur­al es viven­ci­a­do por la madre ado­les­cente no solo des­de el imag­i­nario social, sino tam­bién des­de su propia his­to­ria de vida; en la cual desta­ca la impor­tan­cia asig­na­da a la ima­gen mater­na en la defini­ción de su iden­ti­dad de mujer. La pres­en­cia de la prog­en­i­to­ra, muchas veces vin­cu­la­da al rol de jefa de hog­ar y a ejem­p­los de esfuer­zo y abne­gación, con­sti­tuye un ref­er­ente valioso al momen­to de con­ver­tirse en adul­ta; como se desprende del sigu­iente testimonio:

Mi mamá ha sido la mejor mamá, a pesar de todo. Cuan­do mi papá nos dejó fue… fome. Mi mamá se ha saca­do la cres­ta por darme todo lo que yo he queri­do. O sea, lo que puede darme, para poder estu­di­ar. Porque mi papá no se pre­ocu­pa ni de eso (Andrea, 17 años).

Ya sea que la figu­ra de la madre emer­ja como un prece­dente gen­era­cional dota­do de sabiduría o como todo lo con­trario, la hija no ren­ie­ga de la madre. La cel­e­bra o la lamen­ta, pero la incluye en su sen­tir, debido a que en su vín­cu­lo genéri­co e indi­vid­ual es posi­ble que una rep­re­sente y actúe para la otra y para el mun­do la bon­dad o la mal­dad. La bue­na o la mala madre (Lagarde, 2015). De ahí que, en oca­siones, la opción mater­nal con­sti­tuye para la hija la posi­bil­i­dad de proyec­tarse como una “bue­na madre” y reivin­dicar de la bon­dad femeni­na a través del sac­ri­fi­cio e inclu­so la renun­cia a sí mis­ma en fun­ción del bien­es­tar del hijo o hija. Al respec­to, la may­oría de las entre­vis­tadas dio cuen­ta en sus relatos de una trans­for­ma­ción en sus expre­siones afec­ti­vas, sus cotid­i­an­idad, proyec­ciones y aspira­ciones per­son­ales; sien­do un fac­tor común el anh­elo de ser recono­ci­das como bue­nas mamás por la sociedad, pero prin­ci­pal­mente por el hijo o hija:

Yo quiero lle­gar a ser la mejor mamá. Que mi hijo me con­sidere la mejor mamá. Y no sé si le llegue a pasar algo a mí hijo. Porque ya el car­iño está… Si le lle­ga a pasar algo a mi hijo me rompería (Andrea, 17 años).

De los tes­ti­mo­nios se puede deducir que la mater­nidad trans­figu­ra inte­gral­mente el sen­ti­do de vida de las ado­les­centes. Su iden­ti­dad indi­vid­ual, cen­tra­da en sí mis­mas, se resig­nifi­ca en fun­ción del hijo o hija y la poster­gación pasa a for­mar parte fun­da­men­tal de sus dis­cur­sos. Su autop­er­cep­ción no es la mis­ma antes y después de con­ver­tirse en madres, con­for­man­do dos momen­tos deci­sivos en la con­for­ma­ción de sí mis­mas, como señala una entrevistada:

Aunque soy mamá joven igual, uno cam­bia mucho la men­tal­i­dad. Me imag­i­no las mamás que han sido más jóvenes, como que tienes que cam­biar mucho la per­spec­ti­va y todo. Porque uno tiene como otro futuro y cuan­do pasa esto … Como que cam­bia todo lo que uno iba hac­er. Yo tenía otro futuro. Yo quería seguir estu­dian­do, via­jar, cono­cer… Pero aho­ra no sé, igual ten­go que parar un poco. Primero está mi hijo y después estoy yo (Andrea, 17 años).

Lo ante­ri­or se evi­den­cia aún más en la per­cep­ción del cuer­po, pro­ce­so ante la cual la madre pre­sen­ta diver­si­dad de sen­sa­ciones. Durante el embara­zo, la adaptación al nue­vo esta­do cor­po­ral se va dan­do grad­ual­mente y no sin difi­cul­tad, dado que la ado­les­cente (que aún no ha acaba­do de ajus­tarse a los cam­bios biológi­cos pro­pios de su eta­pa de vida) suma en dicho pro­ce­so el fac­tor estre­sante de otra vida den­tro del mis­mo cuerpo:

Todavía como que me cues­ta asim­i­lar que sí estoy embaraza­da. Es raro, pero de repente estoy en el cole­gio y no sé, en edu­cación físi­ca. “Ya, voy a cor­rer”, porque me encanta­ba edu­cación físi­ca antes. Y aho­ra es como: oh, ver­dad que no puedo. Ver­dad que aho­ra estoy embaraza­da (Marcela, 18 años).

El cuer­po mater­no se con­vierte entonces en un espa­cio en el cual con­viv­en dos enti­dades: la madre y el feto (Gil, 2016). Algu­nas mujeres perciben esta relación como una sen­sación de ocu­pación (par­a­sitación), otras dis­fru­tan de la fusión del cuer­po de madre y feto (sim­bio­sis), mien­tras otras recono­cen en el embara­zo un cuer­po dual: feto-indi­vid­uo (Montes-Muñoz et al., cita­dos en Gil, 2016). La inex­pe­ri­en­cia nat­ur­al de las ado­les­centes puede hac­er que este fenó­meno sea difí­cil de asim­i­lar y lo vivan como algo cer­cano a una disociación:

Me empezó a san­grar y dije “¡Nooo, voy a abor­tar! Porque yo leí o he vis­to en telen­ov­e­las que san­grar es súper, súper malo. Entonces fui al hos­pi­tal y no po’, me dijeron que no era nada del bebé, que era algo mío. Entonces yo como que me sen­tí mejor. Pero no mejor porque igual esta­ba mal yo y me pasa­ba algo a mí y en eso no había pen­sa­do últi­ma­mente. No había pen­sa­do en mí, había pen­sa­do en el bebé no más. Porque cuan­do hago las cosas, cuan­do como, cuan­do duer­mo, cuan­do hago todo pien­so en el bien­es­tar del bebé aunque esté aden­tro… solo pien­so en él porque no pien­so en mí, no sé por qué. Como que se me olvi­da que yo debería ser primero, pero aho­ra lo pon­go al bebé primero. No sé si eso es incon­sciente o a todas les pasa (Celeste, 18 años).

Pero no es solo la dimen­sión indi­vid­ual es la que gen­era sen­timien­tos de extrañeza y vergüen­za en las ado­les­centes respec­to su cuer­po y su situación de embara­zo. Tam­bién la mira­da de la sociedad es con­sid­er­a­da a veces como inquisido­ra por las jóvenes madres:

Me da miedo que me cri­tiquen, que me digan “¡Oh, mira, una niña que ni siquiera ha ter­mi­na­do cuar­to y va a ten­er un bebé!” Uno aho­ra cam­i­na en la calle y te miran la gua­ta, así como ¡Uy! y es como molesto que uno vaya cam­i­nan­do y que te miren con cara de bicho raro. (Marcela, 18 años)

Así mis­mo, la pres­en­cia de cam­bios en el carác­ter antes y después del embara­zo sug­iere cier­ta recon­fig­u­ración de la iden­ti­dad de las entre­vis­tadas, al igual que la pres­en­cia de cam­bios con­duc­tuales que darían cuen­ta de su condi­cionamien­to a la ima­gen de lo que se espera de una madre adap­ta­da y correcta:

Aho­ra estoy con­sciente de cuidarme, que no puedo trasnochar… De hecho, no paso las once, que me estoy queda­do dormi­da antes. Ten­go que com­er har­to sano. Frit­uras, no las aguan­to aho­ra. Así que no como nada de chatar­ra aho­ra. Y pen­di­ente de los con­troles: que ten­go que ir, ten­go que seguir estu­dian­do, que ten­go que ser mejor… Pero no solo por mí, sino tam­bién por la bebé (Marcela, 18 años).

Final­mente, es impor­tante señalar que, según lo expre­sa­do en los tes­ti­mo­nios, el acto de dar a luz es con­sid­er­a­do por las entre­vis­tadas como la cul­mi­nación de un pro­ce­so exten­so, ínti­mo y com­ple­jo cuyo coro­lario es el nacimien­to del hijo o la hija, val­o­rado como una rec­om­pen­sa ante los sac­ri­fi­cios asum­i­dos como parte del embara­zo. Como señala una de las entre­vis­tadas: “Yo creo que ahí se me va a pasar todo el miedo, cuan­do la ten­ga y diga “pucha, val­ió la pena todo. Los dolores, las noches sin dormir, los vómi­tos, todo…” (Marcela, 18 años).

4.3.- El patriarcado como elemento del dispositivo: relaciones de sujeción y resistencia

El con­cep­to de patri­ar­ca­do ha esta­do innegable­mente pre­sente en el desar­rol­lo históri­co y socio­cul­tur­al de Lati­noaméri­ca, desta­can­do en los mod­e­los vin­cu­lares hom­bre-mujer su defor­ma­ción más con­trapro­du­cente: el machis­mo; plantea­do por Lagarde (2015) como lo que impreg­na todas las rela­ciones políti­cas en la sociedad y el Esta­do, sien­do uno de los fun­da­men­tos de la cul­tura patri­ar­cal. Socio­cul­tural­mente, la mujer lati­noamer­i­cana ha sido com­pren­di­da des­de esta estruc­tura, en espe­cial en lo que concierne al cuer­po. Un cuer­po en el que se cristal­iza un sis­tema de coor­de­nadas sim­bóli­cas que repli­can su dom­i­nación históri­ca a través de indu­men­taria, gestos, ver­bal­iza­ciones y otros sig­nif­i­cantes vin­cu­la­dos a la sum­isión, el sac­ri­fi­cio o la sen­su­al­i­dad. Muchas mujeres se con­sid­er­an cosi­fi­cadas por los hom­bres; abun­dan­do en sus relatos y cues­tion­amien­tos a sus con­duc­tas sex­u­ales pre­vias y el modo en que estas son recibidas por el sexo opuesto. Esto se acen­túa en el caso de la ado­les­cente embaraza­da, puesto que su cuer­po está exper­i­men­tan­do la dual­i­dad de ser el con­tene­dor de otra vida bajo una con­cep­tu­al­ización cer­cana a lo sagra­do, en cir­cun­stan­cias de que has­ta hace poco se situ­a­ba más cer­cano a lo sexual:

De repente me daban esos remordimien­tos, me mira­ba y decía “¿esto soy aho­ra?” O sea, yo salía con puros top, cosi­tas que con suerte te tapa­ban así, con un short apre­ta­do o jeans apre­ta­dos con botas con tacos. Y eso les llam­a­ba la aten­ción a los niños, pero te mira­ban como… algo. No como una per­sona. Como “oh, es boni­ta”. No. Te mira­ban como “yo quiero ten­er­la a ella”, pero no como sen­ti­men­tal­mente. Te veían como un obje­to”. (Marcela, 18 años)

Pero las ado­les­centes no son con­sid­er­adas como obje­tos de deseo por y para los hom­bres solo por su aspec­to físi­co juve­nil y la elec­ción de su ves­tu­ario. El poder mas­culi­no sobre el cuer­po de la mujer, si bien uti­liza estos aspec­tos como recur­so para ser ejer­ci­do, tra­sciende inclu­so a la for­ma­ción de estereoti­pos cul­tur­ales y creen­cias que deter­mi­nan el modo “cor­rec­to” de actu­ar y con­ducirse; basán­dose en la ven­ta­ja históri­ca que impli­ca el hecho de ser “el hom­bre” y cono­cer des­de esa posi­ción lo que puede ser “bueno” o “malo” para las mujeres en lo que a expre­siones sociales se refiere:

Él tam­bién me inten­tó decir cosas como “mira, lo que bus­can los hom­bres”… porque como él era hom­bre quien mejor para expli­car­lo; “lo que bus­can los hom­bres es esto, esto y esto. No hagai esto, esto y esto”. O “no te vis­tai de tal for­ma”, o “no insinúes tales cosas porque los hom­bres las toman así y así y así”. “Entonces fue como… esa fue mi base de infor­ma­ción, que fue mi her­mano” (Celeste, 18 años).

Esta ven­ta­ja históri­ca apli­ca no solo sobre el ámbito de la sex­u­al­i­dad, sino tam­bién sobre la con­cep­tu­al­ización de los roles pater­no y mater­no. Si bien la mater­nidad es una real­i­dad inevitable para la mujer, dada la evi­den­cia biológ­i­ca del adven­imien­to de una nue­va vida, no sucede lo mis­mo con los padres de sus hijos e hijas. Para De Dios Valle­jos (2014), la pater­nidad impli­ca la vol­un­tad de aceptación del hom­bre. En gen­er­al, ocurre solo den­tro de otras insti­tu­ciones que lo oblig­an y le dan seguri­dades para asumir que en ver­dad ese hijo es suyo. Si otras insti­tu­ciones se rela­jan, se rela­ja la paternidad:

El papá… No ten­go ningún… Así, como que no se pre­ocu­pa por mí. No se pre­ocu­pa por su hijo. Él va a la eco porque lo obliga la gente po’, la famil­ia lo obliga a ir, sus papás; para no quedar como mal delante de las per­sonas. Para que nadie diga que es mal papá y la cuestión… (Andrea, 17 años)

La reac­ción del hom­bre ante la pater­nidad ines­per­a­da suele ser ini­cial­mente descon­fi­a­da y dis­tante: “Le con­té tam­bién al papá, pero no; que no es mío, quiero el ADN… Entonces, me sen­tí sola” (Marcela, 18 años). Esto podría vin­cu­larse al hecho de que la sociedad asume callan­do que la pre­ven­ción del embara­zo, su desar­rol­lo y sus con­se­cuen­cias como una respon­s­abil­i­dad emi­nen­te­mente femeni­na, lo cual mov­i­liza con­duc­tas de indifer­en­cia ante el pro­ce­so, dejan­do a la mujer en situación de soledad: “Al ginecól­o­go siem­pre, des­de que me enteré fui sola porque mi pare­ja tenía uni­ver­si­dad. Entonces no me puede acom­pañar porque si no va a perder la gra­tu­idad” (Celeste, 18 años).

No obstante, exis­ten casos en que las pare­jas de las ado­les­centes asumen acti­va­mente su com­pro­miso pater­no, mostrán­dose entu­si­as­ma­dos y par­tic­i­pa­tivos. Otras veces algún ami­go, pari­ente o la nue­va pare­ja asume el rol pater­no, aunque sea solo des­de lo afec­ti­vo y por un perío­do aco­ta­do; lo cual en el caso de las ado­les­centes embarazadas es recibido como un priv­i­le­gio casi inmere­ci­do que, de algún modo, viene a purificar su situación de embara­zo erró­neo y le per­mite imag­i­nar una vida mejor en com­pañía de una figu­ra mas­culi­na de apoyo: “Pucha, aunque no es de él, como que lo asum­ió como de él… Entonces, yo me proyec­to con él” (Marcela, 18 años).

La visión del com­pañero como apoyo encuen­tra sus­ten­to en lo que ya se ha men­ciona­do respec­to al estereotipo mas­culi­no que asigna al padre un rol lig­a­do a la manu­ten­ción y los aspec­tos fác­ti­cos de la cri­an­za: “Él siem­pre me acom­pañó … Sien­do que nosotros no estábamos jun­tos él se puso con todo … Él quería la Clíni­ca Reña­ca porque había naci­do ahí y la pagó él … Él siem­pre ha esta­do pre­sente en aspec­tos que tienen que ser como padre” (San­dra, 19 años). Las jóvenes pon­der­an el hecho de que su pare­ja tra­ba­je como algo excep­cional­mente pos­i­ti­vo: “Yo igual pens­a­ba que iba a ser buen papá. Como le digo, le gus­ta tra­ba­jar… Él pre­fiere com­prar cosas para la casa, cosas, ver­duras, esas cosas, que com­prarse cosas él” (Cristi­na, 19 años). A cam­bio del bien­es­tar económi­co nego­cian con la pare­ja las obliga­ciones domés­ti­cas, sin may­or cues­tion­amien­to por parte de ellas y/o de sus com­pañeros respec­to a los designios cul­tur­ales que las cir­cun­scriben al espa­cio del hogar:

Yo le he comen­ta­do a mi pare­ja sobre eso de quedarme aquí y ser mamá a tiem­po com­ple­to y me dice que sí; que él podría tra­ba­jar el triple, el cuá­dru­ple, el quín­tu­ple pero que ten­go que hac­er las cosas bien. Así que si apren­do a hac­er cosas bien que hacen todas las mamás … él podría esforzarse más por los tres. Dijo “yo me esforzaría más por los tres si tú haces bien las cosas” (Celeste, 18 años).

Por supuesto, este tipo de acuer­do aten­ta con­tra las posi­bil­i­dades de la madre ado­les­cente de proyec­tar estu­dios y pro­fe­sión. Aun así, se obser­va que estu­di­ar con­tinúa for­man­do parte de las expec­ta­ti­vas de las ado­les­centes e inclu­so se con­sid­era el estar embarazadas como un fac­tor de moti­vación, acen­tu­a­do (una vez más) por el sac­ri­fi­cio que se debe hac­er por el hijo o hija en camino: “O sea, yo ten­go claro que yo tenien­do mi bebé voy a seguir yen­do al cole­gio después. Y después la U, pero no voy a dejar de estu­di­ar. No solo por mí, sino que tam­bién por ella” (Marcela, 18 años).

De este modo, se deduce que la moti­vación por estu­di­ar y aspi­rar a may­ores nive­les de desar­rol­lo indi­vid­ual pasa para las ado­les­centes primero por los hijos, luego por ellas mis­mas y final­mente por su famil­ia, como un modo de reparar la decep­ción cau­sa­da por su embara­zo. Autonomía e inde­pen­den­cia económi­ca son val­o­radas como una meta por gran parte de las entre­vis­tadas y esto, suma­do a la posi­ble acción de sus redes de apoyo, podría con­sid­er­arse como una posi­bil­i­dad de romper con los designios de su condi­ción de madre joven vul­ner­a­ble. Es val­orable en este pun­to el apoyo de sus pare­jas, dado que las nuevas for­mas famil­iares per­miten la inte­gración a la cri­an­za de las nuevas pare­jas estas al pro­ce­so de cri­an­za respon­s­able, lo que podría sug­erir un sig­no de trans­for­ma­ción de lo mas­culi­no en los tiem­pos actuales.

5.- Conclusiones

Estu­dios acer­ca del embara­zo ado­les­cente hay muchos, la may­oría bas­tante pródi­gos en estadís­ti­cas ilus­tra­ti­vas del fenó­meno. Sin embar­go, las cifras no siem­pre logran refle­jar la pro­fun­di­dad y riqueza del uni­ver­so con­for­ma­do por las per­cep­ciones y emo­ciones de las per­sonas. Es la razón por la cual esta inves­ti­gación buscó inda­gar en lo no tan­gi­ble de la situación de embara­zo y mater­nidad ado­les­centes a par­tir de los relatos de las entre­vis­tadas, siem­pre con la inten­ción de vin­cu­lar sus his­to­rias de vida y el con­tex­to en que estas se desar­rol­lan con los ele­men­tos con­for­mantes del dis­pos­i­ti­vo, según lo plantea­do por Fou­cault. Un dis­pos­i­ti­vo en que el poder se dis­tribuye ver­ti­cal­mente tan­to des­de la ofi­cial­i­dad y sus imposi­ciones pro­gramáti­cas como a par­tir de la nor­ma dis­ci­pli­nar­ia patri­ar­cal, impues­ta históri­ca­mente a través de aspec­tos infor­males prove­nientes de lo cotid­i­ano y vincular.

No obstante, no existe modo de aplacar la posi­bil­i­dad de resisten­cia por parte de quienes encuen­tran la for­ma de ejercer el poder que, parado­jal­mente, les otor­ga su condi­ción de suje­tos-suje­ta­dos a la red de sis­temas que con­for­man los dis­pos­i­tivos. Poder y resisten­cia se cor­re­spon­den puesto que el poder, según Fou­cault, debe ser pen­sa­do como un ejer­ci­cio consciente.

Es posi­ble que las madres ado­les­centes entre­vis­tadas no iden­ti­fiquen el dis­pos­i­ti­vo al que están suje­tas y menos aún sean con­scientes del poder que esa mis­ma suje­ción les ofrece a través de la posi­bil­i­dad de resi­s­tir. No obstante, en sus relatos apare­cen señales de resisten­cia cuan­do nar­ran su rebe­lión ante la autori­dad famil­iar, cuan­do insis­ten en estu­di­ar, cuan­do se resisten a com­par­tir dócil­mente su cuer­po físi­co con la nue­va vida que por­tan, cuan­do deci­den no con­tin­uar sien­do obje­tos de deseo des­ti­nadas al plac­er de otros, cuan­do se reen­fo­can en sí mis­mas y se resisten al designio cul­tur­al que dic­ta que el ser madres les res­ta individualidad.

Lam­en­ta­ble­mente, estas rebe­liones no abun­dan ni se desar­rol­lan en ple­na con­scien­cia y, en su may­oría, las entre­vis­tadas dieron cuen­ta de una sum­isión casi abso­lu­ta a los esque­mas tradi­cionales de lo que impli­ca ser mujer y madre hoy en su con­tex­to de ori­gen; situación quizás lig­a­da a la fal­ta de recur­sos y posi­bil­i­dades de proyec­ción que ese mis­mo con­tex­to les impone. Un con­tex­to en que lo nat­ur­al parece ser la perte­nen­cia al ámbito de lo domés­ti­co, la obligación de la cri­an­za y la sub­or­di­nación del cuer­po a un “otro” que puede ser la pare­ja, la sociedad mis­ma y a los hijos (as); creen­cias que se entre­lazan generan­do un recor­ri­do cir­cu­lar inter­minable en que la mujer, sal­vo excep­ciones, es atra­pa­da de gen­eración en gen­eración. La condi­ción de vul­ner­a­bil­i­dad socioe­conómi­ca en la cual cal­i­f­i­can las sitúa en medio de una red que parece estar con­fig­u­ra­da para man­ten­er­las fijas en un espa­cio del cual solo su instin­to de super­viven­cia las podría lib­er­ar porque, sigu­ien­do al mis­mo Fou­cault, el lla­ma­do del indi­vid­uo y de la sociedad mis­ma es ante todo dis­pos­i­ti­vo, a la vida.

Para aspi­rar a esta mejor vida es impor­tante con­sid­er­ar el fac­tor emo­cional y en este pun­to es nece­sario adver­tir que la may­or parte de los relatos de las entre­vis­tadas acusó dolor, incer­tidum­bre y soledad. Pese a la impor­tan­cia asig­na­da a las redes de apoyo de las ado­les­centes, este suele estar vin­cu­la­do a lo mate­r­i­al por sobre lo afec­ti­vo y más que aten­ción a sus pro­ce­sos inter­nos lo que reciben es ayu­da tan­gi­ble. La situación de embara­zo es asum­i­da como con­se­cuen­cia de un error cometi­do en el trán­si­to de la sex­u­al­i­dad, la cual tam­poco ha sido desar­rol­la­da como expre­sión afec­ti­va ni es enfrenta­da como tal al momen­to de abor­dar la pre­ven­ción. Así mis­mo, se obser­va un vacío en el abor­da­je socio­cul­tur­al de la iden­ti­dad ado­les­cente, puesto que esta pasa de ser con­sid­er­a­da como una niña en desar­rol­lo a una madre respon­s­able de sí mis­ma y de otro ser; pasan­do por alto el hecho de que su mun­do inter­no está aún en for­ma­ción y que sus posi­bil­i­dades de desar­rol­lo sin duda son afec­tadas por el adven­imien­to de la nue­va vida que habi­ta en ella, con toda la com­ple­ji­dad que el hecho impli­ca. Esta prob­lemáti­ca es inte­gral y abar­ca no solo el ámbito famil­iar, sino tam­bién el cam­po de acción que com­pete a las políti­cas públi­cas; donde sin duda es posi­ble aspi­rar a un cam­bio de par­a­dig­ma en el que la situación del embara­zo ado­les­cente sea abor­da­da de un modo más efec­ti­vo e integral.

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  1. Fac­tores de Ries­go EPsA: ingre­so a con­trol pre­na­tal tardío, pos­te­ri­or a las 20 sem­anas de gestación; esco­lar­i­dad igual o menor a 6º Bási­co; embara­zo ado­les­cente (ges­tante de edad menor a 17 años 11 meses); trastorno depre­si­vo; abu­so de sus­tan­cias (Alco­hol, pas­ta base, cocaí­na, mar­i­hua­na, fár­ma­cos no rec­eta­dos); víc­ti­ma de vio­len­cia; ges­tante con dis­capaci­dad (físi­ca o psíquica per­ma­nente).
  2. NINI: Tér­mi­no que describe a jóvenes que “ni estu­di­an ni tra­ba­jan”.
  3. De todas las per­sonas que fueron víc­ti­mas de vio­lación y abu­so sex­u­al en 2014, un 49% cor­re­sponde a mujeres menores de 18 años, sien­do las que tienen 14 años o menos las más afec­tadas (Informe GET, 2016).
  4. Ley N° 21.030 pro­mul­ga­da el 14 de sep­tiem­bre de 2017 por el H. Con­gre­so Nacional. Reg­u­la la despe­nal­ización de la inter­rup­ción vol­un­taria del embara­zo en tres causales, median­do la vol­un­tad de la mujer: cuan­do existe ries­go vital de la madre, de modo que la inter­rup­ción del embara­zo evite un peli­gro para su vida; cuan­do el embrión o feto padez­ca una patología con­géni­ta adquiri­da o genéti­ca incom­pat­i­ble con la vida extraute­ri­na inde­pen­di­ente, en todo caso de carác­ter letal; y cuan­do este sea resul­ta­do de una vio­lación, siem­pre que no hayan tran­scur­ri­do más de doce sem­anas de gestación. Tratán­dose de una niña menor de 14 años, la inter­rup­ción del embara­zo podrá realizarse siem­pre que no hayan tran­scur­ri­do más de catorce sem­anas de gestación.

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