LA TRASCENDENCIA A TRAVÉS DE LA EDUCACIÓN

Armando Sánchez Gutiérrez

Zihuatanejo, Guerrero. México

Resumen

En su tex­to, El malestar en la cul­tura, Sig­mund Freud, con­sid­era, que la civ­i­lización está basa­da en la repre­sión per­ma­nente de los deseos instin­tivos, ya que estos en sus man­i­festa­ciones son incom­pat­i­bles con la sociedad civ­i­liza­da, dado que la lucha por la exis­ten­cia nece­si­ta la mod­i­fi­cación repre­si­va de los instin­tos, prin­ci­pal­mente por la fal­ta de medios y recur­sos sufi­cientes para una grat­i­fi­cación inte­gral, sin dolor, sin esfuer­zo de las necesi­dades instin­ti­vas. Per­spec­ti­va teóri­ca que con­sid­er­amos impor­tante de incor­po­rar al momen­to del análi­sis de la con­for­ma­ción del deseo de trascen­den­cia a la muerte. Esto viene a colación en fun­ción de los señalamien­tos con­tin­u­os que hace el pres­i­dente de la repúbli­ca… su deseo de trascen­den­cia, emu­lan­do a per­son­ajes históri­cos de nue­stro país, en una activi­dad políti­co-par­tidista mar­ca­da por el prag­ma­tismo económi­co. Veamos aho­ra, ¿qué es la trascen­den­cia? Y su fun­ción en la con­struc­ción del Ethos social.

Pal­abras clave: trascen­den­cia, edu­cación, psi­coanáli­sis, cul­tura, ideología.

Abstract

Overview. In his text, the unrest in the cul­ture, Sig­mund Freud, believes, that civ­i­liza­tion is based on the per­ma­nent sup­pres­sion of the instinc­tive desires, since these in its man­i­fes­ta­tions are incom­pat­i­ble with civ­i­lized soci­ety, because the fight for exis­tence you need repres­sive mod­i­fi­ca­tion of instincts, main­ly for lack of means and resources to a com­pre­hen­sive bonus, no pain, no effort of the instinc­tive needs. The­o­ret­i­cal per­spec­tive we con­sid­er impor­tant to incor­po­rate at the time of the analy­sis of the for­ma­tion of the col­lec­tive uncon­scious. This comes to col­la­tion based on con­tin­u­ing signs that the Pres­i­dent of the Repub­lic… his desire for tran­scen­dence, emu­lat­ing his­tor­i­cal fig­ures of our coun­try, dur­ing polit­i­cal event activ­i­ty marked by eco­nom­ic prag­ma­tism. Let’s see now, what is the sig­nif­i­cance? And their role in the con­struc­tion of the Ethos… 

Key words: tran­scen­dence, edu­ca­tion, psy­cho­analy­sis, cul­ture, ideology.

La trascendencia

Los seres humanos deseamos trascender.
Y lo bus­camos de diver­sas maneras.
Tenien­do hijos, escri­bi­en­do, dibu­jan­do, etc.
Es decir, dejan­do huella…

Tony Padil­la

 

A manera de introducción

En su tex­to, El malestar en la cul­tura, Sig­mund Freud, con­sid­era, que la civ­i­lización está basa­da en la repre­sión per­ma­nente de los deseos instin­tivos, ya que estos en sus man­i­festa­ciones son incom­pat­i­bles con la sociedad civ­i­liza­da, dado que la lucha por la exis­ten­cia nece­si­ta la mod­i­fi­cación repre­si­va de los instin­tos, prin­ci­pal­mente por la fal­ta de medios y recur­sos sufi­cientes para una grat­i­fi­cación inte­gral, sin dolor, sin esfuer­zo de las necesi­dades instintivas.

De ahí, que señale de man­era categóri­ca en su prop­ues­ta teóri­ca, que la feli­ci­dad no sea un val­or cul­tur­al. Es el pago de vivir en sociedad, al con­sid­er­ar que el desar­rol­lo de la estruc­tura históri­ca de los instin­tos, es con­se­cuen­cia de la géne­sis de la repre­sión instin­ti­va de la vida social, y se desar­rol­la a par­tir de dos momentos:

a). El niv­el biológi­co filo­genéti­co: el desar­rol­lo del hom­bre ani­mal en su lucha con la naturaleza.

b). El niv­el soci­ológi­co: el desar­rol­lo de los indi­vid­u­os y gru­pos civ­i­liza­dos en la lucha entre sí mis­mos, y con su medio ambiente.

Des­de su pun­to de vista, par­tien­do de la per­spec­ti­va de la creación de la cul­tura, con la apari­ción de la Ananké, está es exper­i­men­ta­da como la bar­rera con­tra la sat­is­fac­ción de los instin­tos de vida, ya que estos aspi­ran al plac­er, no a la seguri­dad. Y la lucha por la exis­ten­cia es orga­ni­za­da de acuer­do con el interés de la dom­i­nación de un grupo social sobre otro; lo que trae como con­se­cuen­cia que la base eróti­ca de la cul­tura sea trans­for­ma­da. Y en con­se­cuen­cia la destruc­tivi­dad inna­ta, que acom­paña al ser humano a lo largo de su vida debe engen­drar la repre­sión per­pet­ua, con la final­i­dad de estable­cer las condi­ciones de la estruc­turación de la cul­tura. Es impor­tante hac­er notar que para Freud; des­de su per­spec­ti­va metap­si­cológ­i­ca, encon­tra­ba una expli­cación al con­sid­er­ar deci­si­vo el hecho de que las inhibi­ciones sean de carác­ter social, al ser impues­tas por la escasez, por la dis­tribu­ción jerárquica de esta, la lucha por la exis­ten­cia, o por los mis­mos intere­ses de la dom­i­nación de grupos.

Pero, con­sid­era como nece­saria dicha inhibi­ción en fun­ción de la creación de la cul­tura, por lo que en base a un deter­min­is­mo biológi­co, se sen­tarán los cimien­tos de una sociedad, la cual estará regi­da por el prin­ci­pio de la real­i­dad, en detri­men­to, de la vida instin­ti­va, del plac­er, de la mis­ma feli­ci­dad: idea no com­par­ti­da con Erich Fromm y Her­bert Mar­cuse, teóri­cos que incor­po­ramos en nue­stro estudio.

Aho­ra bien, el por qué ini­ci­amos con estos señalamien­tos. Esto viene a colación en fun­ción de los señalamien­tos con­tin­u­os que hace el pres­i­dente de la república…su deseo de trascen­den­cia, emu­lan­do a per­son­ajes históri­cos de nue­stro país, en una activi­dad políti­co-par­tidista mar­ca­da por el prag­ma­tismo económi­co. Veamos aho­ra, ¿qué es la trascen­den­cia? Y su fun­ción en la con­struc­ción del Ethos social.

En tal sen­ti­do, la teoría de Erich Fromm, que tenía sus ref­er­entes más sig­ni­fica­tivos en los tra­ba­jos de Sig­mund Freud y Karl Marx, con­sid­eró que Freud enfa­ti­za sobre el incon­sciente, los impul­sos biológi­cos, la repre­sión y otros fac­tores de tipo incon­sciente, con un peso menor a la influ­en­cia social. En otras pal­abras, Freud pos­tuló que nue­stro carác­ter esta­ba deter­mi­na­do por la biología.

En ref­er­en­cia a Marx, este con­sid­er­a­ba a las per­sonas como condi­ciona­dos por su sociedad y en espe­cial por su sis­tema económi­co. Fromm añadió a estos dos sis­temas deter­min­istas algo bas­tante extraño a ellos: La idea de libertad. 

A modo de desarrollo

Con los tra­ba­jos real­iza­dos por Erich Fromm, que parte de la premisa del ser humano mod­e­la­do social­mente y condi­ciona­do históri­ca y cul­tural­mente es como inten­ta­mos com­pren­der los fenó­menos psíquicos que se refle­jan en nues­tra sociedad indus­tri­al­iza­da: ena­je­nación, angus­tia, miedo a la soledad y a la pro­fun­di­dad del pen­samien­to, la escasez de activi­dad y la fal­ta de ale­gría, las cuales eran con­sid­er­adas por Freud, como con­se­cuen­cia de una repre­sión sex­u­al del ser humano; el pre­cio que con­sid­er­a­ba teníamos que pagar por vivir en sociedad, y que Fromm, no com­partía, ya que señal­a­ba su géne­sis en fac­tores socio-económi­cos y de la mis­ma nat­u­raleza humana.

Asimis­mo, él ani­ma­ba a las per­sonas a trascen­der a los deter­min­is­mos que Freud y Marx les atribuían. De hecho, Fromm hace de la lib­er­tad la car­ac­terís­ti­ca cen­tral de la nat­u­raleza humana. Vale la pena ini­ciar seña­lan­do, la aportación que real­iza Fromm al estu­dio de la con­duc­ta social, ya que medi­ante la sim­bio­sis de las teorías psi­cológ­i­cas freudi­anas y las raíces económi­cas y cul­tur­ales, tales como clase social, edu­cación, antecedentes históri­cos y reli­giosos, además de otros, que influyen la per­son­al­i­dad des­de la per­spec­ti­va de Karl Marx, inten­ta com­pren­der las con­duc­tas y acti­tudes de los seres humanos. Lo cual va a posi­bil­i­tar, acced­er a un entra­ma­do teóri­co, inte­gral, incluyente, con el fin de encon­trar la eti­ología de la con­duc­ta social.

Con esta per­spec­ti­va de Fromm, acer­ca del desar­rol­lo social del ser humano, se nos posi­bili­ta acced­er a nociones más amplias del análi­sis de la con­duc­ta, tales como los mecan­is­mos psi­cológi­cos de carác­ter uni­ver­sal; a través de los cuales se bus­ca des­cubrir y cono­cer de qué man­era fun­cio­nan en casos especí­fi­cos y aque­l­los otros mecan­is­mos que se dan en pro­ce­sos históri­cos concretos.

Aquí es pru­dente señalar que, no se bus­ca car­ac­teri­zar al hom­bre en gen­er­al, sino al hom­bre de deter­mi­na­da época, cul­tura y grupo social, además de las difer­en­cias y cam­bios que se dan entre los difer­entes tipos de seres sociales que la his­to­ria nos ha mostra­do, conc­re­ta­mente se bus­ca des­cubrir el tipo de leyes y de rela­ciones que condi­cio­nan la vida en deter­mi­nadas fas­es históri­c­as y den­tro de una deter­mi­na­da estruc­tura social; los prin­cip­ia media que rigen los tipos psi­cológi­cos y soci­ológi­cos de un deter­mi­na­do espa­cio y momento.

Noción que Fromm con­sid­er­a­ba fun­da­men­tal para explicar su teoría, la cual trans­po­la de la teoría de la soci­ología del conocimien­to, en su tra­ba­jo: ide­ología y utopía donde Karl Mannheim sus­tenta­ba, el ori­gen social de las ideas y del efec­to que las ideas dom­i­nantes ejercen sobre la sociedad.

Hay que men­cionar que, la incor­po­ración de con­cep­tos socio-psi­cológi­cos tales como la ide­ología y las utopías, son fun­da­men­tales en su con­cep­ción teóri­ca, ya que estas sub­y­a­cen a la acción social. Se con­sid­era a las ide­ologías como:

Con­struc­ciones inter­pre­ta­ti­vas que, con­sciente o incon­scien­te­mente, bus­can jus­ti­ficar y esta­bi­lizar un deter­mi­na­do orden social, en ben­efi­cio de un grupo par­tic­u­lar; su fun­ción reside en ocul­tar la ver­dadera nat­u­raleza de la desigual­dad en una sociedad especí­fi­ca (2004: p. 98).

Per­spec­ti­va teóri­ca que con­sid­er­amos impor­tante de incor­po­rar al momen­to del análi­sis de la influ­en­cia del ele­men­to económi­co en el Incon­sciente colec­ti­vo, y la mediación de los medios de comu­ni­cación. A difer­en­cia de las utopías que son: “Aque­l­las con­struc­ciones ide­ales que inspi­ran la acción colec­ti­va de los gru­pos de oposi­ción, que inten­tan alcan­zar una trans­for­ma­ción rad­i­cal y total del mis­mo tipo de sociedad”. (Mannheim: 2004 p. 229). Ideas que con­sidero per­ti­nentes de su incor­po­ración dada la necesi­dad de cono­cer su peso especí­fi­co, en la con­for­ma­ción de las aspira­ciones, sueños y temores de una gran parte de aque­l­los que lab­o­ramos en la docencia.

Más aún, es impor­tante resaltar que para efec­tos de este estu­dio, los con­cep­tos emplea­d­os por Fromm: no solo de adaptación dinámi­ca, son rel­e­vantes sien­do que considera:

Las fuerzas más poderosas que moti­van la con­duc­ta del ser humano nacen de las condi­ciones de su exis­ten­cia, y de su situación humana, de ahí que bus­ca un equi­lib­rio entre las necesi­dades fisi­ológ­i­cas y la con­cien­cia que desar­rol­la al ten­er con­tac­to con las condi­ciones de su exis­ten­cia. (1987: p. 31)

Sino tam­bién, el carác­ter social, tesis cen­tral de este estu­dio, al que Fromm con­tem­pla­ba como: El núcleo de la estruc­tura de carác­ter com­par­tido con la may­oría de los indi­vid­u­os de la mis­ma cul­tura, a difer­en­cia del carác­ter indi­vid­ual, que es difer­ente en cada uno de los indi­vid­u­os pertenecientes a la mis­ma cul­tura. (1987: p. 65)

Por lo tan­to, van a ten­er una gran impor­tan­cia, ya que gran parte de este estu­dio girará en torno a ellos. Es por ello que, medi­ante estos con­cep­tos podremos estable­cer las rela­ciones entre los fenó­menos soci­ológi­cos y los psi­cológi­cos. Ya que hemos encon­tra­do que han sido anal­iza­dos por sep­a­ra­do, sin bus­car vasos comu­ni­cantes, afines a su labor, que les per­mi­tan encon­trar coin­ci­den­cias que per­mi­tan estruc­turar una teoría de la con­duc­ta social.

De man­era par­tic­u­lar, la soci­ología bus­ca explicar la dinámi­ca social, como resul­ta­do de fuerzas imper­son­ales, económi­cas, históri­c­as, cul­tur­ales y otras. Por otra parte, la psi­cología con­sid­era las con­cien­cias indi­vid­uales sin tomar en cuen­ta las conex­iones que el ser humano tiene con las insti­tu­ciones y los hechos socio­cul­tur­ales objetivos.

De ahí que, con­sid­er­a­ba Fromm la necesi­dad de una Psi­cología Social, que genere una sim­bio­sis que nos per­mi­ta acced­er a la géne­sis de los fenó­menos psi­coso­ci­ológi­cos. El tra­ba­jo que real­iza en su libro, la patología de la nor­mal­i­dad, nos pre­sen­ta un estu­dio de la alien­ación men­tal que sufre el ser humano, como con­se­cuen­cia de una sociedad alta­mente tec­nol­o­giza­da y medi­a­da por las necesi­dades de la condi­ción humana. En con­se­cuen­cia, vivir den­tro de la nor­ma social, en la medioc­ridad de una for­ma de vida, dic­ta­da por los dueños de los medios de pro­duc­ción, tal como lo señaló Karl Marx en sus trabajos.

Con­tin­uan­do con Fromm, con­sid­er­a­ba que el hom­bre podría trascen­der el deter­min­is­mo, tan­to biológi­co como históri­co social; acced­er al logro de su lib­er­tad, a condi­ción de rebasar el nar­ci­sis­mo psi­cológi­co que lo esclav­iz­a­ba a con­duc­tas temerosas, veía que a través del amor hacia sí mis­mo y hacia los demás es factible el logro de la plen­i­tud; El amor como un Dai­mon, hacia la trascendencia.

El mis­mo Fromm, al con­sid­er­ar que la estruc­tura económi­ca de una sociedad, influye en el modo de vida del indi­vid­uo, al oper­ar en el desar­rol­lo de la per­sona, este tiene que enfrentarse des­de su infan­cia a un medio que rep­re­sen­ta todas las car­ac­terís­ti­cas típi­cas de una sociedad o clase social deter­mi­na­da. El indi­vid­uo no solo es for­ma­do (o defor­ma­do social­mente) en el seno de la famil­ia, sino tam­bién en la escuela, insti­tu­ción donde elim­i­nan su lib­er­tad y sus sen­timien­tos, para impon­er­le otros ajenos por medio de méto­dos que varían des­de el cas­ti­go bru­tal has­ta el sobor­no, ya que con­sid­er­a­ba que:

La fun­ción social de la edu­cación es la de preparar al indi­vid­uo para el buen desem­peño de la tarea que más tarde le tocará realizar en la sociedad, esto es mod­e­lar su carác­ter social; que sus deseos coin­ci­dan con las necesi­dades propias de su fun­ción (1985: p. 313).

Para lo cual, con­tem­pla­ba que el sis­tema educa­ti­vo que establece las nor­mas sociales de la comu­nidad, tiene un papel deter­mi­nante en la con­duc­ta social, ya que lo sus­tenta­ba de acuer­do a que:

El sis­tema educa­ti­vo de toda sociedad se hal­la deter­mi­na­do por este cometi­do, por lo tan­to, no podemos explicar la estruc­tura de una sociedad o la per­son­al­i­dad de sus miem­bros por medio de su pro­ce­so educa­ti­vo, sino que, por el con­trario, debe­mos explicar este en fun­ción de las necesi­dades que sur­gen de la estruc­tura social y económi­ca de una sociedad. (Fromm, 1985: p. 313)

Esto impli­ca que el indi­vid­uo no es lo que es, sino lo que la sociedad quiere que este sea, o dicho de otro modo, el fin de la edu­cación con­siste en enseñar­le al indi­vid­uo a no afir­mar el Yo. El niño medi­ante la social­ización debe apren­der no solo a quedarse calla­do cuan­do ha sido injus­ta­mente reprim­i­do, sino tam­bién a sopor­tar en silen­cio toda suerte de recrim­i­na­ciones, hacien­do señalamien­tos tales como:

Por otra parte, muy pron­to en su edu­cación se enseña al niño a exper­i­men­tar sen­timien­tos que de ningún modo son suyos; de modo par­tic­u­lar, a sen­tir sim­patía hacia la gente, a mostrarse amis­toso con todos sin ejercer dis­crim­i­nación críti­ca, y a son­reír. Aque­l­lo que la edu­cación no puede lle­gar a con­seguir se cumple luego por medio de la pre­sión social. (Fromm: 1990: p. 268).

La posi­ción de Fromm, en relación con la activi­dad educa­ti­va de la sociedad, gira­ba en torno a la prop­ues­ta que señalaba:

La respon­s­abil­i­dad del docente es amar a los alum­nos, con un amor frater­no de respon­s­abil­i­dad, cuida­do, respeto y conocimien­to… Las difer­en­cias en tal­en­to, inteligen­cia, conocimien­to, son des­pre­cia­bles en com­para­ción con la iden­ti­dad de la esen­cia humana común a los hom­bres. (1990: p. 53)

En tan­to, en el mis­mo tenor, Her­bert Mar­cuse con­sid­era que encon­tró en Freud la posi­bil­i­dad de una prax­is sub­ver­si­va que desen­mas­carase cómo son los pro­pios indi­vid­u­os, los que incon­scien­te­mente repro­ducen e inter­nal­izan la repre­sión de las sociedades cap­i­tal­is­tas y comu­nistas, echan­do a perder toda rev­olu­ción. Mar­cuse pub­licó, Eros y civ­i­lización (1955), en la que sin­te­tizó el pen­samien­to de Marx y Freud, elim­i­nan­do el pes­imis­mo de este últi­mo que en su obra: El malestar de la cul­tura, afirma­ba que inevitable­mente toda civ­i­lización esta­ba estruc­tura­da sobre la repre­sión y el sufrimiento.

Con­sid­er­a­ba, al igual que Fromm, que los dos instin­tos fun­da­men­tales de la teoría freudi­ana; Eros y Thá­natos, no desem­bo­can inevitable­mente en sis­temas opre­sivos. Por lo tan­to, en el pro­pio incon­sciente del hom­bre se encuen­tra la posi­bil­i­dad de instau­rar una sociedad no repre­si­va que se fun­da­mente en la lib­eración de los instin­tos, medi­ante una auto sub­li­mación de la sex­u­al­i­dad del Eros. Al con­sid­er­ar que todo pro­duc­to y activi­dad cul­tur­al (arte, filosofía, tra­ba­jo, etc.) evi­den­cia un impul­so incon­sciente en el hom­bre hacia la lib­er­tad y la feli­ci­dad, posi­bil­i­tan­do al ser humano a instau­rar una nue­va sociedad no repre­si­va, en la que no se pro­duz­ca un superávit innece­sario de tra­ba­jo, ni restric­ciones en la mis­ma sex­u­al­i­dad, ni ena­je­nación algu­na, medi­ante la lib­eración de aque­l­los condi­cio­nantes históri­cos y sociales que repri­men el prin­ci­pio del placer.

Como con­se­cuen­cia, des­de la per­spec­ti­va social de Marcuse:

La lucha por la exis­ten­cia nece­si­ta la mod­i­fi­cación repre­si­va de los instin­tos prin­ci­pal­mente por fal­ta de medios y recur­sos sufi­cientes para una grat­i­fi­cación inte­gral, sin dolor y sin esfuer­zo, de las necesi­dades instin­ti­vas. Si esto es ver­dad, la orga­ni­zación repre­si­va de los instin­tos se debe a fac­tores exógenos, exógenos en el sen­ti­do de que no son inher­entes a la “nat­u­raleza” de los instin­tos, sino que son pro­duc­to de las especí­fi­cas condi­ciones históri­c­as bajo las que se desar­rol­lan los instin­tos. (1968: p. 132)

Mar­cuse, con­sid­era que dicha repre­sión de los instin­tos, no es un fac­tor inevitable por su nat­u­raleza, ya que a difer­en­cia de Freud, la con­sid­era como resul­ta­do, de las condi­ciones socio­cul­tur­ales de una sociedad indus­tri­al­iza­da, la cual en “pro” de su fun­cionamien­to, bus­ca reprim­ir la vida de los instin­tos pos­i­tivos, encar­na­dos en el Eros, aque­l­la parte de la estruc­tura instin­ti­va que bus­ca desar­rol­lar, la parte con­struc­ti­va, la que engen­dra la belleza y el arte. Las cuales para efec­tos de man­ten­er una pro­duc­tivi­dad indus­tri­al, se canal­izan hacia gener­ar una con­duc­ta humana, que ha servi­do para legit­i­mar el dominio de los más poderosos sobre la masa alien­a­da, con la con­se­cuen­cia de ampli­ar la pobreza en todos sus sentidos.

Pro­fun­dizan­do, Mar­cuse, encon­tró en Niet­zsche la géne­sis de la filosofía social que des­cansa en la gigan­tesca fala­cia sobre la que fueron con­stru­idas la estruc­tura idios­in­cráti­ca y la moral occi­den­tal, que per­mea nues­tra sociedad, estas fueron:

La trans­for­ma­ción de los hechos en esen­cia, de las condi­ciones históri­c­as en metafísi­cas, la debil­i­dad y el desalien­to del hom­bre; la desigual­dad del poder y la salud, la jus­ti­cia, y el sufrim­ien­to, fueron atribui­dos a algún crimen y a una cul­pa trascen­den­tales; por lo tan­to, la rebe­lión llegó a ser el peca­do orig­i­nal, la des­obe­di­en­cia con­tra dios; y el impul­so hacia la grat­i­fi­cación se con­vir­tió en con­cu­pis­cen­cia. Más aun, toda esta serie de fala­cias cul­mi­naron con la deifi­cación del tiem­po: porque en el mun­do empíri­co todo está pasan­do, el hom­bre es en su mis­ma esen­cia un ser fini­to, y la muerte está en la mis­ma esen­cia de la vida. Solo los altos val­ores son eter­nos, y por tan­to, reales: el hom­bre inte­ri­or, la fe y el amor que no pide y no desea. (1968: p. 132).

De ahí, que des­de la per­spec­ti­va de Niet­zsche, con­tinúe seña­lan­do Marcuse:

Que las raíces históri­c­as de las trans­for­ma­ciones nos enseñan su doble fun­ción: paci­f­i­can, com­pen­san y jus­ti­f­i­can a los que no tienen priv­i­le­gios en la tier­ra, y pro­te­gen a aque­l­los que les impi­den ten­er­los y los oblig­an a per­manecer sin ellos. (p. 132).

En la visión filosó­fi­ca de Mar­cuse, se gen­er­an las condi­ciones para que una minoría con­serve sus priv­i­le­gios obtenidos, medi­ante la explotación de una may­oría depau­per­a­da, lo cual se va con­vir­tien­do en una cul­tura de con­trol y privilegios.

La eternidad como recurso de control social 

Al abor­dar el tema de la eternidad como una com­pen­sación psi­cológ­i­ca, no olvidemos que la gran tram­pa de la ilusión reli­giosa: La eternidad, des­de hace mucho el últi­mo con­sue­lo de una exis­ten­cia ena­je­na­da, ha sido con­ver­ti­da en un instru­men­to de con­trol social medi­ante su rel­e­gación a un mun­do como prome­sa, (un pre­mio irre­al a un sufrim­ien­to real).

Dicha prome­sa ter­re­nal, va condi­cio­nan­do acti­tudes de pasivi­dad en el ser humano, al con­sid­er­ar nece­sario lle­var una vida sufri­da y despro­vista de bienes mate­ri­ales, como preám­bu­lo a la feliz eternidad, for­ma de vida siem­pre en ben­efi­cio de los que deten­tan el poder políti­co y la economía.

Aho­ra bien, el mis­mo Freud tiene muy pre­sente el ele­men­to históri­co en la estruc­tura instin­ti­va del hom­bre; al dis­cu­tir la religión como una especí­fi­ca for­ma históri­ca de ilusión, a pesar de que aduce con­tra sí mis­mo este argu­men­to, y lo racional­iza:

Puesto que los hom­bres son tan dóciles a los argu­men­tos razon­ables, puesto que están tan com­ple­ta­mente bajo el man­do de sus deseos instin­tivos, ¿por qué debe uno quer­er quitar­le un medio de sat­is­fac­er sus instin­tos y reem­plazar­los por argu­men­tos razon­ables? (Freud, 1988: p. 81).

Visión en la que nos enseña la aceptación de tal deter­min­is­mo en los instin­tos sub­li­ma­dos, de la cual surge la vida cul­tur­al, en detri­men­to del Eros. Pero, ¿Cuál es el papel que jue­ga la reli­giosi­dad en la estruc­tura idios­in­cráti­ca de un pueblo? Con­sidero, de acuer­do a lo anal­iza­do, que la reli­giosi­dad de un pueblo, en tan­to, su man­era de creer y percibir la real­i­dad, es la man­i­festación de una ide­ología, que va jugan­do un papel legit­i­mador de una real­i­dad que se car­ac­ter­i­za por la estruc­tura ver­ti­cal de sus miem­bros. Lo cual con­ll­e­va, el orden estable­ci­do, de man­era Incon­sciente, a través de la nor­ma­tivi­dad social, de un grupo poderoso sobre una may­oría débil y pasiva.

La economía y su influencia en la naturaleza humana

Esta com­bi­nación de una estruc­tura social reli­giosa con un sis­tema económi­co, trae como resul­ta­do una sociedad en el que se van situan­do de man­era ver­ti­cal unos por enci­ma de otros, de acuer­do a val­ores impuestos, como son la acu­mu­lación de dinero y orí­genes sociales. Hoy vemos una for­ma de vida car­ente de sol­i­dari­dad y amor hacia el otro y hacia la mis­ma nat­u­raleza, una sociedad con una filosofía de la com­pet­i­tivi­dad, donde el otro es con­sid­er­a­do para rivalizar, en fun­ción del niv­el que la jer­ar­quía social que el grupo en el poder, le ha otor­ga­do a cada uno. De ahí que Fromm, con­sidere, que la vida ser humano y las rela­ciones sociales se con­vierten en una búsque­da de avales que jus­ti­fiquen la posi­ción del suje­to en un escalafón ele­va­do, den­tro de la estruc­tura social en la que el suje­to se encuen­tra inmerso.

Se desea dicha aprobación des­de lo más pro­fun­do del indi­vid­uo. Por eso, las rela­ciones humanas se con­vierten en un patológi­co juego de sum­isión y dominio, en un pro­ce­so cuyo fun­da­men­to es el ejer­ci­cio del dominio y del poder. Donde unos man­dan y otros obe­de­cen, en la búsque­da de acced­er a nive­les supe­ri­ores del estra­to social, con los ben­efi­cios económi­cos que estos con­ll­e­van. En ese sen­ti­do, Mar­cuse con­sid­era que Niet­zsche va más allá, del ele­men­to económi­co, ya que argu­men­ta que:

La lib­eración depende del sen­timien­to de cul­pa; la humanidad debe lle­gar a aso­ciar tal esta­do de con­cien­cia, no con la afir­ma­ción, sino con la negación de los instin­tos de vida, no con la rebe­lión con­tra sus ide­ales repre­sivos, sino con su aceptación. (1968: p. 135).

Lo cual daría pie a sen­tar las bases hacia una sociedad ero­ti­za­da, una sociedad donde el amor a través de los instin­tos lib­er­a­dos bus­caría y lograría sus obje­tivos, de sat­is­fac­ción y trascen­den­cia en vida. De ahí, que Mar­cuse con­sid­era que el hom­bre lle­ga a ser él mis­mo, solo cuan­do la trascen­den­cia ha sido con­quis­ta­da, cuan­do ha sido con­quis­ta­da aquí en la tier­ra. Cuan­do la eternidad ha lle­ga­do a ser pre­sente en el aquí y aho­ra, sin esper­ar la lle­ga­da de su fin ter­re­nal, en clara alusión al mane­jo ide­ológi­co, con evi­dentes resul­ta­dos ena­jenantes de una filosofía reli­giosa al ser­vi­cio de la dom­i­nación de los gru­pos que deten­tan y bus­can la con­ser­vación del poder.

Así mis­mo, este logro de la trascen­den­cia pasa por la toma de con­cien­cia, del papel que jue­gan las creen­cias y val­ores que ide­ológi­ca­mente impo­nen los deten­ta­dores del poder, el mis­mo Mar­cuse saca a la luz, medi­ante la con­duc­ta social uni­di­men­sion­al, que hoy se manifiesta:

Toda lib­eración depende de la toma de con­cien­cia de la servidum­bre, y el surgimien­to de esta con­cien­cia se ve estor­ba­do siem­pre por el pre­do­minio de necesi­dades y sat­is­fac­ciones impues­tas, que en gra­do sumo, se han con­ver­tido en propias del indi­vid­uo. (1998: p. 37).

Tal como lo plantea Mar­cuse, es la for­ma de vida actu­al, donde la religión y el sis­tema económi­co, van generan­do una men­tal­i­dad ena­je­na­da, que ha traí­do como con­se­cuen­cia una sociedad uni­di­men­sion­al. La mis­ma que, se car­ac­ter­i­za por una incon­scien­cia social, basa­da en la ilusión de bien­es­tar, donde el suje­to se con­sid­era feliz, sat­is­fe­cho con el acce­so a las mer­caderías de com­pra y tira que le ofre­cen los medios de difusión, siente que todo va bien, la prob­lemáti­ca comu­ni­taria le es aje­na, vive con­forme, sin remordimien­tos de las desigual­dades… cree que es feliz, los medios de difusión así le han hecho creer.

Por tan­to, el hom­bre uni­di­men­sion­al, es un ser acríti­co, car­ente de capaci­dad de análi­sis, e inca­paz de proyec­tarse medi­ante una labor pro­duc­ti­va e inno­vado­ra, y como resul­ta­do, de gener­ar cam­bios en su sociedad, ya que para él no exis­ten las con­tradic­ciones entre el ser y el deber ser.

Se puede obser­var que el pen­samien­to de Her­bert Mar­cuse con­ll­e­va lo que parece una utopía, pero no el retra­to de la clási­ca utopía cap­i­tal­ista y súper tec­nifi­ca­da propia de la mod­ernidad, sino de aque­l­la, con un carác­ter críti­co, anhelante de una sociedad en la que la lib­eración de las fuerzas espon­táneas, instin­ti­vas, pue­da lograrse medi­ante la recu­peración del obje­to de tra­ba­jo, de un tra­ba­jo creador, con­trario a un tra­ba­jo alien­ador o fran­ca­mente enajenante.

Como resultado… La enajenación

Para su análi­sis, una aten­ción espe­cial nos merece la ena­je­nación en nues­tra inves­ti­gación. La cual está pre­sente en el dis­cur­so de los teóri­cos de la escuela de Frank­furt; al aso­cia­r­la, se bus­ca con ella, enten­der la acti­tud del ser humano en relación con sus activi­dades cotid­i­anas, ya que por una necesi­dad de tipo económi­co, de sobre­viven­cia, tra­ba­jamos en activi­dades poco rela­cionadas con nue­stro proyec­to de vida. Por lo tan­to, par­ta­mos de la con­cep­ción que Fromm tenía de dicho esta­do mental:

La ena­je­nación como la expe­ri­en­cia en que la per­sona se siente a sí mis­mo como un extraño. No se siente a sí mis­mo como cen­tro de su mun­do, como creador de sus pro­pios actos. Sino que sus actos y las con­se­cuen­cias de ellos se han con­ver­tido en amos suyos, a los cuales obe­dece y a los cuales quizás has­ta ado­ra. La per­sona ena­je­na­da no tiene con­tac­to con­si­go mis­mo, lo mis­mo que no lo tiene con ningu­na otra per­sona. Él como todos los demás, se siente como se sien­ten las cosas, con los sen­ti­dos y con el sen­ti­do común, pero al mis­mo tiem­po, sin rela­cionarse pro­duc­ti­va­mente con­si­go mis­mo y con el mun­do exte­ri­or (1987: p. 105).

Como se ha reg­istra­do en este tra­ba­jo, en nues­tra cul­tura, la ena­je­nación al ser un con­struc­to socio-cul­tur­al, no es ajeno en la con­for­ma­ción psíquica de gran parte de la sociedad, veamos aho­ra el papel de la vocación…

La vocación del bienestar social

Es per­ti­nente incor­po­rar para el análi­sis del desar­rol­lo per­son­al del docente, la influ­en­cia de la vocación; más allá de un proyec­to pro­fe­sion­al de vida: como un ejer­ci­cio de proyec­ción de nue­stros deseos instin­tivos. Para lo cual, nos pre­gun­ta­mos, ¿qué es la vocación como proyec­to de vida pro­fe­sion­al, y cómo se manifiesta?

Hacien­do valer la com­posi­ción de la pal­abra, vocación (del latín: vocare; lla­mar) que es el deseo de empren­der una car­rera, pro­fe­sión o cualquier activi­dad social con la que el suje­to se siente iden­ti­fi­ca­do, con­sideran­do des­de una per­spec­ti­va inte­gral, que es además una man­era de proyec­tar nues­tras necesi­dades de trascen­der, como respues­ta al reconocimien­to a nues­tra fini­tud, y se puede man­i­fes­tar a través del tra­ba­jo cre­ati­vo. Definién­do­lo de man­era sim­ple, con­sidero que es el lla­ma­do a la búsque­da de la trascen­den­cia del ser humano, en tan­to, creación de lo bel­lo medi­ante el tra­ba­jo cotidiano.

Podemos decir que, de acuer­do a la psi­cología social se con­sid­era que exis­ten algunos fac­tores históri­co-cul­tur­ales, que van con­for­man­do, el proyec­to de vida del ser humano, den­tro de ellos se destacan:

- La his­to­ri­ci­dad de la famil­ia: ya que medi­ante el mod­e­la­je y la iden­ti­fi­cación de las con­duc­tas de las per­sonas sig­ni­fica­ti­vas en nue­stro hog­ar, vamos incor­po­ran­do acti­tudes y con­duc­tas, que nos van sien­do familiares.

- La proyec­ción a futuro: que des­de pequeño se va con­struyen­do, el cual es el resul­ta­do de la relación sig­ni­fica­ti­va, que se va tenien­do con mod­e­los de vida que se tien­den a repro­ducir, y como otro ele­men­to a con­sid­er­ar; la influ­en­cia que tienen las tradi­ciones y cos­tum­bres, las cuales van pasan­do de gen­eración en gen­eración medi­ante el incon­sciente social, y les van dan­do un val­or social a cier­tas prác­ti­cas cul­tur­ales que son rec­om­pen­sadas en deter­mi­na­dos espa­cios sociales.

- La influ­en­cia esco­lar: a pesar de que tiene un menor peso que el hog­ar, y en estos momen­tos, que los mis­mos medios de comu­ni­cación, en la con­for­ma­ción de la con­duc­ta social, sigue sien­do un espa­cio sig­ni­fica­ti­vo, en el cual, prin­ci­pal­mente aque­l­los alum­nos de edu­cación bási­ca, logran encon­trar mod­e­los de vida en los docentes, con los que tra­ba­jan de man­era cotid­i­ana, los cuales repro­ducen, y que deter­mi­nan a futuro su proyec­to de vida profesional.

Tal como plantea Gra­cia Guil­lén, esta idea de vocación se con­funde algu­nas veces con el tér­mi­no, ser buen pro­fe­sion­al, pre­gun­tán­dose, ¿qué es ser buen pro­fe­sion­al en la edu­cación?, activi­dad que nos ocu­pa. El mis­mo Gra­cia Guil­lén cues­tiona que un buen pro­fe­sion­al sea aquel que cumpla con su horario de tra­ba­jo, posea los conocimien­tos ade­cua­dos, domine las téc­ni­cas requeri­das, respete la jer­ar­quía estable­ci­da, y cumpla con las reglas de actuación que especi­fi­ca el man­u­al de la empre­sa. De man­era con­cluyente se pre­gun­ta: ¿Estos atrib­u­tos serían sufi­cientes en una activi­dad como es la docen­cia? Le parece insu­fi­ciente. Veamos el por qué…

La erotización del trabajo (la fantasía)

El pro­fe­sion­alizar la labor académi­ca, sin tomar en cuen­ta algunos fac­tores psi­cológi­cos, rel­e­vantes como la iden­ti­fi­cación, la sub­li­mación de los instin­tos a través de una activi­dad social­mente acep­ta­da, difí­cil­mente lograría la plen­i­tud lab­o­ral. Si con estos ele­men­tos se logra ese toque de ero­ti­zación del tra­ba­jo, como una condi­ción nat­ur­al, no alien­a­da en el ser humano, y con un ingre­di­ente nece­sario como es la fan­tasía (phan­ta­sia), en tan­to, fac­ul­tad men­tal que nos lle­va a la creación de imá­genes inex­is­tentes o en un plano supe­ri­or ide­al­izan­do la real­i­dad, por lo gen­er­al, dolorosa (prin­ci­pio de la real­i­dad), situán­donos hacia un tra­ba­jo cre­ati­vo, tran­scen­dente. Históri­ca­mente, podemos mostrar su fun­ción, dado que: “dicha ero­ti­zación, logra­da a través de la fan­tasía es la úni­ca activi­dad men­tal que con­ser­va un alto gra­do de lib­er­tad con respec­to al prin­ci­pio de real­i­dad”, tal como lo señala, Mar­cuse. (1985: 152).

Quien de acuer­do a lo plantea­do por Freud, con­sid­er­a­ba que los dos prin­ci­p­ios del suced­er psíquico se dieron, con la intro­duc­ción del prin­ci­pio de la real­i­dad, y la otra fun­ción de la activi­dad men­tal (fan­tasía) que fue ais­la­da; se le dejó fuera de la exper­i­mentación, de la real­i­dad y per­maneció sub­or­di­na­da, tan solo al prin­ci­pio del plac­er: “Esta man­era de activi­dad como pro­ce­so men­tal (das phan­tasieren), se hace pre­sente en los jue­gos infan­tiles y después, afir­mán­dose bajo la for­ma de soñar despier­to, aban­dona su depen­den­cia de los obje­tos reales” (1988: p. 152)

Por ello, al con­sid­er­ar que la feli­ci­dad no es val­or cul­tur­al, encuen­tra en la fan­tasía un recur­so psi­cológi­co, que le per­mite acced­er a la lib­er­tad que la nor­ma­tivi­dad social ha lim­i­ta­do a cier­tos espa­cios y gru­pos de personas:

La fan­tasía jue­ga una fun­ción deci­si­va en la estruc­tura men­tal en su total­i­dad; liga los más pro­fun­dos yacimien­tos del incon­sciente con los más altos pro­duc­tos del con­sciente (el arte), los sueños con la real­i­dad; preser­va los arqueti­pos del género, las eter­nas, aunque reprim­i­das, ideas de la memo­ria indi­vid­ual y colec­ti­va, las imá­genes de lib­er­tad con­ver­tidas en tabú. (Mar­cuse, 1985: p. 152).

Freud, des­de una per­spec­ti­va soci­ológ­i­ca, encuen­tra en la fan­tasía el camino hacia la cre­ativi­dad, al con­jun­tar todos los conocimien­tos que el ser humano ha acu­mu­la­do en el trayec­to de su his­to­ria, con los ide­ales de una vida mejor que bus­can super­ar sus caren­cias estruc­turales, en este sen­ti­do, Mar­cuse, encuen­tra una vin­cu­lación entre el his­to­r­i­al del ser humano y sus expectativas;

Es el “Dai­mon” hacia un pasa­do y el futuro. La imag­i­nación preser­va el recuer­do del pasa­do sub­históri­co, cuan­do la vida del indi­vid­uo era la vida del género, per­manece rela­ciona­da con la ima­gen de la unidad inmedi­a­ta entre lo uni­ver­sal y lo par­tic­u­lar bajo el man­do del prin­ci­pio del plac­er y nos per­mite proyec­tarnos a la creación. (Mar­cuse, 1985: p. 154).

Como imag­i­nación visu­al­iza la rec­on­cil­iación del indi­vid­uo con la total­i­dad, del deseo con la real­ización, de la feli­ci­dad con la razón. Aunque esta armonía haya sido con­ver­ti­da en una utopía por el prin­ci­pio de la real­i­dad estable­ci­do, la fan­tasía insiste en que puede y debe lle­gar a ser real, en que detrás de ella está el conocimien­to, el desar­rol­lo de un ser humano inacaba­do e imper­fec­to, aquel que ha sido pro­duc­to de seres humanos que siguen encon­tran­do en la fan­tasía, el medio de dar rien­da suelta a sus deseos infan­tiles, a su cre­ativi­dad, a su deseo de lle­gar a ser, aquí en la tierra:

El análi­sis de la fun­ción cognosc­i­ti­va de la fan­tasía lle­va así a la estéti­ca como la “cien­cia de la belleza”; detrás de dicha for­ma, yace la armonía reprim­i­da de la sen­su­al­i­dad y la razón, la eter­na protes­ta con­tra la orga­ni­zación de la vida por la lóg­i­ca de la dom­i­nación, la críti­ca del prin­ci­pio de actuación, de una sociedad que no se per­mite soñar, en nom­bre de la obje­tivi­dad racional, de una indus­tri­al­ización, que com­pen­sa con acu­mu­lación de mer­caderías sus instin­tos reprim­i­dos. (Mar­cuse, 1985: p. 155).

En su tra­ba­jo, Mar­cuse la con­sid­era una for­ma menos sub­li­ma­da, ya que la oposi­ción de la fan­tasía al prin­ci­pio de la real­i­dad se desar­rol­la de man­era más fácil en pro­ce­sos men­tales sub-reales y sur­reales como el sueño, el soñar despier­to, el juego, la cor­ri­ente de la con­cien­cia; prác­ti­cas cada vez más ale­jadas de nues­tra real­i­dad esco­lar, dán­dole paso a asig­nat­uras más rela­cionadas con la capac­itación lab­o­ral, inclu­so de man­era alar­mante, en los nive­les básicos.

Con la can­celación del prin­cip­i­um indi­vid­u­a­tio­n­is, por parte de la fan­tasía, con­sid­era Mar­cuse que ahí se encuen­tran la raíz de la relación de está con el Eros orig­i­nal: la sex­u­al­i­dad es orga­ni­za­da y con­tro­la­da por el prin­ci­pio de la real­i­dad, la fan­tasía se afir­ma a sí mis­ma prin­ci­pal­mente con­tra la sex­u­al­i­dad nor­mal. Sin embar­go, su ele­men­to eróti­co va más allá de las expre­siones per­ver­tidas; Aspi­ra a una real­i­dad eróti­ca, donde la vida de los instin­tos lle­garía a des­cansar en la real­ización sin represión

Con la reduc­ción y con­trol de la imag­i­nación y la cre­ativi­dad indi­vid­ual, se pone al ser­vi­cio de la dom­i­nación del ser humano, la estruc­tura social comu­ni­taria, esto en fun­ción de una efi­cien­cia de pro­duc­ción de mer­caderías que aten­tan con­tra el deseo de una sociedad que busque la human­ización de sus miem­bros, factible medi­ante una labor que busque lo trascen­dente. Y esta solo se logra medi­ante la imag­i­nación, la cre­ativi­dad, lo cual con­ll­e­va a ero­ti­zar lo que se real­iza de man­era cotid­i­ana al inte­ri­or del salón de clases. Tal como lo plantea Dio­ti­ma en su con­ver­sación con Sócrates.

Él que ama lo bello aspira a poseerlo”

El filó­so­fo griego, Platón en su libro El ban­quete o del amor, nos va mostran­do la par­tic­i­pación de su mae­stro Sócrates, con una serie de ami­gos en la ter­tu­lia que se orga­ni­za en casa de Agatón, toman­do como asun­to cen­tral para esa ocasión: el amor. En el encon­tramos la visión que Sócrates tenía del tema, el cual gira en torno a la enseñan­za que había recibido de Dio­ti­ma la sac­er­do­ti­sa, ahí, en el rela­to que ella real­iza, ini­cia con una adver­ten­cia hacia su inter­locu­tor: “Eros, no es un dios, ni un hom­bre; es un gran demo­nio, un “Dai­mon” que vive entre dios­es y demo­ni­os. Y tiene como fun­ción la de ser intér­prete e inter­me­di­ario entre los dios­es y los hom­bres”. (2009: p. 491). 

Y su géne­sis la encuen­tra en ser hijo de la pobreza (Poros) y de la abun­dan­cia (Penia), lo cual des­de su ori­gen adquiere el carác­ter de ser un medio, a través del cual, la luz se rela­ciona con la som­bra, al mun­do sen­si­ble con las ideas. Obser­va­mos que, se le ha adju­di­ca­do el doble papel: De bus­car la riqueza y repar­tir los bienes, de desear y pedir, además de ser desea­do y desear. 

Tenien­do en cuen­ta que, el Eros rep­re­sen­ta el deseo en sí y no su obje­to, al estar con­sti­tu­i­do por dos ele­men­tos con­trar­ios, quienes rep­re­sen­tan la pobreza y la abun­dan­cia, sien­do una instan­cia inter­me­dia entre la sabiduría y la igno­ran­cia; ya que es amante y anhelante de la sabiduría, medi­ador entre lo mor­tal y lo inmor­tal, el cual bus­ca como anh­elo nat­ur­al lle­gar a la inmor­tal­i­dad, trascen­der la fini­tud humana.

Debe­mos con­sid­er­ar que, Dio­ti­ma sabe que Eros al ser un demo­nio, no es fácil en su tra­to, por su con­for­ma­ción de diver­sos ele­men­tos unidos por el deseo, es algo más que atrac­ción por la belleza físi­ca, está suje­ta y condi­ciona­da por el tiem­po, por la muerte y la cor­rup­ción. Y parte del prin­ci­pio de desear lo mejor, sobre todo aque­l­lo de lo se carece, pero que pasa con aque­l­lo que se con­sigue. La feli­ci­dad lle­ga a nosotros, con el agre­ga­do de que quer­e­mos con­ser­var­la para siem­pre, suman­do a este anh­elo de pos­esión, el deseo de la inmor­tal­i­dad; que es pro­duc­to de una caren­cia, afir­ma Sócrates en el Banquete:

Solo se desea por defini­ción, lo que no se tiene, lo que está ausente; los obje­tos del deseo y del amor, son lo que no se tiene, lo que no se es, lo que nos fal­ta, nun­ca se tiene entonces lo que se desea (ape­nas se tiene, ya no se desea), esto es desear y amar. (Platón: 2009: p. 488)

Bajo esta visión, la feli­ci­dad reside en la sat­is­fac­ción de nue­stros deseos si logramos lo que nos fal­ta, por ejem­p­lo; si lab­o­ramos en aque­l­lo que nos per­mi­ta proyec­tar nues­tras inqui­etudes e intere­ses, el dile­ma reside entonces, en que no sabe­mos desear otra cosas que aque­l­lo que no ten­emos, aque­l­lo que esper­amos, cuan­do la feli­ci­dad no es solo caren­cia; sino plac­er, no es esper­an­za; sino amor en la labor cotid­i­ana, y es ahí donde surge ese gran dolor de saber­nos mor­tales, fini­tos. La inmor­tal­i­dad se con­vierte en nue­stro gran deseo, de per­pet­u­arnos a través del tiempo.

Así se mues­tra en el juego mayéu­ti­co, que se va dan­do entre Dio­ti­ma y Sócrates, donde se des­cubren car­ac­terís­ti­cas nove­dosas del amor trascen­den­tal, ya que existe una parte escon­di­da de este, a la cual se puede acced­er solo a través del entendimien­to, del saber, lo que cono­ciste ante­ri­or­mente son solo aspec­tos menores del amor, señala Dio­ti­ma, con lo cual ini­cia a Sócrates, en los más altos y nobles aspec­tos del sen­timien­to amoroso.

En su dis­cur­so, Dio­ti­ma cues­tiona a su dis­cípu­lo, acer­ca del amor a la belleza cor­po­ral en la juven­tud, ¿por qué amar­la solo de man­era cor­pórea hacien­do a un lado las ideas? Si la her­mo­sura está hecha en muchas for­mas y per­sonas, ¿por qué no amar­la en ella mis­ma? y ¿por qué no ir más allá de las for­mas y amar aque­l­lo que las hace her­mosas?: la idea.

De esta man­era, el amor se va logran­do de man­era grad­ual, el tiem­po y el espa­cio jue­gan un papel rel­e­vante, el amor ter­re­nal a un cuer­po her­moso, y con­forme el tiem­po avan­zase ama a la her­mo­sura en sí mis­mo, bus­can­do el alma vir­tu­osa, la belleza sin for­ma, y con esto, el deseo de con­ser­var­la, el amor inmor­tal, como con­tem­plación de las ideas eter­nas. Dio­ti­ma, nos pre­sen­ta a la belleza, la ver­dad y el bien como un solo ele­men­to; el Eros, el cual es percibido como:

Aquel que ha segui­do el camino de la ini­ciación amorosa en el orden cor­rec­to, al lle­gar al fin percibirá súbita­mente una her­mo­sura mar­avil­losa, causa final de todos nue­stros esfuer­zos… una her­mo­sura eter­na, no engen­dra­da, incor­rupt­ible y que no crece ni decrece. (Platón: 2009: p. 498).

Una belleza entera, una idén­ti­ca a sí mis­ma, que no está hecha de partes como el cuer­po en su total­i­dad, ni de razon­amien­tos como el dis­cur­so humano, se hace presente.

Entonces, el amor como un Dai­mon es la for­ma, el camino, hacia la her­mo­sura, el que va del amor de un cuer­po al de dos o más, y de ahí al de todas las for­mas her­mosas, con­tin­uan­do a las acciones vir­tu­osas, de estas a las ideas, y de las ideas a la belleza abso­lu­ta. Por eso, aquel que logra acced­er a esta clase de her­mo­sura, accede a lo más alto que puede vivirse y dis­fru­tarse, ya que a través de ella, los ojos del entendimien­to comul­gan con la her­mo­sura y el hom­bre pro­crea no imá­genes ni sim­u­lacros de belleza, sino real­i­dades her­mosas. Y este es el camino de la trascen­den­cia hacia la inmortalidad.

“Los seres humanos deseamos trascender”

El tema cen­tral del dis­cur­so entre Sócrates con Dio­ti­ma de Man­ti­nea, sac­er­do­ti­sa grie­ga, se va cen­tran­do en el deseo de fama eter­na, el anh­elo de inmor­tal­i­dad en el ser humano. En él se plantean la exis­ten­cia de dos tipos de amor; los cuales solo pueden ser recono­ci­dos por aque­l­las per­sonas sabi­as: el amor físi­co y el espir­i­tu­al. El primero es descrito como un medio para preser­var a la per­sona y alcan­zar la inmor­tal­i­dad a través de la descen­den­cia, a difer­en­cia del amor espir­i­tu­al, el cual da luz a las ideas y pen­samien­tos, los cuales en esen­cia son inmor­tales. El amor como Dai­mon que nos per­mite acced­er al conocimien­to y la trascendencia.

Por lo tan­to, si el hom­bre aspi­ra a poseer siem­pre lo bueno, ¿cuál es el obje­to de esta pos­esión? De acuer­do a las enseñan­zas de Dio­ti­ma: “Es la gen­eración y la pro­duc­ción de la belleza, a través de la obra que cada ser humano va generan­do en su vida ter­re­nal”. (Platón: 2009: p. 495). Ya que esta mis­ma gen­eración es la que per­petúa la famil­ia de los seres ani­ma­dos, y le da la inmor­tal­i­dad que con­sciente la nat­u­raleza mor­tal. Sien­do que existe la necesi­dad de unir el deseo de lo bueno al de la inmor­tal­i­dad, ya que el amor con­siste en aspi­rar a que lo bueno nos pertenez­ca siem­pre. Por lo tan­to, la inmor­tal­i­dad es tam­bién el obje­to del amor. 

Con­tin­uan­do con esta idea, la sac­er­do­ti­sa grie­ga, le ejem­pli­fi­ca al insigne dis­cípu­lo refir­ién­dose al conocimien­to que se bor­ra, ya que el olvi­do es la extin­ción del conocimien­to; pero es ahí donde la reflex­ión for­ma un nue­vo recuer­do en lugar del que se ha ido, con­ser­va en nosotros este conocimien­to, aunque creemos que es el mis­mo. De man­era sim­i­lar, se con­ser­van todos los seres mor­tales, no sub­sis­ten abso­lu­ta­mente y siem­pre serán los mis­mos, como sucede con lo divi­no, sino que el que mar­cha y el que enve­jece deja en su lugar un indi­vid­uo joven, seme­jante a lo que él mis­mo fue, trascen­di­en­do a través de él. Por lo tan­to, es la nat­u­raleza mor­tal la que aspi­ra a per­pet­u­arse, y hac­erse inmor­tal, en cuan­to es posi­ble; y sus úni­cos medios son el nacimien­to que susti­tuye a un indi­vid­uo viejo con otro joven y sus obras.

Así es, Sócrates, como todo lo mor­tal bus­ca par­tic­i­par en la inmor­tal­i­dad, y lo mis­mo el cuer­po que todo lo demás. En cuan­to al ser inmor­tal sucede lo mis­mo por una razón difer­ente. De ahí, que sea com­pren­si­ble que los seres ani­ma­dos esti­men tan­to sus cam­bios, porque el deseo y el amor que los ani­ma no tienen otro ori­gen que esta sed de no ser olvi­da­do, de per­pet­u­arse a través del tiem­po y espa­cio; se bus­ca trascen­der la fini­tud cor­pórea. En ese sen­ti­do, María Anto­nia Padil­la, con­sid­era el val­or de la trascen­den­cia des­de una per­spec­ti­va inte­gral, al con­sid­er­ar que:

Los seres humanos deseamos trascen­der. Y lo bus­camos de diver­sas man­eras. Tenien­do hijos, escri­bi­en­do, dibu­jan­do, etc. Es decir, dejan­do huel­la. Dejan­do pro­duc­tos. Es una necesi­dad vital. Con­sciente o incon­sciente. Quer­e­mos que los demás nos recuer­den, Tan­to, mien­tras esta­mos en la tier­ra, como cuan­do ya no este­mos. Quer­e­mos que lo que hace­mos ten­ga un impacto a cor­to, medi­ano y largo pla­zo. Que sea útil. Y por supuesto, que ten­ga nue­stro sel­lo. Que se sepa quién lo hizo, para que ello se reconoz­ca. (2011)

La trascen­den­cia, ese deseo incon­sciente que está pre­sente en cada momen­to de nues­tra vida, sen­ti­do de búsque­da que nos lib­era del dolor de sen­tirnos mor­tales, se hace pre­sente en la docencia

La conclusión

Con­sideran­do, tal como lo plantea Dio­ti­ma de Man­ti­nea; los seres humanos bus­camos la trascen­den­cia de man­era incon­sciente, a través de la gen­eración y pro­duc­ción de las ideas, ello medi­ante el tra­ba­jo cre­ati­vo, y en fun­ción del reconocimien­to de nues­tra nat­u­raleza mor­tal, podemos encon­trar el camino que nos per­mi­ta encon­trar la desea­da inmor­tal­i­dad, la mis­ma que nos per­mite aspi­rar a que la belleza nos pertenez­ca eter­na­mente. De ahí que se con­sidere que:

Solo quien hace las cosas con ver­dadera y pro­fun­da vocación ten­drá pro­fun­do amor a eso que hace, sin impor­tar cuál sea la labor desar­rol­la­da, en bien de su comu­nidad. De man­era par­tic­u­lar, la docen­cia no puede hac­erse sin amor, sin dar amor y sin recibir amor.

Esto como un lla­ma­do de aquel que ha sido con­ta­gia­do por una pro­fun­da vocación de servir al próji­mo. Ya ha sido señal­a­do, que toda activi­dad empren­di­da por el hom­bre cuan­do esta estim­u­la­da por el deber, el plac­er muere, pierde su val­or lúdi­co, y se con­vierte en una car­ga, difí­cil de lle­var. Con­sidero, que no debe­mos perder de vista que la vida ele­va­da al carác­ter de arte, se con­vierte en una activi­dad cotid­i­ana del cuida­do de sí mis­ma y de los demás des­de nues­tra fun­ción de docente, lo cual trae como resul­ta­do, un ser humano que conoce y enfrenta las pasiones inher­entes a él, una for­ma de vida; una Paideia, que tiene como fin la búsque­da de un ser humano capaz de diri­gir su vida a través de la vir­tud (areté), y que por exten­sión sea capaz de crear y gob­ernar a la Polis, en con­viven­cia armóni­ca con sus con­géneres y la nat­u­raleza, tal cual, fue la prác­ti­ca psicagóg­i­ca en la antigua Ate­nas… con­vir­tién­dola en el arte de la existencia.

En el caso del amor, la relación que esta ha tenido con la edu­cación, des­de su nacimien­to, ha queda­do plas­ma­da en los tra­ba­jos de Platón, quien con­sid­era que el que ama, quiere algo más que estar siem­pre jun­to al otro, quiere crear algo con él. Medi­ante el amor bus­camos el bien del mun­do, y la relación del Eros con la edu­cación va más allá de la labor pedagóg­i­ca, es psicagóg­i­ca, ya que trans­porta al alma a lo más alto, hacia lo bel­lo… hacia la inmortalidad.

De ahí, que cuan­do abor­damos una activi­dad pro­fe­sion­al, sin el Eros, sin el amor hacia esta, la real­izamos de man­era mecáni­ca, alien­a­da, bus­can­do cubrir solo necesi­dades económi­cas, fenó­meno más que pre­sente, en nues­tra activi­dad docente.

Des­de mi per­spec­ti­va, la edu­cación a par­tir de la premisa platóni­ca educ­ere, la cual bus­ca sacar lo mejor de cada alum­no, al pare­cer, no es sufi­ciente para lo que con­sid­er­amos, debe ser la estruc­tura pro­fe­sion­al del docente (las hoy lla­madas com­pe­ten­cias docentes); se requiere amar aque­l­lo que real­izamos, y por lo tan­to, hac­er pre­sente el Eros hacia lo que real­izamos, y esto solo pueden con­seguir­lo aque­l­los que han encon­tra­do en la prác­ti­ca inno­vado­ra, vocación de por medio; el desar­rol­lo indi­vid­ual, el saber­nos pre­des­ti­na­dos a cier­ta labor, com­pen­sará el dolor de saber­nos mor­tales; con lo cual, será el tra­ba­jo docente, en aque­l­los que lab­o­ramos en la edu­cación, uno de los caminos que nos per­mi­ta trascen­der nues­tra fini­tud humana.

De man­era con­cluyente, pon­go en la palestra, para su análi­sis y dis­cusión: que toda activi­dad pro­fe­sion­al que incor­pore, como uno de sus ele­men­tos sus­tan­tivos al Eros, como guía en la búsque­da de su devenir; posi­bil­i­tará que dicha activi­dad logre sus obje­tivos pri­mor­diales, y una prác­ti­ca docente, que ten­ga como premisa la búsque­da de la trascen­den­cia humana, no puede estar exen­ta de ese demo­nio lla­ma­do amor.

Colofón

Este estu­dio gira en torno a la relación entre el bien común y la trascen­den­cia. El ser humano, al des­cubrir su fini­tud, y saber lo inex­orable que es la muerte, desar­rol­la un temor a pasar por la vida sin dejar obras que lo per­petúen en la memo­ria colec­ti­va, de ahí que bus­ca trascen­der a ese momen­to inevitable dejan­do huel­las en aque­l­las per­sonas con las que estable­ció relación, tal como lo plantea Dio­ti­ma de Man­ti­nea, y la activi­dad lab­o­ral medi­a­da por el Eros, real­iza­da día a día, nos abre las puer­tas a este sueño que es lograr la inmortalidad.

Referencias bibliográficas

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