PSICOLOGÍA LATINOAMERICANA. CONTEXTOS Y DESAFÍOS DE SU DESARROLLO.[1]
LATIN AMERICAN PSYCHOLOGY. CONTEXTS AND CHALLENGES OF ITS DEVELOPMENT.
Manuel Calviño
Facultad de Psicología. Universidad de La Habana, Cuba.
RESUMEN
Hablar de la Psicología Latinoamericana es referirse a un proceso de construcción científica y profesional intencional, desde un compromiso socio-político y cultural. En él se construye una epistemología revolucionadora, que rompe con los esquemas ortodoxos del ejercicio de la ciencia y la profesión de la psicología.
En este texto el autor se hace cargo de los procesos de fundamentación y argumentación de las bases sobre las que se erige la Psicología latinoamericana. Asimismo demarca elementos actitudinales y proyectivos que necesitan ser considerados en el ejercicio de la disciplina en el continente.
Palabras clave: Psicología latinoamericana, epistemología, sociología del conocimiento.
ABSTRACT
To talk about Latin American Psychology is to refer to a process of intentional scientific and professional construction, from a socio-political and cultural commitment. In it a revolutionary epistemology is built, which breaks with the orthodox schemes of the practice of science and the profession of Psychology.
In this text the author takes charge of the substantiation and argumentation processes of the bases on which Latin American Psychology is built. Likewise, it demarcates attitudinal and projective elements that need to be considered in the exercise of the discipline on the continent.
Keywords: Latin American psychology, epistemology, sociology of knowledge.
“Los pueblos capaces de la victoria fueron
los pueblos capaces de un mito multitudinario”.
Mariátegui
Cuando en septiembre del 2006 la Asamblea de la Unión Latinoamericana de entidades de Psicología aprobada por unánimidad declarar el 8 de octubre como el “Día de la Psicología Latinoamericana”, no estaba haciendo sencillamente un homenaje, fundamental y necesario, a quien es un referente histórico de vanguardia para todos los hombres y mujeres que nos empeñamos en el desarrollo de una América Latina para los latinoamericanos, sin desigualdades, sin injusticias, sin exclusiones. La Unión definía allí mucho más incluso que una vocación de las psicólogas y psicólogos comprometidos con el bienestar y la felicidad de los pueblos de nuestro continente. Se legitimaba el perfil aspiracional de una psicología auténticamente latinoamericana.
En necesario comprender la necesidad práctica de la distinción entre “La Psicología Latinoamericana” y “Psicología en América Latina”. La Psicología Latinoamericana es ante todo una toma de posición frente las dilemáticas del continente. La Psicología en América Latina refiere la posición geográfica en la que se hace psicología. Esta segunda, por cierto, resulta predominantemente una reproducción (en las mejores y raras excepciones, una asimilación nacionalizada) de las lógicas, narrativas, e instrumentaciones de la(s) psicología(s) producidas en espacios foráneos, y reinstituye, en lo fundamental, la discursividad que la genera. Esta psicología no pasa de ser “una profesión importante, pero incapaz de generar su importancia social … un hacer necesario que no abarca a todos los que de él necesitan; un saber importante, pero un hacer pequeño” (Ana Bock).
Delinear la construcción de un perfil, identificar las zonas conceptuales y actitudinales de la Psicología Latinoamericana, y del profesional latinoamericano de esa psicología, seguro será (está siendo) el resultado de múltiples aproximaciones sucesivas que, como construcciones históricas producirán (produciremos) los empeñados en la tarea. Toda contribución forma(rá) parte de un diálogo que en sí mismo será la mejor construcción epistemológica de la unidad y la diferencia, de ese carácter de fusión cosmogónica propio del continente, y que matiza cualquier producción auténtica que en él se genere. Subrayo auténtica, porque en definitiva la emergencia desde falsas semillas, ni tan siquiera trasplantadas o injertadas, sino impuestas por las acciones hegemónicas foráneas, no pueden gozar (no gozan) del privilegio del realismo mágico que engendra lo latinoamericano auténtico, por qué no, autóctono, toda vez que lo autóctono nos remite no solo a los pueblos originarios, sino a los que se instituyeron desde estos y construyeron sus identidades en las luchas, ya centenarias, por la independencia, la autonomía, la libertad en este lado del mundo.
La búsqueda de los referentes no se limita (no debe limitarse) a escudriñar la presencia de producciones simbólicas asimilables a los rangos reconocidos como psicológicos. No hay que limitarse a definir saberes y prácticas que en las zonas olvidadas (borradas a fuerza de exterminio, exclusión, desculturalización, etc.), o poco re-conocidas de las prácticas originarias, se descubren como anticipos de un pensamiento psicológico, o como pensamiento psicológico indiferenciado.
Tampoco se trata de hacer valer solo la producción relevante de pensamiento propio con claras conceptualizaciones psicológicas, sino también y sobre todo a los poco legitimados, desasistidos en sus intentos de visibilidad, desterrados de los círculos de significancia por los discursos hegemónicos, o en el peor de los casos anestesiados en sus voces por una avalancha de inversionistas teóricos, metodológicos, comerciantes del saber, y mutiladores de cualquier nacimiento de pensamiento latinoamericano.
No hago referencia a quienes, subsumidos por ingenuidad o por vocación servil, o incluso – porque no dudemos que existen– con intereses neocoloniales (no sería un exceso decir anexionistas), se han plegado a diptongos cuyo núcleo silábico es siempre el foráneo. En ellos lo latinoamericano es apenas una geografía, es una casualidad territorial. Omitiendo la geopolítica que captura la simbología del poder y la dominación, parapetándose en las supuestas posiciones asépticas de la ciencia, consuman la renuncia de dejar de ser una Psicología Latinoamericana, mayúscula, para sí, y se quedan en la alucinación cientificista que no pasa de ser una psicología latinoamericana con minúscula, en sí. Digo desde ya que probablemente necesaria, en algún sentido, pero en lo esencial insuficiente.
Los perfiles de la Psicología Latinoamericana, insisto auténtica, han de pasar por el análisis del hilado que entreteje las prácticas políticas, las culturales, sin duda las científicas y profesionales, pero también las prácticas ciudadanas, los accionares cotidianos de la vida en nuestra región. Ese entretejido conexo se explicita en formas particulares. Produce no solo modelos, abordajes, conceptualizaciones científicas y profesionales. Produce también hombres y mujeres que descollan como emergentes (analizadores) del entramado. Producciones culturales que delatan y reafirman el carácter latinoamericano por medio no solo de reflexiones, ideas, textos, narrativas, sino también y sobre todo por medio de actitudes, sueños, intencionalidades. Construyen lo histórico en el discurso de la historia.
Cada época, cada conclave de generaciones, tiene sus iconos paradigmáticos, que manifiestan en su dimensión esencial los pensamientos y actuaciones, las reflexiones y sueños, las necesidades impostergables y las demandas exigidas, las utopías y realizaciones de un movimiento histórico. Son como voces a través de las cuales habla, ha hablado, el continente, se ha confesado abiertamente, de manera habitual, rompiendo la parsimonia de la prudencia, incluso la racionalidad canónica.
Estas emergencias son el resultado de un proceso histórico en el que puede trazarse una línea inequívoca en la que las producciones anteriores se van sumando en las actuales y van configurando la emergencia futura. Una línea que, para América Latina, está instituida por una noción indiscutible: independencia –en toda su plurisignificación, y en su sinonimia intelectiva y visceral con autonomía, libertad, dignidad, patria. Así fue conformándose una historia de sedimentaciones sucesivas: de los que defendieron su tierra, a los que exigieron su independencia; de los que avanzaron los procesos emancipatorios, a los que construyen alternativas autóctonas desde, con y para los pueblos latinoamericanos. “Bolívar lanzó una estrella, que junto a Martí brilló, Fidel la dignificó para andar por estas tierras” (Pablo Milanés) –No son solo palabras, imágenes de poeta. Son evidencias del decursar concatenado de lo latinoamericano. Muchos nombres, inscritos en tiempos diferentes de una secuencia histórica única, pudieran enlazarse y construir la unidad intencional que identificamos con la voz América Latina.
Definitivamente, una mirada a la historia de nuestro continente nos devela un principio rector de la Psicología Latinoamericana. Afirmo que lo más rico, lo más propio, lo que ha acaparado la unidad de lo latinoamericano, siempre ha estado del lado de los que han luchado (defendido, construido) por la independencia de nuestros pueblos. La búsqueda de la independencia ha sido el camino de la formación de la identidad latinoamericana, de los pueblos de América Latina. Lo que quiere decir que es inexcusable en una Psicología Latinoamericana la ausencia de las problemáticas sociales asociadas a la dominación, a la guerra cultural.
Psicología latinoamericana: Contra la miseria. Contra la alienación.
Definir el sentido de una psicología en la superación de la miseria y la alienación, entiéndase de la justicia social, supone no solo una redefinición de lo que es la psicología misma, sino también el profesional que la acciona (construye y realiza) y pone en el centro, digamos ontológico, de la disciplina, el paradigma emancipatorio. Es decir, el centro de gravedad de la Psicología Latinoamericana residente en su intencionalidad.
Esta es una delimitación esencial: “… el único fin de la ciencia consiste en aliviar la miseria de la existencia humana. Si los científicos se dejan atemorizar por los tiranos y se limitan a acumular conocimientos por el conocimiento mismo, la ciencia se convertirá en un inválido…” (Bertold Brecht) La psicología no es la producción de conocimientos, un ¿qué? un ¿cómo? y un ¿por qué?, y de las acciones científicas y profesionales que los producen y los realizan. Estas tres cuestiones tradicionales de la ciencia solo pueden realizar su especificidad, auténticamente latinoamericana, en su ¿para qué?
La producción de subjetividades ha estado en línea con la producción histórica de la acumulación de capital. La producción de la miseria ha sido una cara de un único proceso en el que se ha producido, y es parte del proceso de producción, la alienación, la subjetividad alienada.
La idea del compromiso social de la psicología, eje central de las discursivas de la Psicología Latinoamericana, no es apenas asistir a los pobres, a los excluidos, a las víctimas de un orden injusto. Ayudarlos a movilizar los recursos propios para producir beneficios (bienestar) en esas condiciones. “La supervivencia de la psicología…está ligada al respeto insobornable por la realidad y el análisis científico y socio-político que ésta exige” (Alfredo Grande) Es sobre todo remontarse a las causas que han construido y construyen ese orden a nivel objetivo y a nivel subjetivo (simbólico, imaginario) para promover procesos que propendan a desarticularlas, eliminarlas, y buscar las formas autóctonas, propias, de instaurar nuevos ordenes con todos y para el bien de todos.
La pobreza, la exclusión, la injusticia, la inequidad, la limitación de acceso a la educación, a los servicios de salud, las prácticas hegemónicas, y todos los aledaños perversos, son las causas fundamentales, las causas instituyentes de la insanidad psicológica. La miseria objetiva es la causa predominante de los avatares de la producción de subjetividades alejadas de sus capacidades salutogénicas, de su despliegue pleno, de su realización humanizada (amén de los condicionantes ya conocidos y reconocidos por la psicología desde el siglo xix). La Psicología Latinoamericana, “en lugar de ser un testigo de los procesos sociopolíticos que afectan al individuo … es un medio para intervenir en las transformaciones sociales … para producir respuestas a los problemas planteados por las relaciones sociales, económicas y políticas” (Maritza Montero).
La eliminación de la miseria no es solo un proceso “objetivo”, del orden de lo real. La miseria es también, en toda su extensión, una realidad subjetivada, una representación naturalizada, que la asiste y la insiste, la produce y reproduce. Eliminar la miseria es solo posible si se favorece la emancipación de las subjetividades, la superación del coloniaje subjetivo, la erradicación de la colonización de las subjetividades, ese colonialismo que “te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser” (Eduardo Galeano). Es decir, la alienación.
Todavía, tendríamos que agregar, que ese coloniaje también “convence” a muchos profesionales, científicos, de que esos son problemas “políticos” a los que una ciencia no debe, ni tiene por qué acercarse. Te convence de que en el mejor de los casos el profesional decidirá su adscripción política en su tiempo libre, cuando no esté haciendo ciencia, cuando no esté en su rol profesional. Es decir, las tradicionales, y aún vigentes aunque disfrazadas, posiciones asépticas de la ciencia, de los científicos, de los y las psicólogas.
El sustento de las prácticas es un campo de determinaciones que las preceden y una vez instituidas las condicionan. Es un encuadre que no está sujeto primariamente a la construcción intencional del profesional. Él es un sujeto también sujetado. Solo que el carácter de esta sujeción no es del orden solo de lo inevitable (como parece ser en ciertas representaciones dogmáticas), sino también del orden de lo transformable, de lo creativo. Las prácticas están determinadas en lo actual por los contextos (históricos, económicos, ideopolíticos) –subrayo esto, por los contextos, y no por las representaciones teóricas particulares que de ellos se puedan hacer–, y en lo prospectivo por los contextos actuales y los proyectos, que son la producción del sujeto comprometido, trascendente como actor social de los cambios (Manuel Calviño).
Se alza entonces otro proyecto de psicología, otro ser psicólogo/psicóloga, que nace también del convencimiento de que “la última y más importante ambición revolucionaria … es ver al hombre liberado de su enajenación” (Che).
Solo así se producirá la eliminación de la miseria. En simple paráfrasis: la más importante ambición de la Psicología Latinoamericana es ver a los pueblos latinoamericanos liberados de la enajenación, para emprender el camino del reencuentro con su propia (auténtica) identidad y favorecer la emergencia de procesos colectivos de construcción del bienestar y la felicidad de todos, a la eliminación de la miseria.
La Psicología Latinoamericana emerge entonces como una psicología revolucionadora, en tanto contiene como fundamental la propuesta de la liberación de la enajenación. Y en este sentido busca su inserción en el proceso de fusión de las prácticas políticas, científicas, culturales, en diálogos simétricos con las prácticas cotidianas para construir la superación de los límites de la producción de la vida hoy. Por eso “debe descentrar su atención de sí misma, despreocuparse de su status científico y social y proponerse un servicio eficaz a las necesidades de las mayorías populares. Son los problemas reales de los propios pueblos, no los problemas que preocupan otras latitudes, los que deben constituir el objeto primordial de su trabajo” (Ignacio Martín Baró).
Un reto central está en la profunda arquitectura de la imbricación que existe entre el hecho de producir la vida, con el modo de producir el pensar sobre la vida. El reto es deconstruir un sistema de concebir el mundo que existe como mundo objetivo, que existe como modos de relaciones de producción, que existe como sus instituciones, las que genera y defiende, las que lo reproducen y extienden.
Por eso no hay como dudar que se hacen una sola las necesidades de cambio formuladas en el pensamiento, con las necesidades de cambio en las instituciones que los albergan y reproducen: “a la par de los grandes cambios promovidos…se requieren nuevas instituciones que respondan fielmente a sus objetivos” (Aleida March) Entra entonces un encargo institucional que se perfila desde esta lógica, de la imposibilidad de hacer lo nuevo con los basamentos de la vieja sociedad.
La construcción de nuevas instituciones
Coincidamos en que las instituciones son, básicamente, “relaciones sociales cristalizadas, petrificadas, condensadas a lo largo del tiempo. Todas las instituciones que articula la sociedad capitalista están atravesadas por relaciones de poder” (Néstor Kohan) Las instituciones creadas por las clases dominantes, son instituciones que defienden el pensamiento hegemónico de las clases dominantes. Las instituciones creadas bajo este amparo, al final (y al principio) responden a ese pensamiento hegemónico.
Un momento táctico y estratégico se desprende desde aquí: subvertir el proceso de producción de enajenación participando en la elaboración de nuevas políticas que al final den al traste con la institución y cimienten la posibilidad de su sustitución definitiva. Se entiende desde aquí el porqué de la necesidad de la inclusión de las prácticas profesionales de la Psicología Latinoamericana en las políticas públicas, en los procesos de movilización comunitaria, la necesidad de la toma de consciencia junto a los paradigmas libertarios. Y más aún, se entiende la emergencia de un profesional comprometido con las prácticas transformadoras, cuestionadoras, develadoras, un profesional-ciudadano, un sujeto político, un actor social – mucho más que un investigador, o que un psicoterapeuta, o que un profesor titular, investigador de tiempo completo, o cualquiera que las titulaciones que construyen hoy nuestra identidad profesional.
Incluso en las condiciones de una nueva construcción social (nuevos gobiernos emergiendo en el continente con proyectos socialistas, proyectados a la eliminación de la injusticia, a la equidad), es imprescindible la inclusión de las nuevas miradas. En la perspectiva estratégica, la generación de nuevas prácticas institucionales, demanda, exige, la generación de nuevas instituciones que den cobertura, resguardo, apoyo y organización a los nuevos proyectos (de sociedad, de prácticas profesionales incluidas). Una nueva sociedad tiene que construir sus instituciones nuevas.
En la lógica constructiva derivada, emerge una perspectiva de rigor: no se puede construir una nueva Psicología, la Latinoamericana, con los basamentos institucionales de las viejas sociedades. No es un artificio intencional, es una lógica intencional que acerca dos realidades a una forma de pensar compartida.
La psicología en América Latina vive esta contradicción. Está inmersa dentro de instituciones, políticas institucionales, que perpetúan su modelo dependiente, caricaturescamente hegemónico, toda vez que el verdadero centro hegemónico está en el Norte. Si cupiera alguna duda bastaría con examinar algunas de las políticas más extendidas en el continente. Dígase, en el mundo académico, el equivocado asunto de las “publicaciones de impacto”, que pretende enclaustrar el pensamiento social en una narrativa única, formas epistemológicas únicas, perpetuar ciencias asépticas únicas.
La aparición de nuevas instituciones a nivel local, es un paso de avance significativo. Esa Psicología Latinoamericana que viene marcando su compromiso con las problemáticas de los pueblos latinoamericanos necesita, está construyendo nuevas instituciones. Instituciones que se irán perfilando con más claridad –en sus formas funcionales, participativas, proyectivas, etc. – en la medida en que dejen atrás los fantasmas enraizados de las instituciones anteriores (todavía pre-dominantes). Dejar atrás las formas de pensar, y dejar atrás los temores que son parte del juego de complicidad de supervivencia de aquello que se quiere superar.
La inserción que distancia a las nuevas instituciones emergentes de las están obsoletizándose, demanda descentrarse de la inclusión de los que reciben, a configurar la inclusión de los que aportan. Instituciones que se reconfiguran no desde lo que dan, sino desde lo que reciben. Sustituir instituciones asistencialistas que dan para contener, que compran adscripciones con falacias de estatus, de posibilidades de desarrollo, por instituciones que coordinan, favorecen, integran, las necesidades y compromisos de sus constructores.
Las instituciones que se instituyen desde formas alienadas, colonizadas, necesitan ser reconstruidas en nuevas instituciones desalienadas. Lo que supone actores para esas instituciones, que en el proceso de desalienar encuentren su propia desalienación. Y esto es una cuestión de doble inscripción: política y científica. Se trata de la construcción de subjetividades nuevas capaces de construir las nuevas instituciones.
Una cuestión primaria emergente: ¿Cómo el sujeto alienado se “deshace” de la alienación? Los modos enraizados de ver la vida que son construidos y construyen el proceso, son eso: estructuras profundas que hacen emerger formas de actuar. El proceso de desarticulación de la “miseria-alienación”, necesita, exige, de nuevas construcciones alternativas.
La construcción de lo nuevo con nuevas construcciones
La idea de que no es posible construir la nueva sociedad, con los mismos principios de la vieja sociedad, es un axioma. No hay falsas ilusiones, ni incomprensión de la realidad. No se trata de un planteamiento radicalista de desechar todo, sino sobre todo de una alerta, porque “los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó”.
La intertextualidad del pensar nos depara ahora un lugar para la reflexión en el apartado de los “cómo”, dicho sea así, en la dimensión de lo instrumental y de las conceptualizaciones a esto asociadas.
La psicología que se hace en América Latina, a fuer de petimetre, como ya señalé, resulta predominantemente un calco de las lógicas, narrativas, e instrumentaciones de la(s) psicología(s) producidas en espacios foráneos –Estados Unidos de Norteamérica, y Europa. Al asumir las formas (conceptuales e instrumentales), al asumir las dilemáticas para las que dichas formas proféticamente operan (profecía autoeficiente y autoconstruida, que mira lo que quiere ver y encuentra en su mirada lo que ve), la psicología que quiere, que está emergiendo, puede resultar inoculada, y al final “enferma” en el proceso de más de lo mismo.
No hay como no “injertar el olmo”. De hecho ya está injertado. Entonces, “injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas” (José Martí). No hay una actitud prejuiciada respecto a las cosas valiosas de la producción en psicología que durante años se ha construido en nuestro continente. El defender una epistemología dialógica, aleja a la Psicología Latinoamericana de las clásicas y típicas actitudes dogmáticas, exclusivistas, paradigmatizantes.
La asimilación de las formas tradicionales de la psicología es un proceso táctico, que tiene como estrategia la construcción de una nueva psicología. Y es este un proceso que se realiza en el diálogo, en el esclarecimiento, la argumentación, que propenda a sumar adeptos al proceso de construcción. De modo que no se trata de rechazo a ultranza, sino de construcciones alternativas más adecuadas.
La utilización (reproducción) del aparato instrumental (conceptual y operacional) de los paradigmas llamados clásicos de la psicología, cuando menos limita la aproximación a las problemáticas emergentes del cambio de acento, a la proyección socio-política de la disciplina. Los conceptos son zonas de comprensión limitadas. Pueden ser remendados para prolongar su espacio de validez. Pero se van convirtiendo en tendencias retroactivadas del pensamiento, que lo mueven a formas discursivas similares, que lo retrogradan a su lugar de máxima validez.
La delimitación de ese perfil aspiracional de una Psicología Latinoamericana no puede desconsiderar el hecho de que “nuestros conceptos, en términos de los cuales pensamos y actuamos, son fundamentalmente de naturaleza metafórica … lo que caracteriza a las metáforas es entender y experimentar una cosa en términos de otra; ellas estructuran lo que hacemos y cómo entendemos lo que hacemos” de donde se entiende como imprescindible “revisar nuestras metáforas referidas a la Psicología … pues las mismas, más que dar cuenta de una realidad, nos delimitan cierto abanico posible de percepciones, nos abren algunas posibilidades de construir el mundo y nos impiden otras; impedimento que, habitualmente, no percibimos” (Clara Jasiner).
No es casual que algunos de los movimientos más genuinos que perfilan (o perfilaron) un avance en la dirección de una Psicología Latinoamericana –solo a manera de ejemplo: Psicología Política Latinoamericana, Psicología Crítica, Psicología de la Liberación– han generado una actividad creativa, productora no solo de saberes, sino también de los instrumentos de esos saberes, instrumentos de su sustentación, e instrumentos de su realización.
Para nombrar cosas distintas es necesario no solo conceptualizarlas de manera distinta, es necesario llamarles de manera distinta. Conceptos, nociones, representaciones, que demarquen de principio el sentido de especificidad de la Psicología Latinoamericana. Se trata de identificar (elaborar, construir) nuevas conceptualizaciones que den cuenta de los propósitos mismos de la Psicología Latinoamericana, de los espacios en los que se opera, de los problemas que se estudian, de los compromisos que se gestionan, del sentido mismo que sustenta las prácticas profesionales.
Este es un proceso que demanda no solo compromiso, sino creatividad, flexibilidad, desarrollo y dominio profesional. Se trata del “desafío de elaborar propuestas alternativas, que no pueden significar el simple regreso a etapas históricas superadas en nuestro continente, pero que tienen que apelar para toda la creatividad, la capacidad inventiva y los vínculos sociales de nuestra intelectualidad, para recomponer la capacidad de elaboración teórica del pensamiento social latinoamericano” (Emir Sader).
No basta construirse como una psicología que “se dedica a cosas distintas”, que “hace cosas distintas”. “Nosotros no podemos ser hijos de la práctica absoluta, hay una teoría (…) inventar la teoría totalmente a base de la acción, solo eso, es un disparate, con eso no se llega a nada… Pero hay una cierta pereza mental para entrarle en el fondo al problema y para saber qué es lo que estamos haciendo y por qué. Hay excesiva disciplina en seguir la línea, y falta de una disciplina consciente de buscar los por qué…”
Búsqueda de los por qué
La historia, dijo Marx, sólo plantea problemas que puede resolver. Desde aquí sabemos que el mismo planteamiento (percepción, develación, evidenciado) del problema es solo posible dentro de un modelo de pensamiento en el que, de alguna manera, el (su posibilidad) presupuesto, sea por coherencia o por contradicción, por afirmación o por negación.
La posibilidad de que ese problema se convierta en motivo para uno u otro tipo de acción, de transformación, queda capturada en una dimensión epistemológica. No en el sentido de un paradigma de paradigmas. No el sentido de una sustentación de las formas de aprehender (ya sabemos que de reflejar, construir, ser) el mundo, sino como la gravitación en un episteme, un nodo, desde el que (en el que) un sujeto, un grupo, una institución, una célula societal, hace descansar, (descansa) la sustentación de sus actuaciones y pensamientos, de sus comportamientos e ideas, de su praxis.
Hay elementos que pueden asumirse con un sentido epistémico en el avance configuracional de la Psicología Latinoamericana. ¿Cuáles son algunos de los componentes de ese episteme?
En primer término, una dialógica crítica.
Una descentración de la clásica rivalidad por el trono de la verdad, recompuesta para andar en busca de respuestas a la pregunta de cuáles son las razones, y no quién la tiene. Un pensamiento que se reconoce buscando, indagando, formulando hipótesis, alternativas.
Se trata de entender que “mientras que la mera asunción de la llamada cultura universal por estudiosos de nuestros países puede hacerlos desembocar en la condición de colonizados mentales, que en buena medida son extranjeros en su propia tierra” (Fernando Martínez Heredia). El sentido epistémico es claro: “La crítica como articulador del pensamiento” (Julio César Guanche).
La Psicología Latinoamericana asume el sentido de ser una psicología crítica o un ejercicio crítico de la psicología. La producción social de subjetividades, el estudio y acompañamiento de las subjetividades sociales, tienen que sustentarse en una actuación crítica que revele la perfectibilidad de lo criticado, el compromiso del crítico con el proceso de cambio, y la propia necesidad de la crítica (Manuel Calviño).
Lo dialógico, con apego a la diversidad, es esencial en la construcción de la justicia social, del lado de la nueva producción societal, y es esencial en la producción (aparición, emergencia) de la nueva subjetividad. El sentido de esa “nueva universalidad” antes señalada, es no solo la justicia social, sino la articulación de saberes, de formas de pensar. La pluralidad del pueblo, de la masa, articulando la producción de conocimientos.
En segundo término un determinismo humanista.
Podemos llamar la atención sobre dos instituyentes básicos de un pensar determinista humanista. Uno viene de la mano del determinismo apropiado de la tradición marxista, ese determinismo que descubre las causalidades históricas, culturales, naturales, y no solo económicas, del comportamiento de las sociedades y sus miembros. La comprensión de que en última instancia, el hombre piensa como vive. Pero en el desarrollo ulterior del marxismo dogmatizado, este determinismo desvirtuado, cercenado por el lado de la dialéctica, se convirtió en un dogma.
“El hombre es el actor consciente de la historia”. Es decir, no es posible detenerse en lo que su época, su condición de vida, su pertenencia a una clase, inscribe en los seres humanos. Este es un enfoque de la génesis (génesis histórica, cultural, económica, política, hasta biológica). Desde esta perspectiva se rescata y multiplica creativamente el acento originario marxista. Se introduce el rol protagónico, determinante, del sujeto activo, transformador, revolucionario. El sujeto capaz de levantarse más allá de sus determinaciones.
Se trata sí de un sujeto descentrado de su condición de su-jeto, que no se limita a su condición de sujeto activo, sino que se descubre como actor social, un sujeto que se realiza como participe de un proceso colectivo. Un actor de la construcción social, colectiva.
La dialógica crítica, y el determinismo humanista, en el despliegue de la praxis de la Psicología Latinoamericana, descansan –y perfilan, para en su narrativa– en un pilar fundamental: la eticidad, la ética como centro epistemológico. La noción de deber social, de compromiso, de responsabilidad –todos axiomas de un pensamiento verdaderamente Latinoamericano.
Esta epistemología ética rompe con la tradición aséptica del pensamiento llamado “científico”– básicamente positivista. Rompe con el pensamiento economicista del paradigma de “nueva sociedad” dominante en la época (stalinista-jruschoviano, soviético).
La introducción de la ética, de los valores, como parte fundamental de la epistemología a disposición de los perfiles de la Psicología Latinoamericana, modifica los por qué posibles que diferencian no solo las respuestas, sino las propias preguntas. Dicho con Putnam, a la pregunta positivista acerca de la pertinencia de los valores en la factología científica, continente de la usura de la desideologización ideológica de la producción de saberes y prácticas, se contrapone la comprensión de los hechos como hechos de valor, como significados de valor, como inmersos, producidos, por prácticas ideológicas.
“Pensar en función de pueblos y no en función de individuos” (Che). He aquí un axioma claro y preciso. Un axioma que distinguiría un referente de ejercicio profesional de la psicología: Pensar en función de los pueblos latinoamericanos, de nuestros pueblos. Una ética del deber social. Una ética para el ejercicio de una vocación humana, humanista, humanizadora. Lo que supone “… renovarse cada día con nuevos bríos, inyectado por el espíritu que solo los que poseen el don de la entrega sin límites son capaces de manifestar…. en permanente crecimiento” (Aleida March). Un axioma transliterado a un perfil profesional de la psicología que supone en su accionar el principio de la solidaridad, de la defensa de la justicia, y por ende de la equidad, del reconocimiento de las diversidades.
El centro gravitatorio de este triángulo epistémico es un proyecto de sociedad, un proyecto de ser humano. Una nueva sociedad. Un hombre nuevo.
El hombre nuevo
La visión de un hombre nuevo, de un nuevo sujeto, deviene un referente de perfil para la Psicología Latinoamericana, para el profesional (hecho y hacedor) de esa psicología. Un profesional en su “doble existencia de ser único y miembro de la comunidad”. La emergencia de la Psicología Latinoamericana supone la de un psicólogo, una psicóloga latinoamericana de nuevo tipo.
Esa nueva psicóloga/psicólogo que emerge en el proceso de toma de consciencia “…de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación”, se perfila no solo como un agente de cambio social, sino como alguien que va “adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motor(es) de la misma”, que logra “…la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos” (Che).
Un profesional de la psicología con “más riqueza interior y con mucha más responsabilidad”. Es esta una alegoría retórica, de profundo sentido ético, que nos sirve de referente, que nos señala la imperiosa necesidad de “tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos…”(Che).
Los psicólogas y psicólogas latinoamericanos que se forman como antítesis de “los domesticados totales”, de los “asalariados dóciles al pensamiento oficial”, de los que viven “ejerciendo una libertad entre comillas”, serán las psicólogas y psicólogos, profesionales, … “ …guiado(s) por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un profesional de la Psicología Latinoamericana, en este afán de intertextuado sin esta cualidad”.
Desde estas reflexiones básicas, podemos perfilar lo que considero tres dimensiones psicosociales fundamentales de la Psicología Latinoamericana, a manera de conclusión en extenso: 1) La permanencia y defensa de las utopías; 2) El compromiso con la acción para su realización; 3) La colaboración como acción mancomunada de las diversidades en un fin común.
La permanencia y defensa de las utopías
Seguramente fue la declaración del fin de la historia, y con ella de las utopías, quien instauró (y fue instaurada por) la hegemonía de las distopías. La utopía es lo que no es, lo que aún no existe. Pero se presiente como existencia deseada. La distopía, parece que ya existe, y es un lugar indeseable, que puede ser peor aún. Hoy la tendencia a creer en lo apocalíptico de lo que vendrá (más apocalíptico incluso que lo que ya existe) supera con creces las mejores obras de los utópicos. La ficción distópica gana adeptos y dinero. Claro, dice el chihuahuense Solares (citado por Pacheco R. 2003) “… vivimos en un principio de siglo en que se nos acabaron las esperanzas, se nos acabaron las utopías y la fe. Entonces la desolación general es algo muy lastimoso, en especial para los jóvenes; se da este caos del salvaje que está instalado en la Casa Blanca, el caos que domina el mundo”. No son tiempos para las utopías.
El 45% de la riqueza del mundo, está en manos del 0,7% de la población, según el Global Welth Report (El Universal, 2015). La distribución por regiones de los individuos que tienen un patrimonio mayor que un millón de dólares, es así: 41% está en los Estados Unidos de Norteamérica, 10% en Japón, 9% por ciento en Francia, 6% por ciento en Italia, 5% por ciento en Reino Unido, otro 5% en Alemania, 4% en Canadá, 3% en China, al igual que en Australia (Portafolio, 2012). Si alguno de los presentes se propone formar parte de los favorecidos del mundo, a expensas de dejar afuera a los que tiene sentado a su lado, sepa que tendrá que lograr, aproximadamente, un ingreso mensual promedio de 65 000 USD. Les puedo asegurar que la psicología no es un buen camino.
En América Latina la distribución de la riqueza es más inequitativa aún, y por tanto el porcentaje de personas con mucho dinero es menor. Y si no, pregúntenle a Slim en México. América Latina es la región con mayor inequidad del mundo. “En 2014, el 10% más rico de la población de América Latina había amasado el 71% de la riqueza de la región… si esta tendencia continuara, dentro de solo seis años el 1% más rico de la región tendría más riqueza que el 99% restante” (Bárcena, Byanyima 2016). Se habla de los 186 millones de pobres de la región, algo más del 30% de la población, es decir de los 265 millones que vivimos en estas tierras. Se habla poco de que los 89 multimillonarios que existen en América Latina, con fortunas superiores a los mil millones de dólares, que suman un total de 439 mil millones de dólares, cifra mayor que el PIB de casi todos los países, representan solo el 0,00001424 de la población del continente. Es vergonzoso, indigno, inhumano.
Pero esta condición sostenida durante decenios, reproducida una y otra vez, multiplicada con el ejercicio del poder, ha llegado a conformar una subjetividad socialmente distrófica, como sacada de los menos alentadores resultados de Milgram: conformista, desilusionada, autocompasiva, resignada… creo que peor aún: indiferente. “La historia de la época moderna, –dice Berman–, al menos al nivel de la mente, es la historia de un desencantamiento progresivo” (Berman M. 1987, p.16). Una subjetividad para la que las quimeras sociales son un delirio, y que parece decir “Esto no lo cambia nadie”. No quiere lo que tiene, pero tampoco tiene la ilusión de poderlo cambiar.
Nos falta la utopía. Nos falta entender (comprender, asumir, interiorizar) la función de la Utopía. Otra vez con Galeano, imposible no recordarlo, tan preciso y clarificador: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Lo dije desde el inicio con Mariátegui: Los pueblos capaces de la victoria fueron los pueblos capaces de un Mito multitudinario. Una utopía compartida.
El compromiso con la acción para su realización
Una avalancha de rupturas conmovió la segunda mitad del siglo xx. Todo parecía indicar que desaparecerían los grandes pedestales de la modernidad. “Asistimos a una época de pérdida del horizonte, de sentido de lo moderno; de relativización y deslegitimación (en filosofía, ciencia, arte, política) de las nociones fuertes del sentido del paradigma integrista moderno: tendencia etnocéntrica, optimismo histórico, orientación racionalista, discurso globalizador” (Ravelo, 1996.p.14).
El nuevo siglo entra con una notoria propuesta de ausencia, más aún, de negación al compromiso con el cambio, la transformación: “la renuncia a cualquier tentativa de formular un proyecto total de transformación de la realidad social” (Crespi,1988, p.343). Se descalifican las intenciones transformadoras de cambio y la propia acción. Se afirma que los tiempos merecen sobre todo desconfianza, falta de fe. Da lo mismo que sea la dialéctica, o la lucha de clases. La historia ha muerto. “Por eso, tampoco hay razones para la acción, para el compromiso” (Ruffinelli, 1990, p.32).
Muchos dicen que el compromiso parece ser algo que ha pasado de moda. No solo en las prácticas sociales, profesionales, políticas, sino también en las prácticas cotidianas, en las relaciones interpersonales, en el desempeño de los roles cotidianos. Otros muchos no lo dicen, pero lo hacen. No solo no se comprometen. También se descomprometen, renuncian a los compromisos antes asumidos.
En cualquier proceso social, institucional, comunitario, las personas, aún sin darse cuenta, sin “participar”, están involucradas e implicadas. La implicación trasciende las fronteras de la voluntad, incluso en la abstención. Es el efecto de la inevitable relación sujeto-situación. Es claro, tomemos las cosas como son: No estar comprometidos, no significa no estar implicados. Porque cualquier cosa que suceda en nuestro continente, nos supone, nos afecta, porque somos parte de esa comunidad, y afectados para bien o para mal, de manera congruente o incongruente, con nuestras aspiraciones.
Comprometerse, como profesionales en formación o en ejercicio, es “arriesgar el pellejo”. Es no solo estar, sino intervenir, accionar. Y no solo intervenir y accionar, sino hacerlo en una dirección clara y precisa, la que lleve al logro de lo que se quiere, de lo que se entiende como necesario, como facilitador de la emergencia de lo que se busca con las prácticas profesionales. En última instancia, de multiplicar la posibilidad de realización de la utopía, de dar al menos los “dos pasos” posibles.
Sin compromiso no hay cambio. El no compromiso es complicidad, por desaliento, por desilusión, o por desinterés, pero al fin y al cabo, complicidad.
La Psicología Latinoamericana se compromete a pensar desde el Sur, lo que “… demanda construir nuestro relato histórico remontando los orígenes y caracterizando la naturaleza de las contradicciones que sacuden nuestra contemporaneidad. Exige rescatar una tradición de pensamiento forjada en el proceso de lucha por la emancipación, entretejida a lo largo de un transcurrir secular… Por imperativos de la necesidad, aprendimos a pensar desde el Sur. Hacerlo ahora de manera consciente es exigencia impostergable” (Pogolotti G. 2018).
La colaboración como acción mancomunada de las diversidades en un fin común
Todo lo dicho tiene una condición básica: la acción mancomunada, colaborativa, unificadora, de todos los actores de la Psicología. Vuelvo: La utopía compartida.
Pero el problema no reside en estar de acuerdo con el precepto, sino en ponerse de acuerdo sobre la base del precepto. América Latina parece tener inoculada la tendencia a la atomización. Parece existir una cierta tendencia a la duda, el exceso de cautela, en el establecimiento de unidades de acción. “Realizaron la labor de desunir nuestras manos –dice Pablo Milanés–, y a pesar de ser hermanos nos miramos con temor”. El fantasma del poder, de la supremacía hegemónica, nos acompaña con una frecuencia que raya con lo obsesivo. Un líder natural es considerado un caudillo, un megalómano, un narcisista. El rumoreo devaluativo es una práctica con una presencia sospechosamente alta entre nosotros. Una cierta dificultad para poner los intereses colectivos por encima de los sentimientos individuales (incluso cuando los intereses coinciden), también tiene una presencia notoria entre nosotros.
Lo mismo con la todavía pertinaz presencia del síndrome de IDUSA, como decía el Venezolano Salazar. La Ideología Dependiente de USA. Incluso a nivel institucional: somos mejor pagados y evaluados cuando publicamos en una revista yanqui, o estilo yanqui (con norma APA, en Scopus, etcétera), que cuando lo hacemos en una autóctona. Aquello del “vino agrio… pero nuestro vino” parece olvidado en nuestros centros universitarios.
Hay que construir –profundizar, multiplicar– una sensibilidad colectiva (al decir de Walter B.) Generar relaciones de unión, de cooperación, más allá de los fantasmas que todavía en buena parte nos pueblan. Hay que humanizar “… salir de la objetivación para afirmar la intencionalidad de todo ser humano y el primado del futuro sobre la situación actual. Es la imagen y representación de un futuro posible y mejor lo que permite la modificación del presente y lo que posibilita toda revolución y todo cambio … el cambio es posible y depende de la acción humana” (Silo 1994, p.81).
Entonces, la Psicología Latinoamericana demanda que reescribamos la psicología nosotros mismos, desde nuestras realidades, desde nuestro continente. No hay que dejar de ser, hay que ser de otra manera. La continuidad es sobre todo la utilidad. La ruptura es el desarrollo. Obviar el hecho, de que el futuro, respecto al presente, siempre es disidente, produce como riesgo la inercia. Y la inercia es una forma de morir, creyéndose que se vive. Aseguro que toda disidencia que lleve en sí el germen del desarrollo, termina por imponerse, porque la vida humana no se permite el estancamiento (aunque sí el retroceso y el vaivén), pero la detención definitiva, no.
Y esto demanda del estar convencidos de que un futuro mejor es posible, una Psicología Latinoamericana es posible. Y que hay que construirla hoy. Porque el único futuro predecible, es el que se construye hoy. El asunto no es solo pensar, es sobre todo hacer.
Asumamos que “un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”. “La novedad es revolucionaria, la verdad también”. Hagámos una psicología revolucionaria. Recordemos la esencia revolucionadora de los sesenta: “Seamos realistas: hagamos lo imposible”.
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Notas
- Conferencia en el acto de otorgamiento al autor de la condición de Doctor Honoris Causa en Psicología, de la Universidad de Huánuco, Perú, por sus aportes a la Psicología Latinoamericana. El texto fue preparado intertextuando varios textos anteriores sobre el tema y como expresión de las ideas expuestas por el autor en varios cónclaves. ↑