HOMENAJE A MI ESCUELA. EN SU CENTENARIO

Manuel Calviño

Facultad de Psicología, Universidad de La Habana

RESUMEN

La memo­ria emo­cional es el alma de la recon­struc­ción cul­tur­al de una insti­tu­ción. La capaci­dad para super­ar y dejar atrás errores, intol­er­an­cia, desati­nos, es la razón que se impone ante el reto de la res­ur­rec­ción. Jun­tar vol­un­tades y manos, esfuer­zos y recur­sos, con­stru­ir un camino con todos y para el bien de todos. Eso es lo que nece­si­ta mi Escuela, no la de mis recuer­dos, sino la de mis ansias. Por eso aquí rela­to con el corazón, con la fe y la esper­an­za de que será posi­ble que una vocación human­ista siga pob­lan­do el viejo edi­fi­cio de la Salle del Vedado.

Pal­abras clave: Escuela, de la Salle, edu­cación, espiritualidad

ABSTRACT

Emo­tion­al mem­o­ry is the soul of the cul­tur­al recon­struc­tion of an insti­tu­tion. The abil­i­ty to over­come and leave behind errors, intol­er­ance, blun­ders, is the rea­son that pre­vails in the face of the chal­lenge of res­ur­rec­tion. Join wills and hands, efforts and resources, build a path with every­one and for the good of all. That is what my School needs, not that of my mem­o­ries, but that of my desires. That is why I tell here from the heart, with the faith and hope that it will be pos­si­ble for a human­ist voca­tion to con­tin­ue pop­u­lat­ing the old build­ing of the La Salle del Vedado.

Key­words: School, de la Salle, edu­ca­tion, spirituality

–I–

Cien años cumpliría mi Escuela el próx­i­mo 2025. Lo digo absorto en ese pecu­liar sen­timien­to, creo que muy de cubano, de aso­ciar la geografía de la vida infan­til a lo muy per­son­al, “lo mío”, lo autén­ti­ca­mente recono­ci­do como pro­pio. La casa en la que naci­mos y vivi­mos con nue­stros padres, es “mi Casa”; el bar­rio en el que despleg­amos nues­tras vital­i­dades pri­marias, es “mi Bar­rio”. Así, la Escuela en la que des­cub­ri­mos las letras, los números, y quien sabe cuán­tas cosas más, es “mi Escuela”.

Aunque la pres­en­cia La Sal­lista en Cuba, se dice que data de 1905 (fue este el año en que lle­garon los her­manos lasal­lis­tas a Cuba), mi Escuela, afir­man los enten­di­dos, fue fun­da­da en 1925. Pero cier­ro los ojos y me veo leyen­do el número inscrito en la parte supe­ri­or de la puer­ta prin­ci­pal: “1910”. Has­ta puedo escuchar a mi com­pañero de aula, Rober­to Pérez, dicién­dome: “Que vie­ja es la Escuela”. Y esto fue en 1957. Cuan­do ape­nas ella tenía 47 años.

Yo esta­ba en el primer gra­do C. Había pasa­do el “kinder­garten” en una vie­ja casa de la calle Príncipe. La mis­ma calle que luego me recibiría al ser cer­ra­da mi Escuela. Mi padre le había dicho a mi madre: “ten­drá la mejor edu­cación que podamos dar­le”. Y así, un buen día, me llevó a la majes­tu­osa edi­fi­cación que ocu­pa­ba la man­zana com­pren­di­da entre las calles 13 y 11, acom­pañan­do en para­le­lo al mar; y las calles B y C que se extendían has­ta tocarlo.

La bar­ri­a­da del Veda­do se priv­i­le­gia­ba con aque­l­la edi­fi­cación que se lev­anta­ba sól­i­da y res­p­lan­de­ciente. Orgul­lo de un poderío económi­co de clase media ascen­dente, pero sobre todo de un poderío educa­ti­vo, int­elec­tu­al, for­ma­ti­vo. Los Her­manos “De La Salle” habían con­sagra­do, inequívo­ca­mente, su vida a la Edu­cación. Con una pro­fun­da con­vic­ción católi­ca, y avan­zadas ideas acer­ca del modo de “preparar hom­bres para la vida”, ejercita­ban su vocación para el mag­is­te­rio de man­era excep­cional, con com­pro­miso cívi­co, cul­ti­van­do el alma cubana. Cuba siem­pre esta­ba en sus prédi­cas. Cuba esta­ba en sus can­tos. Cuba esta­ba en sus sueños y sus ide­ales de una patria “con todos y para el bien de todos”.

Tardé muchos años en des­cubrir dimen­siones de su pen­sar que escapa­ban a mi mente infan­til, aunque no dudo que fueron sed­i­men­tan­do mi carác­ter. Revisan­do los viejos mate­ri­ales de la infan­cia, aquél “libro” que llamábamos “La Memo­ria”, com­prendí mucho más ampli­a­mente el bre­gar cal­mo, pero con­tun­dente, de los her­manos lasal­lis­tas afil­i­a­dos al human­is­mo real, ese que, sigu­ien­do la ruta de Dios, y no puede ser ciego ni mudo ante la injus­ti­cia. “Dios. Patria. Hog­ar”, inscrip­ción legí­ti­ma de los apos­to­la­dos, inter­conecta­ba las cimientes de su mod­e­lo formativo.

Que no quede solo en mi apre­ciación. En el Dis­cur­so de des­pe­di­da de la grad­uación de 1958, ora­to­ria revisa­da y con­sen­ti­da, como en las mejores tradi­ciones de la Edu­cación respon­s­able, el aven­ta­ja­do Guiller­mo Boza, decía: “… no nos olvidemos nun­ca del pueblo que llo­ra y sufre mucho. Seguire­mos entonces a la Patria como el tro­zo de humanidad en el que naci­mos, y nos dare­mos cuen­ta de que sola­mente lograremos su lib­er­tad cuan­do hayamos ven­ci­do la igno­ran­cia y el anal­fa­betismo, y sub­yu­ga­do la inmoral­i­dad y la deshon­ra. Y nos lan­zare­mos, jinetes de nue­stros ide­ales, a reparar injus­ti­cias sociales enormes, a enseñar deberes olvi­da­dos, a cica­trizar heri­das pro­fun­das de Patria enfer­ma, a hac­er olvi­dar ren­cores con jus­ti­cia, y ofen­sas con cari­dad. Si lo logramos, habre­mos logra­do la feli­ci­dad de la Patria… Y una estrel­la blan­ca… igual a esa estrel­la que bril­la allí, triste y abati­da sobre la san­gre de mi Cuba doliente, nos repe­tirá suave­mente las pal­abras de Amiel: “No te desanimes nun­ca, siem­pre ade­lante, tu deber es obrar”. Sub­rayo, esto fue en junio de 1958.

II

Los años sigu­ientes fueron de enorme com­ple­ji­dad. Des­de los ini­cios de 1959 la Rev­olu­ción entra en el edi­fi­cio de mi Escuela de las manos de los pro­pios her­manos lasal­lis­tas. No hay como dudar­lo. En la “Memo­ria” de 1959, un escrito tit­u­la­do “Repúbli­ca Nue­va”, dice: “La gen­eración que ha hecho en Cuba la rev­olu­ción más hero­ica y limpia, ha bro­ta­do al con­juro de una fe inten­sísi­ma en los ide­ales mar­tianos… En esta nue­va alb­o­ra­da cubana nos invade y nos con­vo­ca una gran esper­an­za en el mejo­ramien­to espir­i­tu­al del pueblo y de los gru­pos dirigentes…servir a la comu­nidad cubana es hoy un deber imprescindible…Todo por una patria libre y feliz, porque ha de ser más cristiana”.

Más ade­lante se incluye en la “Memo­ria” un frag­men­to de un tex­to pub­li­ca­do en la revista Bohemia, en el que se afir­ma: “Mucho ha hecho Fidel Cas­tro, y mucho le que­da por hac­er. Es líc­i­to con­ced­er al líder máx­i­mo de la Rev­olu­ción un crédi­to pro­por­cional a las grandes real­iza­ciones que debe acome­ter y que sin duda acome­terá” Y más ade­lante se señala: “N. de la R. –Fidel Cas­tro fue alum­no del Cole­gio de La Salle de San­ti­a­go de Cuba, de 1934 a 1938; Allí hizo su primera Comunión”.

Se apoy­an las primeras medi­das pop­u­lares del nue­vo gob­ier­no. La Refor­ma Agraria fue uno de los acon­tec­imien­tos salu­da­dos con hechos. Aún recuer­do los “trac­tores don­a­dos a la patria”.

En mi casa me decían: “Pron­to todos los niños podrán ir a una Escuela como la tuya”. No habría que lim­i­tarse a la cari­dad de los lasal­lis­tas que, con la renta de las Escue­las grandes, man­tenían tres “Escue­las par­ro­quiales” total­mente gra­tu­itas. Otras, como la cier­ta­mente fun­da­da en 1905, antes que “la mia”, en la calle Línea, 460, entre D y E, beca­ban a gran can­ti­dad de alum­nos que no tenían como pagar. Viví de cer­ca como el edi­fi­cio may­or, de la Escuela del Veda­do, y el menor, el par­ro­quial, se entre­laz­a­ban en activi­dades con­jun­tas. Favore­ci­dos y des­fa­vore­ci­dos del sis­tema juga­ban en el mis­mo equipo, canta­ban en el mis­mo coro, nave­g­a­ban en las mis­mas ansias.

No ide­al­i­zo. Sim­ple­mente obser­vo, reconoz­co y me enorgul­lece saber que más allá de la prédi­ca, había acciones conc­re­tas. De alcance lim­i­ta­do, sí. Pero sus­ten­tadas en un pro­fun­do amor y sol­i­dari­dad, en con­vic­ciones para com­par­tir con orgullo.

Pero poco a poco, en el exte­ri­or del edi­fi­cio, más allá de la her­mosa reja perime­tral que mar­ca­ba un aden­tro y un afuera, los estandartes de La Salle se des­colo­ca­ban de sus espa­cios tradi­cionales. La Patria llam­a­ba a reba­to. Las famil­ias se pre­cip­ita­ban en saltos muchas veces irra­cionales. Dios se des­dibu­ja­ba de sus sacrosan­tos anaque­les. Cada día un nue­vo pupitre se qued­a­ba vacío. Algo esta­ba suce­di­en­do más allá del perímetro de la Escuela. Pero el mag­ní­fi­co edi­fi­cio, como un inmen­so útero mater­no, nos con­tenía, nos pro­tegía. En su inte­ri­or se seguía pro­por­cio­nan­do un mun­do orga­ni­za­do y racional, en un con­tex­to de cam­bios con­vul­sos. Era el pro­legó­meno de otra mod­i­fi­cación sus­tan­cial en la sociedad cubana. Aho­ra impactan­do sobre la reli­giosi­dad, sobre las insti­tu­ciones religiosas.

Algunos desvaríos comen­z­a­ban a percibirse. Con­fronta­ciones des­de la duda empezaron a apare­cer en el esce­nario públi­co. La Rev­olu­ción “verde por fuera y roja por den­tro” hacía emerg­er pre­juicios no sin fun­da­men­tos de la igle­sia católi­ca. “Un fan­tas­ma recor­ría el país – parafrase­an­do a Marx– Era el fan­tas­ma del Comunismo”. 

En el edi­fi­cio de mi Escuela la armonía fue desa­pare­cien­do. Chubas­cos de volantes lan­za­dos des­de lo alto de las con­struc­ciones que daban res­guar­do al patio inte­ri­or, pre­disponían a los que leían las octavil­las. “No te dejes con­fundir por el comu­nis­mo”, “Las tenta­ciones del dia­blo son rojas”. No descar­to que algu­nas hayan tenido con­tenidos abier­ta­mente con­trar­rev­olu­cionar­ios. Tam­bién seguía ade­lante, entre algunos estu­di­antes, el pro­ce­so de asim­i­lación políti­ca de la nue­va situación del país. Recuer­do haber vis­to uni­formes dis­tin­tos a los que usábamos los estu­di­antes. Tam­poco eran sotanas. Al inte­ri­or de mi Escuela se vivía lo que en todo el país se vivía: apoyos incondi­cionales y rec­ha­zos rad­i­cales, con­tradic­ciones, defini­ción de pos­turas en bus­ca de la transac­ción, del respeto a los intere­ses. Nadie sabía lo que era una rev­olu­ción, ni cómo se hacía. Lo menos que se podía esper­ar era lo que esta­ba sucediendo.

Un buen día la solidez con­stru­i­da por años comen­zó a desmoronarse defin­i­ti­va­mente. La guagua 12”, coman­da­da por el chofer Angeli­to, que se intern­a­ba por mi natal Cayo Hue­so a recoger a var­ios alum­nos, parecía apa­ga­da. En su inte­ri­or comen­zaron a desa­pare­cer los chistes, las mal­dades comunes. Estábamos como enmude­ci­dos. El Edi­fi­cio se veía som­brío. No era el silen­cio de la dis­ci­plina el que pre­dom­ina­ba. Creo que era el silen­cio de la incer­tidum­bre. El año había recién comen­za­do. Pero aque­l­las navi­dades habían mar­ca­do de una man­era dis­tin­ta a mi Escuela. Al cierre del sesen­ta, el Decano de Bachiller­a­to había aler­ta­do: “El por­venir, jóvenes, tiene muchas incóg­ni­tas; los hor­i­zontes se oscure­cen con nubes negras…” ¿era aca­so un pre­sa­gio, una premonición?

Ten­go un gran vacío doc­u­men­tario sobre lo que sucedió. Mi vocación no es de his­to­ri­ador. Solo soy un nar­rador de sen­timien­tos. Mis viven­cias las lle­vo al papel. De modo que lo que conser­vo es que en abril de 1961 fue mi últi­ma sal­i­da del Edi­fi­cio de mi Escuela. Fue por la puer­ta trasera. Nos lle­varon apresurada­mente al sótano a tomar los ómnibus. Una vez aden­tro nos instaron a agacharnos en nue­stros asien­tos, a no expon­er­nos en las ven­tanil­las que deberíamos ten­er cer­radas. Se sen­tía el nervio­sis­mo de los her­manos, ecuán­imes en apari­en­cia, pero muy pre­ocu­pa­dos. Cuan­do sal­imos a la calle 11, ate­moriza­dos por la inusu­al emer­gen­cia y el desconocimien­to de lo que pasa­ba, alcan­zamos a oír gri­tos que venían de la calle: “Pin Pon fuera. Aba­jo la gusan­era”, “Que se vayan los biton­gos”, “Curas asesinos”, “Nacional­ización”. Una ráp­i­da mira­da des­obe­di­ente me tropezó con carte­les enar­bo­la­dos por un grupo numeroso de per­sonas que, para­peta­dos en la calle, obsta­c­uliz­a­ban el paso de las “guaguas”, e inund­a­ban el silen­cio de la tarde con la mis­ma expre­sión: “Curas asesinos”. No podía, ni podré enten­der nun­ca, aque­l­las palabras.

III

Muchos años pasaron antes de que volviera a pasar por mi Escuela. Los nuevos tiem­pos me lle­varon a lugares insospecha­dos con nuevos com­pañeros de fae­na –cam­pos des­o­la­dos por ciclones, cam­pa­men­tos en intrin­ca­dos lugares de la isla menor, zafras azu­car­eras, mov­i­liza­ciones mil­itares. Un mun­do descono­ci­do en el que podía ejercer la vocación en la que me había edu­ca­do. Encon­tré a algunos com­pañeros de mi Escuela. Con Nino del Castil­lo pasamos mucho frío al sur de La Habana, en el Cam­pa­men­to “Las Julias”. Allí lleg­amos por vol­un­tad propia a con­tribuir al desar­rol­lo del país.

Algunos de mis com­pañeros de Escuela cor­rieron otra suerte, triste, lam­en­ta­ble, dolorosa: exilio, des­gar­ramien­to famil­iar, prisión. Muchos engrosaron la diás­po­ra. Creo que hoy, cada vez más, aban­don­amos las ten­siones de época y recon­stru­imos lo que no debe­mos perder ponien­do tier­ra enci­ma de los exce­sos cometidos.

La Escuela quedó un largo tiem­po aban­don­a­da. Habita­da quizás por ecos de su his­to­ria, quizás por espec­tros de sotanas negras, camisas azules, pan­talones de caqui beige. La erosión se imponía sobre sus fachadas. La acción destruc­ti­va sin con­tra­posi­ción con­struc­ti­va lac­er­a­ba des­de todas partes las estruc­turas y fachadas del edi­fi­cio. Mi Escuela no era una pri­or­i­dad para los que definían lo que sí y lo que no. Tal vez, para muchos, ella rep­re­senta­ba un pasa­do que lejos de ser his­to­ria a recu­per­ar, se pens­a­ba, equívo­ca­mente, como una suerte de igno­minia a olvi­dar. “Todo al fuego” en una pési­ma inter­pretación de la sabia afir­ma­ción mar­tiana. Ningu­na Escuela católi­ca se salvó del pie forza­do. Ningu­na Escuela privada.

¿En qué extraño trance cayeron los que no entendieron, los que no entendi­mos –porque no quiero excluirme de los que cometieron errores– que la his­to­ria que solo es rup­tura se con­tradice a sí mis­ma, con­traviene su pro­pio sen­ti­do?, ¿Cómo no entendi­mos que la his­to­ria no es el cuen­to que los doc­tos o los pro­fanos hacen, sino los suce­sos reales que dejan mar­cas indele­bles en la vida real de las per­sonas, de las ciu­dades, de las naciones?, ¿Cómo olvi­damos que has­ta en la bas­tardía están las cimientes de nues­tra nación, que somos hijos de una vio­lación cos­mogóni­ca de la que supi­mos recu­per­ar, trans­for­mar y crear, pero no olvi­dar?. ¿Dejar de ser católi­cos suponía que teníamos entonces que dejar de ser bue­nas per­sonas, porque solo los rev­olu­cionar­ios son bue­nas per­sonas? ¿Teníamos que lan­zar al olvi­do las enseñan­zas de los her­manos lasal­lis­tas, su invitación con­stante y ejem­plar a hac­er filas con la vir­tud, la humil­dad, el respeto, el conocimien­to, la vocación de servicio?

Se sumaron tam­bién los equívo­cos del otro lado. No devalúo para nada el impacto de ter­ri­bles suce­sos en los que bue­na parte de la Igle­sia católi­ca, como insti­tu­ción, se negó a sí mis­ma (¿o no?). Fue escu­do de un asesino, y así, gar­ra de las som­bras luciferi­nas. Se ale­jó de la sotana verde oli­va del padre Sardiñas, para ser bor­da­je en oro de lo peor de la bur­guesía en estamp­i­da. Comul­gó a cor­rup­tos sin pasar ni tan siquiera por el juicio de Dios y el debido arrepen­timien­to. Se dejó arras­trar por la defen­sa de la inmovil­i­dad, cuan­do el reto era cam­biar. La orto­dox­ia ecle­siás­ti­ca no fue capaz de trascen­der­se a sí mis­ma. Su epis­te­mología de la resisten­cia, no la dejó pen­sar en la opor­tu­nidad de cre­cer. Se armó de la neg­a­ti­va. Se para­petó en sus tem­p­los cer­ra­dos. Se enquistó.

Todo esto her­rum­bra­ba lo edi­fi­ca­do. El inmue­ble de mi Escuela se me anto­ja­ba como una visión dori­an­greysiana. Como si todo lo malo se deposi­tara en sus pare­des, que se descas­cara­ban dejan­do al desnudo un inmen­so vacío. La nada.

Cuan­do volví a tran­si­tar por la acera que cir­cun­vala el edi­fi­cio sen­tí un dolor en el mis­mo cen­tro del pecho. No tenía que ser así. Se pudo haber evi­ta­do. No tiene que ver con el Social­is­mo, sino con el modo en que algunos, des­de posi­ciones de poder, inter­pre­taron el Social­is­mo. No tenía que ver con el ser católi­co, sino con el modo en que algunos pen­saron que se tenía que ser católico.

Así cómo “la difer­en­cia entre el desier­to y un jardín, no está en el agua, sino en el hom­bre”, la difer­en­cia entre el edi­fi­cio de mi Escuela, aquél que glam­oroso ilus­tra­ba la pro­duc­ción cul­tur­al de una época con acier­tos y desacier­tos, y el destru­i­do inmue­ble que a duras penas se man­tenía allí en pie, no esta­ba en el tiem­po, sino en el hom­bre. No fue el tiem­po quien con­vir­tió en semi ruina lo que parecía ser una irre­ductible edi­fi­cación. Fue el hombre.

IV

Las pare­des del Edi­fi­cio ya gemían cuan­do una sabia decisión recon­ver­tiría al gigante en una edi­fi­cación con fines educa­tivos. Tocaría el turno a un cen­tro de enseñan­za téc­ni­ca. Se podrían aprovechar condi­ciones propias del inmue­ble. El sótano trasero se trans­for­maría en taller de mecáni­ca. El patio lat­er­al, con vista a la calle C, sería techa­do para ten­er más espa­cio pro­te­gi­do de la inclemen­cia de las llu­vias trop­i­cales. Le llegó tam­bién el turno a la Capil­la. Allí donde bue­na parte de los lasal­lis­tas habaneros hici­mos nues­tra Primera Comu­nión, y algunos has­ta la Con­fir­ma­ción, los nuevos estu­di­antes harían su primera dis­ec­ción de un motor. Donde otro­ra, jun­to al mag­ní­fi­co coro esco­lar, yo enton­a­ba el “Cristus Vin­ci”, aho­ra res­onarían ensor­de­ce­dores choques de met­ales, de instru­men­tos de labor, con­tra la maciza con­struc­ción de estruc­turas fér­reas y arma­zones de hormigón de todo tipo. Cada época se con­struye a sí mis­ma. En altares, en talleres. En cualquier lugar. En todos los lugares. Pero siem­pre el gran con­struc­tor: El ser humano. Con una vocación u otra. Cuan­do son bue­nas, cuan­do son autén­ti­cas, se inter­conectan. Y solo cuan­do son fal­sas, se excluyen.

Soy de los con­ven­ci­dos que los her­manos lasal­lis­tas hubier­an sen­ti­do ale­gría al saber que resurgía de las cenizas el edi­fi­cio que antes cobi­jara la real­ización de su vocación. Ado­les­centes y jóvenes sin dis­crim­i­nación de ori­gen, raza, género, podrían inun­dar las desval­i­das aulas, y más ade­lante devolver con la gra­cia de su ser­vi­cio, lo que reci­bier­an. La Escuela volvía a ser escuela. En algún momen­to me pasó por la cabeza con­vo­car a los ex alum­nos, de difer­entes gen­era­ciones y épocas, a una labor de apoyo al resurgimien­to del edi­fi­cio. Tenía iden­ti­fi­ca­do a unos pocos, pero quizás aparecier­an más. En la isla, Manuel González, Rafael Betan­court, los Lage –Jorge, Car­los, Agustín–, Nino del Castil­lo, Manuel Bode, Frank Tobey, Gus­ta­vo Robreño, Enrique Col­i­na, Luis Alber­to Mon­tero. Tam­bién el Arzo­bis­po Aux­il­iar de La Habana, mon­señor Alfre­do Petit. Fuera de la isla…muchos más. Se trataría de un remien­do a la memo­ria. Un deber de corazón. Nada más. Mucho más.

Un domin­go, quien sabe si recor­dan­do los de misa, me fui a vis­i­tar la Escuela. Tenía la esper­an­za de encon­trar a alguien a quien comen­tar­le mi idea, tal vez intem­pes­ti­va. Quería acer­carme al aula de primer gra­do en la que el her­mano Tomás nos llen­a­ba el alma de ganas de apren­der. Y lo hice. Car­ga­do de sueños y temores volví a entrar al edificio.

La batal­la entre la memo­ria emo­cional y la razón fue des­gar­rado­ra. La primera bus­ca­ba sus ref­er­en­cias mnémi­cas en las que todo aparecía como detenido en el tiem­po. La segun­da, pre­cisa­mente esgrimía al tiem­po para enten­der lo que la mira­da le imponía. El edi­fi­cio había sido maquil­la­do. Más en sus fachadas exter­nas. Mucho menos en sus espa­cios inter­nos. Pin­tu­ra de bajo cos­to intenta­ba cubrir el aban­dono. Reta­zos de madera de baja cal­i­dad parchea­ban la fal­ta de per­sianas y frag­men­tos de puer­ta por doquier. Las impre­siones primeras me con­vo­ca­ban a la moles­tia. Pero el corazón emergió para hac­er vis­i­ble lo invis­i­ble: algo trata­ba de hac­erse. No era la sim­ple arit­méti­ca de “algo mejor que nada”. Era recu­per­ar el sig­nifi­ca­do sól­i­da­mente inscrito en aquel edi­fi­cio. Un edi­fi­cio para ser Escuela.

Las mar­cas de época eran inevita­bles. Aho­ra la Escuela llev­a­ba un nue­vo nom­bre. Pan­talones y sayas entra­ban indis­tin­ta­mente a los salones de clase. Yo nota­ba la ausen­cia de la escul­tura cen­tral. Pero era solo una rem­i­nis­cen­cia. Otros eran los col­ores de los uni­formes. Como el Esta­do que se hace car­go de la Escuela, ésta devi­no un cen­tro laico. Las ausen­cias de condi­ciones bási­cas eran evi­dentes. Pero siem­pre, jun­to a cada fal­ta, el inten­to de super­ar­la. ¿Habría posi­bil­i­dades reales de que el edi­fi­cio volviera a tran­spi­rar espir­i­tu­al­i­dad int­elec­tu­al, ansias de saber? Y claro, tam­bién infan­cia, o juven­tud, fuerza vital de gente joven con ansias de vencer, de super­ar cualquier reto.

Hay un des­ti­no ineluctable en aque­l­la con­struc­ción. Una espir­i­tu­al­i­dad que, mix­tu­ra­da con piedra y pol­vo, con ansias y desve­los, con vic­to­rias y der­ro­tas, se había tor­na­do resistente a todos los embat­es. La Escuela, mi Escuela, esta­ba allí. Impo­lu­ta. Ergui­da sobre su propia his­to­ria. His­to­ria que es parte de muchas otras historias.

Al salir por el viejo portón cor­roí­do por su propia his­to­ria, el mis­mo por el que un día entramos los que algu­na vez allí estu­di­amos, el que mues­tra la fecha de nacimien­to de la edi­fi­cación – “1910”, recordé la inscrip­ción con­move­do­ra que, en la Tum­ba al Sol­da­do Descono­ci­do de la fría Moscú, dice: “Aquí nada ni nadie está olvi­da­do”. Así, mi Escuela.

V

He escucha­do y repeti­do muchas veces la frase de Luz y Caballero: “Instru­ir puede cualquiera, edu­car, solo quien sea un evan­ge­lio vivo” Debo con­fe­sar que, en momen­tos de auto­con­scien­cia críti­ca, la máx­i­ma del ilustra­do me ha hecho sen­tir respon­s­able de la mala edu­cación que se ha insta­l­a­do en muchos de nue­stros jóvenes. Con vergüen­za, dada mi condi­ción de pro­fe­sor, escu­cho a per­sonas pru­dentes decir: “ten­emos un pueblo bien instru­i­do, pero poco edu­ca­do”. Me (des)con­suela ver, al ampli­ficar mi mira­da, que es una dis­en­sión exten­di­da por muchas lat­i­tudes del mun­do. ¿Será que aca­so tiene más apego a la real­i­dad aque­l­la máx­i­ma según la cual los jóvenes se pare­cen más a sus tiem­pos que a sus padres? (y mae­stros, agre­garía yo).

Des­de cuan­do se viene ges­tando una rup­tura de cier­tas nor­mas ele­men­tales de con­duc­ta ciu­dadana, cívi­ca, es algo que no logro pre­cis­ar. Ini­cial­mente me pre­ocupó, luego me dolió y aho­ra me moles­ta. Los mod­e­los rela­cionales se han desvir­tu­a­do. Tan­to en las dimen­siones espir­i­tuales, en el ámbito de las rela­ciones inter­per­son­ales, cuan­to en lo que se refiere al respeto y cuida­do del mun­do mate­r­i­al. Des­de este desas­tre plan­e­tario que ame­naza con pre­cip­i­tar al mito del Armagedón, has­ta la fal­ta de cuida­do para con la expre­sión mate­r­i­al de cualquier tipo de creación espir­i­tu­al humana: una ciu­dad, un libro, una escul­tura, un jardín, un vet­er­a­no edi­fi­cio, una joya de la cul­tura nacional. No hay con­scien­cia del esfuer­zo humano obje­ti­va­do en cosas que más que mate­r­i­al, son riqueza espir­i­tu­al obje­ti­va­da. No hay con­scien­cia de la necesi­dad de cuidar la obra humana, porque es así que se cui­da lo humano en nosotros mis­mos. El alma cubana corre el ries­go de apare­cer aman­cil­la­da por la fal­la educa­ti­va. Tam­bién mi Escuela cae en las redes inhóspi­tas de tal desidia.

Aho­ra, digo exac­ta­mente lo que vi hace menos de diez días, las pare­des han sido con­ver­tidas en murales para un exe­crable “mar­ket­ing per­son­al”. Pasare­las de pal­abras obsce­nas que der­ra­man tul­l­i­das inten­siones de minus­valía men­tal, o quién sabe si per­ver­siones estériles que traslu­cen insat­is­fac­ciones de todo tipo. Aque­l­lo hace recor­dar las pare­des de baños públi­cos de ter­mi­nales de ómnibus en las peo­res vari­antes imag­in­ables. ¿Es este el des­ti­no deseable de una escuela?

El paso de la intim­i­dad a la extim­i­dad, más allá de los límites de Face­book y sim­i­lares, se tiñe de indis­ci­plina ciu­dadana, de inob­ser­van­cia del ele­men­tal cuida­do a lo de todos, que no es pro­pio ni es ajeno. ¿La rup­tura de los moldes dog­máti­cos supone la destruc­ción de la noción de respon­s­abil­i­dad? ¿Será que se ha roto la línea divi­so­ria del “quiero” y el “hago”? ¿Habrá desa­pare­ci­do la fran­ja del “¿se podrá?”, del “¿será cor­rec­to?” Pare­cería como si Ati­la, a pequeña escala, reviviera uni­for­ma­do para destru­ir todo ves­ti­gio de civ­i­lización en mi Escuela. Y no será solo allí.

El viejo edi­fi­cio nun­ca antes vio, sufrió, tan­ta mala edu­cación. Nun­ca antes la vivarachería ado­les­cente y juve­nil que and­a­ba por los pasil­los del inmue­ble fue tan destruc­ti­va. Nun­ca antes el ide­al de la mis­ma Rev­olu­ción estu­vo tan ausente en el plantel, aunque segu­ra­mente se repiten una y otra vez sus consignas. Mien­tras may­or es el esfuer­zo y el sac­ri­fi­cio de unos para enrique­cer la cul­tura cubana, la del día a día, la del cubano ami­go, hon­esto, cuida­doso, respetu­oso has­ta en la bro­ma, más se evi­den­cia el mal hac­er de otros en la imposi­ción de una anti­cul­tura del irre­speto, de la destruc­ción, de la acriticidad.

¿A quién vamos a cul­par aho­ra del desvarío? ¿al fan­tas­ma del comu­nis­mo del que aún esta­mos muy lejos? ¿al blo­queo, que a fuer de injus­ta­mente pre­sente y acti­vo, ya es una condi­ción más? ¿Quiénes serán aho­ra los “asesinos”? ¿qué élite pudi­ente será la que no deja entrar a la nue­va edu­cación en los pre­dios de la otro­ra Salle del Veda­do? El edi­fi­cio de mi Escuela mantiene su silen­cio, pero habla. Habla, y repite: “la difer­en­cia entre el desier­to y un jardín, no está en el agua, sino en el hombre”.

Los nuevos habi­tantes del inmue­ble no han apren­di­do a quer­erlo. Nadie les ha cul­ti­va­do ese amor. No saben quizás cuan­to de buenos sen­timien­tos pudier­an res­pi­rar en su inte­ri­or. No son ellos la gen­eración de los que tenían algo que olvi­dar. Sino la gen­eración de los que tienen mucho por recu­per­ar y con­stru­ir. Pero no hay creación sin amor. Y no hay amor sin razones para amar. ¿Cuál será la his­to­ria del amor y sus razones para los nuevos amantes poten­ciales? Segu­ra­mente será la que con­te­mos aque­l­los que seamos capaces de dejar atrás lo que con­vo­ca a la incom­pren­sión y con­struyamos la nar­ra­ti­va de los buenos sen­timien­tos. La de los buenos recuer­dos. ¡Y hay tan­to bueno que recor­dar y amar!

VI

El viejo edi­fi­cio de mi Escuela cla­ma su reivin­di­cación defin­i­ti­va. Quiere par­tic­i­par para enrique­cer nuevas expe­ri­en­cias pos­i­ti­vas. Cora­zones lasal­lis­tas en muchos rin­cones del mun­do pueden ser con­vo­ca­dos y, no ten­go duda, acep­tarán. No hay nada que esper­ar. Hay mucho por hac­er. Me gus­taría que todos los que podamos hiciéramos algo por devolver a aquel edi­fi­cio su condi­ción de mul­ti­pli­cador del saber, crisol de toda diver­si­dad cul­tur­al enrique­ce­do­ra de la cubanía, sus­ten­to de una espir­i­tu­al­i­dad renovada.

Hago mías las pal­abras de Euse­bio Leal pen­sadas para nues­tra ciu­dad. Las extien­do para tocar a mi Escuela con el saber de quién ha tenido como divisa per­son­al “Patria y Fe”. Digo des­de mi certeza: “Para esta Escuela no habrá muerte ni olvi­do. Y es que en ella habi­ta la poesía, la prome­sa de eternidad que le dio sen­ti­do a todas y cada una de las gen­era­ciones que fueron mold­e­an­do sus espacios”.

Amén.

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