Manuel Calviño
Facultad de Psicología, Universidad de La Habana
Resumen
En el proceso de desarrollo la sociedad ha llegado a crear un sistema tecnológico altamente avanzado, que impacta positivamente sobre los procesos económicos, políticos y sociales. Sin embargo, parece tener un inconveniente contundente: la disolución paulatina de los vínculos sociales interpersonales. El crecimiento humano parece estar quedando atrapado en dos ejes fundamentales: digitalización e información. El sujeto queda alienado de sus vínculos sociales. Se abre una paradoja de la hiperconexión digital: estamos solos juntos. Se hace necesario “abordar el lado oscuro de la tecnología, buscando equilibrios que permitan aprovechar sus beneficios mientras se minimizan sus riesgos”.
Palabras clave: sociedad digital, tecnologías, enajenación.
Abstract
In the development process, society has created a highly advanced technological system, which positively impacts economic, political and social processes. However, it seems to have a compelling drawback: the gradual dissolution of interpersonal social ties. Human growth seems to be getting trapped in two fundamental axes: digitalization and information. The subject is alienated from his social ties. A paradox of digital hyperconnection opens up: we are alone together. It is necessary to “address the dark side of technology, seeking balances that allow us to take advantage of its benefits while minimizing its risks.”
Keywords: digital society, technologies, alienation.
La situación
No es este el primer texto (y ojalá que tampoco el último) que toma la conocida expresión que encontramos en el Manifiesto Comunista (publicado por primera vez en febrero de 1848) para dialogar sobre el tema de las implicaciones del desarrollo y sus efectos colaterales en las dimensiones sociales y a nivel del individuo (de los individuos), de la subjetividad (de las subjetividades).
Muchas reflexiones clásicas pasan ahora mismo por mi recuerdo y son fuente de recuperación. Apenas por nombrar algunos: Freud — “El malestar en la cultura” (1930); Fromm — “Miedo a la libertad” (1941); Marcuse — “El hombre unidimensional” (1954); Bauman — “Modernidad líquida” (2000); Lypovetsky – “Los tiempos hipermodernos” (2004) y muchos otros. Y es que la responsabilidad científica y ética, sumadas con la misión de las ciencias sociales, hace imprescindible la reflexión sobre el destino de lo humano (del ser humano) bajo la acción de los contextos creados por los avances “civilizatorios”, tecnológicos en lo que aquí nos ocupa, en el paso a la modernidad, la posmodernidad, el ultramodernismo y el metamodernismo.
Esta disolución, que ha ido in crescendo y que, como señalé antes, ya fue apuntada por Marx en el Manifiesto Comunista, se asocia a lo que Schumpeter (1976) acuñó con el término de “creación destructiva”, llamando la atención sobre el proceso mediante el cual la fuente del desarrollo se asocia a la fuerza de destrucción innovadora. Conceptualmente, esta idea nos lleva hasta la noción de “tecnologías disruptivas”, término que aparece en la obra de Christensen (Bower, Christensen, 1995).
Desde una perspectiva psicológica, el eje que atraviesa todas estas reflexiones, podemos asociarlo a la idea de la alienación, esa testimoniada deformación de conciencia que experimentan los seres humanos al introyectar que sus relaciones sociales son mantenidas por cosas. El yo puesto en algo que es ajeno, una suerte de traspaso de las capacidades del sujeto a los objetos de su vida. El mundo parece perdido, el individuo no se siente involucrado, concernido o implicado y su conducta es inducida por fuerzas externas, ajenas a él.
En Psicología una clásica aproximación a la noción, la encontramos en Psicoanálisis de la Sociedad contemporánea de Erich Fromm (1956), obra en la que se reconoce que el proceso de enajenación se ha intensificado en la sociedad contemporánea junto al desarrollo tecnológico siendo que el ser humano, enajenado de sí mismo, se enfrenta a sus propias fuerzas objetivadas (cosificadas) en cosas creadas por él mismo. Ya Dorfles, en la década de los sesenta, alertaba: “El peligro se produce cuando los instrumentos técnicos se escinden del ego humano, o sea, cuando la técnica se torna autosuficiente o se adueña del hombre en lugar de dejarse adueñar por él” (Dorfles, 1969:34). No, esto no es un fragmento del guion de The Matrix, es una mirada aguda sobre la realidad contemporánea y el destino que en ella se está labrando.
La sucesión de las llamadas revoluciones industriales, ha traído consigo un replanteo del problema de la enajenación. Así como fue fuente de conflictos antagónicos en la primera (siglo xviii), parecería que a partir de la tercera (siglo xx) el disimulo primero y luego el frenesí, logran una versión más “light” del choque, pero no menos peligrosa (quizás más). La historia da testimonio de lo sucedido.
En el proceso de desarrollo la sociedad ha llegado a crear un sistema tecnológico altamente avanzado, pero que tiene un inconveniente contundente: el riesgo de disolución paulatina de los vínculos sociales, como señala Rodríguez (2024) “estamos profundizando en un tipo de ciudadano solitario, individualista, al que no le importa el otro”. Sería osado e imprudente hablar de una relación lineal de causa efecto. Pero no dudo en afirmar que son procesos correlacionados (me refiero al desarrollo del sistema tecnológico y el deterioro de los vínculos sociales).
El crecimiento humano parece estar quedando atrapado en dos ejes fundamentales: digitalización e información. La identidad, esa parábola que unifica en la mismidad y armoniza en la otredad, es puesta a andar por una autopista en la que no hay yo y otros. Solo cada uno de todos los yo. El otro es el yo virtual. Yo mismo que me desdoblo ante lo mío. Círculo potencialmente esquizodestructivo. En la interconectividad me hablo a mí mismo cual si hablara al y con otro. Siendo que para ser yo-otro tengo que dejar de ser yo-yo. Mi otro es quien está en el lugar de mi yo. Yo estoy en el lugar del otro.
Entonces ¿dónde está el sujeto?, no el sujeto digital, sino el sujeto de la relación, de la interconectividad. Si donde digo no soy, y donde soy no digo, ¿dónde tendrá lugar el contacto, el vínculo? “El Rey ha muerto. Larga vida al Rey”. Lo sólido se desvanece en el aire. Se forma un nuevo sólido… más bien líquido (dicho con Bauman).
Hasta aquí puede construirse la impresión de que hay que parar el desarrollo. Nada más absurdo. No nos dejemos atrapar por la ideomatopsia. Defino la ideomatopsia como una condición mental que supone que las cosas “se ven” en blanco y negro, los sucesos de la vida no son percibidos (pensados, representados) en su diversidad. Así las cosas, en materia de TICs, para algunos hay solo dos posturas posibles: “…hay que destacar dos personalidades, la de los tecnófilos que dicen que la tecnología nos va a solucionar la vida, la economía los problemas… Generan un exceso de confianza, y los tecnófobos, que piensan en los riesgos, pérdidas culturales o de empleos” (Gómez, 2021).
Para poder avanzar en la consideración de una postura, es necesario hacer al menos un breve balance de los sustentos de ambas posturas, una suerte de “los pro y los contra”.
Las concomitancias
Al hacer referencias a las concomitancias asumo deliberadamente la certeza de que no hay causalidades lineales en el análisis de los impactos de la era digital, de la informatización, sobre las subjetividades. El cambio de época es sistémico y hasta lo que no cambia tiene responsabilidad en los nuevos efectos. No podemos responsabilizar al desarrollo tecnológico de todo lo maléfico de los tiempos que vivimos. Tampoco de todo lo divino. El bulling, por ejemplo, existe desde tiempos remotos. Ahora tiene un agrego: es Cyberbulling. El despreciable acoso sexual a menores, siempre existió. Ahora es Grooming. La nueva condición (invisibilidad, anonimato, etc.) puede favorecer la intensificación, pero el problema existe con o sin digitación, con o sin redes sociales, que por cierto también siempre han existido, solo que con otras características.
La literatura especializada (y la no tan especializada) nos da testimonios de los aspectos positivos de la expansión de la tecnología, por solo citar un ejemplo relevante al ejercicio profesional de la Psicología, en el ámbito de la salud mental de las personas, incluso para las prácticas especializadas asociadas a la salud mental. Así podemos encontrar la aparición de algunos términos: Salud digital (e‑salud, cibersalud, salud electrónica) y, en el campo que nos ocupa, la e‑salud mental; Telepsiquiatría (teleterapia, telemedicina, psicoterapia on-line); Salud-móvil o M‑Salud y otros. Todos remarcan los aspectos “positivos” del uso de las tecnologías en las prácticas de salud mental. Se asocian máxime a la accesibilidad, la comodidad, la contemporaneidad (una interfase más amigable y reconocible por los nuevos públicos), la comodidad, y la capacidad de registro y análisis. Parece que avanzamos en el paraíso de la salud 3.0: el uso de tecnologías que permiten la interconexión entre dispositivos que almacenan, categorizan y comparten “inteligentemente” la información, tecnologías que facilitan las actuaciones profesionales, tecnologías que abren las puertas al empoderamiento de las personas en la construcción de su salud psicológica, de su bienestar. En este sentido, es difícil no reconocer, la capacidad de las tecnologías digitales para favorecer el bienestar de las sociedades y de sus miembros.
Sin embargo, concomitantemente, se observan riesgos, y no solo riesgos, sino también nuevas emergencias que llaman a la preocupación.
En paralelo a los beneficios de la extensión de la tecnología, se observa el deterioro de la salud mental, de la salud psicológica de las personas, la deconstrucción no regulada de los parámetros primarios de formación de la vida humana, a saber, la sustitución paulatina de las relaciones sociales reales, por relaciones enajenadas. De hecho, se señalan un conjunto de trastornos (de alienación) derivados del uso de la TICs, entre ellos, el Síndrome FOMO (Fear Of Missing Out), la Nomofobia (No-mobile-phone phobia) y la Hipocondría digital. Todavía pudiéramos adicionar las apariciones digitales del sexting, el Ciberbullying, el Grooming, el doxing, en fin. Es cierto que casi todas tienen versión no digital. Pero esta última las multiplica.
En la sección 6C51 del CIE-11 (Clasificación Internacional de enfermedades para las estadísticas de mortalidad y morbilidad 11.a revisión) se habla del Trastorno por uso de videojuegos. Por su parte la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte sobre la adicción a internet, un “uso compulsivo, repetitivo y prolongado con incapacidad para controlar o interrumpir su consumo y consecuencias sobre la salud, la vida social, familiar, escolar o laboral”.
Baste recordar la Nomofobia:
“La Nomofobia (No-mobile-phone phobia) es el miedo a estar incomunicado sin teléfono móvil. En sentido estricto es el miedo incontrolable a quedarse sin acceso a la comunicación vía teléfono celular, por ejemplo, sin batería, sin señal, sin cobertura de datos.
El término ya se ha extendido para denominar la adicción a los equipos tecnológicos en general: computadoras, tabletas, y claro, el teléfono celular incluido. El alto nivel de ansiedad, angustia, incluso desesperación que genera en una persona, por ejemplo, el bloqueo de la señal de wi-fi en casa u oficina” (Kcam. 2018. p‑43).
A lo largo de “las revoluciones” industriales, un desafío común ha sido encontrar el equilibrio entre la conveniencia de la tecnología y la riqueza de las relaciones humanas. El tiempo dedicado a las pantallas, la sobre dependencia de las redes sociales y la automatización extrema, presentan riesgos tangibles para el tejido mismo de nuestras conexiones personales. En particular, la tercera revolución tecnológica introdujo la conectividad global y las redes sociales, creando puentes digitales entre individuos en todo el mundo. Sin embargo, el desafío que avizoraba un problema, no parece hacer encontrado cómo solucionarlo. El paradigma de la conexión constante también ha llevado a una paradoja: a menudo, mientras estamos más conectados virtualmente, nos sentimos más aislados emocionalmente. La calidad de las relaciones cara a cara ha sido desafiada por la omnipresencia de las interacciones en línea.
Como ha señalado Sherry Turkle (2012) en “estamos solos juntos”, refiriéndose a la paradoja de la hiperconexión digital:
“Nos estamos acostumbrando a estar Juntos pero Solos. Queremos estar con los demás, pero también queremos estar en otros lugares conectados a diferentes sitios en los que no estamos. Queremos personalizar nuestras vidas. Queremos entrar y salir de todos los lugares en los que estamos al mismo tiempo porque lo que más nos interesa es controlar dónde ponemos nuestra atención y no perdernos nada”
La obsesión por las redes sociales y la constante búsqueda de validación online pueden alejarnos de las relaciones humanas genuinas. Un riesgo grande, toda vez que “nuestro maestro no es el mundo, las cosas, los sucesos naturales, ni siquiera ese conjunto de técnicas y rituales que llamamos ‘cultura’ sino la vinculación intersubjetiva con otras conciencias” (Savater, 1997. p.35).
La literatura es tan prolija en evidenciar los beneficios como en testimoniar los riesgos. De modo que aparece una situación que, parafraseando a Bleger (1984), llamaría de simbiosis y ambigüedad. Muchos lo testimonian: Vuelvo con Bauman: “la tecnología es un sirviente obediente pero un amo voraz”. Antes lo había sentenciado Einstein: “la tecnología es como un cuchillo. Puede ser útil o peligroso, según la intención y la habilidad de quien lo maneje”.
Y aquí aparece “el eterno culpable”: el ser humano, el que hace uso de la tecnología, para bien o para mal. Una suerte de Síndrome de Oppenheimer: “Mi deber es construir la bomba. El de los líderes mundiales, utilizarla sabiamente” y para cualquier detalle, pregunten a Poncio Pilatos. Él sabe cómo deshacerse de las responsabilidades.
El asunto del uso constructivo o destructivo, que se da a uno u otro instrumento, a cualquier producción humana, siempre ha planteado la misma ecuación. Sea el arco y la flecha, la lanza, la piedra como instrumento que permite la provisión de alimentos para la supervivencia o los mismos medios pero utilizados para matar a otros congéneres. Siempre la misma historia, a nivel operativo el par beneficio-daño gozan de una “sinonimia ejecutiva” asombrosa. El objeto (instrumento) se presenta como vaciado de ideología. Él es solo en sí. El para qué es (su uso) ya no depende de él, sino de su usuario.
No parece pertinente plantear el dilema como ser humano vs. máquina. Como dice Elizalde:
“La pujante tecnología del aprendizaje de las máquinas produce formas de conocimiento inéditas en la historia humana, pero no se basa en artificios ni en la inteligencia de los robots, sino en el trabajo de seres humanos concretos: artistas, músicos, programadores, escritores, diseñadores, productores audiovisuales…, de cuya obra creativa y profesional se apropia un puñado de empresas. Los artefactos no tienen motivaciones propias, sólo siguen las de aquellos que los programan” (Elizalde, 2024).
El que hace uso de la tecnología (el aparente culpable), hace uso de una tecnología que ha creado alguien, otro(s) ser(es) humano(s). Entonces podríamos dar vuelta atrás y representar el dilema como establecido entre tecnófobos y tecnófilos (ya que entre ser humano y máquina no sería legítimo). Y obviamente nos empantanaríamos en una sucesión de sesgos cognitivos del tipo llamado “sesgos de confirmación”: cada uno ve lo que da sustento a su representación. Unos culparán a las tecnologías (vaya modo de decir), a los desarrolladores de las tecnologías, mientras que los otros culparán a los usuarios de las tecnologías por no limitarse a lo que está previsto para su uso.
Comentando el libro de Rory Cellan-Jones, Siempre ON, Navarro nos dice:
“La revolución digital ha traído consigo una dualidad de consecuencias, tanto positivas como negativas, que han alterado profundamente la sociedad. Por un lado, las redes sociales han democratizado la información, permitiendo una comunicación global instantánea y creando comunidades sin precedentes. Sin embargo, esta omnipresencia también ha facilitado la diseminación de desinformación, contribuyendo a la polarización y al auge de teorías conspirativas. La dependencia tecnológica se ha convertido en otra faceta preocupante, con muchas personas que muestran dificultades para desconectarse, afectando la salud mental y las relaciones interpersonales. Estos desarrollos resaltan la importancia de abordar el lado oscuro de la tecnología, buscando equilibrios que permitan aprovechar sus beneficios mientras se minimizan sus riesgos” (Navarro, 2024).
Lo cierto es que, cuando nos adentramos en los retos humanos de la digitalización de la sociedad, nos llenamos de dudas. Simbiosis y ambigüedad. Necesitamos encontrar una respuesta, no desde la metáfora de la enajenación, sino desde la construcción del desarrollo sostenible y sustentable. No desde la renuncia, sino desde el humanismo crítico que sustenta las utopías y las prácticas emancipadoras. “Abordar el lado oscuro de la tecnología, buscando equilibrios que permitan aprovechar sus beneficios mientras se minimizan sus riesgos”. ¿Es esto posible?
Espacios de actuación
En principio, tenemos dos espacios de actuación posibles. De una parte, la actuación con y para el usuario de las tecnologías. De otra, la actuación sobre desarrolladores, los diseñadores y productores de las tecnologías.
El espacio propio para la actuación con y para el usuario, no hay dudas que tiene que ver con la educación, con los procesos de influencia positiva que propendan a generar las mejores relaciones, el mejor uso de las tecnologías. La educación es, en el sentido estricto, el espacio de co-construcción de valores, de sentidos. Es por medio de la educación que se logran establecer los encuadres éticos, salutogénicos y normativos relacionales de los procesos de la vida, incluidos los consumos (que es lo que nos ocupa respecto a las nuevas tecnologías).
La gestión educativa, así como la de los procesos a ella asociados –la enseñanza, el aprendizaje, el entrenamiento, etc.– tiene una larga historia con no poco éxito. Sabemos educar, no ilimitadamente, pero sí razonablemente bien.
Sin embargo, los procesos de aprendizaje y entrenamiento, suelen transcurrir a ritmos distintos que los educativos. Aprendemos a realizar operaciones con las tecnologías antes, mucho antes, de saber reconocer los encuadres educativos que deberían sustentar dichas operaciones. No es esto una ley, pero si una tendencia reconocible. Comenzamos a usar las tecnologías, antes de saber y asimilar los requerimientos que dicho consumo supondría. No es un asunto solo doméstico, que se produce en el seno familiar, sino también del ámbito de las instituciones educativas. Los niños hoy aprenden a operar las Tablets, los Smartphones, etc. antes de poder tener conciencia crítica y responsable de su consumo. Lo normativo se mantiene fuera del sujeto consumidor (los adultos que imponen límites de tiempo, límites de contenido, etc.) Pero la interiorización de esa norma es baja, básicamente por dos razones: de una parte, es una norma por imposición, no por comprensión (no hay mucha posibilidad de comprenderla en la infancia) y en segundo lugar, es muy difícil tener control sobre un consumo cuya única necesidad es el instrumento (se puede consumir en cualquier lugar, a cualquier hora, en la casa o fuera de ella).
Algo similar ocurre en las instituciones educativas, agravado porque en estas sí existe un proceso de instrucción y adiestramiento del uso de algunas tecnologías, como recursos técnicos para la escolarización, pero no existen procesos de formación de sentidos guiados por la función educativa. Se enseña a usar, pero no se educa su uso. No se entiende el alcance de los medios técnicos, de las TICs, en la vida cotidiana de los educandos. En el mejor de los casos, solo su valor instrumental para el logro de los objetivos académicos. Puede que enseñe el uso de los programas de procesamiento de texto, de presentaciones, de hojas de cálculos. Pero la función educativa ni habla de las redes sociales, de Facebook, de Instagram, de Tik tok, de WhatsApp, aunque en el receso (y no solo en el receso) los educandos estén pegados a estos instrumentos del aprendizaje social.
Hoy, la educación para el consumo de las redes sociales es tan importante como el aprendizaje de la lectura, de la escritura, de las operaciones matemáticas básicas. La vida transcurre en los espacios digitales, allí donde se puede acceder a interesantes textos de educación sexual o a la más estridente pornografía, donde se puede acceder a la banalidad o a la cultura espiritual enriquecedora. La elección, nos dicen una y otra vez, depende del sujeto, de la persona. No es tan así. La elección depende de la educación, de la formación, de los procesos formativos.
Es imprescindible un cambio que, desde las instituciones, tienda a generar cambios en los patrones de consumo por la vía del reforzamiento de los valores, los sentidos de dichos consumos. La formación precede al cambio. Cuando no es así, el cambio genera tensiones, conflictos y resistencias mucho mayores.
Algunas pistas o senderos de trabajo ya fueron expuestos en el trabajo “Cómo ser ‘menos absorbidos’ en un mundo ‘mass mediático’” (Calviño, 2008). Entre los más impactantes, deberían ser considerados:
- El desenmascaramiento de los procesos implicados en el consumo (los explícitos, los tácitos, los inducidos), la crítica eficiente.
- La construcción de una “convivencia táctica” que no busque la prohibición, sino la penetración. Parafraseando a Berman, solo conviviendo (críticamente) con el diablo, podrá el hombre llegar a Dios.
- La construcción de propuestas alternativas que respondan creativamente a las necesidades de los consumidores, que induzcan a un consumo alternativo.
- La formación e instrucción en comunicación.
- El reforzamiento del papel de los mediadores potenciales.
- La “construcción” de un sujeto crítico con un consumo crítico de las tecnologías. Un sujeto que se distancia para incluirse como sujeto activo y no como objeto de los procesos.
Sique en pie la propuesta foucaultiana: “el problema político, ético, social y filosófico de nuestros días … (es) promover nuevas formas de subjetividad mediante el rechazo del tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante varios siglos” (Foucault: 2001, p. 249). La redención del afecto es el espacio vincular posible de una cultura de la liberación subjetiva, del enriquecimiento de lo humano. El malestar de la cultura sobreviene con el olvido (¿la traición?) del afecto. La sublevación de las emociones humanas, de los sentimientos vinculares, no puede esperar. La sociedad del afecto debería ser la de este siglo.
Ahora bien, los efectos de los procesos educativos son de largo andar (generalmente a mediano y largo plazo), sobre todo cuando no se trata solo de andar por un nuevo camino, sino también y primariamente, de desandar el largo trecho ya andado y en el cual se han generado los problemas que conocemos, los que hemos apuntado y los que no.
Es necesario entonces definir actuaciones que sean capaces de impedir los procesos de desintegración social, la sustitución de los lenguajes y relaciones naturales, por lenguajes arbitrarios, ficticios y relaciones asentadas en la ausencia de vínculo humano, relaciones inter-tecnologizadas carentes de personalidad humana desde los procesos mismos de creación y diseño de las tecnologías, mirar no solo a la educación de los sujetos consumidores de las TICs, sino también a los sujetos de su diseño, su producción y su desarrollo.
Para que el ser humano real no se diluya en los avatares de la impetuosidad tecnológica, es necesario construir no solo actitudes de consumo crítico, sino también y sobre todo escudos. Como antes se señaló, no podemos conformarnos con una suerte de respuesta al estilo de Oppenheimer. Los procesos creativos tecnológicos de desarrollo y construcción de TICs, tienen que implicarse en la generación de controles de procesos, a la larga controles de consumo, que permitan alejar, poner a raya, evitar en un rango mucho mayor los consumos enajenantes y que propendan a la desarticulación social, a los trastornos mentales y posibles desenlaces aún apenas previsibles.
¿Es posible la generación de tecnologías de la información y de la comunicación más amigables con los procesos socializadores? ¿Es posible diseñar un desarrollo de una revolución industrial más apegada a la generación de actitudes de vocación y ejercicio humanistas? ¿Será realizable la idea de una sociedad de la información en una sociedad de los afectos?
Una primera tentativa de respuesta a la pregunta la encontramos en el hecho de disponer de recursos regulatorios. No podemos reconocerlos. Estos pueden favorecer que las TICs se utilicen de manera ética, de forma tal que beneficien a la sociedad y al mismo tiempo se protejan los derechos e intereses de las personas y la sociedad en sus sistemas de interrelaciones.
En este sentido, se ha avanzado en el establecimiento de códigos de ética, códigos de conducta profesional, que de cumplir sus propósitos, traerían consigo no pocos beneficios, ente ellos, según Silva y Espina (2006): “La exigencia de responsabilidad al profesional sobre aspectos técnicos y sobre las consecuencias económicas, sociológicas y culturales del mismo; favorecer la consciencia del usuario sobre los problemas del uso inadecuado; permitir el armonizar legislaciones o criterios divergentes existentes”.
Pero, parten de un hecho conocido: “El usuario de los recursos computacionales o de comunicación tiene la responsabilidad de usarlos de manera ética, profesional y con apego a la ley” (ídem.p.571).
Sin descartar el valor de las regulaciones, a esta altura de los acontecimientos no es difícil reconocer que las regulaciones no logran altos niveles de efectividad en la realización de sus empeños. Resultan insuficientes. Igual, no hay que desecharlas. Hay que perfeccionarlas y encontrar mecanismos de control sobre su observancia.
También son recursos para el establecimiento de mecanismos de control sobre el uso de las TICs, sus diversos software y las redes sociales. Tal es el caso del llamado “control parental”, una forma útil y de fácil ejecutoria que sirve para controlar el uso que le da a internet, monitorear la navegación, limitar el acceso a contenidos y bloquear páginas que puedan ser ética y educativamente inadecuadas. El control parental puede incluso establecer límites de tiempo de consumo o evitar que se opere con determinados programas.
Sin embargo, se señalan también algunos inconvenientes. En el website “Pantallas amigas” (2022), podemos encontrar:
No es infalible. Los menores pueden encontrar formas de saltarse los controles o acceder a contenidos no filtrados. (Como, por ejemplo, saltarse el Control Parental utilizando aplicaciones bóveda).
Puede generar conflictos o resentimientos entre madres, padres e hijos e hijas, si se aplica de forma excesiva, arbitraria o sin consenso.
Puede afectar al desarrollo de la autonomía y la capacidad crítica de los menores, si se les impide explorar y aprender por sí mismos.
Puede vulnerar el derecho a la intimidad y la privacidad de los menores, si se les espía o se les controla sin su conocimiento o consentimiento.
También, si estás en redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram y ves que alguna publicación no es apta para que un menor de edad la vea, puedes reportarla y el contenido desaparecerá de la línea de tiempo.
Pero existe otra posibilidad, quizás cercana, quizás a la idea que anima a los conocidos Kaspersky Safe Kids, Qustodio y otros software de este tipo que avanzan la posibilidad de que en la misma producción de los instrumentales cibernéticos esté contenida la exigencia de su consumo ético.
Se trata de que los desarrolladores de las TICs, de las redes sociales, hagan contener en sus producciones los escudos inhibidores de su uso malsano, dentro de los límites no tanto de lo probable, que siempre es superable, como de lo ético. Un instrumento que lleve en sí solo su uso positivo y la imposibilidad de su uso negativo (insisto dentro de los límites temporales de la posibilidad y los atemporales de la ética humanista).
¿Es eso acaso una utopía humanista, casi delirante? Para nada. El desarrollo de las TICs es una evidencia de que si no se puede, se podrá. Todo dependen de tenerlo en el foco de las construcciones teóricas y prácticas, tenerlo en modo vigilancia creativa, con toda la carga del carácter de ser necesario, imprescindible, que tiene.
Ejemplos como el Centro de Tecnología humana (The Center of Humane Technology (CTH) o el Humanismo tecnológico e Inteligencia Artificial (Technological Humanism and Artificial Intelligence) estimulan una visión de futuro posible de que se logre un cambio tecnológico más humano. Como se declara en el Manifiesto de Viena (2019) sobre el humanismo digital, “Estamos en una encrucijada hacia el futuro; ¡Debemos entrar en acción y tomar la dirección correcta!” (p.2) La crisis civilizatoria no es solo crisis de modelos económicos o tecnológicos. Es, sobre todos, crisis de subjetividades.
Para que el alma humana no padezca trémula en su soledad, para que el ser humano siga siendo “el nacedor” de los procesos sociales (políticos, económicos, tecnológicos, culturales) el reto reside no solo en el enriquecimiento de la esencia de lo humano, sino también de sus producciones, incluidas las tecnológicas.
Referencias bibliográficas
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