AFRONTAMIENTO ACTIVO EN EL DOLOR CRÓNICO DE LA ESPALDA. UN ACERCAMIENTO A SU ESTUDIO

Ahmed José Pomares Ávalos 

Hospital General Universitario “Dr. Gustavo Aldereguía Lima”, Cienfuegos, Cuba

Dionisio Félix Zaldívar Pérez 

Facultad de Psicología. Universidad de La Habana, Cuba 

Resumen

El tema del dolor cróni­co de la espal­da se ha con­ver­tido en un área de espe­cial interés para los ser­vi­cios de salud a niv­el uni­ver­sal; su carác­ter de croni­ci­dad e incier­ta eti­ología lo con­vierten en un com­ple­jo tema de inves­ti­gación e inter­ven­ción, donde pare­cen jugar un papel impor­tante los fac­tores psi­cológi­cos, en par­tic­u­lar, el afrontamien­to. El pre­sente tra­ba­jo tiene como obje­ti­vo la sis­tem­ati­zación teóri­ca acer­ca del papel del afrontamien­to acti­vo en pacientes con dolor cróni­co de la espal­da, lo que con­tribuye al enriquec­imien­to de este con­struc­to. A la vez, se apor­ta un con­jun­to de indi­cadores que pen­e­tran en los mecan­is­mos del afrontamien­to acti­vo al dolor, y posi­bil­i­tan una mejor com­pren­sión de este con­struc­to psi­cológi­co en sus difer­entes nive­les de expre­sión en el com­por­tamien­to. Para ello se con­sultó la bib­li­ografía espe­cial­iza­da, entre ellas artícu­los de revis­tas, libros y otras, acce­di­das a través de los prin­ci­pales gestores de información.

Pal­abras clave: dolor cróni­co, dolor de espal­da, afrontamiento.

Abstract

The issue of chron­ic back pain has become an area of ​​spe­cial inter­est for health ser­vices at a uni­ver­sal lev­el; Its chron­ic nature and uncer­tain eti­ol­o­gy make it a com­plex sub­ject for research and inter­ven­tion, where psy­cho­log­i­cal fac­tors, par­tic­u­lar­ly cop­ing, seem to play an impor­tant role. The objec­tive of this work is the the­o­ret­i­cal sys­tem­ati­za­tion about the role of active cop­ing in patients with chron­ic back pain, which con­tributes to the enrich­ment of this con­struct. At the same time, a set of indi­ca­tors is pro­vid­ed that pen­e­trate the mech­a­nisms of active cop­ing with pain, and allow a bet­ter under­stand­ing of this psy­cho­log­i­cal con­struct in its dif­fer­ent lev­els of expres­sion in behav­ior. For this, the spe­cial­ized bib­li­og­ra­phy was con­sult­ed, includ­ing mag­a­zine arti­cles, books and oth­ers, accessed through the main infor­ma­tion managers.

Key­words: chron­ic pain, back pain, coping.

Introducción

El dolor cróni­co de la espal­da está con­sid­er­a­do como un grave prob­le­ma de salud, no solo por su alta preva­len­cia en la población, la cual se esti­ma entre el 5% y un 40% (Fatoye et al., 2019), sino tam­bién por las múlti­ples alteraciones fun­cionales que gen­era (Nima y Ruíz, 2019). De acuer­do a un estu­dio pub­li­ca­do por The Lancet (2017), el dolor cróni­co de la espal­da rep­re­sen­ta des­de el año 1990 la primera causa a niv­el glob­al de años de vida ajus­ta­dos por dis­capaci­dad (AVAD), cifra que ha aumen­ta­do en un 54% en 25 años y se pre­vé que con­tinúe cre­cien­do (Hay et al., 2017).

Algu­nas inves­ti­ga­ciones demues­tran, que las per­sonas que pade­cen este tipo de dolor sufren reit­er­a­dos fra­ca­sos ter­apéu­ti­cos, que con­ducen a la depre­sión, frus­tración e ira (Koni­et­zny et al., 2016; Pomares et al., 2018), por lo que es posi­ble señalar que supone una fuente con­sid­er­able de estrés que afec­ta el bien­es­tar físi­co y psi­cológi­co del indi­vid­uo (León, 2019).

Ante esta situación, la per­sona ten­drá que realizar un esfuer­zo de adaptación, que depen­derá en gran medi­da de las estrate­gias que util­ice para su mane­jo, si son efec­ti­vas con­seguirá el bien­es­tar emo­cional y per­son­al, pero si fra­casan, aumen­tará el niv­el de malestar y el dis­trés (Can­tero et al., 2019).

Por tan­to, el pro­ce­so de afrontamien­to cobra vital impor­tan­cia. A través de este, la per­sona inten­tará mane­jar las dis­crep­an­cias entre las deman­das que impone el dolor y los recur­sos de los que dispone; val­o­ran­do y ponien­do en mar­cha una serie de acciones cog­ni­ti­vas, afec­ti­vas y con­duc­tuales, con el fin de reducir el estrés o evi­tar su incre­men­to (Can­tero et al., 2019). Sin embar­go, no todas las acciones o estrate­gias son exi­tosas, en oca­siones sue­len ser desadap­ta­ti­vas e inefi­caces (Moix, 2005; Cifuentes et al., 2018)

En este sen­ti­do, la lit­er­atu­ra cien­tí­fi­ca reconoce el papel del afrontamien­to acti­vo en el mane­jo del dolor (Pas­cual y Cabal­lo, 2017). Esta for­ma de afrontar, se dis­tingue por la impli­cación acti­va del suje­to, su capaci­dad de reg­u­lar y autor­reg­u­lar las emo­ciones y el com­por­tamien­to en fun­ción de trans­for­mar su real­i­dad. Impli­ca la for­ma en la cual el indi­vid­uo logra mane­jar las deman­das psi­cológ­i­cas que impone el dolor y lle­var a cabo com­por­tamien­tos que favorez­can el conocimien­to y desar­rol­lo de habil­i­dades para pre­venir o aliviar el impacto físi­co y psi­cológi­co provo­ca­do por este.

1. Afrontamiento activo al dolor crónico de la espalda. Enfoques explicativos. Definición.

El estu­dio del afrontamien­to al dolor cróni­co está en ínti­ma relación con el estu­dio del afrontamien­to a la enfer­medad. Su abor­da­je se ha real­iza­do des­de dos enfo­ques teóri­cos bien definidos: el estruc­tur­al y el pro­ce­su­al (Kar­dum y Krapic, 2001).

El enfoque estruc­tur­al se deri­va de las con­cep­ciones psi­coanalíti­cas, en las cuales el afrontamien­to se con­cep­tu­al­iza en tér­mi­nos de difer­en­cias indi­vid­uales rel­a­ti­va­mente esta­bles, gen­er­al­izadas y donde las varia­ciones en situa­ciones estre­santes ejercen poca influ­en­cia, por tan­to, los esti­los de afrontamien­to derivan de las car­ac­terís­ti­cas de la per­son­al­i­dad. Des­de este enfoque se con­sid­er­an dos esti­los prin­ci­pales de afrontamien­to: dirigi­do a la plan­i­fi­cación de solu­ciones ante la situación prob­le­ma y ori­en­ta­do a evi­tar la situación estre­sante y retrasar su res­olu­ción, tam­bién lla­ma­do evi­ta­ti­vo (Jorques et al., 2015).

Aunque esta con­cep­ción del afrontamien­to como una for­ma rel­a­ti­va­mente estable de actu­ar y pen­sar ofrece poca esper­an­za para la inter­ven­ción ter­apéu­ti­ca, puede con­tribuir a la predic­ción de algunos com­por­tamien­tos a largo pla­zo como sucede en con los com­por­tamien­tos rela­ciona­dos con la pre­ven­ción de la salud y en las situa­ciones de estrés cróni­co (Jorques et al., 2015).

Des­de el enfoque pro­ce­su­al, se desta­ca la teoría transac­cional de Lazarus y Folk­man (1986), si bien es cier­to que estos autores no fueron ni los primeros ni úni­cos inves­ti­gadores en pro­pon­er una teoría transac­cional en relación con el estrés, sí fueron los máx­i­mos difu­sores de esta visión a niv­el inter­na­cional. En cor­re­spon­den­cia con ellos, el afrontamien­to se define como los esfuer­zos cog­ni­tivos y con­duc­tuales con­stan­te­mente cam­biantes que se desar­rol­lan para mane­jar las deman­das especí­fi­cas exter­nas y/o inter­nas que son eval­u­adas como exce­dentes o des­bor­dantes de los recur­sos del indi­vid­uo (Lazarus y Folk­man, 1986).

Según este enfoque, cuan­do un indi­vid­uo val­o­ra una situación como estre­sante por exced­er sus recur­sos, el indi­vid­uo real­iza una serie de acciones para mane­jar las deman­das inter­nas o exter­nas con el fin de reducir o evi­tar el incre­men­to del estrés y poder así recu­per­ar el equi­lib­rio pre­vio (Lazarus, 1993). Este pro­ce­so de elab­o­ración men­tal es cono­ci­do como afrontamien­to y su resul­ta­do será con­sid­er­ar la situación como un reto o desafío si val­o­ra que le puede apor­tar con­se­cuen­cias deseables o por el con­trario como una ame­naza o pér­di­da si con­sid­era que le puede apor­tar con­se­cuen­cias dañi­nas (Martín, 2002).

Des­de esta per­spec­ti­va Lazarus y Folk­man (1986) desta­can que el afrontamien­to tiene dos fun­ciones fun­da­men­tales: el afrontamien­to focal­iza­do en el prob­le­ma, dirigi­do a mod­i­ficar los even­tos ambi­en­tales cau­santes del estrés, se inten­ta de algu­na man­era solu­cionar el prob­le­ma o dis­minuir su impacto y el afrontamien­to focal­iza­do en las emo­ciones, encam­i­na­do a reducir o elim­i­nar los sen­timien­tos neg­a­tivos cau­sa­dos por las condi­ciones estre­santes. Aunque pre­cis­aron, que ambos tipos de estrate­gias no deben ser excluyentes, puesto que una mis­ma estrate­gia puede estar cumplien­do dos fun­ciones a la vez (Martínez y Goma, 2018).

Pos­te­ri­or­mente el mod­e­lo transac­cional hace énfa­sis en el papel de las emo­ciones durante el pro­ce­so de estrés. En este sen­ti­do Folk­man (2010) sostiene, que el estrés es un fenó­meno con­tex­tu­al, que se tra­ta de una transac­ción o pro­ce­so entre la propia per­sona y el entorno, por lo que, la efi­ca­cia de las estrate­gias de afrontamien­to y los resul­ta­dos aso­ci­a­dos a ella depen­den tan­to de aspec­tos esta­bles (car­ac­terís­ti­cas per­son­ológ­i­cas, val­ores y creen­cias per­son­ales) como, sobre todo, de ele­men­tos inher­entes a la propia situación (Orte­ga y Salano­va, 2016).

El enfoque transac­cional del estrés ha sus­ten­ta­do teóri­ca y metodológi­ca­mente la may­or parte de las inves­ti­ga­ciones sobre el afrontamien­to en pacientes con dolor cróni­co (Sori­ano y Mos­alve, 2002; Truy­ol et al., 2008). Relación que se jus­ti­fi­ca tenien­do en cuen­ta, que el enfoque transac­cional brin­da una expli­cación del estrés, y el dolor se con­sid­era una de las fuentes de estrés más impor­tantes en el ámbito de la salud. Además, tan­to las mod­e­los actuales del dolor como el enfoque transac­cional del estrés tienen un carác­ter mul­ti­di­men­sion­al e incor­po­ran vari­ables cog­ni­ti­vas, emo­cionales y con­duc­tuales (Mehta, 2018).

Sigu­ien­do esta línea de pen­samien­to el afrontamien­to al dolor ha sido definido en tér­mi­nos de respues­tas cog­ni­ti­vas, con­duc­tuales y emo­cionales (Oroz­co et al., 2016; Baas­trup et al., 2016), com­por­tamien­tos adap­ta­tivos, de capaci­dad de con­trol, mane­jo y res­olu­ción de prob­le­mas (Pas­cual y Cabal­lo, 2017), que lle­van a cabo los pacientes con el fin de sal­va­guardarse, reducir o asim­i­lar la deman­da estre­sante que supone el dolor cróni­co, que les per­mi­ta el may­or fun­cionamien­to posible.

En este sen­ti­do las inves­ti­ga­ciones se han ori­en­ta­do a deter­mi­nar las for­mas de afrontamien­to más efec­ti­vas en la adaptación al dolor cróni­co. Algunos autores evalúan los resul­ta­dos por su influ­en­cia en los parámet­ros sen­so­ri­ales, en espe­cial la inten­si­dad del dolor (Sahar et al., 2016), otros se basan en la relación con los esta­dos emo­cionales o el niv­el de activi­dad que mantiene el suje­to (Ugarte, 2017). La may­or lim­itación de estos estu­dios rad­i­ca pre­cisa­mente en la mul­ti­pli­ci­dad y fal­ta de inte­gración de los ele­men­tos que son toma­dos en cuen­ta para eval­u­ar la efec­tivi­dad del afrontamien­to, lo que no per­mite deter­mi­nar con clar­i­dad los indi­cadores de expre­sión de este proceso.

No obstante, los resul­ta­dos de estas inves­ti­ga­ciones mues­tran dos for­mas fun­da­men­tales de afrontamien­to al dolor cróni­co, nom­bradas por Nicas­sio y Brown (1987) afrontamien­to acti­vo y pasi­vo. El afrontamien­to acti­vo está con­for­ma­do por estrate­gias que refle­jan la impli­cación acti­va del suje­to en el mane­jo y con­trol del dolor, como la prác­ti­ca de ejer­ci­cios físi­cos, la dis­trac­ción a través de activi­dades pla­cen­teras que per­miten desplazar el foco de aten­ción, entre otras. En el afrontamien­to pasi­vo se uti­lizan estrate­gias que no mod­i­f­i­can la fuente de estrés y evaden la situación que provo­ca el dolor (Sori­ano y Mon­salve 2002).

Si bien estos estu­dios apor­tan una difer­en­ciación entre las for­mas de afrontar el dolor, no describen cómo tran­scurre el pro­ce­so de afrontamien­to, ni cómo se expre­san los ele­men­tos que lo inte­gran, reducen el éxi­to del afrontamien­to solo a las estrate­gias empleadas, obvian­do otros ele­men­tos que inter­vienen en dicho pro­ce­so como las emo­ciones. El afrontamien­to acti­vo, tal y como lo describen estos autores, hace alusión más a una acción que con­ll­e­va may­or o menor esfuer­zo, que a un pro­ce­so ver­dadera­mente acti­vo, donde el suje­to asume un rol con­sciente, ori­en­ta­do que par­tic­i­pa en la reg­u­lación y autor­reg­u­lación del com­por­tamien­to en fun­ción de asim­i­lar y trans­for­mar su realidad.

Una prop­ues­ta intere­sante, que supera en bue­na medi­da las lim­ita­ciones iden­ti­fi­cadas en los estu­dios ante­ri­ores, se puede encon­trar en la inves­ti­gación sobre afrontamien­to acti­vo en mujeres con cáncer de mama (Mon­tiel, 2016). Esta auto­ra con­cibe el afrontamien­to como un pro­ce­so dinámi­co, acti­vo y per­son­al­iza­do, cuyos indi­cadores de expre­sión son: la val­o­ración, las estrate­gias de afrontamien­to, las emo­ciones y el autocuida­do, los cuales enrique­cen des­de la medi­a­ti­zación per­son­ológ­i­ca y el enfoque histórico-cultural.

En cam­bio, el dolor cróni­co de la espal­da con­sti­tuye una viven­cia emo­cional desagrad­able, que rep­re­sen­ta una fuente con­sid­er­able de estrés, gen­era lim­ita­ciones en las diver­sas activi­dades de la vida cotid­i­ana y requiere de con­tin­u­os esfuer­zos que per­mi­tan su mane­jo y ajuste. Por tan­to, el pro­ce­so de afrontamien­to adquiere reg­u­lar­i­dades y man­i­festa­ciones propias y no solo debe incor­po­rar la viven­cia emo­cional que gen­era dicha dolen­cia, sino tam­bién todas las con­duc­tas de autocuida­do, desar­rol­ladas por la per­sona con el fin de pre­venir o aliviar los sín­tomas del dolor, así como man­ten­er o recu­per­ar, al menos par­cial­mente, la capaci­dad de funcionamiento.

Por lo que se puede definir el afrontamien­to acti­vo al dolor cróni­co como un pro­ce­so dinámi­co, inten­ciona­do y acti­vo en el cual el suje­to despl­ie­ga un con­jun­to de estrate­gias de afrontamien­to que le per­miten mane­jar, super­ar y dis­minuir las deman­das psi­cológ­i­cas impues­tas por el dolor y lle­var a cabo con­duc­tas de autocuida­do que favorez­can el conocimien­to y desar­rol­lo de habil­i­dades para pre­venir o aliviar los sín­tomas del dolor, reducir las alteraciones emo­cionales aso­ci­adas a este y la dis­capaci­dad fun­cional en las difer­entes esferas de la vida cotid­i­ana. Son indi­cadores de expre­sión de este pro­ce­so: las estrate­gias de afrontamien­to, el autocuida­do, las alteraciones emo­cionales y la dis­capaci­dad funcional.

Des­de la per­spec­ti­va abor­da­da, se entiende que el afrontamien­to acti­vo al dolor cróni­co de la espal­da, no siem­pre se encuen­tra en su máx­i­ma expre­sión, ni es algo que una vez que se con­sigue se tiene para toda la vida, sino que tran­si­ta por perío­dos de ade­lan­tos y retro­ce­sos, en el que cada uno de los indi­cadores que lo inte­gran tiene una fun­ción especí­fi­ca den­tro del pro­ce­so y no deci­den de man­era indi­vid­ual, sino que los resul­ta­dos se obtienen des­de su integración.

2. Estrategias de afrontamiento, autocuidado, alteraciones emocionales y discapacidad funcional. Su significado para el afrontamiento activo.

La lit­er­atu­ra cien­tí­fi­ca reconoce que medi­ante las estrate­gias de afrontamien­to las per­sonas hacen uso de todas sus capaci­dades y recur­sos disponibles para poder dar solu­ción a las prob­lemáti­cas que se pre­sen­tan en la vida o al menos para sobrell­e­var­las de la mejor man­era posi­ble. Las estrate­gias de afrontamien­to han sido abor­dadas a par­tir de los mod­e­los teóri­cos del afrontamien­to que las sus­ten­tan, lo que ha lle­va­do a definir­las de dos for­mas fun­da­men­tal­mente: como esti­los o como estrate­gias (Fer­nán­dez Abas­cal, 1997) –cita­do por (Enci­nas, 2019).

En cor­re­spon­den­cia con lo ante­ri­or se con­sid­er­an esti­los de afrontamien­to aque­l­las car­ac­terís­ti­cas per­son­ales para hac­er frente a las situa­ciones y respon­s­ables de las pref­er­en­cias indi­vid­uales en la elec­ción de unos u otros tipos de estrate­gias de afrontamien­to, así como de su esta­bil­i­dad tem­po­ral y situa­cional, mien­tras las estrate­gias de afrontamien­to con­sti­tuyen los pro­ce­sos con­cre­tos que se uti­lizan en cada con­tex­to y pueden ser alta­mente cam­biantes depen­di­en­do de las situa­ciones que las des­en­ca­de­nan (González, 2014).

Mien­tras que algunos autores encuen­tran difer­en­cias entre estos dos con­cep­tos, otros los con­sid­er­an com­ple­men­tar­ios. Plante­an­do que, si bien las estrate­gias rep­re­sen­tan la dimen­sión dinámi­ca, en ellas se inte­gra el esti­lo de afrontamien­to, enten­di­do como las for­mas esta­bles de afrontar el estrés (Mon­tiel, 2016). De este modo, se coin­cide con Roca (2003), al plantear que los recur­sos de afrontamien­to se car­ac­ter­i­zan por su diver­si­dad e inter­pen­e­tración y no deben verse, en modo alguno, como una suma de recur­sos ais­la­dos, sino que es deseable com­pren­der­los en una visión sinér­gi­ca (Roca, 2003).

Por tan­to se con­sid­er­an los esti­los de afrontamien­to como parte de los recur­sos per­son­ológi­cos, o sea, aque­l­las par­tic­u­lar­i­dades de la sub­je­tivi­dad indi­vid­ual que posi­bil­i­tan una inter­relación pro­duc­ti­va, un afrontamien­to con­struc­ti­vo de la real­i­dad. Tales recur­sos, ele­van el carác­ter acti­vo del suje­to, su capaci­dad de autode­ter­mi­nación, de asumir deci­siones y respon­s­abi­lizarse con sus acciones. Dotan al suje­to de cier­ta flex­i­bil­i­dad para recon­cep­tu­alizar diver­sos con­tenidos psi­cológi­cos, sus alter­na­ti­vas y estrate­gias de com­por­tamien­to, en una coheren­cia a par­tir de los ele­men­tos que pueden afec­tar la per­son­al­i­dad (Fer­nán­dez, 2006).

De acuer­do con Lazarus y Folk­man (1986), exis­ten dos fun­ciones gen­erales de las estrate­gias de afrontamien­to, las cen­tradas en el prob­le­ma y las cen­tradas en la reg­u­lación emo­cional. Por su parte, Cre­spo y Cruza­do (1997), añaden las estrate­gias cen­tradas en la evitación, ori­en­tadas a la reg­u­lación emo­cional, al escape, la hui­da, o el blo­queo de la situación que gen­era malestar. Pos­te­ri­or­mente, Folk­man y Moskowitz (2004) señalaron, que la dis­tin­ción entre tales tipos de estrate­gias no era sufi­ciente y recomen­daron estu­di­ar otras dimen­siones, a par­tir de lo que definieron como afrontamien­to cen­tra­do en el sig­nifi­ca­do (Martínez, 2017).

Por su parte Sori­ano (2002) les adju­di­ca tres fun­ciones fun­da­men­tales a las estrate­gias de afrontamien­to: efec­to restau­rador, pre­ven­ti­vo e inter­me­di­ario. Laux y Weber (1991) le atribuyen una fun­ción emo­cional, instru­men­tal y social mien­tras que Páez, Fer­nán­dez, Ubil­las y Zubi­eta (2004), plantean que tiene fun­ciones de conocimien­to o apren­diza­je, de con­struc­ción de sen­ti­do, de desar­rol­lo per­son­al y de adaptación (Mon­tiel, 2016).

En el ámbito del dolor cróni­co la lit­er­atu­ra cien­tí­fi­ca recoge diver­sas for­mas de cat­e­go­rizar las estrate­gias de afrontamien­to. Su efec­tivi­dad es el ele­men­to más valioso y que may­or con­no­tación prác­ti­ca ha tenido, tan­to para mane­jar la situación prob­lemáti­ca como para reg­u­lar las emo­ciones dis­pla­cen­teras. En este sen­ti­do se hace ref­er­en­cia a las estrate­gias adap­ta­ti­vas o no adap­ta­ti­vas, acti­vas y pasi­vas, efec­ti­vas o no efec­ti­vas (Sori­ano y Mos­alve, 2002; Truy­ols et al., 2008).

En el caso especí­fi­co del dolor cróni­co de la espal­da, el paciente debe apren­der a con­vivir con su dolen­cia, con el fin de preser­var su inte­gri­dad físi­ca y psi­cológ­i­ca, en un inten­to de recu­per­ar las fun­ciones dete­ri­o­radas o com­pen­sar en lo posi­ble cualquier dete­ri­oro irre­versible. Lo ante­ri­or supone que las estrate­gias de afrontamien­to deben trans­for­mar la for­ma de pen­sar, sen­tir o actu­ar del indi­vid­uo en fun­ción de lograr una inter­ac­ción armóni­ca con su medio (Mon­tiel, 2016), debe per­mi­tir al suje­to trascen­der des­de la activi­dad adap­ta­ti­va a la activi­dad propos­i­ti­va, toda vez que posi­bili­ta al suje­to dar cuen­ta de sí mis­mo, del entorno y antic­i­par las con­se­cuen­cias del com­por­tamien­to (Fer­nán­dez, 2006).

En este pro­ce­so de trans­for­ma­ción y read­e­cuación el suje­to debe asumir un rol pro­tagóni­co en el cuida­do y man­ten­imien­to de su esta­do de salud y bien­es­tar con el fin de alcan­zar el may­or niv­el de adaptación y fun­cionamien­to posi­ble a pesar del dolor. De esta for­ma, el autocuida­do cobra vital impor­tan­cia para el cuida­do inte­gral del ser humano, quien se con­vierte en gestor de su pro­pio cuida­do, gana en autonomía y con­trol, fomen­ta y con­ser­va su salud (Mon­tiel, 2016; Can­cio et al., 2020).

El autocuida­do se erige como una estrate­gia que per­mite al indi­vid­uo desar­rol­lar con­duc­tas que favore­cen el conocimien­to y habil­i­dades para con­vivir con el dolor cróni­co de la espal­da y asumir un rol acti­vo en los cuida­dos bási­cos de la salud como la prác­ti­ca de ejer­ci­cios físi­cos, la higiene pos­tur­al, el con­trol del peso cor­po­ral, el con­trol ele­men­tal de las emo­ciones, el desar­rol­lo de activi­dades pla­cen­teras que per­mi­tan su inte­gración social y su crec­imien­to espir­i­tu­al (Álvarez et al., 2019; Chávez, 2019).

El autocuida­do ha sido abor­da­do des­de difer­entes ámbitos, des­de las cien­cias antropológ­i­cas se ubi­ca den­tro de un con­tex­to amplio, lla­ma­do autoa­ten­ción, que incluye no solo el pro­ce­so de diag­nós­ti­co y aten­ción de una enfer­medad y/o daño a la salud real­iza­do por la propia per­sona o su famil­ia, sino tam­bién una serie de activi­dades ori­en­tadas direc­ta o indi­rec­ta­mente a ase­gu­rar la repro­duc­ción biológ­i­ca y social (Shye et al., 1991). Si bien des­de esta per­spec­ti­va se desta­ca el rol acti­vo del suje­to, cen­tran el autocuida­do en las acciones dirigi­das a restau­rar los daños pro­duci­dos por la enfer­medad y obvian las acciones cen­tradas en los aspec­tos pre­ven­tivos y de pro­mo­ción de la salud.

Des­de las cien­cias bio­médi­cas y en espe­cial la enfer­mería, se desta­can los aportes de Orem (1969), al definir el autocuida­do como una con­duc­ta que existe en situa­ciones conc­re­tas de la vida, dirigi­da por las per­sonas hacia sí mis­mas, los demás o el entorno, para reg­u­lar los fac­tores que afectan a su pro­pio desar­rol­lo y fun­cionamien­to en ben­efi­cio de su vida y su salud. Este mod­e­lo no solo asume el carác­ter acti­vo del suje­to, sino que resalta la fun­ción reg­u­lado­ra y autor­reg­u­lado­ra del pro­ce­so de autocuida­do, a par­tir de un sis­tema de acciones que debe aplicar cada indi­vid­uo de for­ma delib­er­a­da con el fin de man­ten­er su esta­do de salud, desar­rol­lo y bien­es­tar (Naran­jo et al., 2017).

En estrecha relación con el mod­e­lo ante­ri­or se encuen­tra el Mod­e­lo Pro­mo­tor de Salud de Pen­der (1982), que refle­ja el autocuida­do con un enfoque pre­ven­ti­vo y pro­mo­tor de salud. El cuida­do del indi­vid­uo parte de la prác­ti­ca de esti­los de vida salud­ables en per­sonas respon­s­ables de sí, que se deben cuidar previnien­do enfer­medades y que deben lle­gar a un may­or gra­do de bien­es­tar a través de los com­por­tamien­tos pro­mo­tores de salud (Prende, 1982). Ambas teorías coin­ci­den al destacar el carác­ter acti­vo del suje­to, la necesi­dad que las per­sonas com­pren­dan su esta­do de salud y sus habil­i­dades en la toma de deci­siones, para que eli­jan un cur­so de acciones apropiadas.

Final­mente, des­de la psi­cología, las inves­ti­ga­ciones sobre el autocuida­do se han lle­va­do a cabo por un lado a través del análi­sis de las vari­ables psi­cológ­i­cas, tales como el auto­con­cep­to, la autoefi­ca­cia y el locus de con­trol y por otros, en el estu­dio de algunos pro­ce­sos psi­cológi­cos que pueden trib­u­tar al autocuida­do psi­cológi­co, tales como: las estrate­gias de afrontamien­to, el opti­mis­mo, la resilien­cia y el auto­con­trol, entre otros (Can­cio et al., 2020).

Por otra parte, en el pro­ce­so de afrontamien­to acti­vo es impor­tante con­sid­er­ar el papel de las emo­ciones en la respues­ta del indi­vid­uo a las deman­das que impone el dolor cróni­co de la espal­da. Si las estrate­gias que se uti­lizan no pro­ducen con­duc­tas adap­ta­ti­vas, que per­mi­tan el mane­jo y con­trol de dichas deman­das, pueden apare­cer las alteraciones emo­cionales, con­sumo exce­si­vo de psi­cofár­ma­cos u otras sus­tan­cias noci­vas, ais­lamien­to y con­flic­tos inter­per­son­ales con quienes rodean al paciente, en espe­cial la familia.

La inves­ti­gación sobre emo­ción y salud ha avan­za­do y se ha cen­tra­do en dos grandes aspec­tos. En primer lugar, en estable­cer la etiopato­ge­nia emo­cional de cier­tas enfer­medades, al inten­tar rela­cionar la apari­ción de deter­mi­nadas emo­ciones (ansiedad, ira, depre­sión, etc.) con trastornos psi­cofi­si­ológi­cos especí­fi­cos (trastornos coro­nar­ios, del sis­tema inmunológi­co, alteraciones gas­troin­testi­nales, entre otros). En segun­do lugar, en el papel que tiene la expre­sión o inhibi­ción de las emo­ciones en la salud (Pérez y Pérez, 2018).

La lit­er­atu­ra cien­tí­fi­ca recoge un número sig­ni­fica­ti­vo de teorías sobre la emo­ción den­tro de las que se desta­can: la línea evolu­cionista, la psi­cofi­si­ológ­i­ca, la neu­rop­si­cológ­i­ca, la psi­cod­inámi­ca y la cog­ni­ti­va (Cano, 1997) –cita­do por (Mon­tiel, 2016). No obstante las difer­en­cias entre sí, la may­oría reconoce la fun­ción adap­ta­ti­va de las emo­ciones, deter­mi­nante en el niv­el de bien­es­tar o malestar y su rol dinamizador de la con­duc­ta, generan­do una acti­vación psi­co­bi­ológ­i­ca que per­mite al indi­vid­uo opti­mizar su relación con el medio (Moleiro, 2004).

Mien­tras que algunos autores estable­cen la dis­tin­ción de las emo­ciones de acuer­do con la expe­ri­en­cia hedóni­ca en: emo­ciones pos­i­ti­vas y neg­a­ti­vas, otros lo hacen aten­di­en­do a su con­tenido y el sig­nifi­ca­do atribui­do a la situación en: pla­cen­teras y dis­pla­cen­teras (Mon­tiel, 2016).

En cor­re­spon­den­cia con lo ante­ri­or, las emo­ciones neg­a­ti­vas han sido con­sid­er­adas como una de las dimen­siones que con­fig­u­ran la expe­ri­en­cia del dolor. El esta­do emo­cional no solo predice el dolor, sino tam­bién la dis­capaci­dad fun­cional, el éxi­to de téc­ni­cas médi­cas y psi­cológ­i­cas en el tratamien­to e inclu­so la fre­cuen­cia de uso del sis­tema san­i­tario y los costes aso­ci­a­dos (Cas­tro­man et al., 2018). Lo ante­ri­or se jus­ti­fi­ca por el estre­cho vín­cu­lo entre el sis­tema de mod­u­lación noci­cep­ti­va y el sus­tra­to neu­ro­quími­co de las emo­ciones y su papel en el sis­tema nat­ur­al de reg­u­lación o mod­u­lación del dolor (Ver­naza et al., 2019).

Por tan­to se con­sid­era la reduc­ción de las alteraciones emo­cionales como un indi­cador del afrontamien­to acti­vo, ya que en la medi­da que este pro­ce­so alcan­za su máx­i­ma expre­sión, el indi­vid­uo debe ganar her­ramien­tas que le per­mi­tan reg­u­lar las expe­ri­en­cias emo­cionales en un inten­to de mit­i­gar las ten­siones que pueden estar rela­cionadas a las deman­das que impone el dolor.

Lo ante­ri­or sub­raya la impor­tan­cia del auto­con­trol emo­cional y se expre­sa en la capaci­dad del indi­vid­uo de autor­reg­u­lar de man­era con­sciente y acti­va el pro­ce­so emo­cional. No sig­nifi­ca la repre­sión de emo­ciones, ni la ausen­cia total de estas, sino su eval­u­ación, afrontamien­to y expre­sión de acuer­do con el sig­nifi­ca­do que la situación alcan­za para el suje­to, de la man­era más con­struc­ti­va y salud­able, lo que posi­bili­ta una mejor adaptación del indi­vid­uo al medio.

Des­de esta per­spec­ti­va se tiene en cuen­ta el val­or otor­ga­do por Vygot­sky a la unidad de lo cog­ni­ti­vo y lo afec­ti­vo en la reg­u­lación con­sciente de la per­son­al­i­dad (Vygot­sky, 1987), tam­bién defen­di­do y argu­men­ta­do por González (1997) quien señala que: los pro­ce­sos cog­ni­ti­vo y afec­ti­vo se inter­pen­e­tran fun­cional­mente y se con­sti­tuyen en diver­sas for­mas a niv­el sub­je­ti­vo a través de la activi­dad reflex­i­va del suje­to, aunque en esta no se agotan las vías de desar­rol­lo de las com­ple­jas unidades fun­cionales de la per­son­al­i­dad (Rodríguez, 2007).

En otro orden, var­ios autores recono­cen la dis­capaci­dad den­tro de las prin­ci­pales con­se­cuen­cias del dolor cróni­co de la espal­da y su influ­en­cia neg­a­ti­va en el desar­rol­lo de las activi­dades bási­cas del autocuida­do, las tar­eas del hog­ar, las fun­ciones en el tra­ba­jo y las inter­ac­ciones sociales (Moix 2005; San­ti­a­go et al., 2018).

La lit­er­atu­ra cien­tí­fi­ca reg­is­tra dos grandes mod­e­los teóri­cos para el abor­da­je de la dis­capaci­dad: el indi­vid­u­al­ista y el social. Des­de una per­spec­ti­va indi­vid­u­al­ista se desta­can los mod­e­los tradi­cionales, moral o reli­gioso y el médi­co, reha­bil­i­ta­dor o indi­vid­ual, que con­sid­er­an la dis­capaci­dad como una trage­dia per­son­al o defi­cien­cia indi­vid­ual. De acuer­do con estos mod­e­los, las per­sonas con dis­capaci­dad son con­sid­er­adas biológ­i­ca y psi­cológi­ca­mente infe­ri­ores (Pérez y Chhabra, 2019). Aspec­tos con los que no coin­cide el autor.

Des­de el mod­e­lo social, se desta­can el mod­e­lo social británi­co y el mod­e­lo minori­tario norteam­er­i­cano, que definen, inter­pre­tan y tratan la dis­capaci­dad en relación con la sociedad, asumen que la sociedad es la dis­capac­i­ta­da, puesto que sus políti­cas y con­tex­tos socio-cul­tur­ales pro­lon­gan la dis­crim­i­nación de las per­sonas con imped­i­men­tos. Si bien, este enfoque con­sti­tuye un paso de avance en el abor­da­je de la dis­capaci­dad, reducen la expe­ri­en­cia de ser dis­capac­i­ta­do a un fenó­meno macroso­cial, descono­cen cualquier con­cep­ción deriva­da de las nor­mas biológ­i­cas, rec­haz­an la posi­bil­i­dad de pre­venir, reha­bil­i­tar o curar a la per­sona (Pérez y Chhabra, 2019).

En un inten­to por inte­grar ambos mod­e­los y a par­tir de una con­cep­ción biop­si­coso­cial del indi­vid­uo, la OMS (2001), en la Clasi­fi­cación Inter­na­cional del Fun­cionamien­to, la Dis­capaci­dad y la Salud (CIF) con­cibe la dis­capaci­dad como las defi­cien­cias en las fun­ciones y/o estruc­turas cor­po­rales, las lim­ita­ciones en la activi­dad y las restric­ciones en la par­tic­i­pación que pre­sen­ta una per­sona que tiene una condi­ción de salud en inter­ac­ción con fac­tores ambi­en­tales y per­son­ales (OMS, 2001).

Des­de esta per­spec­ti­va se asume un cam­bio en la con­cep­ción de la dis­capaci­dad, des­de una pos­tu­ra pro­tec­cionista y asis­ten­cial­ista a un mod­e­lo cen­tra­do en el indi­vid­uo, que pro­mueve la autonomía per­son­al y resalta el carác­ter acti­vo del suje­to en el pro­ce­so de rehabilitación.

En otro orden, Moix (2005) pro­pone abor­dar la dis­capaci­dad des­de el mod­e­lo transac­cional del estrés. Asume que la dis­capaci­dad y el dolor no nece­sari­a­mente con­fluyen den­tro de un mis­mo cuadro, sino que el dolor provo­cará may­or o menor dis­capaci­dad según cómo se evalúe y afronte (Moix, 2005).

Esta línea de pen­samien­to resalta el carác­ter pluride­ter­mi­na­do de la dis­capaci­dad, dado por la influ­en­cia de la mag­ni­tud del daño tisu­lar y de fac­tores cog­ni­tivos, con­duc­tuales y emo­cionales. Per­mite asumir la dis­capaci­dad como un indi­cador de expre­sión del afrontamien­to, en tan­to reconoce el carác­ter acti­vo del suje­to, respon­s­able del man­ten­imien­to y recu­peración de las fun­ciones afectadas.

De acuer­do con esta idea, en la medi­da que el pro­ce­so de afrontamien­to favorez­ca el desar­rol­lo de con­duc­tas adap­ta­ti­vas y de ajuste a las deman­das que impone el dolor cróni­co de la espal­da, el indi­vid­uo debe incor­po­rar recur­sos que le per­mi­tan man­ten­er, recu­per­ar o poten­ciar las com­pe­ten­cias y habil­i­dades para realizar con la may­or inde­pen­den­cia y autonomía posi­ble las activi­dades de la vida cotid­i­ana y reducir la dis­capaci­dad funcional.

Conclusiones

Se puede con­cluir dicien­do que el afrontamien­to acti­vo se dis­tingue por la impli­cación acti­va del suje­to, su capaci­dad de reg­u­lar y autor­reg­u­lar las emo­ciones y el com­por­tamien­to en fun­ción de trans­for­mar su real­i­dad. El mis­mo con­sti­tuye un pro­ce­so que no siem­pre se encuen­tra en su máx­i­ma expre­sión, ni es algo que una vez que se con­sigue se tiene para toda la vida, sino que tran­si­ta por perío­dos de ade­lan­tos y retro­ce­sos, en el que cada uno de los indi­cadores que lo inte­gran tiene una fun­ción especí­fi­ca den­tro del pro­ce­so y no deci­den de man­era indi­vid­ual, sino que los resul­ta­dos se obtienen des­de su integración.

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