CONSIDERACIONES TEÓRICAS SOBRE LOS PROCESOS DE ORIENTACIÓN Y PSICOTERAPIA DESDE EL ENFOQUE HISTÓRICO CULTURAL EN PSICOLOGÍA

María M. Febles Elejalde

Universidad de La Habana

Odalys Roche Chávez

Corporación CIMEX. La Habana

Resumen

En el artícu­lo las autoras sis­tem­ati­zan un grupo de con­sid­era­ciones sobre Ori­entación y Psi­coter­apia, como cam­pos de la Psi­cología Clíni­ca, toman­do como fun­da­men­to teóri­co las prin­ci­pales cat­e­gorías y prin­ci­p­ios del Enfoque Históri­co Cul­tur­al en Psi­cología. Para ello se eli­gen tres ejes de análi­sis que per­miten explicar las par­tic­u­lar­i­dades comunes de ambas prác­ti­cas de la Psi­cología Clíni­ca, uti­lizan­do las cat­e­gorías y prin­ci­p­ios de este nove­doso enfoque teóri­co. Des­de este enfoque se con­cluye que la relación de comu­ni­cación y colab­o­ración poten­cia el carác­ter acti­vo del paciente, se com­parten sig­nos y difer­entes nive­les de ayu­da que facil­i­tan el cam­bio sub­je­ti­vo y la capaci­dad autor­reg­u­lado­ra del suje­to, o sea su autonomía y dominio de la con­duc­ta propia.

Pal­abras claves: Ori­entación, Psi­coter­apia, Enfoque Históri­co Cultural.

Abstract

In the arti­cle the authors sys­tem­atize a group of con­sid­er­a­tions con­cern­ing Guid­ance and Psy­chother­a­py, as fields of Clin­i­cal Psy­chol­o­gy, tak­ing as the­o­ret­i­cal basis the main con­tri­bu­tions of the His­tor­i­cal Cul­tur­al Approach in Psy­chol­o­gy. There are 3 axis of analy­sis that per­mit to explain the com­mon char­ac­ter­is­tic of both prac­tice of fiels of Clin­i­cal Psy­chol­o­gy, uti­liz­ing prin­ci­ples and cat­e­gories of this nov­el approach. From this approach con­clude that the rela­tion of com­mu­ni­ca­tion and col­lab­o­ra­tion is enhanced sub­ject active­ness, signs are shared and dif­fer­ent aide degrees are offered to pro­mote sub­jec­tive change process and the recov­ery the self-reg­u­lat­ing func­tion of the sub­ject, and recov­er self-auton­o­my and management. 

Key­words: Guid­ance, Psy­chother­a­py, His­tor­i­cal Cul­tur­al Approach. 

Introducción

Los difer­entes even­tos del panora­ma mundi­al y local actu­al colo­can al Hom­bre en una situación de peli­gro para su salud, ale­ján­do­lo cada vez más de las inter­ac­ciones armóni­cas con su entorno, que son las que le per­mi­tirán preser­var su equi­lib­rio psi­cológi­co y somáti­co. Vivi­mos un nue­vo siglo que ame­naza el desar­rol­lo humano con acon­tec­imien­tos tales como la apatía, inesta­bil­i­dad emo­cional, trastornos psi­co­somáti­cos que se aso­cian a los efec­tos nocivos del estrés, en tan­to por otra parte, se con­sta­ta un gran desar­rol­lo cien­tí­fi­co, con gran cúmu­lo de infor­ma­ción, com­pe­ten­cia, desas­tres por cam­bio climáti­co, epi­demias, guer­ras, cri­sis económi­co- sociales, aumen­to de la vio­len­cia, y el con­sum­is­mo exager­a­do que deses­ta­bi­lizan la vida moderna.

Para su equi­lib­rio psíquico, el indi­vid­uo se ve pre­cisa­do a adop­tar nuevos esti­los de vida y afrontamien­to que susti­tuyan las vie­jas cos­tum­bres y hábitos de vida, y para ello el sis­tema de salud debe brindar la ayu­da nece­saria, a la vez que los indi­vid­u­os deben bus­car la ayu­da psi­cológ­i­ca que se brin­dan en cen­tros comu­ni­tar­ios de salud. Por otra parte, des­de el pun­to de vista de la aten­ción a los prob­le­mas de salud, en gen­er­al, se hace nece­saria una per­spec­ti­va de análi­sis más inte­gral que ten­ga en cuen­ta el papel de los fac­tores psi­cológi­cos en la deter­mi­nación de las difer­entes enfer­medades, así como en el tratamien­to y la evolu­ción de estas. Y des­de el pun­to de vista de la aten­ción a los prob­le­mas propi­a­mente psi­cológi­cos, se hace nece­sario el desar­rol­lo de mod­e­los más inte­gradores que ten­gan en cuen­ta el papel de los fac­tores históri­co-cul­tur­ales para com­pren­der no solo la com­ple­ja deter­mi­nación de la per­son­al­i­dad, sino tam­bién el pro­ce­so salud-enfer­medad, de man­era que sir­va de guía en la relación de ayu­da al ser humano.

El Enfoque Históri­co Cul­tur­al en Psi­cología no aparece entre los mod­e­los o teorías actuales de la Psi­cología Clíni­ca a niv­el mundi­al sin embar­go, sus aportes a este cam­po se cono­cen des­de sus ini­cios, habién­dose sen­ta­do las bases des­de hace casi un siglo. Lo cier­to es que es jus­to que ocupe un lugar y se preste may­or aten­ción al sis­tema de conocimien­tos cien­tí­fi­cos que este enfoque pro­pone. Las prin­ci­pales ideas de L. S. Vygot­sky, impul­sor de este enfoque, no se cir­cun­scriben al ámbito clíni­co, y pueden con­ce­birse en una per­spec­ti­va más amplia, vin­cu­la­da a la Psi­cología Gen­er­al y del Desar­rol­lo, en donde se desta­can sus tra­ba­jos sobre la con­cep­ción de lo psi­cológi­co, la dinámi­ca de sus deter­mi­nantes, y se priv­i­le­gia el carác­ter acti­vo del suje­to y el papel de los otros en el pro­ce­so del desar­rol­lo (con­cep­ción que supera, des­de nue­stro pun­to de vista, la expli­cación de los sis­temas prece­dentes). Este enfoque tam­bién real­iza impor­tantes con­tribu­ciones al pro­ce­so de pro­duc­ción del conocimien­to en nues­tra cien­cia, ya que incor­po­ra del Marx­is­mo el méto­do dialéc­ti­co, que le per­mite com­pren­der que el conocimien­to es históri­co, y responde al niv­el de conocimien­tos acu­mu­la­do por el hom­bre en cada época históri­ca, por lo que las bases para la con­struc­ción de una Psi­cología Gen­er­al deben encon­trarse en todo el saber acu­mu­la­do por el hom­bre, tan­to en las hipóte­sis probadas y ver­i­fi­cadas por la cien­cia, como en aque­l­las que aún no han sido lo sufi­cien­te­mente demostradas.

En la inves­ti­gación de Roche (2012) se anal­izan las leyes y prin­ci­p­ios gen­erales de la for­ma­ción y la dinámi­ca de lo psi­cológi­co que se sis­tem­ati­zan a par­tir de la obra de Vygot­sky, y a par­tir del Méto­do del Estu­dio de Casos se anal­izan los con­tenidos de tres pro­ce­sos ter­apéu­ti­cos con­duci­dos des­de una per­spec­ti­va inte­gra­ti­va la cual es posi­ble fun­da­men­tar­la en el Enfoque Históri­co-Cul­tur­al. De los resul­ta­dos de esta inves­ti­gación se dedu­jo que este enfoque puede apor­tar un fun­da­men­to epis­te­mológi­co, teóri­co y metodológi­co para com­pren­der la relación de ayu­da ter­apéu­ti­ca porque ella, repro­duce las pau­tas de toda relación de social­ización (Roche, 2012, 2018). La ter­apia fun­da­men­ta­da en este enfoque, per­mite tra­ba­jar para pro­mover cam­bios pos­i­tivos en el desar­rol­lo de los suje­tos y avan­zar en la com­pren­sión de la relación de ayu­da ter­apéu­ti­ca. Todas las ter­apias que alcan­zan su efec­tivi­dad, logran su propósi­to porque tras la dinámi­ca instru­men­tal de las inves­ti­ga­ciones empíri­c­as recono­cen fac­tores comunes, respon­s­ables del cam­bio en los indi­vid­u­os que reciben ter­apia, (Krause, 2005). Iden­ti­fi­cadas con este enfoque este artícu­lo es fru­to de las sis­tem­ati­za­ciones desar­rol­ladas por las autoras a par­tir de la labor de ori­entación y psi­coter­apia en los ser­vi­cios de aten­ción psi­cológ­i­ca del Cen­tro “Alfon­so Bernal del Ries­go” (COAP) de la Fac­ul­tad de Psi­cología, cen­tro que des­de su fun­dación en 1998, declaró sus bases teóri­c­as históri­co-cul­tur­ales. De ahí que el obje­ti­vo de este tra­ba­jo es pro­pon­er a los pro­fe­sion­ales de la Psi­cología, una per­spec­ti­va teóri­co-metodológ­i­ca para la ori­entación y la psi­coter­apia, como modal­i­dades de inter­ven­ción psi­cológ­i­ca, fun­da­men­ta­da en la com­pren­sión de lo psi­cológi­co y del desar­rol­lo humano que defiende el Enfoque Históri­co-Cul­tur­al. Sin ser la úni­ca per­spec­ti­va posi­ble, des­de el enfoque, esta prop­ues­ta pudiera con­sti­tuir un ref­er­ente para los psicól­o­gos que tra­ba­jan en este cam­po y que adole­cen y cla­man respec­to a la necesi­dad de encon­trar enfo­ques teóri­cos de ref­er­en­cia que ori­en­ten metodológi­ca­mente sus prácticas.

Desarrollo

La Psi­cología Clíni­ca tiene en el par­a­dig­ma históri­co cul­tur­al un nue­vo camino a des­brozar. Se hace imper­a­ti­vo para esta dis­ci­plina par­tic­i­par en el desar­rol­lo de la Psi­cología Gen­er­al que incor­po­ra, des­de este arquetipo, los aportes de todo el conocimien­to que le ante­cedió, a par­tir del méto­do dialec­ti­co. Este par­a­dig­ma con­sti­tuye según Mescheri­akov (1998), una de las con­cep­ciones más valiosas y com­ple­jas de la cien­cia psi­cológ­i­ca. Ella per­mite como ningu­na otra teoría, pen­e­trar en la com­ple­ji­dad de lo psi­cológi­co, su desar­rol­lo nor­mal y patológico.

El Enfoque Histórico–Cultural impul­sa­do por L. S. Vygot­sky (189‑1934), en la déca­da de los años 24 al 34 del siglo xx, y enrique­ci­do por los aportes de autores pos­te­ri­ores, incluyen­do los cubanos, deja plantea­d­os los fun­da­men­tos de una nue­va psi­cología, sobre la base de una con­cep­ción difer­ente del hom­bre y de lo psi­cológi­co, a par­tir del análi­sis históri­co-críti­co de todo el conocimien­to que le ante­cedió (Vygot­sky, 1990).

Vygot­sky apor­ta a la Psi­cología no solo una con­cep­ción acer­ca de lo psi­cológi­co, de la dinámi­ca de sus deter­mi­nantes, de la dialéc­ti­ca de su desar­rol­lo, sino además del papel de los obje­tos y los otros, difer­ente a la de los sis­temas prece­dentes. El enfoque per­mite com­pren­der la com­ple­ji­dad de lo psi­cológi­co y demues­tra que las leyes que expli­can el desar­rol­lo nor­mal, expli­can tam­bién las desvia­ciones de este desarrollo.

La ori­entación y la psi­coter­apia como acciones prác­ti­cas de la Psi­cología Clíni­ca deben par­tir, des­de el pun­to de vista teóri­co, de la estruc­tura sistémi­ca y de sen­ti­do de la con­cien­cia; la cual se car­ac­ter­i­za por la vari­abil­i­dad de sus conex­iones y uniones inter­fun­cionales, por la for­ma­ción de sis­temas dinámi­cos com­ple­jos y por el refle­jo gen­er­al­iza­do de la real­i­dad en ella (Vygot­sky, 1990).

Tam­bién des­de el pun­to de vista metodológi­co, Vygot­sky apun­tó a que el psicól­o­go clíni­co debía acopi­ar una gran can­ti­dad de mate­r­i­al de primera mano, tan­to de inves­ti­ga­ciones prome­dios como excep­cionales, que le per­mi­tan elab­o­rar ideas propias que manip­u­lará en cada caso. Desta­ca­ba así el papel cre­ati­vo del psicól­o­go, que exigía no solo infor­ma­ción psi­cométri­ca para el diag­nós­ti­co, sino tam­bién un plan para la com­pren­sión de la prob­lemáti­ca del suje­to de la ayu­da. “Los méto­dos clíni­cos o de diag­nós­ti­co –escribió– requieren no solo la medición exac­ta, sino tam­bién la inter­pretación creado­ra” (Vygot­sky, 1989: 280). La estruc­tura dinámi­ca y de sen­ti­do de la con­cien­cia se fun­da­men­ta en la unidad de las fun­ciones psíquicas supe­ri­ores que for­man los sis­temas psi­cológi­cos y que con­sti­tuyen el núcleo de la per­son­al­i­dad, que es una estruc­tura de sentidos.

La ori­entación y la psi­coter­apia con­sti­tuyen pro­ce­sos de inves­ti­gación de la per­son­al­i­dad y esta des­de el enfoque históri­co-cul­tur­al es someti­da al “análi­sis eti­ológi­co que debe mostrarnos el mecan­is­mo de la conex­ión dinámi­ca de los sín­dromes en los que se pone de man­i­fiesto esta com­ple­ja dinámi­ca y estruc­tura de la per­son­al­i­dad” (Vygot­sky, 1989: 286) Dinámi­ca que es com­ple­ja por la vari­abil­i­dad de uniones entre fun­ciones psi­cológ­i­cas. La per­son­al­i­dad es un sis­tema psi­cológi­co que resul­ta de dicha vari­abil­i­dad y para su com­pren­sión psi­cológ­i­ca cien­tí­fi­ca es nece­saria la inves­ti­gación de su géne­sis y trans­for­ma­ción, la que apun­ta hacia el estu­dio de los mecan­is­mos psi­cológi­cos del fun­cionamien­to de las estruc­turas o for­ma­ciones de sen­ti­do que se for­man y en el adul­to ya están presentes.

Vygot­sky comen­zó sus estu­dios con la inves­ti­gación clíni­ca de la local­ización de fun­ciones, la que le per­mi­tió la for­mu­lación de hipóte­sis para explicar hechos clíni­cos cono­ci­dos. Es decir: que sin estar dirigi­das estas ideas a sen­tar una platafor­ma para el tra­ba­jo en la Psi­cología Clíni­ca, pudo deducir de ella pun­tos de par­ti­da para este tipo de tra­ba­jo. De ahí que supong­amos posi­ble conc­re­tar algu­nas con­sid­era­ciones o tesis rel­a­ti­vas a la ori­entación y psi­coter­apia, que sir­van de hilo con­duc­tor a los psicól­o­gos nov­e­l­es en la tarea de explicar des­de estos pre­supuestos las prob­lemáti­cas que pre­sen­tan estas prácticas.

  1. Las fun­ciones psíquicas según A. R. Luria (1978) son pro­ce­sos autor­reg­u­ladores, com­ple­jos, sociales por su nat­u­raleza, medi­a­dos por con­sti­tu­ción u ori­gen, con­scientes y vol­un­tar­ios por su modo de fun­cionar que se pueden pre­sen­tar deses­truc­tura­dos, alter­ados o inmaduros en el suje­to que pide la ayu­da. Ellos no están desvin­cu­la­dos de la con­cien­cia, sino que la car­ac­ter­i­zan por sus uniones y conex­iones que varían con su desar­rol­lo o dete­ri­oro. Tam­poco están lig­a­dos direc­ta­mente a la activi­dad fisi­ológ­i­ca de un cen­tro cor­ti­cal deter­mi­na­do, sino que “rep­re­sen­tan el pro­duc­to de una activi­dad integra­da de diver­sos cen­tros, rig­urosa­mente difer­en­ci­a­dos y rela­ciona­dos jerárquica­mente entre sí” (Vygot­sky, 1990: 135). Las fun­ciones psíquicas no son sim­ples, homogéneas, indi­visas; sino com­ple­jas, inte­grado­ras, difer­en­ci­adas; y a cada una cor­re­sponde una estruc­tura y orga­ni­zación jerárquica difer­ente y esto se debe al “nue­vo modus operan­di de la con­cien­cia” (Vygot­sky, 1990: 137) que se nutre del mun­do de los obje­tos y per­sonas con el que el Hom­bre con­stan­te­mente inter­ac­túa en cada eta­pa de la vida.

Los suje­tos que sufren con­tradic­ciones de su com­por­tamien­to, y no encuen­tran sal­i­das por sí mis­mos, piden ayu­da psi­cológ­i­ca en cen­tros, clíni­cas o con­sul­to­rios que brin­dan ori­entación psi­cológ­i­ca o psi­coter­apia, para solu­cionar sus prob­lemáti­cas. Estas se estruc­turan en difer­entes nive­les de orga­ni­zación de la per­son­al­i­dad, y en fun­ción de ellos requieren de uno u otro tipo de inter­ven­ción (ori­entación y/o psi­coter­apia), disyun­ti­va que ha sido abor­da­da ampli­a­mente en nues­tra cien­cia, aten­di­en­do a difer­entes cri­te­rios: los orí­genes históri­cos de ambas modal­i­dades de inter­ven­ción, el gra­do de afectación, o patología del suje­to que sufre, la com­pren­sión acer­ca de la per­son­al­i­dad, entre otros cri­te­rios que quizás no alcan­zamos aho­ra a mencionar.

Con­sideran­do entonces estas modal­i­dades de inter­ven­ción des­de la per­spec­ti­va históri­co-cul­tur­al, esta­mos oblig­a­dos a plantear que ambas prác­ti­cas se encuen­tran en una inter­relación dialéc­ti­ca, con sus pro­pios alcances y límites. Al con­ce­bir des­de esta per­spec­ti­va a la sub­je­tivi­dad como una fun­cional­i­dad donde los sen­ti­dos sub­je­tivos se inter­rela­cio­nan en sis­temas jerárquicos com­ple­jos de motivos y difer­entes for­ma­ciones psi­cológ­i­cas de la per­son­al­i­dad, con­fir­mamos que, siem­pre que inter­ven­i­mos a par­tir de la relación de comu­ni­cación que pen­e­tra en los com­ple­jos pro­ce­sos de sen­ti­do, esta­mos pro­ducien­do cam­bios en la per­son­al­i­dad. Obsérvese que hablam­os de pen­e­trar en la com­ple­ja esfera de los sen­ti­dos, que deter­mi­nan o no las rela­ciones entre fun­ciones. Esta com­pren­sión históri­co-cul­tur­al de la sub­je­tivi­dad acer­ca los límites entre ambas modal­i­dades de inter­ven­ción, hacién­do­los per­me­ables, per­mi­tien­do que la una y la otra se inter­pen­e­tren en el tra­ba­jo con suje­tos de difer­entes nive­les de reg­u­lación psicológica.

En este sen­ti­do la ori­entación psi­cológ­i­ca es un pro­ce­so comu­nica­ti­vo de ayu­da, colab­o­ración o activi­dad con­jun­ta, entre un suje­to que solici­ta ayu­da y un ori­en­ta­dor que se la brin­da; en esta relación el últi­mo poten­cia el desar­rol­lo y el activis­mo del primero, una vez que en la per­son­al­i­dad del primero, se ha detenido o desvi­a­do el cur­so nor­mal de su crec­imien­to, sien­do un suje­to que ha per­di­do su capaci­dad reg­u­lado­ra (par­cial o total) al afec­tarse la esfera de los sen­ti­dos, su inte­gración o jer­ar­quía fun­cional. Esta relación interp­si­cológ­i­ca se tor­na inter­cor­po­ral, en tan­to encuen­tro entre cuer­pos que se comu­ni­can y actúan en difer­entes dimensiones.

Por otra parte, la psi­coter­apia es aquel pro­ce­so en el cual, a través de una relación asimétri­ca de comu­ni­cación par­tic­i­pan el psi­coter­apeu­ta y el suje­to de la ayu­da, donde el primero poten­cia el avance grad­ual en la superación de los prob­le­mas y sín­tomas que mov­i­lizan la búsque­da de ayu­da por parte del suje­to, facil­i­tan­do la reviven­ciación y reparación de momen­tos de su expe­ri­en­cia indi­vid­ual, y la apropiación de deter­mi­na­dos recur­sos psi­cológi­cos para la recu­peración de la fun­ción auto reg­u­lado­ra de su personalidad.

Según González (2009) la ori­entación y psi­coter­apia son vías para que la per­sona se torne suje­to de una expe­ri­en­cia o sis­tema de relación sobre la cual ella ha per­di­do la capaci­dad de pro­ducir sen­ti­dos sub­je­tivos alter­na­tivos a aque­l­los com­pro­meti­dos con su sufrimiento.

El suje­to de la ayu­da se pre­sen­ta ante el psicól­o­go con un sis­tema dinámi­co en dese­qui­lib­rio, inestable, con con­tradic­ciones que quiere resolver y no puede por sí solo; se ha per­di­do la fun­ción auto reg­u­lado­ra de lo psi­cológi­co y se hace nece­saria la for­ma­ción de nuevos sen­ti­dos que per­mi­tan la inte­gri­dad de la per­son­al­i­dad y el restablec­imien­to de su equi­lib­rio adaptativo.

El com­por­tamien­to del suje­to expre­sa difer­entes nive­les de reg­u­lación psi­cológ­i­ca (nor­mal­i­dad, neu­ro­sis, psi­co­sis) que depen­den de la orga­ni­zación históri­ca de la personalidad.

En depen­den­cia de la pro­fun­di­dad en la estruc­turación del prob­le­ma se requieren her­ramien­tas de difer­ente com­ple­ji­dad, que se encuen­tran en los cam­pos de saber de ambas modal­i­dades de inter­ven­ción (ori­entación y psi­coter­apia), a los cuales los pro­fe­sion­ales deben recur­rir de man­era per­ma­nente para enfrentar los retos de la relación de ayuda.

Las con­fig­u­ra­ciones de sen­ti­dos sub­je­tivos que con­for­man la tra­ma com­ple­ja de lo psi­cológi­co se impli­can en el pro­ce­so com­ple­jo rela­ciona­do con el “sufrim­ien­to o malestar emo­cional” que viven­cia el suje­to ante la difi­cul­tad para pro­ducir sen­ti­dos subjetivos

El con­tex­to, la orga­ni­zación sub­je­ti­va indi­vid­ual, la orga­ni­zación del modo de vida, los sis­temas actuales de activi­dad y de comu­ni­cación, par­tic­i­pan en la apari­ción de des­bal­ances en el equi­lib­rio adap­ta­ti­vo indi­vid­ual en deter­mi­nadas condi­ciones de desar­rol­lo, a par­tir de la tra­ma com­ple­ja de sen­ti­dos sub­je­tivos que pro­duce el indi­vid­uo[1]. La prob­lemáti­ca que pro­duce malestar emo­cional se man­i­fi­es­ta de for­ma par­tic­u­lar en fun­ción de la orga­ni­zación sub­je­ti­va sin­gu­lar, esta se expre­sa a través de deter­mi­na­da sintomatología.

Para com­pren­der la sin­toma­tología en el pre­sente de la vida del suje­to que solici­ta ayu­da, es nece­sario com­pren­der su carác­ter de emer­gente de una his­to­ria de desar­rol­lo; lo que solo es posi­ble deve­lar en el mar­co de un pro­ce­so ter­apéu­ti­co des­de este enfoque.

El sín­toma que emerge puede ocul­tar el con­flic­to sub­y­a­cente, puede ser un sig­no a inter­pre­tar; la emo­cional­i­dad se dis­fraza con fal­sos recur­sos o rep­re­senta­ciones, a par­tir de com­ple­jos mecan­is­mos, en los que la inmadurez o fal­ta de infor­ma­ción pueden ser deter­mi­nantes. Se debe pro­fun­dizar en la com­pren­sión de los sen­ti­dos sub­je­tivos que man­i­fi­es­ta el suje­to, des­cubrir la esen­cia, ya que ellos expre­san una relación entre lo con­sciente y lo incon­sciente, lo históri­co y lo actu­al. Los motivos pueden estar ocul­tos, por lo que se deben for­mu­lar hipóte­sis sobre los sen­ti­dos, pro­movien­do la elab­o­ración posi­ble por parte del sujeto.

El sín­toma es un mecan­is­mo adap­ta­ti­vo que expre­sa una dinámi­ca moti­va­cional com­ple­ja. Es una expre­sión sim­bóli­ca de con­flic­tos, que se han orig­i­na­do en el con­tex­to cul­tur­al, en la red de rela­ciones y acciones sociales en las que el indi­vid­uo ha par­tic­i­pa­do a lo largo de su his­to­ria de vida, que impactan esa orga­ni­zación sub­je­ti­va sin­gu­lar, que tiene una géne­sis históri­co-cul­tur­al y está suje­ta a pro­ce­sos de pro­duc­ción de sen­ti­dos en el cur­so de la expe­ri­en­cia indi­vid­ual, en los espa­cios sociales en los que el suje­to participa.

El suje­to en la ori­entación y la psi­coter­apia es acti­vo, con capaci­dad de pro­ducir opciones de sub­je­ti­vación, impli­ca­do en sis­temas com­ple­jos de activi­dad y de comu­ni­cación, que se rela­cio­nan con la ten­sión “salud-malestar emo­cional-enfer­medad”, cuyos límites son permeables.

Respec­to al carác­ter acti­vo del suje­to, impor­tante car­ac­terís­ti­ca que se pone de man­i­fiesto en la relación de ayu­da, escribía Vygot­sky que en la ontogé­ne­sis el sis­tema de acti­vación del niño se deter­mi­na por el niv­el de su desar­rol­lo orgáni­co y por el niv­el de uti­lización de los instru­men­tos. Ambos sis­temas se fusio­n­an for­man­do un pro­ce­so com­ple­ta­mente par­tic­u­lar, como un todo úni­co que aparece como un momen­to deci­si­vo en el desar­rol­lo del niño. Es decir que la asim­i­lación de la expe­ri­en­cia históri­co-social que tiene lugar a través de sig­nos, des­de los primeros años de la vida, medi­ante el mecan­is­mo de la apropiación, es un pro­ce­so acti­vo que per­mite la estruc­turación de la con­cien­cia como un todo y nos mues­tra la fuente de los cam­bios que pueden ocur­rir en las rela­ciones inter­fun­cionales y en la for­ma­ción de sis­temas dinámi­cos com­ple­jos a los que se inte­gran las fun­ciones ele­men­tales. La apropiación de la cul­tura y la viven­cia que de ella posee el suje­to, con­sti­tuyen puer­tas abier­tas a la for­ma­ción y al cam­bio de sen­ti­dos en la con­cien­cia indi­vid­ual. Una vez más vemos el apren­diza­je como fuente que cam­bia lo psi­cológi­co como cual­i­dad abier­ta, que al reviven­ciar, pro­duce nuevas rela­ciones inter­fun­cionales para el cambio.

El suje­to, en su carác­ter acti­vo, puede poten­ciar su desar­rol­lo a par­tir del apren­diza­je, en las rela­ciones con otros con difer­entes domin­ios de deter­mi­na­dos sis­temas sim­bóli­cos. Vis­to así, el desar­rol­lo puede con­ce­birse en tan­to posi­bil­i­dad de nuevos reper­to­rios de expre­sión sub­je­ti­va. Es viable la idea de un suje­to acti­vo, capaz de par­tic­i­par en el pro­pio pro­ce­so de sanación des­de las edades más tem­pranas. Este activis­mo hemos vis­to que tiene difer­entes car­ac­terís­ti­cas en depen­den­cia de la eta­pa, ya que en un ini­cio el peso de los sis­temas de acti­vación orgáni­co es may­or para después ir cedi­en­do a los de carác­ter social e históri­co, siem­pre en inter­relación dialéc­ti­ca, has­ta alcan­zar en eta­pas más avan­zadas un carác­ter propi­a­mente psi­cológi­co. Este hecho le per­mite al suje­to inte­grar con armonía los sis­temas ante­ri­ores y eri­girse como un fac­tor igual­mente deter­mi­nante de su futuro com­por­tamien­to. El desar­rol­lo puede con­ce­birse en tan­to posi­bil­i­dad de nuevos reper­to­rios de expre­sión sub­je­ti­va de aque­l­lo que antes no existía en el suje­to. En el pro­ce­so ter­apéu­ti­co este encuen­tra un espa­cio de mate­ri­al­ización en el mar­co de un pro­ce­so de ayuda.

El pro­ce­so de la ayu­da es un espa­cio de relación, de comu­ni­cación inter­sub­je­ti­va, que fun­ciona como un todo (donde la comu­ni­cación ver­bal y el diál­o­go de los cuer­pos se inter­rela­cio­nan per­ma­nen­te­mente), a lo largo del cual se despl­ie­ga la orga­ni­zación sub­je­ti­va del suje­to que sufre, pudi­en­do el orientador/terapeuta trazar estrate­gias o metas de cam­bio, cuyo alcance harán dis­minuir o ter­mi­nar las con­tradic­ciones de este.

La relación de ayu­da (que se establece) con­sti­tuye un tipo de vín­cu­lo de “social­ización”, que impacta la orga­ni­zación sub­je­ti­va indi­vid­ual y per­mite la pro­duc­ción de alter­na­ti­vas de sen­ti­dos, a par­tir de los “sig­nos” que se com­parten. El orientador/terapeuta “nor­mal­iza” la expe­ri­en­cia del suje­to que sufre, a par­tir de un ref­er­ente de lo humano, ancla­do en el saber sis­tem­ati­za­do por la cien­cia. Esta relación sigue un cur­so sin­gu­lar con cada indi­vid­uo que se basa en el prin­ci­pio de la colab­o­ración y su propósi­to fun­da­men­tal es deter­mi­nar la estruc­tura y dinámi­ca de la per­son­al­i­dad, cuyo análi­sis eti­ológi­co mues­tra la conex­ión dinámi­ca en que se man­i­fi­es­ta, lo que per­mite poten­ciar el auto-desar­rol­lo del suje­to y facil­i­tar pro­ce­sos de reapren­diza­je, reviven­ciación, resig­nifi­cación y la pro­duc­ción de nuevos sen­ti­dos sub­je­tivos (Vygot­sky, 1989)

El orientador/terapeuta ofrece difer­entes nive­les de ayu­da que van en diver­sas direc­ciones, des­de facil­i­tar pro­ce­sos de toma de con­cien­cia, facil­i­tar la reviven­ciación de suce­sos y expe­ri­en­cias de la his­to­ria indi­vid­ual, pro­mover los recur­sos indi­vid­uales que posee el suje­to, has­ta ofre­cer nuevos recur­sos para facil­i­tar pro­ce­sos de cam­bio sub­je­ti­vo. Esto se logra en el espa­cio inter­sub­je­ti­vo que es la zona de desar­rol­lo próximo.

El cam­bio no es más que la desapari­ción de los viejos vín­cu­los entre las fun­ciones aso­ci­adas y la apari­ción de nuevas conex­iones, cuan­do en la con­cien­cia se asim­i­lan nuevos medi­adores, sig­nos, que el espe­cial­ista por­ta a par­tir de los nive­les de ayu­da que ofrece. Los nuevos sig­nos o nive­les de ayu­da medi­an entre lo exter­no y la esfera de los sen­ti­dos del suje­to de la ayu­da, adop­tan­do for­ma de viven­cias, reflex­iones o rep­re­senta­ciones, que renue­van los viejos nex­os entre fun­ciones. Este pro­ce­so de ayu­da tran­scurre de for­ma con­sciente, en depen­den­cia del auto­conocimien­to del suje­to, el cual per­mite la con­ci­en­ti­zación de necesi­dades, emo­ciones y otras car­ac­terís­ti­cas que antes no aso­cia­ba al obje­to de la solic­i­tud de ayuda.

Las nuevas conex­iones se pro­ducen por la acción acti­va del suje­to en este proceso.

El pro­ced­er históri­co-cul­tur­al sug­iere como primer paso la rep­re­sentación del hom­bre como suje­to de la ayu­da y el análi­sis de su esfera de sen­ti­do, a par­tir de la palabra.

Sobre el sen­ti­do sub­je­ti­vo implíc­i­to tras las pal­abras, que con­sti­tuye la unidad de pen­samien­to y lengua­je, Vygot­sky (1968) expresa:

Lleg­amos aho­ra al últi­mo escalón de nue­stro análi­sis del pen­samien­to ver­bal. El pen­samien­to en sí se orig­i­na a par­tir de las moti­va­ciones, es decir, de nue­stros deseos y necesi­dades, nue­stros intere­ses y emo­ciones. Detrás de cada pen­samien­to hay una ten­den­cia afec­ti­va-voli­ti­va que impli­ca la respues­ta al últi­mo por qué del análi­sis del pen­samien­to. Una com­pren­sión ver­dadera y com­ple­ta del pen­samien­to del otro es posi­ble solo cuan­do com­pren­demos su base afec­ti­va-voli­ti­va. … “Para com­pren­der el lengua­je de los otros, no es sufi­ciente com­pren­der las pal­abras; es nece­sario enten­der su pen­samien­to. Pero inclu­so esto no es sufi­ciente, tam­bién debe­mos cono­cer las moti­va­ciones. El análi­sis psi­cológi­co de una expre­sión no está com­ple­to has­ta que no se alcan­za ese plano. (Vygot­sky, 1968: 162–163).

Y esto responde a que la for­ma­ción de los sen­ti­dos per­manece y fun­ciona de for­ma incon­sciente, mien­tras más alto el niv­el de for­ma­ción de los sen­ti­dos, en su jer­ar­quía, más difí­cil el tra­ba­jo de su con­ci­en­ti­zación (Zeigar­nik. B. y Bra­tus, R; 1987).

El ori­en­ta­dor-ter­apeu­ta debe tra­ba­jar en fun­ción de com­pren­der la dinámi­ca com­ple­ja que sub­y­ace tras la pal­abra y la comu­ni­cación no ver­bal del suje­to, pro­ducien­do acer­camien­tos pau­lati­nos a ese conocimien­to, medi­ante la inter­pretación de los difer­entes sig­nos que emer­gen durante el pro­ce­so, a par­tir de hipóte­sis explica­ti­vas que se “afir­man” o rec­haz­an en el esce­nario de la relación de comu­ni­cación que establece con el suje­to de la ayu­da, en un pro­ce­so per­ma­nente de pro­duc­ción de nuevas hipóte­sis explica­ti­vas, donde conocimien­to y cam­bio (diag­nós­ti­co e inter­ven­ción) se encuen­tran en una inter­relación dialéc­ti­ca (en un inter­juego per­ma­nente). La prob­lemáti­ca que emerge de este análi­sis, puede no coin­cidir con la con­fig­u­ración sub­je­ti­va actu­al, tras la man­i­festación patológ­i­ca o dis­fun­cional sub­y­ace la com­ple­ja con­fig­u­ración de la subjetividad.

En la com­ple­ja sín­te­sis que con­sti­tuye la sub­je­tivi­dad indi­vid­ual coex­is­ten nive­les de con­fig­u­ración que se con­tienen y super­an dialéc­ti­ca­mente, lo cual tiene impli­ca­ciones des­de el pun­to de vista metodológi­co y prác­ti­co, con­sti­tuyen­do “puer­tas de entra­da” al tra­ba­jo de ori­entación y psicoterapia.

Los difer­entes nive­les en la orga­ni­zación de lo psi­cológi­co se con­sti­tuyeron como los obje­tos de inves­ti­gación y pro­duc­ción de conocimien­tos de los difer­entes mod­e­los o sis­temas explica­tivos de lo psi­cológi­co, de su desar­rol­lo nor­mal y las desvia­ciones de este, por lo que todo el saber sis­tem­ati­za­do por la cien­cia ante­ri­or puede uti­lizarse como her­ramien­ta de la ori­entación y la psicoterapia.

La relación de ayu­da des­de este enfoque tran­scurre como pro­ce­so en dos nive­les: en el aliv­io del malestar y en la búsque­da de la dinámi­ca com­ple­ja, que sub­y­ace a la expre­sión de los sín­tomas y el sufrim­ien­to del suje­to de la ayu­da; estos nive­les se inter­conectan en un juego dialéc­ti­co per­ma­nente y en el que sub­y­a­cen las conex­iones entre fun­ciones. Este movimien­to ocurre a través de la acción, entre el desar­rol­lo real y el desar­rol­lo poten­cial. En lo psi­cológi­co se expre­sa la inter­relación dialéc­ti­ca entre orga­ni­zación y pro­ce­su­al­i­dad (iden­ti­dad y cambio).

El fin de la ori­entación y la psi­coter­apia des­de el EHC per­sigue que el suje­to de la ayu­da recu­pere su autor­reg­u­lación del com­por­tamien­to, dom­i­nan­do la con­duc­ta propia. Este pro­ce­so puede demor­ar en depen­den­cia del carác­ter acti­vo del suje­to de la ayu­da, del gra­do de afectación de la fun­ción reg­u­lado­ra, de la his­to­ria de sus SSD, y de sus sis­temas dinámi­cos com­ple­jos. Des­de la per­spec­ti­va de este enfoque se con­cibe al suje­to de la ayu­da, en su carác­ter acti­vo, como suje­to de su propia personalidad.

En la ontogé­ne­sis, el carác­ter acti­vo del suje­to, alcan­za su ple­na expre­sión con el desar­rol­lo de la auto­con­cien­cia de la per­son­al­i­dad como una eta­pa deter­mi­na­da del desar­rol­lo de ella. El pro­ce­so de auto­con­cien­cia tran­scurre en for­ma de viven­cia de sen­ti­dos con­flic­tivos en el cur­so de los cuales para la per­son­al­i­dad que­da claro, qué de ella se puede super­ar, qué la obliga a actu­ar y qué bar­reras ella debe rebasar inclu­so bajo la pre­sión de cir­cun­stan­cias exter­nas. Acud­i­mos al con­cep­to de auto­conocimien­to para la expli­cación de estos sen­ti­dos con­flic­tivos, que se pro­ducen pre­cisa­mente por el desconocimien­to que tiene el suje­to de sus propias car­ac­terís­ti­cas. Des­cubrir o con­ci­en­ti­zar un viejo o nue­vo ras­go, car­ac­terís­ti­ca o com­por­tamien­to pro­pio deja expre­sar un con­flic­to o con­tradic­ción den­tro del suje­to, que puede lle­var­lo a un movimien­to inter­no espe­cial en la con­cien­cia. Este movimien­to des­cubre la cor­relación de motivos entre sí, sus sub­or­di­na­ciones y las uniones de sus sen­ti­dos per­son­ales. Esto con­sti­tuye un pro­ce­so acti­vo y cre­ati­vo, de trans­for­ma­ción de las antiguas uniones que lle­van al desar­rol­lo de la autoconciencia.

Es en la eta­pa de la adul­tez media en la que el indi­vid­uo se auto deter­mi­na, con la par­tic­i­pación impor­tante de dis­tin­tas for­mas de activi­dad int­elec­tu­al como son su capaci­dad reflex­i­va, imag­i­na­ti­va, de aten­ción y autode­ter­mi­nación. Es decir, se con­cibe el activis­mo del suje­to a par­tir de su capaci­dad de reflex­ionar y elab­o­rar su pun­to de vista, lo que le per­mite imprim­ir un pro­fun­do sen­ti­do per­son­al al com­por­tamien­to. Este carác­ter acti­vo le per­mite ori­en­tarse por obje­tivos que tra­scien­den su situación pre­sente y enfrentar las con­tradic­ciones y difi­cul­tades que cotid­i­ana­mente se pre­sen­tan, para lo cual dispone todo su poten­cial con­sciente int­elec­tu­al. (González, 2009)

El hecho de que la per­son­al­i­dad se desar­rol­la y se auto deter­mi­na, no elim­i­na la acción de deter­mi­nantes biológi­cos y sociales que se inte­gran a un nue­vo sis­tema de acti­vación al que nos refer­íamos en un ini­cio, en que fun­ciona dialéc­ti­ca­mente lo orgáni­co con lo cul­tur­al a un niv­el psicológico.

La con­cien­cia humana no asim­i­la cualquier expe­ri­en­cia de su entorno históri­co-social, sino aque­l­las que le dan sen­ti­do a su real­i­dad. La inte­ri­or­ización, la apropiación o refle­jo no es copia idén­ti­ca de la real­i­dad, ni el traspa­so mecáni­co y pasi­vo a la mente humana de lo exter­no, sino que es la expre­sión per­son­al­iza­da del carác­ter acti­vo del suje­to, en fun­ción de las trans­for­ma­ciones que en él se deben dar.

En la medi­da en que el suje­to recu­pera su posi­ción críti­ca, acti­va, respon­s­able y con­sciente ante la real­i­dad; con el reconocimien­to de sus recur­sos y el dominio de aque­l­los que le ofrece el espe­cial­ista (orientador/terapeuta) en la colab­o­ración, y con la recon­struc­ción pau­lati­na de su autonomía, la relación de apoyo se reti­ra. La lib­er­tad gnose­ológ­i­ca, en tan­to, lib­er­tad para ser, actu­ar, que impli­ca la recu­peración de la capaci­dad de reg­u­lación del com­por­tamien­to y el dominio de la con­duc­ta propia, es en últi­ma instan­cia el fin de toda relación de ayu­da. Las inves­ti­ga­ciones empíri­c­as sobre los resul­ta­dos de las ter­apias “exi­tosas” avalan este conocimien­to (Krause, 2005).

Conclusiones

En el tra­ba­jo se sis­tem­ati­zaron un grupo de con­sid­era­ciones sobre ori­entación y psi­coter­apia, que tomaron como fun­da­men­to teóri­co las prin­ci­pales cat­e­gorías y prin­ci­p­ios del Enfoque Históri­co Cul­tur­al en la rama de la Psi­cología Clíni­ca. Las que se resumen en los sigu­ientes presupuestos:

1. El EHC parte de una con­cep­ción acer­ca de lo psi­cológi­co que con­sid­era la estruc­tura dinámi­ca y de sen­ti­do de la con­cien­cia, la dialéc­ti­ca de su desar­rol­lo, así como el papel de los otros y los obje­tos, se con­cibe difer­ente a la de los sis­temas precedentes.

2. El enfoque legit­i­ma tam­bién el papel de la his­to­ria indi­vid­ual y de la viven­cia en la deter­mi­nación de lo psi­cológi­co; así como el de la colab­o­ración de los otros, por­ta­dores como sus prin­ci­p­ios fundacionales.

3. Cuan­do una per­sona asiste en bus­ca de ayu­da lo hace mov­i­liza­da por la viven­cia de malestar emo­cional ante una situación respec­to a la cual siente que no cuen­ta con los recur­sos nece­sar­ios y sufi­cientes para afrontar las deman­das que esta impli­ca. Des­de una per­spec­ti­va dialéc­ti­ca: solo la agudización de las con­tradic­ciones a niv­el viven­cial, y la emer­gen­cia de la cri­sis, que ame­nazan el equi­lib­rio adap­ta­ti­vo del suje­to, mov­i­lizan a la búsque­da de ayuda.

4. La sin­toma­tología emerge de una his­to­ria de desar­rol­lo como un mecan­is­mo adap­ta­ti­vo que expre­sa una dinámi­ca moti­va­cional jerárquica­mente com­ple­ja en la que los sen­ti­dos sub­je­tivos se encuen­tran en una relación con­tra­dic­to­ria y donde lo históri­co y lo actu­al, lo con­sciente y lo incon­sciente expre­san una dialéc­ti­ca sin­gu­lar en cada sujeto.

5. El desar­rol­lo en tan­to posi­bil­i­dad de nuevos reper­to­rios de expre­sión sub­je­ti­va encuen­tra un espa­cio de mate­ri­al­ización en el mar­co del pro­ce­so de ayu­da. El suje­to en su carác­ter acti­vo expre­sa la capaci­dad de pro­ducir opciones de sub­je­ti­vación, impli­ca­do en los sis­temas com­ple­jos de activi­dad y comu­ni­cación en los que participa.

6. La relación de ayu­da basa­da en el prin­ci­pio de la colab­o­ración sigue un cur­so sin­gu­lar en cada indi­vid­uo facil­i­tan­do pro­ce­sos de reapren­diza­je, reviven­ciación, resig­nifi­cación, pro­duc­ción de nuevos sen­ti­dos sub­je­tivos, lo que impacta la orga­ni­zación sub­je­ti­va individual.

7. El obje­ti­vo de la relación de ayu­da des­de este enfoque con­siste en la recu­peración de la autor­reg­u­lación com­por­tamien­to del suje­to, lo que impli­ca el dominio de la con­duc­ta propia. Este pro­ce­so depende de la com­ple­ja orga­ni­zación sub­je­ti­va indi­vid­ual, de la man­era en que se orga­ni­za la ayu­da y del carác­ter acti­vo del sujeto.

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