MUERTE Y VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE: CREENCIAS CIENTÍFICAS Y RELIGIOSAS ¿CONFLICTO, COEXISTENCIA O INDEPENDENCIA?

José de Jesús Silva Bautista
Nallely Venazir Herrera Escoba

Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Estudios Superiores Zaragoza. CDMX, México

Resumen

La his­to­ria del pen­samien­to humano es, en gran parte, la his­to­ria de las expli­ca­ciones que se han ido dan­do acer­ca del ori­gen del uni­ver­so, la nat­u­raleza humana y el pro­pio papel del ser en el mun­do; expli­ca­ciones que se han fun­da­men­ta­do bási­ca­mente en una serie de respues­tas reli­giosas, filosó­fi­cas y cien­tí­fi­cas. Dichas respues­tas tienen como base el sis­tema de creen­cias que el ser humano posee y han gen­er­a­do una nar­ra­ti­va dom­i­nante que rodea la relación entre la religión y la cien­cia, la cual ha sido impul­sa­da por el supuesto de que estas insti­tu­ciones se encuen­tran en un con­flic­to inevitable con­se­cuen­cia de sus afir­ma­ciones con­tra­dic­to­rias sobre la real­i­dad. Creer es una con­stante uni­ver­sal, ordi­nar­i­a­mente se rela­ciona­ba la creen­cia con la religión, sin embar­go, la creen­cia se rev­ela como condi­ción ontológ­i­ca del ser humano. Des­de la psi­cología social el pre­sente tra­ba­jo pro­pone un estu­dio sobre creen­cias hacia la muerte y la vida después de la muerte pre­sentes en habi­tantes de la Ciu­dad de Méx­i­co, esto con el fin de cono­cer si existe con­flic­to, coex­is­ten­cia o inde­pen­den­cia entre creen­cias reli­giosas y cien­tí­fi­cas hacia estos fenó­menos. Para la con­se­cu­ción del obje­ti­vo, se aplicó la escala de Sil­va, Her­rera y Coro­na (2017) y se real­izó el análi­sis estadís­ti­cos de Cor­relación de Pear­son. Los resul­ta­dos indi­can la inex­is­ten­cia de con­flic­tos entre las creen­cias reli­giosas y cien­tí­fi­cas hacia la muerte y la vida después de la muerte, mar­can­do así una inde­pen­den­cia entre ellas.

Pal­abras clave creen­cia; vida; muerte; cien­cia; religión

Abstract

The his­to­ry of human thought is, to a large extent, the his­to­ry of the expla­na­tions that have been giv­en about the ori­gin of the uni­verse, human nature and the role of being in the world; expla­na­tions that have been based basi­cal­ly on a series of reli­gious, philo­soph­i­cal and sci­en­tif­ic answers. These respons­es are based on the belief sys­tem that the human being pos­sess­es and have gen­er­at­ed a dom­i­nant nar­ra­tive that sur­rounds the rela­tion­ship between reli­gion and sci­ence, which has been dri­ven by the assump­tion that these insti­tu­tions are in an inevitable con­flict as a con­se­quence of his con­tra­dic­to­ry claims about real­i­ty. Believ­ing is a uni­ver­sal con­stant, belief was ordi­nar­i­ly relat­ed to reli­gion, how­ev­er, belief is revealed as an onto­log­i­cal con­di­tion of the human being. From Social Psy­chol­o­gy, the present work pro­pos­es a study on beliefs towards death and life after death present in inhab­i­tants of Mex­i­co City, this in order to know if there is con­flict, coex­is­tence or inde­pen­dence between reli­gious and sci­en­tif­ic beliefs towards these phe­nom­e­na. To achieve the objec­tive, the Sil­va, Her­rera and Coro­na (2017) scale was applied and the Pear­son Cor­re­la­tion sta­tis­ti­cal analy­sis was per­formed. The results indi­cate the non-exis­tence of con­flicts between reli­gious and sci­en­tif­ic beliefs towards death and life after death, thus mark­ing an inde­pen­dence between them.

Key­words: belief; life­time; death; sci­ence; religion

Introducción

La muerte, como exis­ten­cia final e inevitable del hom­bre, tra­sciende más allá de un hecho biológi­co, pues trae con­si­go impor­tantes reper­cu­siones des­de los pun­tos de vista psi­cológi­co, antropológi­co, moral, social, filosó­fi­co, reli­gioso, etc. El carác­ter mis­te­rioso de la muerte y los sufrim­ien­tos que nor­mal­mente la prece­den, han impre­sion­a­do al hom­bre de todas los épocas (Walk­er, 1985; Giral­do, 1987). Una situación ante la cual la neu­tral­i­dad o la indifer­en­cia resul­tan muy difí­ciles, después de todo, la muerte es un enig­ma que se siente más que se piense.

A difer­en­cia de otros seres vivos, el ser humano está pro­vis­to del saber de su fin irre­me­di­a­ble y al mis­mo tiem­po, se resiste a este acon­tec­imien­to. En con­se­cuen­cia, se sub­l­e­va ante la muerte y tra­ta de afir­mar su exis­ten­cia más allá de la vida real (Hernán­dez, 2006; Máli­shev, 2003).

Al remi­tirnos al pen­samien­to psi­cológi­co del ser humano, nos encon­tramos que diver­sos son los pro­ce­sos que lo lle­van a eval­u­ar de deter­mi­na­da man­era estos acon­tec­imien­tos, entre sus emo­ciones, acti­tudes, moti­va­ciones, pen­samien­tos e ideas, se encuen­tran tam­bién las creen­cias que este posee.

Creer es una con­stante uni­ver­sal, por ello, la creen­cia se rev­ela como una condi­ción ontológ­i­ca del ser humano (De la Pien­da, 1999; Tor­res, 2002). Es una condi­ción ini­cial sub­je­ti­va que expli­ca un con­jun­to de com­por­tamien­tos aparente­mente inconex­os; y al enten­der la causa como condi­ción ini­cial, la creen­cia es una causa del com­por­tamien­to, por con­se­cuente, creer impli­ca ten­er una serie de expec­ta­ti­vas for­mu­ladas a modo de hipóte­sis, que reg­u­lan las acciones y las rela­ciones del suje­to con el mun­do (Olson y Zan­na, 1987; Villoro,1996). En The Oxford Com­pan­ion to Phi­los­o­phy (1995) se plantea que, debido a que las creen­cias impli­can un despliegue de con­cep­tos, a menos que el indi­vid­uo entien­da lo que es un deter­mi­na­do obje­to, este podrá creer o no en él; por ello, Rokeach (1968, como se citó en, Pajares, 1992) afir­mo que las creen­cias son grandes pre­sun­ciones acer­ca de uno mis­mo y de la real­i­dad físi­ca y social; “… unas sim­ples proposi­ciones con­scientes o incon­scientes inferi­das des­de de lo que las per­sonas dicen o no, capaces de exi­s­tir antes de lo dicho” (p.113). Asimis­mo, desta­ca tres com­po­nentes de la creen­cia: un com­po­nente cog­ni­ti­vo, que rep­re­sen­ta conocimien­to; un com­po­nente afec­ti­vo, capaz de provo­car emo­ción; y un com­po­nente con­duc­tu­al, acti­va­do cuan­do lo requiere la acción.

Al tomar en cuen­ta las car­ac­terís­ti­cas citadas por este autor, Pepi­tone (1991) pro­pone cua­tro fun­ciones bási­cas que engloban algunos de estos ele­men­tos. La primera fun­ción alude a una parte emo­cional, las creen­cias sir­ven direc­ta­mente para mane­jar las emo­ciones; la segun­da fun­ción posee un carác­ter cog­ni­ti­vo, donde estas dan estruc­tura cognosc­i­ti­va, la cual pro­por­ciona un sen­timien­to de con­trol sobre la vida; la ter­cera refiere a un sen­ti­do de la moral, aquí las creen­cias fun­cio­nan para reg­u­lar la dis­tribu­ción de la respon­s­abil­i­dad moral entre la per­sona y el grupo; y por últi­mo, la fun­ción de grupo, donde las creen­cias pro­mueven la sol­i­dari­dad del grupo al dar­le a las per­sonas una iden­ti­dad común; sobre esta últi­ma fun­ción, Pajares (1992, pp. 317–318) sostiene que las creencias:

… ayu­dan a las per­sonas a iden­ti­fi­carse entre sí y a for­mar gru­pos y sis­temas sociales. En el plano social y cul­tur­al, pro­por­cio­nan ele­men­tos de la estruc­tura de los val­ores, el orden, la direc­ción y val­ores com­par­tidos. En el pun­to per­son­al como socio/cultural, los sis­temas de creen­cias pueden reducir la dis­o­nan­cia y la con­fusión, inclu­so cuan­do la dis­o­nan­cia se jus­ti­fi­ca lógi­ca­mente por las creen­cias incon­sis­tentes que uno sostiene. Esta es una razón por la que adquieren dimen­siones emo­cionales y se resisten al cam­bio. Las per­sonas cre­cen cómodas con sus creen­cias, y estas creen­cias se con­vierten en su “yo”, por la mis­ma nat­u­raleza de sus creen­cias las per­sonas lle­gan a ser iden­ti­fi­ca­dos y com­pren­di­dos, son de su propiedad.

Una creen­cia con­stan­te­mente incul­ca­da en los primeros años de vida, cuan­do el cere­bro es más impre­sion­able, parece adquirir casi la nat­u­raleza de un instin­to; la may­or parte de las veces se mantienen inmuta­bles frente a las con­tradic­ciones cau­sadas por la razón, el tiem­po, la enseñan­za o la expe­ri­en­cia; se adquieren a través de pro­ce­sos de apren­diza­je aso­cia­ti­vo; pero tam­bién, tienen un ori­gen cul­tur­al, en tan­to se con­struyen en for­matos de inter­ac­ción social (Dar­win, 2002; Nes­por, 1987; Pajares, 1992).

Del amplio aban­i­co de creen­cias que con­for­man el pen­samien­to y dan pau­ta al com­por­tamien­to humano, Pepi­tone (1991) y De la Pien­da (1999) reconocieron al menos dos grandes cat­e­gorías: nat­ur­al-mate­r­i­al y sobre­nat­ur­al (reli­gioso y sec­u­lar). Estas creen­cias se clasi­f­i­can de acuer­do a sus propiedades con­cep­tuales, basán­dose tan­to en la obser­vación común como en la intuición.

Las creen­cias de orden nat­ur­al-mate­r­i­al “… se refieren a aque­l­lo que existe en el mun­do mate­r­i­al o aque­l­lo que puede ser definido como mate­r­i­al en algún niv­el de análi­sis. La cat­e­goría incluye creen­cias cien­tí­fi­cas y creen­cias sobre la his­to­ria y la sociedad” (Pepi­tone, 1991, p.64). Aho­ra bien, hablar de creen­cias cien­tifi­cas es con­tem­plar las impli­ca­ciones de la defini­ción de ciencia.

La cien­cia se entiende según Gould (2000, 2006), como la búsque­da obje­ti­va de la ver­dad; como aque­l­la que “inten­ta doc­u­men­tar el carác­ter obje­ti­vo del mun­do nat­ur­al y desar­rol­lar teorías que coordi­nen y expliquen tales hechos” (p.12). “El mag­is­te­rio de la cien­cia cubre el mun­do empíri­co: de qué está hecho el uni­ver­so (real­i­dad) y por qué fun­ciona de la man­era que lo hace (teoría)” (p.14). Es un inten­to para des­cubrir, por medio de la obser­vación y el razon­amien­to basa­do en la obser­vación, los hechos par­tic­u­lares acer­ca del mun­do primero, luego las leyes que conectan los hechos entre sí, y que (en casos afor­tu­na­dos) hacen posi­ble pre­de­cir los acae­ceres futur­os (Rus­sell, 2012).

Bajo este con­tex­to, Estany (2001) sostiene que la cien­cia es la fuente más impor­tante de adquisi­ción de conocimien­to, una garan­tía para la jus­ti­fi­cación de las creen­cias que mantiene el ser humano, y expre­sa que “si la jus­ti­fi­cación es una noción epistémi­ca fun­da­men­tal y uno de los req­ui­si­tos para que podamos afir­mar que ten­emos conocimien­to de algo, la cien­cia tiene que jugar un papel impor­tante en el apoyo a nues­tras creen­cias. La cien­cia es con­sid­er­a­da como el pro­duc­to cul­tur­al que más garan­tías pro­por­ciona para jus­ti­ficar nues­tras creen­cias y el que más ver­dades pro­por­ciona. Lo cual no quiere decir que sea el úni­co que pro­por­ciona conocimien­to, pero no hay otro pro­duc­to cul­tur­al cuya final­i­dad intrínse­ca y pri­mor­dial sea la de pro­por­cionar conocimien­to sobre la real­i­dad” (p.95).

En la con­cep­tu­al­ización de las creen­cias cien­tí­fi­cas tam­bién se con­sid­era la noción de cien­cia que pro­pone Olivé (2011), quien a través de lo que él lla­ma sis­tema de acción inten­cional, describe a la cien­cia como un com­ple­jo de acciones humanas real­izadas por agentes inten­cionales, ori­en­ta­dos por rep­re­senta­ciones que van des­de creen­cias has­ta com­ple­jos mod­e­los y teorías cien­tí­fi­cas, cuya estruc­tura es de orden nor­ma­ti­vo-val­o­rati­vo. Por val­o­rati­vo, el autor refiere que, un val­or en la cien­cia quiere decir que existe algún obje­to que se con­sid­era valioso porque tiene una cier­ta car­ac­terís­ti­ca, y esa car­ac­terís­ti­ca depende de las creen­cias que se man­ten­gan con respec­to a la ciencia.

Lo ante­ri­or sig­nifi­ca, que las per­sonas que acep­tan cier­ta teoría es porque creen que es pre­cisa, coher­ente, amplia, sim­ple y fecun­da de acuer­do con los intere­ses teóri­cos que tienen en ese momen­to. En este sen­ti­do, para Olivé (2011) las teorías cien­tí­fi­cas además de ser instru­men­tos de predic­ción son for­mas de mirar el mun­do, que afectan tan­to a las creen­cias como a las expec­ta­ti­vas gen­erales del suje­to que las acep­ta; y como con­se­cuen­cia, a sus expe­ri­en­cias y con­cep­ciones de la realidad.

Por otra parte, el ser humano vive a diario difer­entes suce­sos per­son­ales, ambi­en­tales y socio-cul­tur­ales, pro­ce­sos que, la may­or parte de las veces involu­cran reflex­iones exis­ten­ciales. Aun cuan­do la cien­cia es uno de los conocimien­tos más cert­eros hoy en día, este muchas veces no responde a pre­gun­tas que son de orden más espir­i­tu­al; por ello, den­tro del sis­tema de creen­cias que posee el ser humano, se encuen­tran aque­l­las que se basan en la expe­ri­en­cia emo­cional y a las cuales se adhiere fuerte­mente, has­ta el pun­to de que las mantiene inclu­so ante evi­den­cias en con­tra (Gastélum, 2010; Páez, Morales y Fer­nán­dez, 2007); estas creen­cias son de tipo reli­gioso y se asien­tan sobre dos aspec­tos importantes.

El primero hace ref­er­en­cia a la fun­ción que cumple la religión en la búsque­da de la ver­dad eter­na y abso­lu­ta­mente cier­ta en la expli­cación del mun­do como se conoce, así como en los libros sagra­dos o sagradas escrit­uras donde se encuen­tra su prin­ci­pal soporte, y los cuales solo pueden man­ten­erse intac­tos si se les acep­ta como un todo (Rus­sell, 2012). El segun­do, es que las creen­cias reli­giosas se fun­da­men­tan en actos de fe; en obje­tos y lugares sagra­dos; en even­tos sobre­nat­u­rales tales como la inmor­tal­i­dad, res­ur­rec­ción, reen­car­nación y la trascen­den­cia; así como en una var­iedad de dios­es, ánge­les y otras enti­dades y poderes espir­i­tuales que se local­izan fuera del cam­po de lo mate­r­i­al; ver­san sobre la obe­di­en­cia en leyes div­inas, los mila­gros, la efi­ca­cia del rezo y el des­ti­no del espíritu en vidas pos­te­ri­ores (Fer­nán­dez, 2006; Pepi­tone, 1991).

De acuer­do con Dar­win (2002, p.47) “el sen­timien­to de la devo­ción reli­giosa es muy com­ple­jo: com­pó­nese de amor, de una sum­isión com­ple­ta a un supe­ri­or mis­te­rioso y ele­va­do, de un gran sen­timien­to de depen­den­cia, de miedo, de rev­er­en­cia, de grat­i­tud, de esper­an­za para el por­venir, y quizás tam­bién de otros sen­timien­tos. Emo­ción tan com­ple­ja no la podrá sen­tir ningún ser que no hubiese lle­ga­do a algu­na supe­ri­or­i­dad de fac­ul­tades morales e intelectuales.

Las creen­cias reli­giosas son capaces de dar ver­dadera uni­ver­sal­i­dad al espíritu humano; cuyas fun­ciones son el facil­i­tar­le al suje­to una visión inte­gral de la real­i­dad así como el dar­le sen­ti­do y sig­nifi­ca­do al mun­do. Una vida reli­giosa que impli­ca creer en cier­tos dog­mas y una cier­ta man­era de sen­tir los fines de la vida humana, le ayu­da al hom­bre a dis­minuir los sufrim­ien­tos de la humanidad, los prob­le­mas del des­ti­no humano y a ten­er may­or esper­an­za de que en el futuro ten­drá las mejores posi­bil­i­dades de su especie (Ornelas, 2009; Rus­sell, 2012; Schleier­ma­ch­er, 1990).

La necesi­dad de dotar de sig­nifi­ca­do a todo lo que es y acon­tece ha lle­va­do al ser humano a nece­si­tar de algunos val­ores por los cuales regirse, val­ores que deben ofre­cer una respues­ta a los inter­ro­gantes supre­mos sobre la vida y la muerte. Por ello, el sociól­o­go norteam­er­i­cano Yinger (1957, como se citó en, Scharf, 1974) refiere que la religión es quien responde a esta necesi­dad, pro­por­cionán­dole al hom­bre val­ores abso­lu­tos que ningún con­jun­to de conocimien­tos empíri­cos ni sis­temas cien­tí­fi­cos puede otor­gar­le, debido a que:

… la religión es un sis­tema de creen­cias y prác­ti­cas por medio de las que un grupo o pueblo se enfrenta con los inter­ro­gantes últi­mos de la vida humana. Es la neg­a­ti­va a capit­u­lar ante la muerte, a con­for­marse con el fra­ca­so, a res­ig­narse a que la hos­til­i­dad divi­da las aso­cia­ciones humanas (p.47).

En este sen­ti­do, los suje­tos que poseen una base firme de creen­cias reli­giosas pueden direc­ta­mente o a través de inter­ven­ciones espirí­tuales, con­tro­lar has­ta cier­to gra­do tan­to los even­tos de sus vidas como su pro­pio des­ti­no. Estas creen­cias, la may­or parte de las veces se encuen­tran incor­po­radas en las ide­ologías y exis­ten den­tro de orga­ni­za­ciones más o menos estruc­turadas. Se for­man a través de un pro­ce­so de inter­nal­ización indi­vid­ual; sin embar­go, no pueden indi­vid­u­alizarse por com­ple­to, dado que todo sis­tema reli­gioso se orig­i­na a par­tir de la con­tin­ua activi­dad social de inter­pre­tar la real­i­dad. Con­sti­tuyen el fun­da­men­to jus­ti­fica­ti­vo de la acción humana, a pesar de que en oca­siones es difí­cil dar cuen­ta de aque­l­lo que se cree (Fer­nán­dez, 2006; Pepi­tone, 1991; Scharf, 1974).

En tal con­tex­to, la obe­di­en­cia a la autori­dad, la fidel­i­dad irreflex­i­va a un dog­ma, el oper­ar sobre el reino de los fines, los sig­nifi­ca­dos y los val­ores humanos, así como, el exten­der­se sobre cues­tiones de sig­nifi­ca­do últi­mo y de val­or moral, con­sti­tuyen para Gould (2000, 2006) el prin­ci­pal fun­da­men­to de la religión. Y den­tro de los numerosos ele­men­tos que la con­for­man, Dios, el alma y la inmor­tal­i­dad con­sti­tuyen el gran mar­co de la creen­cia reli­giosa (Leu­ba, 1921).

Las creen­cias reli­giosas no solo procu­ran cal­mar ansiedades ante las fuerzas incon­tro­lables de la nat­u­raleza, sino que le dan cred­i­bil­i­dad a los sis­temas éti­cos y morales, al aso­cia­r­los con la vol­un­tad de Dios. Pero ningu­na de estas ilu­siones posee una prue­ba que sea real­mente creíble.

La necesi­dad de creer en Dios no solo rep­re­sen­ta un fenó­meno social y cul­tur­al, sino tam­bién antropológi­co, un fenó­meno que echa sus raíces en la estruc­tura mis­ma del ser humano. Sin embar­go, para el ser humano no es posi­ble sat­is­fac­er esa necesi­dad sin auto­en­gaño, encon­trán­dose así en una con­tradic­ción entre necesi­dad y factibil­i­dad (Tugen­hadt, 2004). Por ello, las creen­cias reli­giosas con­tienen deseos que care­cen de evi­den­cia que las avale.

La creen­cia en la exis­ten­cia de un Creador omnipo­tente y benev­o­lente, se fun­da­men­ta en que este rev­ela a sus criat­uras el conocimien­to de sus decre­tos, rev­ela a cada corazón humano lo que es rec­to y lo que es malo, a través de él se pueden explicar los mila­gros ver­daderos y per­mite con­ferir a todo acon­tec­imien­to en el mun­do un sen­ti­do de trascen­den­cia. Él es la per­fec­ción mis­ma. Es el alfa y el omega, el prin­ci­pio y el fin, la piedra del fun­da­men­to y la clave de la bóve­da, la plen­i­tud y lo plenif­i­cante. Es él quien con­sume y quien da a todo su con­sis­ten­cia (Ornelas, 2009; Pepi­tone, 1991; Rus­sell, 2012; Teil­hard, 1968).

Las atribu­ciones que se le hacen a este Creador omnipo­tente, según Kant (1969), se dan porque el hom­bre no puede realizar él mis­mo la idea del bien supre­mo, de modo que, encuen­tra en sí el deber de tra­ba­jar en ello y se con­duce a creer en la coop­eración u orga­ni­zación de un sober­a­no moral del mun­do por la cual es posi­ble este fin, abrién­dose ante él el abis­mo de un mis­te­rio acer­ca de lo que Dios hace en esto. Para este autor, no se tra­ta de saber qué es Dios en sí mis­mo, sino qué es para el humano como ser moral. En este sen­ti­do sostiene que:

… la uni­ver­sal fe reli­giosa ver­dadera es: 1) la creen­cia en Dios como el creador todo poderoso del cielo y la Tier­ra, esto es: moral­mente como leg­is­lador san­to; 2) la creen­cia en él, el con­ser­vador del género humano, como gob­er­nante bon­da­doso y sostén moral del mis­mo; 3) la creen­cia en él, el admin­istrador de sus propias leyes san­tas, esto es: como juez rec­to (p. 140).

Este planteamien­to expre­sa úni­ca­mente el com­por­tamien­to moral de Dios hacia la humanidad, y fuera de ello no se puede cono­cer más sobre él. Ante esta creen­cia, Dar­win (2002, pp.45–46) con­sid­era que:

… no existe ningu­na prue­ba de que el hom­bre haya esta­do dota­do prim­i­ti­va­mente de la creen­cia en la exis­ten­cia de un Dios omnipo­tente. Por el con­trario, hay demostra­ciones con­vin­centes, sum­in­istradas, no por via­jeros, sino por hom­bres que han vivi­do mucho tiem­po con los sal­va­jes, de que han exis­ti­do y exis­ten aún numerosas razas que no tienen ningu­na idea de la Divinidad ni poseen pal­abra que la exp­rese en su lenguaje.

De opinión sim­i­lar es el físi­co Ein­stein (como se citó en, Reuters, 2012, p. 2), quien en una car­ta escri­ta a mano expre­sa sus pun­tos de vista sobre la religión, Dios y el tribalismo:

La pal­abra Dios para mí no es nada más que la expre­sión y pro­duc­to de la debil­i­dad humana; la Bib­lia, una colec­ción de hon­or­ables, pero aun así leyen­das prim­i­ti­vas que, sin embar­go, son muy infan­tiles. Ningu­na inter­pretación, por sutil que sea, puede (para mí) cambiarlo.

Al respec­to, Tugen­hadt (2004) afir­ma que no solo no hay ningu­na razón para creer en un ser tal, sino que jus­to el que el hom­bre lo nece­site de modo tan man­i­fi­es­ta­mente per­en­to­rio, con­sti­tuye una razón con­traria muy evi­dente de que la fe en Dios equiv­al­dría a lo que, si se tratará de asun­tos empíri­cos, se lla­maría una alu­ci­nación. Con todo y eso, es igual de com­pren­si­ble que, a pesar de la evi­den­cia con­traria, cen­tenares de mil­lones de per­sonas cre­an en Dios, pues resul­ta más nat­ur­al tomar esa necesi­dad por una razón que por todo lo contrario.

Bajo lo expuesto, cabe señalar que inde­pen­di­en­te­mente de que se trate de creen­cias cien­tí­fi­cas o reli­giosas, el ser humano vive en fun­ción de ellas (De la Pien­da, 1999). A modo de ejem­p­lo, las creen­cias que se tienen sobre el ori­gen de la vida, la muerte y la vida después de la muerte han gen­er­a­do cam­bios en la man­era de prob­lema­ti­zar, visu­alizar y com­pren­der los hechos y situa­ciones cotid­i­anas. Estas creen­cias han trascen­di­do épocas históri­c­as y con­flic­tos ide­ológi­cos. Su solidez responde a necesi­dades e intere­ses par­tic­u­lares den­tro de un con­tex­to históri­co-social. Un aspec­to rel­e­vante sobre el tema es el interés que despier­ta a los inves­ti­gadores la posi­ble relación entre las expli­ca­ciones cien­tí­fi­cas y reli­giosas a estos fenó­menos. La cuestión prin­ci­pal se ha cen­tra­do en si estas dos creen­cias pueden o no con­cil­iarse, ya que las difer­en­cias en torno a sus respec­ti­vas pre­ten­siones y prác­ti­cas son com­ple­ta­mente diferentes.

Conceptualización de la Muerte 

Al hablar de la muerte inter­vienen var­ios ras­gos car­ac­terís­ti­cos que exal­tan el sen­ti­do y el sig­nifi­ca­do que posee este enig­ma para el hom­bre. El miedo a la muerte es un aspec­to rel­e­vante a la hora de tratar el tema. Es debido a este miedo, a este temor ince­sante por no saber que pasará después, que no se puede pen­sar en la plen­i­tud de la vida, en su dis­frute y goce, sino que siem­pre está la incer­tidum­bre de pen­sar en la muerte como aspec­to per­ver­so y malé­fi­co que daña la vida (Mejía, 2012). Des­de una visión filosó­fi­ca Epi­curo (2007, p. 125) plantea:

Acostúm­brate a pen­sar que la muerte no es nada para nosotros. Porque todo bien y todo mal res­i­den en la sen­sación, y la muerte es pri­vación del sen­tir. Por lo tan­to, el rec­to conocimien­to de que nada es para nosotros, la muerte hace dichosa la condi­ción mor­tal de nues­tra vida; no porque le aña­da una duración ilim­i­ta­da, sino porque elim­i­na el ansia de inmor­tal­i­dad. Nada hay, pues, temi­ble en el vivir para quien ha com­pren­di­do rec­ta­mente que nada hay temi­ble en el no vivir. … Así que el más espan­toso de los males nada es para nosotros, puesto que mien­tras somos la muerte no está pre­sente, y cuan­do la muerte se pre­sen­ta ya no exis­ti­mos. En nada afec­ta, pues, ni a los vivos ni a los muer­tos, porque para aque­l­los no está y estos ya no son … . El sabio, en cam­bio, ni rehúsa la vida ni le teme el no vivir, porque no le abru­ma el vivir, ni con­sid­era que sea algún mal el no vivir.

En este sen­ti­do, cuan­do exis­ti­mos la muerte no está pre­sente, y cuan­do ella está pre­sente ya no exis­ti­mos; así que, no debería haber moti­vo tal para temer­le a algo que no estará pre­sente mien­tras se exista en este mun­do. Aho­ra bien, ¿cuáles son las con­cep­ciones de muerte según la ciencia?

Des­de la con­cep­ción med­ica-biológ­i­ca, Mon­tiel (2003, p. 60) señala que se define a la muerte de la sigu­iente man­era: “la muerte se pro­duce al cesar las fun­ciones fun­da­men­tales: activi­dad car­dia­ca y activi­dad res­pi­ra­to­ria, estas traen con­si­go el cese de las fun­ciones cere­brales y con esto ter­mi­na toda la exis­ten­cia”, es decir, se habla de una muerte biológ­i­ca. Estar biológi­ca­mente muer­to sig­nifi­ca que por lo menos el cere­bro ha cesa­do com­ple­ta e irrev­o­ca­ble­mente de fun­cionar. Esto con­siste en la deten­ción com­ple­ta y defin­i­ti­va, irre­versible de las fun­ciones vitales, en espe­cial del cere­bro, corazón y pul­mones; a la pér­di­da de la coheren­cia fun­cional sigue la abol­i­ción pro­gre­si­va de las unidades tisu­lares y celu­lares. La muerte opera, pues a niv­el de la célu­la, del órgano, del organ­is­mo y, en últi­ma instan­cia, de la per­sona en su unidad y especi­fi­ci­dad (Louis-Vicent, como se citó en Cas­tro, 2008, p. 32). La muerte biológ­i­ca es la muerte cere­bral (la muerte cen­tral) y al final la muerte de todo el organ­is­mo (la muerte total)” (Küng y Wal­ter, 1997).

En Méx­i­co de acuer­do con La ley Gen­er­al de Salud (2009) Tit­u­lo XIV: Donación, trasplantes y pér­di­da de la vida, Capí­tu­lo IV: Pér­di­da de la vida, Artícu­lo 343, la pér­di­da de la vida ocurre cuan­do se pre­sen­tan la muerte ence­fáli­ca o el paro cardía­co irre­versible. La muerte ence­fáli­ca se deter­mi­na cuan­do se ver­i­f­i­can los sigu­ientes sig­nos (p.104):

I. Ausen­cia com­ple­ta y per­ma­nente de conciencia;

II. Ausen­cia per­ma­nente de res­piración espon­tánea, y

III. Ausen­cia de los refle­jos del tal­lo cere­bral, man­i­fes­ta­do por arreflex­ia pupi­lar, ausen­cia de movimien­tos ocu­lares en prue­bas vestibu­lares y ausen­cia de respues­ta a estí­mu­los nocioceptivos.

Por su parte, la Aso­ciación Médi­ca Mundi­al (2018) a través de la Declaración de Sid­ney sobre la cer­ti­fi­cación de la muerte y la recu­peración de organos señala que la muerte es un pro­ce­so grad­ual a niv­el celu­lar, en la que la capaci­dad de los teji­dos para con­trar­restar la fal­ta de oxígeno varía, pero des­de un pun­to de vista clíni­co y filosó­fi­co, la muerte no tiene que ver con la preser­vación o no de célu­las ais­ladas, sino con la desapari­ción de las car­ac­terís­ti­cas inher­entes al ser humano.

El pun­to prin­ci­pal de lo ante­ri­or no está en la sim­ple declaración de muerte, sino en la deter­mi­nación del lla­ma­do pun­to de no retorno que mar­ca el momen­to en que cesa irre­versible­mente toda posi­bil­i­dad de recu­peración, el límite más allá del cual se desecha toda esper­an­za de retorno a la vida.

La muerte del cuer­po, par­tic­u­lar­mente del cere­bro, se ve entonces como el fin abso­lu­to de cualquier for­ma de activi­dad con­sciente. Ante ello, la inevitabil­i­dad, la irre­versibil­i­dad y la per­ma­nen­cia de la muerte cre­an ansiedad en todos los indi­vid­u­os en algún momen­to de la vida (Niemiec & Schu­len­berg, 2011).

La ansiedad ante la muerte es un con­struc­to mul­ti­di­men­sion­al con dos com­po­nentes prin­ci­pales: ansiedad de muerte exis­ten­cial (el miedo a la aniquilación) ansiedad a la muerte tan­gi­ble (el des­ti­no del cuer­po) (Ben­ton, Christo­pher, y Wal­ter, 2007; Cicirelli, 2002). Es impor­tante ten­er en cuen­ta que la ansiedad ante la muerte no sig­nifi­ca que una vida no haya sido bien vivi­da o que el indi­vid­uo no ama la vida; sin embar­go, evi­tar la muerte es una de las for­mas más comunes de lidiar con los temores que esta gen­era (Fur­er y Walk­er, 2008).

Hoy en día, el ser humano con­sciente o incon­scien­te­mente, elige entre una var­iedad de for­mas para evi­tar o poster­gar la muerte. Las creen­cias sobre deter­mi­na­dos avances cien­tí­fi­cos son la mejor alter­na­ti­va para ello. Entre las más comunes se encuen­tran la pre­ven­ción del enve­jec­imien­to, la clonación mol­e­c­u­lar y la preser­vación criogénica.

Aumen­to de longev­i­dad y pre­ven­ción del enve­jec­imien­to. Uno de los may­ores mis­te­rios de la nat­u­raleza es el enve­jec­imien­to. Se tra­ta de un pro­ce­so que todo ser vivo sin excep­ción algu­na pade­cerá en el futuro, donde las célu­las y molécu­las ya no se dupli­can de la mis­ma for­ma a través de los años (Olguín, 2018). De acuer­do con Susana Cas­tro, inves­ti­gado­ra del Insti­tu­to de Fisi­ología Celu­lar de la UNAM (como se citó en, Olguín, 2018) exis­ten muchos mitos sobre las for­mas de pre­venir el enve­jec­imien­to, pero la may­oría son men­ti­ras. Resalta que es impor­tante descar­tar que no exis­ten fór­mu­las sec­re­tas para pre­venir el enve­jec­imien­to. No obstante, es evi­dente que la med­i­c­i­na actu­al tiene pro­gre­sos indis­cutibles: se han errad­i­ca­do algu­nas enfer­medades, se ha logra­do estable­cer el tratamien­to de otras que antes se con­sid­er­a­ban incur­ables, se ha podi­do man­ten­er la salud y con­tro­lar padec­imien­tos cróni­cos, así como mejo­rar la cal­i­dad de vida de cien­tos de miles de seres humanos (Rivero y Martínez, 2011). Entre los tratamien­tos más comunes se encuen­tran: la med­i­c­i­na regen­er­a­ti­va, los tratamien­tos con célu­las madre, las ter­apias genéti­cas, la impre­sión 3D de órganos, la nan­otec­nología mol­e­c­u­lar, los medica­men­tos antien­ve­jec­imien­to, la regen­eración de teji­dos, los tratamien­tos con hor­monas de crec­imien­to, etc.

Clonación mol­e­c­u­lar. De acuer­do con Cas­tañe­da (2004) el pro­ce­so de clonación mol­e­c­u­lar biológi­ca­mente hablan­do se define como el “Con­jun­to de célu­las o población de indi­vid­u­os orig­i­na­dos de una sola célu­la o indi­vid­uo al que son genéti­ca­mente idén­ti­cos” (p.2). Por defini­ción se tra­ta de un tema del­i­ca­do porque es un pro­ce­so biotec­nológi­co com­pli­ca­do y apa­sio­n­ante con usos poten­ciales pos­i­tivos y neg­a­tivos (sociales, políti­cos, económi­cos, legales, éti­cos y reli­giosos) (Irabu­ru, 2013). Con los avances de la cien­cia, el conocimien­to y la tec­nología, en un futuro no muy próx­i­mo será viable clonar humanos, pero por el momen­to esa posi­bil­i­dad aún se puede con­sid­er­ar lejana a la real­i­dad, pues el pro­ce­so de manip­u­lación genéti­ca sería muy largo y se ten­drían que enfrentar dile­mas bioéti­cos (Boletín UNAM-DGCS-055, 2018).

Por últi­mo, la preser­vación criogéni­ca. Quien decide de esta man­era con­ser­var su cadáver no tiene más que con­tratar los ser­vi­cios de la com­pañía de preser­vación criogéni­ca, y al declar­árse­le legal­mente muer­to, esta envía un equipo espe­cial­iza­do para man­ten­er la san­gre fluyen­do por el cuer­po, quienes envuel­ven en hielo e inyectan var­ios quími­cos para reducir la for­ma­ción de coágu­los san­guí­neos y daños al cere­bro. El cuer­po sin vida, pero ya trata­do, se trasla­da a las insta­la­ciones criogéni­cas, en donde se enfría por enci­ma del pun­to de con­gelación del agua. Se le sus­trae la san­gre que se reem­plaza con una solu­ción para preser­var los órganos, y se le inyec­ta una solu­ción crío­pro­tec­to­ra para inten­tar reducir la for­ma­ción de cristales en órganos y teji­dos cuan­do el cuer­po sea enfría­do a ‑130C. El paso final es colo­car el cuer­po en un con­tene­dor que es sumergi­do en un tanque de nitrógeno líqui­do que se mantiene a ‑196C. ¿Cuál es la final­i­dad de esta excén­tri­ca y cos­tosa decisión? La esper­an­za de que la futu­ra nan­otec­nología pue­da reparar esos daños y puedan vivir sin prob­le­mas en el futuro (BBC Mun­do, 2013).

Como se puede percibir, el ser humano es la úni­ca especie que se ve acom­paña­da toda su vida por la idea de la muerte. Por ello, Mal­ishév (2003) plantea que esta no es solo un hecho que acaece inevitable­mente en el orden nece­sario de los pro­ce­sos nat­u­rales, sino una posi­bil­i­dad siem­pre pre­sente y conexa con todas las otras posi­bil­i­dades de la vida. En cier­to sen­ti­do, la vida es el arte de admin­is­trar la muerte, ale­jar su lle­ga­da inmi­nente inten­tan­do sortear los peli­gros que acechan al ser humano.

Vida después de la muerte

Como negación de la vida, la muerte es algo que direc­ta­mente impacta, es lo que cada ser humano toma en con­sid­eración por la sim­ple razón que rep­re­sen­ta el final de su exis­ten­cia. Des­de la pos­tu­ra Cris­tiana, el entendimien­to de la muerte, se cen­tra en la expec­ta­ti­va de que se pro­cede a un encuen­tro con Dios quién juz­ga los hechos de la vida y cuyo des­ti­no es la eternidad (Jonte-Pace & Par­sons, 2001a, b). De acuer­do con Von Wobeser (2015) Cristo prom­ete a sus seguidores la vida eter­na, en com­pañía suya y de Dios Padre, a la vez que ame­naza a quienes se apartan de él con el cas­ti­go eterno.

En el Juicio Final se espera la res­ur­rec­ción de todos los muer­tos, jus­tos y pecadores. Los que hayan hecho el bien resuci­tarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la con­de­nación. La ver­dad será pues­ta al desnudo (cate­cis­mo, 2008 como se citó en Ramos, 2015) puesto que Jesús clamó y dijo: “El que me rec­haza, y no recibe mis pal­abras, tiene quien lo juzgue; la pal­abra que he habla­do, ella le juz­gará en el día postrero. Porque yo no he habla­do por mi propia cuen­ta, el Padre me envío, el me dio el man­damien­to de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su man­damien­to es vida eter­na” (Juan 12:48, 49, 50 RVR1960). Los creyentes mere­ce­dores del reino de Dios no fal­l­e­cerán: “Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ánge­les, y son hijos de Dios. Porque Dios no es Dios de muer­to, sino de vivos, pues para él todos viv­en” (Lucas 20:36, 38 RVR1960).

En este sen­ti­do, la vida ter­re­nal es solo tran­si­to­ria, pues la exis­ten­cia ple­na comien­za después de la muerte; con ello, la idea de la inmor­tal­i­dad se con­vierte en una de las piedras angu­lares del cristianismo.

La creen­cia reli­giosa sobre el fenó­meno de la tran­scen­den­cia e inmor­tal­i­dad se fun­da­men­ta en lo que Díez (2010, p.143) alude “… como aque­l­lo que hace sospechar un desconocimien­to, es decir, un ocul­tamien­to del hecho de ten­er que morir y una ceguera que se apoya en la creen­cia donde parece refle­jarse una incredul­i­dad pueril en la propia muerte”. En otras pal­abras, aque­l­la imposi­bil­i­dad abso­lu­ta de morir, o bien, el paso de una vida mor­tal a otra inmor­tal. Estas creen­cias pueden expli­carse si se alude a la res­ur­rec­ción de Jesu­cristo: la vic­to­ria de Cristo sobre la muerte.

La creen­cia en la inmor­tal­i­dad se refuerza en la idea de que el hom­bre está con­for­ma­do por cuer­po y alma, dos enti­dades dis­tin­tas que coex­is­ten en la vida de una per­sona y se sep­a­ran al momen­to de la muerte. Mien­tras el alma se con­cibe como un ente espir­i­tu­al, el cuer­po se con­sid­era impuro, cor­rupt­ible y pere­cedero. Al momen­to de la muerte, el alma via­ja al más allá, a uno de los sitios asig­na­dos por Dios, mien­tras el cuer­po se que­da en la tier­ra, suje­to a un pro­ce­so de descom­posi­ción (Von Wobeser, 2015).

Para Arti­gas (2005), el hom­bre es un ser de la nat­u­raleza pero, al mis­mo tiem­po, la tra­sciende. Com­parte con los demás seres nat­u­rales todo lo que se refiere a su ser mate­r­i­al, pero se dis­tingue de ellos porque posee unas dimen­siones espir­i­tuales que le hacen ser una per­sona. En el hom­bre existe una dual­i­dad de dimen­siones, las mate­ri­ales y las espir­i­tuales, en una unidad de ser, porque la per­sona humana es un úni­co ser com­puesto de cuer­po y alma. Además, afir­ma que el alma espir­i­tu­al no muere y que está des­ti­na­da a unirse de nue­vo con su cuer­po al fin de los tiempos.

La Igle­sia afir­ma, jun­to con la espir­i­tu­al­i­dad del alma humana, su inmor­tal­i­dad: cuan­do el hom­bre muere, el alma espir­i­tu­al con­tinúa su exis­ten­cia. La inmor­tal­i­dad del alma humana ha sido afir­ma­da en difer­entes oca­siones por el Mag­is­te­rio de la Igle­sia y el Con­cilio Vat­i­cano II. Para estas insti­tu­ciones resul­ta imposi­ble imag­i­nar el esta­do del alma humana sep­a­ra­da del cuer­po, porque nues­tra imag­i­nación nece­si­ta datos sen­si­bles que, en ese caso, no poseemos. Pero, por el mis­mo moti­vo, tam­poco podemos imag­i­nar a Dios, y esto no afec­ta en abso­lu­to a su real­i­dad: ten­emos la capaci­dad de cono­cer las real­i­dades espir­i­tuales, remon­tán­donos por enci­ma de las condi­ciones mate­ri­ales (Arti­gas, 2005; Von Wobeser, 2015).

La muerte, por lo tan­to, se rela­ciona con las acciones morales de los seres humanos, se ha resalta­do la exis­ten­cia de la sal­vación del alma por medio de las bue­nas acciones y la búsque­da del perdón de los peca­dos (Gómez-Gutiér­rez, 2011).

Ante lo ante­ri­or, Dar­win (2002) como Siegel (1980) sostienen que existe evi­den­cia clara que mues­tra que los fac­tores emo­tivos pueden con­tribuir poderosa­mente a la creen­cia de las per­sonas en la vida después de la muerte.

Con­traria a las pos­turas de una vida eter­na, Hawk­ing a través de su comen­tario en The Guardian en 2012 (como se citó en, DPA y AFP, 2015) refu­ta esta idea al expon­er que él no cuen­ta con la vida después de la muerte:

“Veo el cere­bro como una com­puta­do­ra que deja de tra­ba­jar cuan­do sus com­po­nentes dejan de fun­cionar. No hay vida después de la muerte para las com­puta­do­ras estro­peadas; es un cuen­to para la gente que tiene miedo a la oscuri­dad y, ¿cómo se tra­duce e inter­pre­ta eso para la gente cuyo hard­ware aún fun­ciona? Debe­mos sacar el máx­i­mo val­or de nue­stros actos”.

En resumen, se pre­sen­tan dos pos­turas prin­ci­pales: por un lado la reflex­ión cien­tí­fi­ca que plantea una util­i­dad o fun­ción ocul­ta de la muerte, muchas veces expre­sa­da en tér­mi­nos de ven­ta­ja selec­ti­va basa­da en mecan­is­mos de evolu­ción; y por otro lado, la pos­tu­ra reli­giosa donde la muerte se asume como una fatal­i­dad arbi­traria, impues­ta con­tra nues­tra vol­un­tad. La muerte se percibe no como la con­clusión de un ciclo, sino como una posi­bil­i­dad siem­pre pre­sente en la exis­ten­cia humana (Klars­feld y Revah, 2002).

El ser humano es la úni­ca especie que se ve acom­paña­da toda su vida por la idea de la muerte. En su esen­cia la muerte es un fenó­meno enig­máti­co y con­tra­dic­to­rio (Máli­shev, 2003). En efec­to, ¿qué otra cosa podría sig­nificar la muerte, si no el fin nat­ur­al de todo ser vivo?

Como se obser­va, teori­ca­mente el ele­men­to prin­ci­pal de análi­sis en estos fenó­menos son las creen­cias. Sean estas creen­cias cien­tí­fi­cas hacia la muerte o creen­cias reli­giosas especí­fi­ca­mente sobre la exis­ten­cia de Dios, el alma y la vida después de la muerte, estas han gen­er­a­do a lo largo de la his­to­ria cam­bios en la man­era de prob­lema­ti­zar, visu­alizar y com­pren­der hechos y situa­ciones cotid­i­anas. Por ello, des­de la psi­coló­gia social surgió la necesi­dad de inves­ti­gar si existe con­flic­to, coex­is­ten­cia o inde­pen­den­cia entre las creen­cias cien­tí­fi­cas y reli­giosas que tienen habi­tantes de la Zona Met­ro­pol­i­tana de la Ciu­dad de Méx­i­co hacia estos fenó­menos de la realidad.

Materiales y métodos 

Par­tic­i­pantes

Se eligió una mues­tra de tipo no prob­a­bilís­ti­co inten­cional integra­da por 913 habi­tantes de la Zona Met­ro­pol­i­tana de la Ciu­dad de Méx­i­co, de los cuales el 49.8% son hom­bres y 50.2% son mujeres; el 46.4% son solteros mien­tras que el 53.6% son casa­dos. En cuan­to a la edad el 22.7% se colo­ca entre los 18 a 30 años, el 26% entre los 31 a 45 años, el 28.9% tiene de 46 a 60 años y el 22.5 % tiene una edad de 61 años en ade­lante. De la mues­tra selec­ciona­da el 57.3% tiene úni­ca­mente esco­lar­i­dad bási­ca mien­tras que el 42.7% restante cuen­ta con el gra­do académi­co de doc­tor­a­do. El 71.3% del total de la mues­tra es creyente en Dios, en un Ser Supe­ri­or o en algu­na otra divinidad, mien­tras que el 28.7% no lo es.

Instru­men­to

El instru­men­to que se uti­lizó para medir las creen­cias acer­ca de la muerte y la vida después de la muerte fue la escala de Sil­va, Her­rera y Coro­na (2017), la cual se encuen­tra dis­tribui­da en tres fac­tores que rep­re­sen­tan las creen­cias cien­tí­fi­cas y creen­cias reli­giosas sobre estos temas.

FACTOR 1. Religión: Vida después de la muerte. El con­tenido de este fac­tor alude a la diver­si­dad de creen­cias hacia even­tos sobre­nat­u­rales tales como la inmor­tal­i­dad, res­ur­rec­ción y la trascen­den­cia; poderes espir­i­tuales que se local­izan fuera del cam­po de lo mate­r­i­al; en leyes div­inas, el des­ti­no del alma en vidas pos­te­ri­ores y la vida eterna.

FACTOR 2. Muerte: Avances cien­tí­fi­cos. El con­tenido de este fac­tor apun­ta al hecho de que la muerte es un fenó­meno de la real­i­dad ine­ludi­ble, donde los avances de la cien­cia como la mod­i­fi­cación genéti­ca, los estu­dios sobre el enve­jec­imien­to o la clonación pueden lle­gar a ser una her­ramien­ta para poster­gar la muerte indefinidamente.

FACTOR 3. Cien­cia: Con­cep­tu­al­ización de la Muerte. Aquí se pre­sen­tan las creen­cias cien­tí­fi­cas cuyo fun­da­men­to se basa en lo médi­co-biológi­co para deter­mi­nar la muerte. Morir sig­nifi­ca la pér­di­da irre­versible de las fun­ciones vitales, el fin de la exis­ten­cia del ser humano, de la exis­ten­cia de todo ser vivo sobre la Tierra.

El instru­men­to está con­sti­tu­i­do en estos fac­tores por 32 reac­tivos con una escala de respues­ta tipo Lik­ert de cin­co inter­va­l­os (1= Total­mente en desacuer­do, 2= En desacuer­do, 3= Ni de acuer­do, ni en desacuer­do, 4= De acuer­do, 5= Total­mente de acuer­do). La con­fi­a­bil­i­dad del instru­men­to pre­sen­ta un val­or del coe­fi­ciente alpha de Cron­bach de .867 y una var­i­an­za total expli­ca­da de 59.862%.

Pro­ced­imien­to

La escala fue apli­ca­da en uni­ver­si­dades, par­ques, com­er­cios y lugares con­cur­ri­dos de la Zona Met­ro­pol­i­tana de la Ciu­dad de Méx­i­co. En primera instan­cia se con­tac­tó a los posi­bles par­tic­i­pantes hacién­doles men­ción de los obje­tivos, car­ac­terís­ti­cas, condi­ciones del estu­dio y la con­fi­den­cial­i­dad de la infor­ma­ción brinda­da en caso de acep­tar. Una vez acep­tan­do ser partícipe, cada uno de los apli­cadores pro­cedió a dar lec­tura a las instruc­ciones de llena­do del instru­men­to ase­gu­ran­do que los par­tic­i­pantes com­prendier­an por com­ple­to lo solic­i­ta­do. Los par­tic­i­pantes respondieron la escala en un tiem­po aprox­i­ma­do de 10 a 15 min­u­tos y la apli­cación total de la escala se llevó a cabo en un perío­do aprox­i­ma­do de cin­co sem­anas. Una vez recolec­ta­da la infor­ma­ción, se pro­cedió al análi­sis estadís­ti­co de los datos obtenidos.

Resultados

Cor­relación de Pearson 

El resul­ta­do mues­tra la exis­ten­cia de cor­rela­ciones sig­ni­fica­ti­vas entre los tres fac­tores de estu­dio (Ver, Tabla 1).

Tabla 1. Cor­relación de Pear­son por FACTORES
FACTOR 1.

Religión:

Vida después

de la muerte

FACTOR 2.

Muerte:

Avances

Cien­tí­fi­cos

FACTOR 3.

Cien­cia:

Con­cep­to de

muerte

FACTOR 1.

Religión: Vida

después de la muerte

1 -.138** -.358**
FACTOR 2. Muerte:

Avances Cien­tí­fi­cos

1 .251**
FACTOR 3. Cien­cia:

Con­cep­to de muerte

1
** La cor­relación es sig­ni­fica­ti­va al niv­el 0.01 (bilat­er­al)

El Fac­tor 1. Religión. Vida después de la muerte, con un val­or de coe­fi­ciente r = -.138 (**) pre­sen­ta una cor­relación neg­a­ti­va Muy Baja con el Fac­tor 2. Muerte: Avances cien­tí­fi­cos. Asimis­mo, con un val­or de coe­fi­ciente r = -.358 (**) indi­ca una cor­relación neg­a­ti­va Mod­er­a­da con el Fac­tor 3. Cien­cia Con­cep­to de muerte.

Al estable­cer una cor­relación neg­a­ti­va entre el Fac­tor 1. Religión: Vida después de la muerte y los Fac­tores 2. Muerte: Avances cien­tí­fi­cos y 3. Cien­cia Con­cep­to de muerte, se reafir­ma lo que Gould (2000), Rus­sell (2012) y Schleier­ma­ch­er (1990) sostienen al decir que la fal­ta de con­flic­to entre la cien­cia y la religión se debe a la fal­ta de coin­ci­den­cia entre sus respec­tivos ámbitos de com­pe­ten­cia. Así, mien­tras que la cien­cia se encar­ga de dar expli­cación a la con­sti­tu­ción empíri­ca del uni­ver­so, la religión abor­da la búsque­da de val­ores éti­cos ade­cua­dos y el sig­nifi­ca­do espir­i­tu­al de la vida. Por su parte, Fer­nán­dez (2006) plantea que la cien­cia y la religión son ple­na­mente com­pat­i­bles, y se adscribe a la idea de que por sí mis­ma, la prác­ti­ca de la cien­cia ni ale­ja al hom­bre de Dios, ni lo acer­ca a él.

Bajo este con­tex­to, las per­sonas que creen en una vida después de la muerte no mantienen la creen­cia cuyo fun­da­men­to se basa en una defini­ción médi­co-biológ­i­ca sobre la muerte y sobre los avances cien­tí­fi­cos para evi­tar­la. Estas incluyen no solo cues­tiones prác­ti­cas rel­a­ti­vas a pro­ced­imien­tos bio­médi­cos especí­fi­cos, sino tam­bién cues­tiones morales más gen­erales como prin­ci­p­ios reli­giosos con­sagra­dos por el tiem­po, tales como la invi­o­la­bil­i­dad de la vida humana (Har­ri­son, 2017).

Estas per­sonas creen en la pos­tu­ra cris­tiana sobre el entendimien­to de la vida después de la muerte, cen­tran su expec­ta­ti­va en el encuen­tro con Dios en una vida eter­na (Jonte-Pace & Par­sons, 2001a,b; Von Wobeser, 2015). Creen en un juicio final donde se espera la res­ur­rec­ción de todos los muer­tos, jus­tos y pecadores. Para ellas, las per­sonas que hayan hecho el bien resuci­tarán para la vida y los que hayan hecho el mal, para la con­de­nación (Ramos, 2015). La vida ter­re­nal se vuelve algo tran­si­to­rio, pues con­sid­er­an que la exis­ten­cia ple­na comien­za después de la muerte; con ello, la idea de la trascen­den­cia e inmor­tal­i­dad se con­vierte en una de sus piedras angu­lares, después de todo, creen que el hom­bre está con­for­ma­do por cuer­po y alma, dos enti­dades dis­tin­tas que coex­is­ten en la vida de una per­sona y se sep­a­ran al momen­to de la muerte (Von Wobeser, 2015). En este sen­ti­do, con­sid­er­an que el hom­bre es un ser de la nat­u­raleza pero, al mis­mo tiem­po, la tra­sciende. Com­parte con los demás seres nat­u­rales todo lo que se refiere a su ser mate­r­i­al, pero se dis­tingue de ellos porque posee dimen­siones espir­i­tuales que le hacen ser una per­sona (Arti­gas, 2005).

Las creen­cias reli­giosas sobre la vida después de la muerte que mantienen algu­nas per­sonas ponen de man­i­fiesto que los pro­ce­sos y prin­ci­p­ios de la cien­cia se encuen­tran muy lejos de tomar en cuen­ta aque­l­las dimen­siones espir­i­tuales esen­ciales de la vida, tan fun­da­men­tales para el bien­es­tar humano (Fer­nán­dez, 2006; Scharf, 1974). Después de todo, es esta dimen­sión de la vida la que lib­era las capaci­dades cre­ati­vas del inte­ri­or de la con­cien­cia humana, la que sal­va­guar­da su esen­cia y le brin­da de sig­nifi­ca­do (Ornelas, 2009; Schleier­ma­ch­er, 1990). Para Yinger (1957, como se citó en, Scharf, 1974) las creen­cias reli­giosas sobre la vida y la muerte son las que respon­den a esta necesi­dad, pro­por­cionán­dole al hom­bre val­ores abso­lu­tos que ningún con­jun­to de conocimien­tos empíri­cos ni sis­temas cien­tí­fi­cos puede otor­gar­le. La cien­cia, no es sufi­ciente para respon­der a todas las pre­gun­tas impor­tantes: el sen­ti­do de la vida humana, la real­i­dad de Dios, la posi­bil­i­dad de una vida después de la muerte, y muchas otras inter­ro­gantes espir­i­tuales caen fuera del alcance del méto­do cien­tí­fi­co. La cien­cia no es el úni­co camino del conocimien­to. La visión espir­i­tu­al del mun­do ofrece otro camino para encon­trar la ver­dad (Collins, 2007).

Por otra parte, las per­sonas que mantienen creen­cias cien­tí­fi­cas sobre la muerte, acep­tan los fun­da­men­tos dados por la cien­cia porque creen que son pre­cisos, coher­entes, amplios, sim­ples y fecun­dos de acuer­do a sus intere­ses. Para ellas, la muerte biológ­i­ca es la muerte cere­bral (la muerte cen­tral) y al final la muerte de todo el organ­is­mo (la muerte total)” (Küng y Wal­ter, 1997). El pun­to prin­ci­pal de lo ante­ri­or está en la deter­mi­nación del lla­ma­do pun­to de no retorno que mar­ca el momen­to en que cesa irre­versible­mente toda posi­bil­i­dad de recu­peración, el límite más allá del cual se desecha toda esper­an­za de retorno a la vida. Se puede pen­sar que por ello, con­sid­er­an que los avances cien­tí­fi­cos son la mejor alter­na­ti­va para poster­gar la muerte, entre los más desta­ca­dos se encuen­tran la pre­ven­ción del enve­jec­imien­to, la clonación mol­e­c­u­lar y la preser­vación criogéni­ca. Por lo ante­ri­or, Estany (2001) con­sid­era que la cien­cia no solo es el pro­duc­to cul­tur­al cuya final­i­dad intrínse­ca y pri­mor­dial es el de pro­por­cionar conocimien­to sobre la real­i­dad sin recur­rir a la inter­ven­ción de fuerzas mis­te­riosas, sino que además es una garan­tía para la jus­ti­fi­cación de las creen­cias que mantiene el ser humano.

Por últi­mo, el Fac­tor 2. Muerte: Avances cien­tí­fi­cos con un coe­fi­ciente r = .251 (**) pre­sen­ta una cor­relación pos­i­ti­va Baja con el Fac­tor 3. Cien­cia Con­cep­to de muerte.

La cor­relación pos­i­ti­va entre el Fac­tor 2. Muerte: Avances cien­tí­fi­cos y el Fac­tor 3. Cien­cia Con­cep­to de muerte, indi­ca que las per­sonas que creen en la con­cep­ción med­ica-biológ­i­ca de la muerte como aque­l­la que se pro­duce al cesar las fun­ciones fun­da­men­tales tales como la activi­dad car­dia­ca, activi­dad res­pi­ra­to­ria y el cese de las fun­ciones cere­brales (Mon­tiel, 2003) con­sid­er­an viables algunos tratamien­tos cien­tí­fi­cos para ale­jar su lle­ga­da. En tal caso, creen en la med­i­c­i­na regen­er­a­ti­va, los tratamien­tos con célu­las madre, las ter­apias genéti­cas, los medica­men­tos antien­ve­jec­imien­to, la regen­eración de teji­dos, los tratamien­tos con hor­monas de crec­imien­to, etc.

Esta cor­relación apun­ta a la con­cep­tu­al­ización de las creen­cias cien­tí­fi­cas que pro­pu­so Olivé en el 2011. Este autor a través de lo que él lla­ma sis­tema de acción inten­cional, describe a la cien­cia como un com­ple­jo de acciones humanas real­izadas por agentes inten­cionales, ori­en­ta­dos por rep­re­senta­ciones que van des­de creen­cias has­ta com­ple­jos mod­e­los y teorías cien­tí­fi­cas, cuya estruc­tura es de orden nor­ma­ti­vo-val­o­rati­vo. Lo ante­ri­or sig­nifi­ca, que las per­sonas que acep­tan cier­ta teoría cien­tí­fi­ca es porque creen que es una for­ma obje­ti­va de mirar el mun­do. En este caso, la con­cep­ción médi­co-biológ­i­ca sobre la muerte y los avances cien­tí­fi­cos para poster­gar­la afectan tan­to a las creen­cias como a las expec­ta­ti­vas gen­erales del suje­to que las acep­ta; y como con­se­cuen­cia, a sus expe­ri­en­cias y con­cep­ciones de la realidad.

Discusión

Hoy en día, estar enter­a­do del esta­do de las cosas, encon­trar expli­ca­ciones a los hechos y fenó­menos que rodean y de los que for­ma parte el ser humano, sat­is­face no solo la deman­da social sino tam­bién la necesi­dad de creer en algo, de encon­trar sen­ti­do a lo que ocurre, prin­ci­pal­mente en una época en que los grandes volúmenes de infor­ma­ción a los que se tiene acce­so han deriva­do en esce­nar­ios de incer­tidum­bre. En este sen­ti­do, las creen­cias for­man parte de un cúmu­lo de ele­men­tos y expe­ri­en­cias que sim­pli­f­i­can la expli­cación de un hecho, cosa o fenó­meno y que pueden ser difun­di­dos con mucha facil­i­dad por su relación con los val­ores com­par­tidos (Cas­tril­lón, 2019). Ante ello, el ser humano dirige su com­por­tamien­to de la man­era que mejor se ajuste a las condi­ciones socio­cul­tur­ales en las que se encuen­tra inmer­so e inten­ta ofre­cer a través de sus creen­cias una serie de respues­tas a las pre­gun­tas de cómo fun­ciona y cuál es el sen­ti­do del mun­do y de él mis­mo. No obstante, la disyun­ti­va de creer en la cien­cia, en la religión o en ambas trae con­si­go una serie de con­tro­ver­sias que aumen­tan cuan­do se cen­tral­izan en temas que muchas veces resul­tan del­i­ca­dos de tratar, tales como la muerte y la vida después de la muerte.

Las creen­cias que se tienen hacia estos fenó­menos han gen­er­a­do cam­bios en la man­era de prob­lema­ti­zar, visu­alizar y com­pren­der hechos y situa­ciones cotid­i­anas. Estas creen­cias han trascen­di­do épocas históri­c­as y con­flic­tos ide­ológi­cos. Su solidez responde a necesi­dades e intere­ses par­tic­u­lares den­tro de un con­tex­to históri­co-social. Un aspec­to rel­e­vante sobre el tema es el interés que despier­ta la posi­ble relación entre las expli­ca­ciones cien­tí­fi­cas y reli­giosas a estos fenó­menos. La cuestión prin­ci­pal se ha cen­tra­do en si estas dos creen­cias pueden o no con­cil­iarse, ya que las difer­en­cias en torno a sus respec­ti­vas pre­ten­siones y prác­ti­cas son com­ple­ta­mente difer­entes. Esta difer­en­cia ha traí­do con­se­cuen­cias en las deci­siones y acciones del ser humano, donde muchas veces este se ha vis­to oblig­a­do a ele­gir una ver­sión de la real­i­dad, generan­do en algunos casos fuertes con­flic­tos de índole sociopolíti­co (Schei­tle, 2011).

Cuan­do tri­un­fó la teoría evolu­cionista sobre otras teorías, implicó la rup­tura defin­i­ti­va entre cien­cia y religión (Bowler, 1985) y con ello la cuestión de los debates y con­fronta­ciones que se han sus­ci­ta­do. Como ejem­p­lo, se encuen­tra la con­tro­ver­sia que la Teoría de la Evolu­ción de Charles Dar­win (Dar­win, 2003), provocó entre el públi­co creyente en otras teorías (el pun­to cen­tral de esta con­tro­ver­sia tiene sus orí­genes en el famoso debate de Oxford en 1860 entre el obis­po Wilber­force y Thomas Hux­ley). La base con la que se sostiene esta teoría es pre­cisa­mente las ideas plas­madas en el libro El ori­gen de las especies (Dar­win, 2003).

Den­tro de los debates sus­ci­ta­dos en Esta­dos Unidos sobre la polémi­ca de esta teoría, se encuen­tra el caso par­tic­u­lar de los años 80 cuan­do un grupo de insti­tu­ciones (Mor­mones y Tes­ti­gos de Jehová) que se auto­cal­i­fi­ca­ban de cien­tí­fi­cos exigieron que en las escue­las públi­cas se dedicaran igual tiem­po a la enseñan­za de su propia teoría crea­cionista que el que se le ded­i­ca­ba a la teoría Dar­win­ista (Lau­dan, 1996). Otro ejem­p­lo, es el sus­ci­ta­do en el esta­do de Ten­nessee (sur) de Esta­do Unidos, donde cris­tianos con­ser­vadores que pro­mueven la Teoría del Dis­eño Inteligente (Dem­b­s­ki, 2005) y defen­sores de la cien­cia libraron una nue­va batal­la, en torno a un proyec­to de ley que se encuen­tra inspi­ra­do en los dic­ta­dos del Dis­cov­ery Insti­tute de Seat­tle (esta­do de Wash­ing­ton, noroeste) que per­mi­tiría cues­tionar en las escue­las públi­cas la teoría de la evolu­ción de Dar­win (AFP, 2012).

En los casos ante­ri­ores, de acuer­do con Pepi­tone (1991) y Cas­tril­lón (2019) com­par­tir creen­cias refuerza la perte­nen­cia de grupo, un ele­men­to que ha sido nece­sario a niv­el evo­lu­ti­vo para el desar­rol­lo de la humanidad. Estar de acuer­do con­cil­ia y acer­ca, sin embar­go, tam­bién afer­rarse a creen­cias puede implicar severos daños en lo indi­vid­ual y lo colec­ti­vo –la resisten­cia a la vac­u­nación, por ejem­p­lo– podría ser parte de un pro­ce­so adap­ta­ti­vo y podría respon­der a esa necesi­dad humana de inte­grarse a un grupo y poseer ele­men­tos y saberes en común.

Las creen­cias cien­tí­fi­cas o reli­giosas que se tienen sobre fenó­menos tan fun­da­men­tales para el ser humano como son la vida y la muerte, o bien, sobre diver­sas prob­lemáti­cas sociales como el tabaquis­mo, el abor­to, la eutana­sia, las cues­tiones de género, la pobreza, la donación de órganos, etc. con­ducen a plantear la idea de su val­or como guías ori­en­ta­do­ras del com­por­tamien­to humano. Después de todo, las creen­cias pro­por­cio­nan a la humanidad enfo­ques con­cep­tuales y prag­máti­cos que ejercen una influ­en­cia pro­fun­da en su con­duc­ta y en sus per­spec­ti­vas. Al respec­to, Har­ri­son (2017) plantea que exis­ten difer­entes man­eras de afrontar, dis­cu­tir, eval­u­ar y estu­di­ar las creen­cias cien­tí­fi­cas y reli­giosas, donde debe gener­arse un interés por las mutuas inter­ac­ciones entre la cien­cia y la religión en el pasa­do, así como por las for­mas en las que sus rela­ciones pasadas influyen en el presente.

En psi­cología social las creen­cias se con­sti­tuyen como uno de los con­struc­tos más impor­tantes de la inves­ti­gación para cono­cer el com­por­tamien­to y el pen­samien­to del ser humano, debido a que estas con­sti­tuyen los mejores indi­cadores de deci­siones indi­vid­uales, reg­u­lan las acciones y las rela­ciones del suje­to con su mun­do (Olson y Zan­na, 1987; Pajares, 1992; Villoro,1996), trayen­do con­si­go no solo una sociedad someti­da a grandes cam­bios, sino a una trans­for­ma­ción de los mod­os de vida, mar­ca­da por intere­ses y val­ores par­tic­u­lares a cor­to pla­zo, los cuales están provo­can­do prob­le­mas en la for­ma de percibir el mun­do y la sociedad actual.

En el caso de esta inves­ti­gación, los resul­ta­dos indi­can que no existe una cor­relación pos­i­ti­va entre las creen­cias cien­tí­fi­cas hacia la muerte y las creen­cias reli­giosas sobre la vida después de la muerte, es decir, no existe una coex­is­ten­cia. Todo lo con­trario, si bien, no se puede estable­cer la exis­ten­cia de un con­flic­to, sí se puede mar­car una inde­pen­den­cia entre ellas.

La cor­relación de inde­pen­den­cia entre creen­cias cien­tí­fi­cas y creen­cias reli­giosas hacia la muerte y la vida después de la muerte puede lle­gar a ren­o­var el interés por el diál­o­go entre cien­cia y religión. Después de todo, hoy en día los avances cien­tí­fi­cos y tec­nológi­cos en las cien­cias bio­médi­cas pro­po­nen y gen­er­an desafíos enormes a las posi­ciones morales tradi­cionales, muchas de las cuales se basan en per­spec­ti­vas reli­giosas. Las nuevas tec­nologías repro­duc­ti­vas, la inves­ti­gación con célu­las madre, la posi­bil­i­dad de clonación humana, jun­to con la incre­men­ta­da capaci­dad de mejo­ramien­to humano y la pro­lon­gación de la vida, pre­sen­tan a los pen­sadores morales y reli­giosos grandes dile­mas éti­cos. En oca­siones, las nuevas políti­cas médi­cas y téc­ni­cas ter­apéu­ti­cas han encon­tra­do resisten­cia por parte de cier­tos gru­pos reli­giosos, situación que ha fomen­ta­do nuevos mod­os de pen­sar sobre el sig­nifi­ca­do de las creen­cias y val­ores reli­giosos tradi­cionales y sobre cómo lle­var­los a la prác­ti­ca en estos con­tex­tos (Har­ri­son, 2017).

Hablar sobre la muerte y la vida después de la muerte vía las creen­cias cien­tí­fi­cas y reli­giosas, es explo­rar cómo el ser humano abor­da la muerte en gen­er­al, y cómo encuen­tra o atribuye un sig­nifi­ca­do a ella. Por ejem­p­lo, para Grof (2012) las creen­cias en el via­je pós­tu­mo del alma, la vida después de la muerte o la reen­car­nación sue­len ser ridi­culizadas como pro­duc­tos de la ilusión de per­sonas que no pueden acep­tar el obvio imper­a­ti­vo biológi­co de la muerte, cuya nat­u­raleza abso­lu­ta ha sido cien­tí­fi­ca­mente proba­da más allá de cualquier duda razon­able. Mien­tras que para Dawkins (BBC News Mun­do, 2019), la creen­cia gen­er­al­iza­da sobre la vida después de la muerte entre las cul­turas humanas es un inten­to de con­so­lar a quienes han per­di­do a sus seres queri­dos y abor­dar nue­stro deseo nat­ur­al de sobrevivir.

Resul­ta impor­tante adver­tir que la aso­ciación entre la creen­cia hacia la pres­en­cia de deter­mi­na­dos ele­men­tos y el com­por­tamien­to, es vál­i­da solo para aque­l­los suje­tos para los cuales estas creen­cias for­man parte impor­tante de sus vidas. Así, las difer­entes creen­cias que se tienen sobre la muerte o la vida después de la muerte inten­si­f­i­can el impacto en un com­por­tamien­to deter­mi­na­do. Después de todo, no hay magia en el ori­gen de la vida, la muerte o la vida después de la muerte, pero sí esta­mos ante fenó­menos extra­or­di­nar­i­a­mente intrin­ca­dos y con pro­fun­das impli­ca­ciones, tan­to cien­tí­fi­cas como reli­giosas, sin dejar de lado las filosó­fi­cas (Ruiz-Mira­zo y Moreno, 2015).

Conclusión

La relación entre creen­cias cien­tí­fi­cas y creen­cias reli­giosas hacia la muerte y la vida después de la muerte nece­si­ta enten­der­se a la luz de los avances en las áreas del conocimien­to y la reflex­ión humana. De acuer­do con Har­ri­son (2017), muchas de las afir­ma­ciones que se hacen respec­to al con­flic­to, la coex­is­ten­cia o inde­pen­den­cia entre las creen­cias cien­tí­fi­cas y reli­giosas afectan de man­era direc­ta cues­tiones rel­a­ti­vas al diál­o­go entre ambas. Es habit­u­al escuchar a sus máx­i­mos expo­nentes que la cien­cia y la religión con­sti­tuyen cos­mo­vi­siones mutu­a­mente incom­pat­i­bles, dado que la primera es la encar­nación de la razón, mien­tras que la segun­da lo es de una fe cré­du­la y poco fiable. La religión, bajo esta visión dual­ista del mun­do, es la causa prin­ci­pal de los males de la sociedad mod­er­na. La cien­cia, en con­traste, es pre­sen­ta­da como el prin­ci­pal motor del pro­gre­so y, por ende, como la esper­an­za futu­ra del mundo.

En tér­mi­nos gen­erales, el ser humano asume en su vida cotid­i­ana una ver­sión de esa real­i­dad, por ello, sus creen­cias pueden verse como un sub­stra­to con­cep­tu­al que jue­ga un papel impor­tante en su pen­samien­to y acción. Estas le per­miten mane­jarse en el mun­do; for­man la base de la vida, el ter­reno sobre que acon­tece; en ellas se vive, se mueve y se es. No hay con­duc­ta que no se encuen­tre con­sti­tu­i­da por ellas (Orte­ga y Gas­set, 1968; Pepi­tone, 1991). Ante ello, resul­ta de gran impor­tan­cia que den­tro de los obje­tivos de la edu­cación se fomente su dis­cusión y ver­i­fi­cación en la medi­da de lo posible.

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Agradecimiento

Esta inves­ti­gación fue real­iza­da gra­cias al Pro­gra­ma de Apoyo a Proyec­tos de Inves­ti­gación e Inno­vación Tec­nológ­i­ca (PAPIIT) de la DGAPA- UNAM con clave “IN 303316”.

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