Norma Vasallo Barrueta
Carolina Barber Caso
Facultad de Psicología, Universidad de La Habana
Resumen
En el presente trabajo abordaremos la violencia contra las mujeres que se produce en el seno de la pareja, es decir, relaciones afectivas heterosexuales. Esta violencia se sustenta en la manera diferencial en que es representada la mujer y el hombre en la cultura, que da lugar a un conjunto de ideas compartidas socialmente, que se expresan en la subjetividad y que se convierten en sustento, soporte de la violencia de género, específicamente los mitos y los estereotipos. Nos detendremos en los mitos del amor romántico y abordaremos algunos resultados de investigación en este sentido.
Palabras claves: género, violencia de género, mitos y estereotipos
Abstract
In this work we will address violence against women that occurs within the couple, that is, heterosexual affective relationships. This violence is sustained by the differential way in which women and men are represented in the culture, which gives rise to a set of socially shared ideas, which are expressed in subjectivity and which become sustenance, support of the violence of gender, specifically myths and stereotypes. We will dwell on the myths of romantic love and address some research results in this regard.
Keywords: gender, gender violence, myths and stereotypes
Cuando hablamos de violencia de género, estamos hablando de la que ejercen los hombres contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, tal y como ella es concebida por la cultura patriarcal, es decir, objeto de control y ejercicio del poder por parte de los hombres en sentido general.
La violencia contra la mujer es un hecho pancultural y se da en diferentes contextos, públicos y privados: la pareja, la escuela, las instituciones laborales, la comunidad, los medios de comunicación, entre otros.
En el presente trabajo abordaremos la violencia contra las mujeres que se produce en el seno de la pareja, es decir, relaciones afectivas heterosexuales porque la desigualdad de género se da entre hombres y mujeres porque es esta diferencia la base para su construcción. Esta violencia se sustenta en la manera diferencial en que es representada la mujer y el hombre en la cultura, que da lugar a un conjunto de ideas compartidas socialmente, que se expresan en la subjetividad a ese nivel en forma de categorizaciones, representaciones, estereotipos que marcan el desarrollo de las personas en su proceso de socialización de tal manera que aun cuando el contexto cambia, por ejemplo la adquisición de más derechos para la mujer, a nivel subjetivo individual se mantienen prácticamente inamovibles, con lo cual legitiman y estimulan la violencia que se da en esas relaciones, porque los cambios subjetivos son mucho más lentos que los legales.
La violencia de género es diferente a otras formas de violencia por el papel que en ella tiene la cultura patriarcal expresada en las diferencias entre hombres y mujeres que se encuentra en la subjetividad social e individual. La opresión, el maltrato, y la subordinación de las mujeres se han legitimado en los discursos religiosos, jurídicos, filosóficos y políticos y llega a nuestros días en forma de mitos, estereotipos y prejuicios que marcan las representaciones de la masculinidad y la feminidad, así como la identidad de hombres y mujeres. Ellos modelan el pensamiento, lo apropiado de las conductas de control, poder y autoridad masculinas, sirviendo de soporte a las conductas violentas.
Todo esto es el resultado de un proceso social en el que todos participamos, cuando estimulamos en ellas la pasividad y en ellos la agresividad, a través de las actividades que son permitidas a unas y otros. Muchos deportes son un ejemplo para el caso de los varones y la búsqueda del amor romántico y la maternidad en el caso de las hembras, incentivando la dependencia y consagración a los otros.
Además de los elementos de la cultura patriarcal presentes en el proceso de socialización de las personas y que legitiman la violencia de género, hay que considerar elementos estructurales, objetivos que participan en la formación de desigualdades entre hombres y mujeres, al no propiciar la necesaria igualdad de oportunidades. Estos son el resultado de ausencia de leyes que sustenten la igualdad y políticas que contribuyan a su pleno ejercicio al propiciar la equidad, es decir, la igualdad de oportunidades.
Las causas de la violencia de género podemos encontrarlas entonces en la cultura patriarcal en el nivel macrosocial, en el microsocial y en el individual, relacionados de forma compleja y a veces contradictoria, haciendo difícil su identificación.
Subjetividad social y violencia de género
En la subjetividad social anidan estructuras que se convierten en sustento, soporte de la violencia de género: los mitos, los estereotipos, los prejuicios, las categorizaciones y las representaciones sociales, las costumbres y tradiciones son algunas de ellas. Tienen de común el ser resultado de una construcción colectiva a lo largo del tiempo, que se enriquecen en el proceso de reproducción de una época a otra. Tan presentes están en la vida de las personas desde que nacen que se naturalizan e invisibilizan como el aire que respiramos o el agua para el pez, pero que forman parte de la vida de las personas y son usadas en los procesos de interacción y comunicación humana, base del proceso de socialización.
En este trabajo nos detendremos en dos de esas estructuras los mitos y los estereotipos.
Los estereotipos son creencias que generalmente no explican el asunto de que traten, pero son rígidos, no dando oportunidad al cuestionamiento y sin embargo indican cómo actuar, valorar y opinar sobre este, generando determinada actitud al respecto. Ejemplo “El amor es ciego” esta breve afirmación indica que no podemos tener una conducta reflexiva, analítica o critica en una relación amorosa, con lo cual se legitima la permanencia de alguien en una relación inadecuada bajo el prisma de que el amor no le permite verlo. El estereotipo simplifica, asocia ideas sencillas, por eso facilita su comunicación.
Cuando se comparten los estereotipos se facilita el acuerdo entre las personas. Ellos son ampliamente compartidos, se asumen como verdades por lo que resulta difícil disentir de ellos, de ahí su uso para explicar realidades para las que no cuentan con argumentos científicos.
Los estereotipos tienen un peso considerable, al presentar ideales y referentes de comparación en la construcción de las identidades que afectan a la subjetividad y la intersubjetividad y que, a través de las expectativas y actitudes que generan, sustentan sistemas de regulación social (Bonilla. A. et al., 2000).
El estereotipo nos da una imagen simple, casi siempre del comportamiento de otras personas, pero relacionado con el de uno mismo o con el de un grupo al que pertenecemos, por ejemplo, sobre las mujeres. Estas estructuras son resistentes al cambio, se usan de manera rígida sin modificaciones a lo largo del tiempo. Se refuerzan con experiencias que concuerdan con su contenido, pero se desechan aquellas que los desmienten. Por eso resultan difíciles de cambiar.
Los mitos, por su parte, son expresión de nuestras vidas y garante de su reproducción. Ellos contienen el modo ideal de la vida que nos antecedió y las exigencias a la perspectiva propia. Los mitos están en los cuentos infantiles, la tradición oral, las historias inventadas por los adultos para entretener a los niños. Hoy están en los animados infantiles, en la publicidad dirigida a ellos. Viven en la subjetividad social que se ha expresado y se expresa en la literatura, el cine y otras formas de manifestación artística. También están en frases hechas como verdades lapidarias, que nos llegan acríticamente en el proceso de socialización y participamos de su reproducción, sin verdadera conciencia de ello.
Un ejemplo de contenedor de mitos son los cuentos de hadas. Al respecto Madonna Kolbenschlag nos dice: “Los cuentos de hadas constituyen, por tanto, parábolas únicas de la socialización femenina y ejemplos gráficos de una conciencia cultural anterior al acceso de las mujeres a un pleno status como persona”. (Kolbenschlag, 1994, p.21)
Ella señala también que Bella Durmiente es un símbolo de la pasividad que se espera de las mujeres y nos dice que ellas “tienen vedado el acceso a la autonomía, la autorrealización y la capacidad ética en un entorno de dominio masculino”. (Kolbenschlag, 1994, p.23)
Los mitos tienen un fuerte componente emotivo que ayuda a que los grupos que lo portan se mantengan unidos. En el caso de los relacionados con el amor romántico, se supone que aportan información acerca de lo que es el verdadero amor, por eso algunos de ellos contribuyen a legitimar conductas más cercanas al control y el poder de los varones, que a los afectos y conducta en que deben basarse esas relaciones. Ejemplo “Si quiero a una persona, hago todo lo que sea necesario por ella”, “Amar a alguien es hacer todo por esa persona, aunque en ocasiones conlleve hacer cosas que no te gustan”, estos mitos denotan una entrega sin límites que para el caso de ellas significa sumisión.
Los mitos al igual que los estereotipos, los prejuicios y las creencias que marcan las diferencias entre los sexos se expresan en el tipo de relaciones que establecen los adolescentes y los jóvenes en su entorno, de manera específica en las relaciones de amistad y las amorosas y contribuyen a naturalizar formas de violencia en esas relaciones al prescribir conductas pasivas en ellas y “protectoras” en ellos, como se transmiten en los cuentos de hadas. De ahí la importancia de conocer los mitos que aún se transmiten y se interiorizan, contribuyendo a construir la representación social de la masculinidad y la feminidad que desde la adolescencia influyen en las actitudes y conductas que están en la base de la violencia de género y su percepción naturalizada porque, aunque el lugar de las mujeres en la sociedad ha cambiado, en la práctica los roles que desempeñan ellas están muy apegados a lo tradicional.
Conocer los mitos resulta de suma importancia porque ellos contribuyen a justificar la violencia y esto se da en la población en general, pero lamentablemente también en profesionales y personas que debían formar parte de las redes de apoyo a las víctimas y también en ellas mismas limitándolas en su capacidad para cambiar la situación.
El amor y los mitos en la relación de pareja
Como bien plantean Rodríguez et al. (2013) las creencias con respecto al amor vienen, en buena parte, del imaginario cultural colectivo. En otras palabras, “el amor es una construcción social que refleja los valores culturales de cada período histórico y está influido por las normas que rigen la conducta social”. (García-Andrade, 2015; Sangrador, 1993, citados en Resurrección-Rodríguez & Córdoba-Iñesta, 2020,p.66)
Así, las mujeres y hombres van construyendo el estilo de relación afectiva que consideran ideal; relación que se va a conformar de forma diferencial para cada uno debido a que dicha construcción está estrechamente vinculada con los estereotipos y con las asimetrías de poder entre ellos, es decir, el amor romántico es una experiencia marcada por el género (Ferrer et al., 2010). En consecuencia, el amor es vivenciado de manera diferente por hombres y mujeres, a partir de la influencia diferencial que tienen los modelos culturales, roles y valores; lo que marcará, a su vez, actitudes, emociones y expresiones también de forma diferenciada, generando desigualdad de roles en cuanto al amor, sus concepciones y comportamientos.
Por tanto, Ferrer & Bosch (2013) nos advierten que, en el caso de las mujeres, y a pesar de los importantes cambios acaecidos en las últimas décadas (al menos en las sociedades occidentales), todo lo que tiene que ver con la consecución del amor y su desarrollo (el enamoramiento, la relación de pareja, el matrimonio, el cuidado del otro…) sigue formando parte con particular fuerza de la socialización femenina, convirtiéndose en eje vertebrador y en parte prioritaria de su proyecto vital. En el caso de los hombres, por otro lado, lo prioritario sigue siendo el reconocimiento social y, en todo caso, el amor o la relación de pareja suele ocupar un segundo plano. Siguiendo esta idea, las autoras nos recuerdan la socialización prioritaria de las mujeres hacia lo privado y de los hombres hacia lo público.
En este sentido, “es importante recordar que el concepto de amor romántico (y los mitos derivados) no solo no es ajeno a la socialización de género si no que es impulsado y sostenido por ella y la construcción social de este tipo de amor se ha fraguado desde una concepción patriarcal asentada en las desigualdades de género, la discriminación hacia las mujeres y la sumisión de estas a la heterosexualidad como única forma de relación afectivo-sexual”. (Ruiz Repullo, 2009, citado en Ferrer & Bosch, 2013, p. 114).
En efecto, pudiera decirse que la mitificación del amor tiene como fin último ponderar un determinado modelo de relación (monógama, heterosexual, matrimonial, etc.) como el ideal social a alcanzar en la mayoría de las culturas, que se ha ido perpetuando en cada momento histórico y social (Ferrer et al., 2010; Yela, 2003). Por tanto, los mitos no son más que “el conjunto de creencias socialmente compartidas sobre la supuesta verdadera naturaleza del amor” (Yela, 2003, p. 264). Estas ideas preconcebidas con respecto al amor romántico, evidencian supuestas “verdades compartidas” que, idealizadas y mitificadas al fin, tienden a ser ficticias, engañosas e imposibles de cumplir (Ferrer et al., 2010; Ruiz, 2016).
Carlos Yela (2003), desde la perspectiva de la psicología social, realiza un análisis y clasificación de los principales mitos del amor romántico y sus posibles implicaciones. Algunos de estos mitos son enunciados y sintetizados a continuación a partir de las ideas contenidas en los trabajos de Ferrer et al. (2010), Resurrección-Rodríguez & Córdoba-Iñesta (2020) yRuiz (2016):
- Mito de la media naranja: se basa en la creencia de la predestinación de la pareja como la única o mejor elección posible, en la idea de es el otro “quien nos completa”. Posibilita la dependencia emocional, la idealización del vínculo y pensar que, al ser la que está predestinada, debemos “aceptar” lo que no nos agrada.
- Mito de la perdurabilidad o de la pasión eterna: se basa en la creencia de que el amor romántico y pasional de los primeros meses de una relación puede y debe perdurar durante toda la relación. Esta idea puede ocasionar consecuencias negativas sobre la estabilidad emocional de la persona y el vínculo, pues estudios sobre el tema coinciden en apuntar que la pasión amorosa tiene “fecha de caducidad”, la que da paso a otras formas pasionales durante el desarrollo de la relación.
- Mito de la omnipotencia: se basa en la creencia de que “el amor lo puede todo” y, por tanto, si el amor es verdadero, los obstáculos externos o internos no deben influir sobre la pareja, y es suficiente con el amor para solucionar todos los problemas y para justificar todas las conductas. Suele ser usado como pretexto para evitar modificar determinados comportamientos o actitudes, negando los conflictos y dificultando su afrontamiento.
- Mito de los celos: se basa en la creencia de que los celos son un signo de amor, e incluso el requisito indispensable de un verdadero amor. Se atribuye su origen al cristianismo, que lo introduce como vía para garantizar la exclusividad y la fidelidad. Conduce a comportamientos egoístas, represivos, injustos y en ocasiones hasta violentos; y es reconocido como uno de los antecedentes a la violencia de género, pues no es una herramienta utilizada en pos del dominio y del poder.
- Mito del emparejamiento: se basa en la creencia de que la pareja, al igual que la heterosexualidad, son algo universal y natural, y en que la monogamia está presente en todas las épocas y todas las culturas. Esta idea excluye a todo aquel que se aleja de lo “normativo” y puede dar lugar a conflictos internos en aquellas personas que se desvíen de algún modo de esta norma.
- Mito de la exclusividad: se basa en la creencia de que no se puede estar enamorado de más de una persona. La aceptación de esta creencia puede suponer conflictos internos y/o relacionales al entrar en colisión con aquellas normas sociales que imponen las relaciones monógamas.
- Mito de la fidelidad: se basa en la creencia de que los deseos pasionales y románticos se satisfacen únicamente con la pareja para demostrar que se estima de verdad. Este mito tiene lecturas bien diferenciadas según el género, pues la infidelidad no es valorada ni juzgada de igual manera en mujeres y en hombres.
- Mito de la equivalencia: se basa en la creencia de que el amor y el estado de enamoramiento son equivalentes y, por lo tanto, cuando ya no se siente la pasión inicial es debido a que ya no se estima a la pareja, no se le ama y por tanto es mejor poner fin a la relación. Se iguala el enamoramiento (estado más o menos duradero) con el amor (sentimiento) como una misma cosa. Este mito posibilita que no se reconozca la diferencia entre uno y otro y que no se reconozca la transformación que tiene lugar de uno hacia otro en el vínculo, dando paso a procesos de otro tipo.
- Mito del libre albedrío: creencia de que nuestros sentimientos no están influenciados por factores sociales, biológicos o culturales ajenos a nuestra voluntad y conciencia, negando aquellas presiones biológicas, sociales y culturales a la que las personas estamos o podemos estar sometidas.
- Mito del matrimonio: se basa en la creencia que relaciona el amor con una unión estable cuya base es la convivencia, el cual se origina a finales del siglo xix y se consolida en el xx vinculando por primera vez en la historia los conceptos de amor-matrimonio-sexualidad. Este mito establece una relación entre dos elementos, uno que se pretende duradero como es el matrimonio, y un estado emocional transitorio como es la pasión, lo cual resulta difícil de gestionar y puede conducir fácilmente a la decepción.
Como resultado, varios autores (Bonilla. E. et al., 2017; Ferrer & Bosch, 2013; Sebastián et al., 2010) coinciden en afirmar que asumir un modelo idealizado del amor, con la consecuente interiorización de los mitos, podría ser un factor de riesgo tanto para la aparición de violencia, como para dificultar la reacción de las mujeres ante esta en aras de ponerle fin. Esto se debe a que, considerar que ciertos comportamientos son una prueba de amor, funcionaría como una forma de justificar el maltrato.
De esta manera se observa, según Ruiz (2016), que lejos de ver desaparecer la presencia de violencia de género en las edades más jóvenes, las bases de esta siguen regenerándose, transformándose y presentan nuevas formas de socialización afectivo-sexual, que mantienen en esencia sustentos no muy diferentes a los de épocas anteriores. A pesar de los ligeros cambios que la modernidad ha impreso en el valor atribuido a la pareja, una concepción romántica tradicional del amor aún se erige en gran medida como determinante de nuestros vínculos, de nuestra socialización, de los medios de comunicación y del consumo y producción cultural; lo cual contribuye a “perpetuar la estructura de poder y la desigualdad en las relaciones amorosas, y a consagrar elementos como la pasividad, la subordinación, la idealización o la dependencia del otro” (Ferrer et al., 2010 , p. 29).
Algunos resultados en el estudio de los mitos del amor romántico como soportes de la violencia de género
Durante los últimos años, varias son las investigaciones (Bonilla. E. et al., 2017; Ferrer & Bosch, 2013; Resurrección-Rodríguez & Córdoba-Iñesta, 2020; Ruiz, 2016) que se han abocado al estudio de los mitos del amor romántico, principalmente en población adolescente y joven, por la influencia que ejercen en la normalización y justificación de la violencia de género en nombre del “amor”. Consecuentemente, la aceptación de comportamientos violentos dentro de las relaciones de pareja se debe en cierta medida a la concepción que se tiene sobre el amor.
Un resultado que parece emerger en varias ocasiones es el hecho de que las mujeres son quienes presentan mayor tendencia a una visión más idealizada del amor (Barber-Caso, 2019; Díaz-Aguado & Carvajal, 2012; Ferrer & Bosch, 2013; Rodríguez et.al, 2013).Según un estudio realizado en un grupo de estudiantes de la Universidad de La Habana en el año 2019, los mitos de la media naranja y el mito de la perdurabilidad son aquellos que cuentan con mayor aceptación por parte de los estudiantes, seguido por el mito de la omnipotencia y, a pesar de que no fueron encontradas diferencias significativas en cuanto a las respuestas de ambos sexos en la mayoría de los casos, sí se arrojaron diferencias en cuanto al grado de acuerdo con el mito de la media naranja y el mito de la perdurabilidad, donde las mujeres presentaban un grado de acuerdo mayor que los hombres con respecto a estos mitos (62,9% de las mujeres mostraban estar de acuerdo con el mito de la media naranja y 82% con el mito de la perdurabilidad), por lo que pudiera decirse que presentan, en comparación con los hombres, una visión más idealizada del amor (Barber-Caso, 2019).
En un reciente estudio realizado en otra facultad de la Universidad de La Habana, por parte de la estudiante Beatriz Umaña bajo mi tutoría, se obtuvieron resultados similares: más mujeres que hombres están de acuerdo con el mito de la perdurabilidad del amor y de la media naranja, lo que, en consideración de la investigadora, puede llevarla a una tolerancia excesiva de posibles abusos para conservar su pareja. En esta investigación se encuentra un mayor acuerdo en los hombres con el mito de la omnipotencia, “el amor lo puede todo” y “el amor es ciego”. Estos mitos justifican la idea de que “el amor” es suficiente para encarar los problemas y superar las dificultades en las relaciones de pareja, sin modificar las conductas, lo que se constituye en soporte de la violencia. Aunque más hombres que mujeres están de acuerdo con estos mitos, una parte de ellas también los aceptan, lo que puede acercarnos a la comprensión de su permanencia en una relación donde hay alguna forma de violencia
Estos datos parecen apuntar a que, en el caso de las mujeres, a pesar de los cambios que han tenido lugar en las últimas décadas (principalmente en las sociedades occidentales), sigue formando parte fundamental de su socialización todo lo referente con el amor, en mayor medida que lo que sucede con los hombres. Un ejemplo podemos observarlo en qué tipo de juegos se promueven para unas y otros, que contenido de los animados se dirigen de manera diferenciada y se reproducen en juguetes, artículos escolares y otros objetos.
A las mujeres se les suele educar para tener una sola pareja (monogamia), por lo que estarían en desventaja culturalmente con respecto a los hombres, a quienes sí se les prepara para tener más relaciones en paralelo como una de las partes estructurantes de su masculinidad. En comparación, ellas tienen una mayor aceptación del mito de la durabilidad de la pasión intensa de los primeros momentos de la relación, pues desean una relación que las satisfaga el mayor tiempo posible y por tanto que sea duradera. Por otro lado, el mito de la media naranja se encuentra vinculado a la noción de complementariedad con las cualidades del otro, las que están en falta en uno mismo, y además refuerza la noción de dependencia mutua. Hombres y mujeres somos más parecidos que diferentes cuando nacemos; la cultura se encarga no solo de hacernos diferentes, sino mutuamente dependientes: el proveedor económico y la cuidadora de la vida.
En similar modo, la investigación realizada por Bonilla-Algovia & Rivas-Rivero (2018) con una muestra de estudiantes colombianos, arroja que son las mujeres quienes tienen mayor acuerdo con el mito de la media naranja y con el mito de la omnipotencia, coincidiendo también con lo encontrado posteriormente en Barber-Caso (2019) referente a que la idealización del amor está más aceptada que la vinculación del amor-maltrato. También en grupos de discusión implementados en una investigación por Caro & Monreal (2017), observaron que las estudiantes muestran una fuerte creencia en la omnipotencia del amor, en donde la aceptación de este mito puede conllevar “a aguantar hasta el límite, esperando que la otra persona cambie…por amor” (Bosch et al., 2013, p.157, citado en Caro& Monreal, 2017, p. 54).
Otro de los estudios que exponen semejantes resultados es el realizado por Rodríguez et al. (2013) donde a pesar de que no resultaron significagtivas las diferencias en cuanto a la dimensión de la idealización del amor, al analizar los mitos de manera independiente encontraron que las jóvenes estaban más de acuerdo con el mito de la perdurabilidad y con el mito de la omnipotencia; mientras que los jóvenes mostraban mayor acuerdo con el mito de los celos. Esto último es una justificación de una de las formas de violencia de género, no es casual que lo acepten más los hombres.
En resumen, estas investigaciones demuestran cómo la concepción del amor difundida por el modelo romántico, aunque no supone una violencia explícita hacia la mujer, perpetúa roles femeninos de dependencia, sumisión, necesidad de protección, entrega incondicional a la relación amorosa en detrimento de sus deseos y la satisfacción de sus propias necesidades en aras de conservar el vínculo de pareja por encima de cualquier otro tipo de consideraciones; por lo que se constituyen en soportes de la violencia de género.
Estos resultados muestran la necesidad de desmontar estos mitos en los grupos de jóvenes, si queremos prevenir la violencia de género, para lo cual las acciones educativas a través de la realización de talleres puede ser una opción.
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