Soportes de la violencia de género: mitos del amor romántico

Norma Vasallo Barrueta
Carolina Barber Caso

Facultad de Psicología, Universidad de La Habana

Resumen

En el pre­sente tra­ba­jo abor­dare­mos la vio­len­cia con­tra las mujeres que se pro­duce en el seno de la pare­ja, es decir, rela­ciones afec­ti­vas het­ero­sex­u­ales. Esta vio­len­cia se sus­ten­ta en la man­era difer­en­cial en que es rep­re­sen­ta­da la mujer y el hom­bre en la cul­tura, que da lugar a un con­jun­to de ideas com­par­tidas social­mente, que se expre­san en la sub­je­tivi­dad y que se con­vierten en sus­ten­to, soporte de la vio­len­cia de género, especí­fi­ca­mente los mitos y los estereoti­pos. Nos detendremos en los mitos del amor román­ti­co y abor­dare­mos algunos resul­ta­dos de inves­ti­gación en este sentido.

Pal­abras claves: género, vio­len­cia de género, mitos y estereotipos

Abstract

In this work we will address vio­lence against women that occurs with­in the cou­ple, that is, het­ero­sex­u­al affec­tive rela­tion­ships. This vio­lence is sus­tained by the dif­fer­en­tial way in which women and men are rep­re­sent­ed in the cul­ture, which gives rise to a set of social­ly shared ideas, which are expressed in sub­jec­tiv­i­ty and which become sus­te­nance, sup­port of the vio­lence of gen­der, specif­i­cal­ly myths and stereo­types. We will dwell on the myths of roman­tic love and address some research results in this regard.

Key­words: gen­der, gen­der vio­lence, myths and stereotypes

Cuan­do hablam­os de vio­len­cia de género, esta­mos hablan­do de la que ejercen los hom­bres con­tra las mujeres por el hecho de ser mujeres, tal y como ella es con­ce­bi­da por la cul­tura patri­ar­cal, es decir, obje­to de con­trol y ejer­ci­cio del poder por parte de los hom­bres en sen­ti­do general.

La vio­len­cia con­tra la mujer es un hecho pan­cul­tur­al y se da en difer­entes con­tex­tos, públi­cos y pri­va­dos: la pare­ja, la escuela, las insti­tu­ciones lab­o­rales, la comu­nidad, los medios de comu­ni­cación, entre otros.

En el pre­sente tra­ba­jo abor­dare­mos la vio­len­cia con­tra las mujeres que se pro­duce en el seno de la pare­ja, es decir, rela­ciones afec­ti­vas het­ero­sex­u­ales porque la desigual­dad de género se da entre hom­bres y mujeres porque es esta difer­en­cia la base para su con­struc­ción. Esta vio­len­cia se sus­ten­ta en la man­era difer­en­cial en que es rep­re­sen­ta­da la mujer y el hom­bre en la cul­tura, que da lugar a un con­jun­to de ideas com­par­tidas social­mente, que se expre­san en la sub­je­tivi­dad a ese niv­el en for­ma de cat­e­go­riza­ciones, rep­re­senta­ciones, estereoti­pos que mar­can el desar­rol­lo de las per­sonas en su pro­ce­so de social­ización de tal man­era que aun cuan­do el con­tex­to cam­bia, por ejem­p­lo la adquisi­ción de más dere­chos para la mujer, a niv­el sub­je­ti­vo indi­vid­ual se mantienen prác­ti­ca­mente inamovi­bles, con lo cual legit­i­man y estim­u­lan la vio­len­cia que se da en esas rela­ciones, porque los cam­bios sub­je­tivos son mucho más lentos que los legales.

La vio­len­cia de género es difer­ente a otras for­mas de vio­len­cia por el papel que en ella tiene la cul­tura patri­ar­cal expre­sa­da en las difer­en­cias entre hom­bres y mujeres que se encuen­tra en la sub­je­tivi­dad social e indi­vid­ual. La opre­sión, el mal­tra­to, y la sub­or­di­nación de las mujeres se han legit­i­ma­do en los dis­cur­sos reli­giosos, jurídi­cos, filosó­fi­cos y políti­cos y lle­ga a nue­stros días en for­ma de mitos, estereoti­pos y pre­juicios que mar­can las rep­re­senta­ciones de la mas­culin­idad y la fem­i­nidad, así como la iden­ti­dad de hom­bres y mujeres. Ellos mod­e­lan el pen­samien­to, lo apropi­a­do de las con­duc­tas de con­trol, poder y autori­dad mas­culi­nas, sirvien­do de soporte a las con­duc­tas violentas.

Todo esto es el resul­ta­do de un pro­ce­so social en el que todos par­tic­i­pamos, cuan­do estim­u­lam­os en ellas la pasivi­dad y en ellos la agre­sivi­dad, a través de las activi­dades que son per­mi­ti­das a unas y otros. Muchos deportes son un ejem­p­lo para el caso de los varones y la búsque­da del amor román­ti­co y la mater­nidad en el caso de las hem­bras, incen­ti­van­do la depen­den­cia y con­sagración a los otros.

Además de los ele­men­tos de la cul­tura patri­ar­cal pre­sentes en el pro­ce­so de social­ización de las per­sonas y que legit­i­man la vio­len­cia de género, hay que con­sid­er­ar ele­men­tos estruc­turales, obje­tivos que par­tic­i­pan en la for­ma­ción de desigual­dades entre hom­bres y mujeres, al no prop­i­ciar la nece­saria igual­dad de opor­tu­nidades. Estos son el resul­ta­do de ausen­cia de leyes que sus­ten­ten la igual­dad y políti­cas que con­tribuyan a su pleno ejer­ci­cio al prop­i­ciar la equidad, es decir, la igual­dad de oportunidades.

Las causas de la vio­len­cia de género podemos encon­trar­las entonces en la cul­tura patri­ar­cal en el niv­el macroso­cial, en el microso­cial y en el indi­vid­ual, rela­ciona­dos de for­ma com­ple­ja y a veces con­tra­dic­to­ria, hacien­do difí­cil su identificación.

Subjetividad social y violencia de género

En la sub­je­tivi­dad social anidan estruc­turas que se con­vierten en sus­ten­to, soporte de la vio­len­cia de género: los mitos, los estereoti­pos, los pre­juicios, las cat­e­go­riza­ciones y las rep­re­senta­ciones sociales, las cos­tum­bres y tradi­ciones son algu­nas de ellas. Tienen de común el ser resul­ta­do de una con­struc­ción colec­ti­va a lo largo del tiem­po, que se enrique­cen en el pro­ce­so de repro­duc­ción de una época a otra. Tan pre­sentes están en la vida de las per­sonas des­de que nacen que se nat­u­ral­izan e invis­i­bi­lizan como el aire que res­pi­ramos o el agua para el pez, pero que for­man parte de la vida de las per­sonas y son usadas en los pro­ce­sos de inter­ac­ción y comu­ni­cación humana, base del pro­ce­so de socialización.

En este tra­ba­jo nos detendremos en dos de esas estruc­turas los mitos y los estereotipos.

Los estereoti­pos son creen­cias que gen­eral­mente no expli­can el asun­to de que trat­en, pero son rígi­dos, no dan­do opor­tu­nidad al cues­tion­amien­to y sin embar­go indi­can cómo actu­ar, val­o­rar y opinar sobre este, generan­do deter­mi­na­da acti­tud al respec­to. Ejem­p­lo “El amor es ciego” esta breve afir­ma­ción indi­ca que no podemos ten­er una con­duc­ta reflex­i­va, analíti­ca o crit­i­ca en una relación amorosa, con lo cual se legit­i­ma la per­ma­nen­cia de alguien en una relación inade­cua­da bajo el pris­ma de que el amor no le per­mite ver­lo. El estereotipo sim­pli­fi­ca, aso­cia ideas sen­cil­las, por eso facili­ta su comunicación.

Cuan­do se com­parten los estereoti­pos se facili­ta el acuer­do entre las per­sonas. Ellos son ampli­a­mente com­par­tidos, se asumen como ver­dades por lo que resul­ta difí­cil dis­en­tir de ellos, de ahí su uso para explicar real­i­dades para las que no cuen­tan con argu­men­tos científicos.

Los estereoti­pos tienen un peso con­sid­er­able, al pre­sen­tar ide­ales y ref­er­entes de com­para­ción en la con­struc­ción de las iden­ti­dades que afectan a la sub­je­tivi­dad y la inter­sub­je­tivi­dad y que, a través de las expec­ta­ti­vas y acti­tudes que gen­er­an, sus­ten­tan sis­temas de reg­u­lación social (Bonil­la. A. et al., 2000).

El estereotipo nos da una ima­gen sim­ple, casi siem­pre del com­por­tamien­to de otras per­sonas, pero rela­ciona­do con el de uno mis­mo o con el de un grupo al que pertenece­mos, por ejem­p­lo, sobre las mujeres. Estas estruc­turas son resistentes al cam­bio, se usan de man­era rígi­da sin mod­i­fi­ca­ciones a lo largo del tiem­po. Se refuerzan con expe­ri­en­cias que con­cuer­dan con su con­tenido, pero se desechan aque­l­las que los desmien­ten. Por eso resul­tan difí­ciles de cambiar.

Los mitos, por su parte, son expre­sión de nues­tras vidas y garante de su repro­duc­ción. Ellos con­tienen el modo ide­al de la vida que nos ante­cedió y las exi­gen­cias a la per­spec­ti­va propia. Los mitos están en los cuen­tos infan­tiles, la tradi­ción oral, las his­to­rias inven­tadas por los adul­tos para entreten­er a los niños. Hoy están en los ani­ma­dos infan­tiles, en la pub­li­ci­dad dirigi­da a ellos. Viv­en en la sub­je­tivi­dad social que se ha expre­sa­do y se expre­sa en la lit­er­atu­ra, el cine y otras for­mas de man­i­festación artís­ti­ca. Tam­bién están en fras­es hechas como ver­dades lap­i­darias, que nos lle­gan acríti­ca­mente en el pro­ce­so de social­ización y par­tic­i­pamos de su repro­duc­ción, sin ver­dadera con­cien­cia de ello.

Un ejem­p­lo de con­tene­dor de mitos son los cuen­tos de hadas. Al respec­to Madon­na Kol­ben­schlag nos dice: “Los cuen­tos de hadas con­sti­tuyen, por tan­to, parábo­las úni­cas de la social­ización femeni­na y ejem­p­los grá­fi­cos de una con­cien­cia cul­tur­al ante­ri­or al acce­so de las mujeres a un pleno sta­tus como per­sona”. (Kol­ben­schlag, 1994, p.21)

Ella señala tam­bién que Bel­la Dur­miente es un sím­bo­lo de la pasivi­dad que se espera de las mujeres y nos dice que ellas “tienen veda­do el acce­so a la autonomía, la autor­re­al­ización y la capaci­dad éti­ca en un entorno de dominio mas­culi­no”. (Kol­ben­schlag, 1994, p.23)

Los mitos tienen un fuerte com­po­nente emo­ti­vo que ayu­da a que los gru­pos que lo por­tan se man­ten­gan unidos. En el caso de los rela­ciona­dos con el amor román­ti­co, se supone que apor­tan infor­ma­ción acer­ca de lo que es el ver­dadero amor, por eso algunos de ellos con­tribuyen a legit­i­mar con­duc­tas más cer­canas al con­trol y el poder de los varones, que a los afec­tos y con­duc­ta en que deben basarse esas rela­ciones. Ejem­p­lo “Si quiero a una per­sona, hago todo lo que sea nece­sario por ella”, “Amar a alguien es hac­er todo por esa per­sona, aunque en oca­siones con­lleve hac­er cosas que no te gus­tan”, estos mitos deno­tan una entre­ga sin límites que para el caso de ellas sig­nifi­ca sumisión.

Los mitos al igual que los estereoti­pos, los pre­juicios y las creen­cias que mar­can las difer­en­cias entre los sex­os se expre­san en el tipo de rela­ciones que estable­cen los ado­les­centes y los jóvenes en su entorno, de man­era especí­fi­ca en las rela­ciones de amis­tad y las amorosas y con­tribuyen a nat­u­ralizar for­mas de vio­len­cia en esas rela­ciones al pre­scribir con­duc­tas pasi­vas en ellas y “pro­tec­toras” en ellos, como se trans­miten en los cuen­tos de hadas. De ahí la impor­tan­cia de cono­cer los mitos que aún se trans­miten y se inte­ri­or­izan, con­tribuyen­do a con­stru­ir la rep­re­sentación social de la mas­culin­idad y la fem­i­nidad que des­de la ado­les­cen­cia influyen en las acti­tudes y con­duc­tas que están en la base de la vio­len­cia de género y su per­cep­ción nat­u­ral­iza­da porque, aunque el lugar de las mujeres en la sociedad ha cam­bi­a­do, en la prác­ti­ca los roles que desem­peñan ellas están muy ape­ga­dos a lo tradicional.

Cono­cer los mitos resul­ta de suma impor­tan­cia porque ellos con­tribuyen a jus­ti­ficar la vio­len­cia y esto se da en la población en gen­er­al, pero lam­en­ta­ble­mente tam­bién en pro­fe­sion­ales y per­sonas que debían for­mar parte de las redes de apoyo a las víc­ti­mas y tam­bién en ellas mis­mas lim­itán­dolas en su capaci­dad para cam­biar la situación.

El amor y los mitos en la relación de pareja

Como bien plantean Rodríguez et al. (2013) las creen­cias con respec­to al amor vienen, en bue­na parte, del imag­i­nario cul­tur­al colec­ti­vo. En otras pal­abras, “el amor es una construc­ción social que refle­ja los val­ores cul­tur­ales de cada perío­do históri­co y está influ­i­do por las nor­mas que rigen la con­duc­ta social”. (Gar­cía-Andrade, 2015; San­grador, 1993, cita­dos en Res­ur­rec­ción-Rodríguez & Cór­do­ba-Iñes­ta, 2020,p.66)

Así, las mujeres y hom­bres van con­struyen­do el esti­lo de relación afec­ti­va que con­sid­er­an ide­al; relación que se va a con­for­mar de for­ma difer­en­cial para cada uno debido a que dicha con­struc­ción está estrechamente vin­cu­la­da con los estereoti­pos y con las asimetrías de poder entre ellos, es decir, el amor román­ti­co es una expe­ri­en­cia mar­ca­da por el género (Fer­rer et al., 2010). En con­se­cuen­cia, el amor es viven­ci­a­do de man­era difer­ente por hom­bres y mujeres, a par­tir de la influ­en­cia difer­en­cial que tienen los mod­e­los cul­tur­ales, roles y val­ores; lo que mar­cará, a su vez, acti­tudes, emo­ciones y expre­siones tam­bién de for­ma difer­en­ci­a­da, generan­do desigual­dad de roles en cuan­to al amor, sus con­cep­ciones y comportamientos.

Por tan­to, Fer­rer & Bosch (2013) nos advierten que, en el caso de las mujeres, y a pesar de los impor­tantes cam­bios acae­ci­dos en las últi­mas décadas (al menos en las sociedades occi­den­tales), todo lo que tiene que ver con la con­se­cu­ción del amor y su desar­rol­lo (el enam­oramien­to, la relación de pare­ja, el mat­ri­mo­nio, el cuida­do del otro…) sigue for­man­do parte con par­tic­u­lar fuerza de la social­ización femeni­na, con­vir­tién­dose en eje ver­te­brador y en parte pri­or­i­taria de su proyec­to vital. En el caso de los hom­bres, por otro lado, lo pri­or­i­tario sigue sien­do el reconocimien­to social y, en todo caso, el amor o la relación de pare­ja suele ocu­par un segun­do plano. Sigu­ien­do esta idea, las autoras nos recuer­dan la social­ización pri­or­i­taria de las mujeres hacia lo pri­va­do y de los hom­bres hacia lo público.

En este sen­ti­do, “es impor­tante recor­dar que el con­cep­to de amor román­ti­co (y los mitos deriva­dos) no solo no es ajeno a la social­ización de género si no que es impul­sa­do y sostenido por ella y la con­struc­ción social de este tipo de amor se ha fragua­do des­de una con­cep­ción patri­ar­cal asen­ta­da en las desigual­dades de género, la dis­crim­i­nación hacia las mujeres y la sum­isión de estas a la het­ero­sex­u­al­i­dad como úni­ca for­ma de relación afec­ti­vo-sex­u­al”. (Ruiz Repul­lo, 2009, cita­do en Fer­rer & Bosch, 2013, p. 114).

En efec­to, pudiera decirse que la miti­fi­cación del amor tiene como fin últi­mo pon­der­ar un deter­mi­na­do mod­e­lo de relación (monóga­ma, het­ero­sex­u­al, mat­ri­mo­ni­al, etc.) como el ide­al social a alcan­zar en la may­oría de las cul­turas, que se ha ido per­pet­uan­do en cada momen­to históri­co y social (Fer­rer et al., 2010; Yela, 2003). Por tan­to, los mitos no son más que “el con­jun­to de creen­cias social­mente com­par­tidas sobre la supues­ta ver­dadera nat­u­raleza del amor” (Yela, 2003, p. 264). Estas ideas pre­con­ce­bidas con respec­to al amor román­ti­co, evi­den­cian supues­tas “ver­dades com­par­tidas” que, ide­al­izadas y miti­fi­cadas al fin, tien­den a ser fic­ti­cias, engañosas e imposi­bles de cumplir (Fer­rer et al., 2010; Ruiz, 2016).

Car­los Yela (2003), des­de la per­spec­ti­va de la psi­cología social, real­iza un análi­sis y clasi­fi­cación de los prin­ci­pales mitos del amor román­ti­co y sus posi­bles impli­ca­ciones. Algunos de estos mitos son enun­ci­a­dos y sin­te­ti­za­dos a con­tin­uación a par­tir de las ideas con­tenidas en los tra­ba­jos de Fer­rer et al. (2010), Res­ur­rec­ción-Rodríguez & Cór­do­ba-Iñes­ta (2020) yRuiz (2016):

  • Mito de la media naran­ja: se basa en la creen­cia de la pre­des­ti­nación de la pare­ja como la úni­ca o mejor elec­ción posi­ble, en la idea de es el otro “quien nos com­ple­ta”. Posi­bili­ta la depen­den­cia emo­cional, la ide­al­ización del vín­cu­lo y pen­sar que, al ser la que está pre­des­ti­na­da, debe­mos “acep­tar” lo que no nos agrada.
  • Mito de la per­dura­bil­i­dad o de la pasión eter­na: se basa en la creen­cia de que el amor román­ti­co y pasion­al de los primeros meses de una relación puede y debe per­du­rar durante toda la relación. Esta idea puede oca­sion­ar con­se­cuen­cias neg­a­ti­vas sobre la esta­bil­i­dad emo­cional de la per­sona y el vín­cu­lo, pues estu­dios sobre el tema coin­ci­den en apun­tar que la pasión amorosa tiene “fecha de caduci­dad”, la que da paso a otras for­mas pasion­ales durante el desar­rol­lo de la relación.
  • Mito de la omnipo­ten­cia: se basa en la creen­cia de que “el amor lo puede todo” y, por tan­to, si el amor es ver­dadero, los obstácu­los exter­nos o inter­nos no deben influir sobre la pare­ja, y es sufi­ciente con el amor para solu­cionar todos los prob­le­mas y para jus­ti­ficar todas las con­duc­tas. Suele ser usa­do como pre­tex­to para evi­tar mod­i­ficar deter­mi­na­dos com­por­tamien­tos o acti­tudes, negan­do los con­flic­tos y difi­cul­tan­do su afrontamiento.
  • Mito de los celos: se basa en la creen­cia de que los celos son un sig­no de amor, e inclu­so el req­ui­si­to indis­pens­able de un ver­dadero amor. Se atribuye su ori­gen al cris­tian­is­mo, que lo intro­duce como vía para garan­ti­zar la exclu­sivi­dad y la fidel­i­dad. Con­duce a com­por­tamien­tos egoís­tas, repre­sivos, injus­tos y en oca­siones has­ta vio­len­tos; y es recono­ci­do como uno de los antecedentes a la vio­len­cia de género, pues no es una her­ramien­ta uti­liza­da en pos del dominio y del poder.
  • Mito del empare­jamien­to: se basa en la creen­cia de que la pare­ja, al igual que la het­ero­sex­u­al­i­dad, son algo uni­ver­sal y nat­ur­al, y en que la monogamia está pre­sente en todas las épocas y todas las cul­turas. Esta idea excluye a todo aquel que se ale­ja de lo “nor­ma­ti­vo” y puede dar lugar a con­flic­tos inter­nos en aque­l­las per­sonas que se desvíen de algún modo de esta norma.
  • Mito de la exclu­sivi­dad: se basa en la creen­cia de que no se puede estar enam­ora­do de más de una per­sona. La aceptación de esta creen­cia puede supon­er con­flic­tos inter­nos y/o rela­cionales al entrar en col­isión con aque­l­las nor­mas sociales que impo­nen las rela­ciones monógamas.
  • Mito de la fidel­i­dad: se basa en la creen­cia de que los deseos pasion­ales y román­ti­cos se satis­facen úni­ca­mente con la pare­ja para demostrar que se esti­ma de ver­dad. Este mito tiene lec­turas bien difer­en­ci­adas según el género, pues la infi­del­i­dad no es val­o­ra­da ni juz­ga­da de igual man­era en mujeres y en hombres.
  • Mito de la equiv­a­len­cia: se basa en la creen­cia de que el amor y el esta­do de enam­oramien­to son equiv­a­lentes y, por lo tan­to, cuan­do ya no se siente la pasión ini­cial es debido a que ya no se esti­ma a la pare­ja, no se le ama y por tan­to es mejor pon­er fin a la relación. Se iguala el enam­oramien­to (esta­do más o menos duradero) con el amor (sen­timien­to) como una mis­ma cosa. Este mito posi­bili­ta que no se reconoz­ca la difer­en­cia entre uno y otro y que no se reconoz­ca la trans­for­ma­ción que tiene lugar de uno hacia otro en el vín­cu­lo, dan­do paso a pro­ce­sos de otro tipo.
  • Mito del libre albedrío: creen­cia de que nue­stros sen­timien­tos no están influencia­dos por fac­tores sociales, biológi­cos o cul­tur­ales ajenos a nues­tra vol­un­tad y con­cien­cia, negan­do aque­l­las pre­siones biológ­i­cas, sociales y cul­tur­ales a la que las per­sonas esta­mos o podemos estar sometidas.
  • Mito del mat­ri­mo­nio: se basa en la creen­cia que rela­ciona el amor con una unión estable cuya base es la con­viven­cia, el cual se orig­i­na a finales del siglo xix y se con­sol­i­da en el xx vin­cu­lan­do por primera vez en la his­to­ria los con­cep­tos de amor-mat­ri­mo­nio-sex­u­al­i­dad. Este mito establece una relación entre dos ele­men­tos, uno que se pre­tende duradero como es el mat­ri­mo­nio, y un esta­do emo­cional tran­si­to­rio como es la pasión, lo cual resul­ta difí­cil de ges­tionar y puede con­ducir fácil­mente a la decepción.

Como resul­ta­do, var­ios autores (Bonil­la. E. et al., 2017; Fer­rer & Bosch, 2013; Sebastián et al., 2010) coin­ci­den en afir­mar que asumir un mod­e­lo ide­al­iza­do del amor, con la con­se­cuente inte­ri­or­ización de los mitos, podría ser un fac­tor de ries­go tan­to para la apari­ción de vio­len­cia, como para difi­cul­tar la reac­ción de las mujeres ante esta en aras de pon­er­le fin. Esto se debe a que, con­sid­er­ar que cier­tos com­por­tamien­tos son una prue­ba de amor, fun­cionaría como una for­ma de jus­ti­ficar el maltrato.

De esta man­era se obser­va, según Ruiz (2016), que lejos de ver desa­pare­cer la pres­en­cia de vio­len­cia de género en las edades más jóvenes, las bases de esta siguen regen­erán­dose, trans­for­mán­dose y pre­sen­tan nuevas for­mas de social­ización afec­ti­vo-sex­u­al, que mantienen en esen­cia sus­ten­tos no muy difer­entes a los de épocas ante­ri­ores. A pesar de los ligeros cam­bios que la mod­ernidad ha impre­so en el val­or atribui­do a la pare­ja, una con­cep­ción román­ti­ca tradi­cional del amor aún se erige en gran medi­da como deter­mi­nante de nue­stros vín­cu­los, de nues­tra social­ización, de los medios de comu­ni­cación y del con­sumo y pro­duc­ción cul­tur­al; lo cual con­tribuye a “per­pet­u­ar la estruc­tura de poder y la desigual­dad en las rela­ciones amorosas, y a con­sagrar ele­men­tos como la pasivi­dad, la sub­or­di­nación, la ide­al­ización o la depen­den­cia del otro” (Fer­rer et al., 2010 , p. 29).

Algunos resultados en el estudio de los mitos del amor romántico como soportes de la violencia de género

Durante los últi­mos años, varias son las inves­ti­ga­ciones (Bonil­la. E. et al., 2017; Fer­rer & Bosch, 2013; Res­ur­rec­ción-Rodríguez & Cór­do­ba-Iñes­ta, 2020; Ruiz, 2016) que se han abo­ca­do al estu­dio de los mitos del amor román­ti­co, prin­ci­pal­mente en población ado­les­cente y joven, por la influ­en­cia que ejercen en la nor­mal­ización y jus­ti­fi­cación de la vio­len­cia de género en nom­bre del “amor”. Con­se­cuente­mente, la aceptación de com­por­tamien­tos vio­len­tos den­tro de las rela­ciones de pare­ja se debe en cier­ta medi­da a la con­cep­ción que se tiene sobre el amor.

Un resul­ta­do que parece emerg­er en varias oca­siones es el hecho de que las mujeres son quienes pre­sen­tan may­or ten­den­cia a una visión más ide­al­iza­da del amor (Bar­ber-Caso, 2019; Díaz-Agua­do & Car­va­jal, 2012; Fer­rer & Bosch, 2013; Rodríguez et.al, 2013).Según un estu­dio real­iza­do en un grupo de estu­di­antes de la Uni­ver­si­dad de La Habana en el año 2019, los mitos de la media naran­ja y el mito de la per­dura­bil­i­dad son aque­l­los que cuen­tan con may­or aceptación por parte de los estu­di­antes, segui­do por el mito de la omnipo­ten­cia y, a pesar de que no fueron encon­tradas difer­en­cias sig­ni­fica­ti­vas en cuan­to a las respues­tas de ambos sex­os en la may­oría de los casos, sí se arro­jaron difer­en­cias en cuan­to al gra­do de acuer­do con el mito de la media naran­ja y el mito de la per­dura­bil­i­dad, donde las mujeres pre­senta­ban un gra­do de acuer­do may­or que los hom­bres con respec­to a estos mitos (62,9% de las mujeres mostra­ban estar de acuer­do con el mito de la media naran­ja y 82% con el mito de la per­dura­bil­i­dad), por lo que pudiera decirse que pre­sen­tan, en com­para­ción con los hom­bres, una visión más ide­al­iza­da del amor (Bar­ber-Caso, 2019).

En un reciente estu­dio real­iza­do en otra fac­ul­tad de la Uni­ver­si­dad de La Habana, por parte de la estu­di­ante Beat­riz Umaña bajo mi tutoría, se obtu­vieron resul­ta­dos sim­i­lares: más mujeres que hom­bres están de acuer­do con el mito de la per­dura­bil­i­dad del amor y de la media naran­ja, lo que, en con­sid­eración de la inves­ti­gado­ra, puede lle­var­la a una tol­er­an­cia exce­si­va de posi­bles abu­sos para con­ser­var su pare­ja. En esta inves­ti­gación se encuen­tra un may­or acuer­do en los hom­bres con el mito de la omnipo­ten­cia, “el amor lo puede todo” y “el amor es ciego”. Estos mitos jus­ti­f­i­can la idea de que “el amor” es sufi­ciente para encar­ar los prob­le­mas y super­ar las difi­cul­tades en las rela­ciones de pare­ja, sin mod­i­ficar las con­duc­tas, lo que se con­sti­tuye en soporte de la vio­len­cia. Aunque más hom­bres que mujeres están de acuer­do con estos mitos, una parte de ellas tam­bién los acep­tan, lo que puede acer­carnos a la com­pren­sión de su per­ma­nen­cia en una relación donde hay algu­na for­ma de violencia

Estos datos pare­cen apun­tar a que, en el caso de las mujeres, a pesar de los cam­bios que han tenido lugar en las últi­mas décadas (prin­ci­pal­mente en las sociedades occi­den­tales), sigue for­man­do parte fun­da­men­tal de su social­ización todo lo ref­er­ente con el amor, en may­or medi­da que lo que sucede con los hom­bres. Un ejem­p­lo podemos obser­var­lo en qué tipo de jue­gos se pro­mueven para unas y otros, que con­tenido de los ani­ma­dos se diri­gen de man­era difer­en­ci­a­da y se repro­ducen en juguetes, artícu­los esco­lares y otros objetos.

A las mujeres se les suele edu­car para ten­er una sola pare­ja (monogamia), por lo que estarían en desven­ta­ja cul­tural­mente con respec­to a los hom­bres, a quienes sí se les prepara para ten­er más rela­ciones en para­le­lo como una de las partes estruc­turantes de su mas­culin­idad. En com­para­ción, ellas tienen una may­or aceptación del mito de la dura­bil­i­dad de la pasión inten­sa de los primeros momen­tos de la relación, pues desean una relación que las sat­isfa­ga el may­or tiem­po posi­ble y por tan­to que sea duradera. Por otro lado, el mito de la media naran­ja se encuen­tra vin­cu­la­do a la noción de com­ple­men­tariedad con las cual­i­dades del otro, las que están en fal­ta en uno mis­mo, y además refuerza la noción de depen­den­cia mutua. Hom­bres y mujeres somos más pare­ci­dos que difer­entes cuan­do nace­mos; la cul­tura se encar­ga no solo de hac­er­nos difer­entes, sino mutu­a­mente depen­di­entes: el provee­dor económi­co y la cuidado­ra de la vida.

En sim­i­lar modo, la inves­ti­gación real­iza­da por Bonil­la-Algo­via & Rivas-Rivero (2018) con una mues­tra de estu­di­antes colom­bianos, arro­ja que son las mujeres quienes tienen may­or acuer­do con el mito de la media naran­ja y con el mito de la omnipo­ten­cia, coin­ci­di­en­do tam­bién con lo encon­tra­do pos­te­ri­or­mente en Bar­ber-Caso (2019) ref­er­ente a que la ide­al­ización del amor está más acep­ta­da que la vin­cu­lación del amor-mal­tra­to. Tam­bién en gru­pos de dis­cusión imple­men­ta­dos en una inves­ti­gación por Caro & Mon­re­al (2017), obser­varon que las estu­di­antes mues­tran una fuerte creen­cia en la omnipo­ten­cia del amor, en donde la aceptación de este mito puede con­ll­e­var “a aguan­tar has­ta el límite, esperan­do que la otra per­sona cambie…por amor” (Bosch et al., 2013, p.157, cita­do en Caro& Mon­re­al, 2017, p. 54).

Otro de los estu­dios que expo­nen seme­jantes resul­ta­dos es el real­iza­do por Rodríguez et al. (2013) donde a pesar de que no resul­taron sig­nificagti­vas las difer­en­cias en cuan­to a la dimen­sión de la ide­al­ización del amor, al analizar los mitos de man­era inde­pen­di­ente encon­traron que las jóvenes esta­ban más de acuer­do con el mito de la per­dura­bil­i­dad y con el mito de la omnipo­ten­cia; mien­tras que los jóvenes mostra­ban may­or acuer­do con el mito de los celos. Esto últi­mo es una jus­ti­fi­cación de una de las for­mas de vio­len­cia de género, no es casu­al que lo acepten más los hombres.

En resumen, estas inves­ti­ga­ciones demues­tran cómo la con­cep­ción del amor difun­di­da por el mod­e­lo román­ti­co, aunque no supone una vio­len­cia explíci­ta hacia la mujer, per­petúa roles femeni­nos de depen­den­cia, sum­isión, necesi­dad de pro­tec­ción, entre­ga incondi­cional a la relación amorosa en detri­men­to de sus deseos y la sat­is­fac­ción de sus propias necesi­dades en aras de con­ser­var el vín­cu­lo de pare­ja por enci­ma de cualquier otro tipo de con­sid­era­ciones; por lo que se con­sti­tuyen en soportes de la vio­len­cia de género.

Estos resul­ta­dos mues­tran la necesi­dad de desmon­tar estos mitos en los gru­pos de jóvenes, si quer­e­mos pre­venir la vio­len­cia de género, para lo cual las acciones educa­ti­vas a través de la real­ización de talleres puede ser una opción.

Referencias bibliográficas

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